“Y por el
aumento de la maldad, el amor de la mayoría se enfriará”. (Mateo 24:12).
Jesús nos
advirtió lo que está sucediendo en el mundo, y esta es una señal del tiempo del
fin, donde la humanidad ha sido encerrada en un círculo de violencia que cada día
se agiganta más. No es un secreto para nadie que en la actualidad estamos viviendo
en un mundo convulsionado, en crisis, lleno de dolor, venganza, maldad y
agresividad, sin sentir ninguna compasión por nuestros semejantes. Vivimos
con una explosión constante de tragedias, conflictos políticos y sociales. Y si
a esto le sumamos los desastres naturales que suceden frecuentemente alrededor
del mundo, sin lugar a dudas, tenemos que admitir que la naturaleza se ha
revelado, y que estamos dentro de un mundo podrido y corrompido por la maldad en
grado superlativo, lo que ha ido provocando paulatinamente el deterioro de la
raza humana, y donde se ha perdido el respeto hasta de lo más sagrado, que fue
la creación de Dios, al darnos la vida. ¿Por qué nos está sucediendo esto?,
porque el amor hacia Dios se ha enfriado en el corazón del hombre, dando paso
al odio y la maldad, cuya consecuencias son muerte y desolación para los seres
humanos. En su mayoría, los actos de violencia son ejecutados por personas que
viven con el corazón vacío, carentes del amor de Dios.
Todos, de una
u otra forma estamos siendo afectados directamente como resultado de la
violencia y del deterioro social en que hemos caído. Nada podemos hacer para
detener definitivamente la ola de violencia que nos azota; esta solo la puede
frenar Dios, pero es nuestra
responsabilidad detener el avance del pecado en nuestras vidas, porque el
llevar una vida de pecado sin rendirnos a Cristo, provoca que el corazón se
enfríe hasta que endurece. La violencia no solo destruye al que la ejecuta o al
que la sufre, sino a toda la humanidad. Porque nos hiere el alma, y nos enferma la mente y el cuerpo. A medida que el
tiempo avanza, es evidente la presión desenfrenada y el estrés con el que muchas personas viven, al
querer competir con los demás y llevar un estilo de vida “moderno”, donde el
egoísmo y la envidia han sido sustituidos por el amor, provocando a nuestro
alrededor un ambiente sobrecargado de problemas, dificultades y tragedias.
Jesús
anunció la condición que tendría el mundo antes de su regreso, y también nos dejó explícito un Mandamiento: “Amar
a Dios por sobre todas las cosas”. Cristo le dijo a sus discípulos antes de
partir: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Jesús nos pide que
seamos agentes de paz y que promovamos el amor, no la violencia. No es que
estamos exentos de sufrimientos y problemas, ya que estos son parte del precio
que tenemos que pagar por nuestros pecados. Pero cuando vivimos confiados en
Cristo y sus Promesas, nuestras cargas nos parecerán más ligeras, porque Cristo
nos ayuda a sobrellevarlas.
Jesucristo venció
al mundo y al pecado por cada uno de nosotros para que tengamos vida, pero su
amor lo hemos desplazado, llenando el corazón de cosas mundanales, provocando
un efecto negativo en el comportamiento humano. Tristemente, en estos tiempos,
la humanidad vive agobiada por el temor y la inseguridad, expresando un
doloroso sentido de confusión ante un futuro incierto. Pero no debemos tener
miedo, porque la victoria de Jesús quedó garantizada al inmolarse en la cruz
del Calvario. Y el haber resucitado, es una prueba irrefutable de que volverá
para poner fin a la violencia humana y al pecado. Jesucristo es la solución a
todos nuestros problemas sociales, políticos y económicos, pero hay que creer y
confiar. Depender de la presencia continua de Dios, su poder, y conducirnos a
través de la luz que su Palabra nos brinda. Nada puede darnos más seguridad que
sus Promesas, llenas de paz, consuelo y esperanza. Pronto el enjugará toda
lágrima, quitará todo dolor, y toda tristeza. No habrá más llanto ni
sufrimiento, y él destruirá el círculo de violencia que nosotros mismos hemos creado.
Cristo nos ha
revelado todas estas cosas para que en Él hallemos paz. En su Palabra nos dice:
“En el mundo tendréis aflicciones. Pero tened buen ánimo, yo he vencido al
mundo”. Dios quiere y puede preservarnos del peligro aun viviendo en un mundo
lleno de violencia. También puede librarnos del poder del pecado, levantar y
destruir imperios según sea su voluntad. A través de su Palabra, y a lo largo
de todos los siglos, el Señor ha mantenido abierto, un canal de comunicación
con todos los seres humanos que deseen dejarse guiar por el camino del bien. No
tenemos justificación si elegimos el camino del mal y nos perdemos, porque el
mensaje del gran conflicto que se ha venido manifestando a lo largo de la
historia de la tierra, se nos ha dado a conocer en las profecías. Finalmente
veremos el triunfo del bien sobre la maldad, porque Dios vencerá y resolverá
definitivamente todos los problemas que tenemos como resultado de llevar una
vida de pecado, y por negarnos a darle
participación a Cristo en nuestras vidas. Él nos proveyó con el don máximo de
la salvación y nos prometió la vida eterna, que recibiremos para habitar en nuestro
nuevo hogar, donde todos seremos iguales, y donde ya no habrá maldad, pecado, ni muerte.
