“Permaneced
en mí, y Yo en vosotros. Como el Pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si
no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. Juan
15:4.
La oración,
es el único medio de comunicación entre el cielo y la tierra, que Dios le proveyó a los hombres, por lo que
orar, es hablar con Dios. Es abrir nuestro corazón con humildad, con reverencia
y con fervor. Si constantemente oramos a nuestro Creador, permaneceremos en El,
y El en nosotros, porque el Espíritu Santo jamás deja sin asistencia al que
contempla a Cristo. Al que lo busca diariamente sin importar la circunstancia de
la vida por la que esté atravesando. Dice la Palabra de Dios: “Yo Soy la vid,
vosotros los pámpanos. El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto. Porque separados de mí, nada podéis hacer. El que no permanece en mí, es
como el pámpano que se desecha y se seca. Y a esos pámpanos los juntan, los echan
al fuego y los queman” (Juan 15:5-6). Para permanecer en Cristo debemos orar
para que se nos imparta el divino Espíritu, que es el único remedio para
encontrar la paz, y salir de las enfermedades del alma y del cuerpo, provocadas por llevar una vida de pecado.
Cuando nos
entregamos a Cristo con fe, y se lo manifestamos a través de la oración
constante, esta tiene poder para traspasar los altos cielos. El Espíritu Santo actúa
sobre la mente, despertando el deseo más intenso de que nuestras oraciones sean
escuchadas, y es cuando Dios responde, pero siempre de acuerdo a su voluntad.
Muchas veces recibimos su respuesta de forma inmediata, pero otras, tenemos que
esperar recibir el poder de conversión de la Gracia de Dios. Insto a todos los
que han dejado de orar, o que se han distanciado de Dios, a que destraben la
puerta de sus corazones, y supliquen con fervor de forma incesante: ¡Habita en mí,
Oh Señor. Derrama tu Gracia redentora sobre mi vida y hazme un instrumento tuyo,
cúmplase en mi tu voluntad, así como se cumple en el cielo!.
Especialmente
en estos tiempos tan difíciles por los que la humanidad está atravesando, debemos
postrarnos ante el Trono de la Gracia, para elevar a Dios nuestros planes,
metas y deseos. Darle gracias por medio de la oración, por nuestros logros, por
la salud, por la vida, por los alimentos, por nuestros hijos, amigos, vecinos y
familiares. Para que nos ayude a trabajar en su obra, y para que nos capacite
para llevar el mensaje de salvación a todo el que lo necesite. Debemos hablar
con Dios diariamente, a cada hora, tenerlo en todos los pensamientos. Orar mentalmente
en el trabajo, mientras conducimos, y hasta cuando nos bañamos. Debemos
aprovechar cualquier momento de silencio para conectarnos íntimamente con el
Señor. Meditar en su Palabra para que el buen Espíritu de Dios sea derramado sobre
nosotros, igual que sucedió con los discípulos, porque su presencia ablanda
corazones endurecidos y los inunda de alegría y regocijo transformándolos en
canales de bendición.
El Señor
desea que cada uno de nosotros seamos ricos en esa fe que es fruto del amor y
que se manifiesta en la actuación del Espíritu Santo sobre la mente. Además de
habitar en cada creyente que desea recibirlo. Habla al impenitente palabras de advertencia
para mostrarle a Jesús como el Cordero de Dios que quita nuestros pecados.
También hace que la luz brille en la mente de todos los que estén deseosos de
cooperar con Dios, impartiéndoles eficiencia y sabiduría para realizar su obra.
Si nuestros ojos permanecen fijos en Jesús, siempre veremos nuestras oraciones
contestadas, porque cuando oramos, la obra del Espíritu Santo no cesa hasta que
el creyente es conformado a la imagen del Maestro. Debemos cuidarnos y estar
alertas de falsos maestros que se acercan a orar por ti, disfrazados de
inocentes ovejas, pero son lobos capaces de destrozarnos. Todos tenemos la
capacidad de hablar con Dios, sin necesidad de intermediarios. No porque un
Pastor ore por ti, la oración será escuchada y respondida más rápido que si la
hacemos nosotros mismos. Recordemos que un Pastor o Sacerdote es tan pecador
como tú y como yo.
Tristemente se
ha perdido la costumbre de orar en las escuelas, y de impartir clases de
religión como se hacía en tiempos atrás, y Satanás se ha ido introduciendo silenciosamente
en la mente de los estudiantes, porque están vacíos de todo conocimiento
cristiano, con el alma sumida en total oscuridad espiritual. De ahí, que sus
pensamientos son dirigidos hacia el mal. Satanás odia que estemos en
comunicación con Dios, por ende, cuando oramos, Él se aleja porque el mal y el
bien no pueden estar juntos, así como la luz y la oscuridad no tienen nada en
común. Un gran número de personas nunca oran porque no creen en la oración, o
porque no saben hacerlo, pero hablar con Dios es igual que hablar con un amigo,
un familiar o con alguien a quien le tenemos mucha confianza. Recordemos que
todos tenemos en Dios un Padre Universal, igual que todos tenemos o hemos tenido
un padre terrenal, o de lo contrario no existiríamo.
El hijo
obediente que presta atención a las enseñanzas de sus padres, y las pone en
práctica, nunca es abandonado, porque al mismo tiempo también está obedeciendo
a Dios. El Señor nos conoce mejor que nuestros padres terrenales, porque él nos
creó, y solo utilizó a nuestros padres carnales para traernos al mundo. Para
poder elevar nuestras oraciones a Dios, primeros tenemos que creer lo que
estamos diciéndole al Señor, porque creer es tener fe en lo que esperamos. La
comunicación espiritual con Dios se ejecuta en el momento de la oración, cuando
elevamos nuestra mente al Creador y hablamos con nuestras propias palabras
desde lo más profundo de nuestro ser, de una forma sencilla y sincera, sin
formalismos rutinarios, porque de lo contrario estaríamos actuando como los
hipócritas, que honran a Dios con los labios pero lo niegan con el corazón.
Este es el tipo de oración de los paganos, que piensan que si repiten la misma
oración varias veces al día, Dios va a
contestar enseguida. Pero no todos los que dicen ser piadosos lo son de verdad.
Muchas
personas piensan que rezar y orar es lo mismo, pero son palabras paralelas, no
sinónimas. Aunque ambas van dirigidas a la misma dirección, no logran el mismo
objetivo. La realidad es que el que reza, no se conecta con Dios, porque la
comunicación se corta. Cualquier persona puede rezar sin entender lo que dice;
pero son palabras vanas que no involucran los sentimientos; por consiguiente, la
mente y el corazón no están compenetrados con el Espíritu Santo. Popularmente
se ha enseñado que las propias palabras que se repiten cuando se reza, son las
que tienen el poder curativo o la eficacia religiosa de que se trate, pero esto
es un gran error. Orar significa abrir nuestro corazón para tener un encuentro íntimo
con Dios. Y rezar es repetir palabras aprendidas que hemos fijado en la
memoria, pero que no tienen ningún efecto porque las decimos sin sentir lo que
se expresa. Simplemente son un conjunto de enunciados que tienen una forma
fija, establecida por alguien más.
Para que la
oración llegue al cielo con poder, y sea efectiva, tenemos que meditar
frecuentemente en la Palabra de Dios, saber lo que él espera de nosotros,
obedecerle, confiar, creer en sus Promesas, y en algunos casos optar por el
ayuno sin necesidad de decírselo a nadie, para que nadie excepto nuestro Padre se dé
cuenta que tenemos hambre y necesidad de El. Y nuestro Padre que conoce todos los secretos, nos recompensará.