Estamos en un
mundo transitorio y desechable tratando de sobrevivir como sea, pero donde todo
se hace para disfrute del momento y por conveniencia individual. Razón por la cual existen
hoy tantos divorcios, adulterios, más uniones libres, menos comunicación entre
las parejas, y menos dedicación a la supervisión y cuidado de nuestros hijos, porque
nos gastamos la vida sumergidos en el mundo cibernético moderno, donde la
espiritualidad se ha alejado del hombre, y por ende, de muchos hogares,
haciendo que cada desafío de la vida se vuelva más insuperable y que los logros
que deseamos alcanzar, sean menos posible. Por eso, cuando una tormenta
repentina golpea nuestras vidas, o cuando nos sentimos abrumados por las
circunstancias que nos rodean, al no conocer y confiar en Dios, nuestra visión queda
bloqueada sin ver la salida, perdiendo el control de las situaciones adversas, y
tratando de resolverlas con estallidos de violencia.
El temor siempre distorsionará
nuestra perspectiva de Dios, pero la fe nos hace fuertes para vencer, y vivir
dentro del caos como si no existiera. Dios tiene poder sobre todo lo que está
por encima y debajo del agua; ve lo que nosotros no podemos ver, y sabe lo que
nosotros no podemos saber ni entender. Por eso se está por realizar y dar a
conocer la gran cosecha final de todos los Hijos de Dios; de todos los fieles
que han tomado la decisión correcta de obedecer al Señor y perseverar hasta el
fin; de guardar sus Mandamientos pese a las presiones sociales, criticas y/o
burlas de los impíos. El tiempo apremia y la venida de Cristo se aproxima.
Mantengamos la calma y pongamos oídos sordos a las palabras necias de los
incrédulos.
Por ahora,
estamos encarcelados en una humanidad indolente, aparentemente libres, pero viviendo
casi en condición de esclavos, donde la conciencia se silencia con dinero; donde
los que sufren no tienen voz, y los desalmados disfrutan del dolor y la miseria
ajena. Muchos buscan en la ciencia respuestas al mal que nos aqueja, y otros lo
achacan a los cambios evolutivos propios de las nuevas generaciones y de los
países desarrollados. Pero olvidan que todo en este mundo es pasajero y que la
Palabra de Dios pese a todo pronóstico de duda se cumplirá. El ser humano no
fue creado para vivir eternamente en la tierra, porque todos somos pecadores, y
porque la paga del pecado es la muerte. El don gratuito de Dios es la vida eterna
en Cristo Jesús, nuestro Señor, y porque el venció la muerte, también nosotros
podemos vencerla si nos rendimos a él. De lo contrario no tendríamos esperanza.
Mientras estemos vivos, si no buscamos el arrepentimiento, nuestras luchas no terminarán,
porque no somos nosotros lo que obramos mal, sino que actuamos movidos por el
pecado que habita en nosotros. Cristo resucitó de los muertos por la gloria del
Padre, para que así también nosotros, si nos arrepentimos de nuestros pecados, fuéramos
perdonados y andemos en nueva vida. Porque así como hemos sido unidos con él en
una muerte semejante a la suya, seremos unidos con él en su vida.
El propósito
fundamental de la venida de Cristo es poner fin al pecado y poner de manifiesto
su justicia. Cuando se despidió de los apóstoles, ascendió al cielo en una
nube, y mientras ellos lo observaban, dos ángeles le explicaron que Cristo
volvería de la misma manera en que lo estaban viendo irse. Esta es la promesa
en que debemos confiar hasta que la veamos hecha realidad dentro de muy corto tiempo.
Volverá como Rey de reyes y Señor de señores para brindarnos paz por toda la
eternidad, y nunca más se separará de nosotros. Su venida será un
acontecimiento de dimensiones inimaginables, porque viene como ladrón en la
noche, sin avisar, pero todo ojo lo verá. Ese día será motivo de alegría para
todos los que han confiado; pero para los que han rechazado la Ley de Dios y se
han negado a aceptar su Gracia, estarán muy angustiados porque conocieron la
verdad, pero no creyeron en ella. Todos los que aceptaron a Jesús como su
salvador resucitarán para vida eterna, y los cuerpos de los fieles que estén
vivos serán transformados. La armonía y el amor volverán a reinar en el
universo creado por Dios.
El Señor ha prometido
que cuando Cristo venga a redimirnos, el problema de la muerte, como castigo
por el pecado, tendrá una solución definitiva. Mientras tanto, no debemos
permitir que los factores negativos que nos rodean, nos debiliten. Procuremos
mirar a Cristo y no nos dejemos vencer por las malas condiciones sociales,
económicas y políticas que se viven hoy día. Procuremos imitar la excelencia
del carácter de Cristo, y mantengámonos a la espera de su segunda venida con un
solo eslogan en el pensamiento: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”!.
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