Debemos negarnos a nosotros mismos para poder seguir a Cristo. No podemos decir
que creemos en Jesucristo, en la resurrección de los muertos, en el perdón de
los pecados y en la vida eterna, para luego negar que Cristo vendrá a juzgar a
los vivos y a los muertos, o como muchas personas dicen que el mundo llega a su
fin solamente para el que muere, porque entonces, ¿Dónde están las Promesa de
Cristo?, ¿Cómo podremos lograr la vida eterna?, ¿Cómo podemos ser perdonados
sin arrepentirnos? ¿Qué significa la salvación, y donde está la fe?. Estas son
de las muchas incoherencias que se dicen al rezar, siendo más bien meras
repeticiones mecánicas, igual a las que hace un Loro cuando se le enseña a
hablar. Repite todo lo que oye, pero no puede entender lo que dice. Es
imposible que un árbol de fruta incomible produzca uno que se pueda comer. Por
eso los arboles de malos frutos se cortan y se queman. Igualmente somos
conocidos ante Dios por las acciones que ejecutamos, y por la frecuencia que lo
buscamos para estar en su presencia mediante la oración.
La oración
tiene poder, porque por medio de ella entramos en contacto con el Espíritu de
Verdad, a quien el mundo todavía no puede recibir, porque no lo podemos ver en
persona, sino que es derramado sobre todo el que lo pide con vehemencia. Cristo
dijo: En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo
en vosotros”. Si en verdad amamos a Cristo y creemos en él, debemos también
saber que él tiene el poder para manifestar en la tierra su Santo Espíritu a
todo el que lo invoque. Jesús dijo: “El que me ama, guardará mi Palabra. Y mi
Padre lo amará, y vendremos a él, y habitaremos en él”. La oración nos ayuda a
mantener pensamientos sanos, y a desarrollar una conducta correcta, llena de
valores y principios cristianos, porque aprendemos a imitar las virtudes y el
carácter de Cristo, y por ende aplicarlo en nuestra vida diaria. En el momento
de la oración, cuando estemos con Cristo íntimamente, nuestro gozo será
completo, porque sabemos que si pedimos y confiamos, lo que pedimos será hecho.
Cuando oramos suceden cosas maravillosas: se siente la presencia del Espíritu
de Dios, hay sanidad del cuerpo y salvación. Es cuando el Espíritu de Dios obra
en nuestras vidas, y a lo que muchos llaman “milagro”.
Jesús fue varón
aprobado por Dios enviado a esta tierra para realizar, milagros, prodigios y
señales; pero siempre oraba a Su Padre para que le diera fuerzas, y le
permitiera cumplir con lo que le había encomendado, de salvar a todos los que
les dio. Todos los sufrimientos por los que Cristo pasó, habían sido
determinados por designio divino y con el previo conocimiento de Dios, para que
nos diera a conocer los caminos de la vida. Después de resucitado, fue hecho Señor
y Cristo, sentado al lado del Trono de Dios. Fue levantado de la muerte al
igual que los que han muerto en Cristo, un día también serán levantados de sus
sepulcros, para que se cumpla la primera resurrección (Apocalipsis 20-6).
Cristo es el Espíritu de la Vida, y si queremos ser parte de la primera
resurrección, debemos seguirlo ahora, sin esperar por nadie, y dejar que los
que están muertos espiritualmente se ocupen de los muertos.
No importa el
problema que tengas, si estas enfermo, con necesidad de trabajo, problemas
económicos, familiares, si te siente solo (a), perseguido, afligido, etc. Confía
en Dios y eleva una oración varias veces al día. Conéctate con Él, porque la
oración tiene poder. Las ventanas de los cielos se abrirán para derramar
bendiciones. Solo tienes que esperar con paciencia y declarar que en el Nombre
de Jesús, todo será hecho de acuerdo a Su voluntad, para que ocurra el milagro.
Mientras más conectados estemos con Dios a través de la oración, más nos daremos
a conocer. Él conoce todas nuestras necesidades, y sabe exactamente lo que necesitamos
antes de que lo pidamos, pero espera que acudamos a Él para que nos supla.
Seamos como José que oraba tres veces al día, y por eso pudo entender el significado
del sueño del Faraón que ningún mago ni sabio de Egipto había podido
interpretar, pasando de ser un prisionero, al trono de Egipto, porque el Faraón
reconoció que José tenía el Espíritu de Dios en él. Cuando nos postremos en
nuestras habitaciones, en secreto, pidiéndole a Dios que tome nuestro corazón,
veremos los milagros realizarse, y como su mano se extenderá desde los cielos para
sostenernos. Alabado sea Su Nombre y Su Poder por siempre!. Amén.
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