sábado, 4 de febrero de 2017

ARREPENTIMIENTO GENUINO



Cuando Cristo vino al mundo, el pueblo que estaba en tinieblas vio una gran luz. Y a los postrados en región y sombra de muerte, se les amaneció la luz. Desde entonces comenzó Jesús a predicar:   “Arrepentíos, que el reino de los cielos está cerca”.

Indudablemente estamos viviendo en tiempos proféticos, donde la segunda venida de Cristo, es inminente. Creamos  o no, esta es una realidad que en cualquier momento tendremos que afrontar. Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y solo Él tiene el Poder de transformar nuestro interior si le sometemos nuestra voluntad de forma incondicional. La Ley de Dios nunca cambió, y nunca cambiará. Es la misma desde los tiempos antiguos, y estará vigente hasta que todo sea hecho de nuevo. En su primera visita al mundo Jesús dijo: “No penséis que he venido para abolir la Ley o los Profetas. No he venido a invalidar, sino a cumplir. Os aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra, ni un punto de la Ley perecerá, sin que todo se cumpla”. Es importante resaltar en este punto, que no somos salvados por obras como muchas personas creen, sino por fe. Y sin fe es “imposible” agradar a Dios.

Muchas veces hemos oído a Pastores, Sacerdotes y dirigentes religiosos en general, llamar a sus feligreses al arrepentimiento; pero antes de dar este paso, es básico y elemental creer y entender que Cristo es real, está vivo, vino al mundo una vez y volverá de nuevo a buscar a los que le esperan, porque por fe, han creído y confiado en sus Promesas. Como podemos llegar a esta conclusión sin temor a equivocarnos?, estudiando la Biblia, porque solamente ella es testigo de la Verdad. Somos criaturas libres, pero vivimos encerrados y esclavizados al pecado, por ende, si no vamos a los pies de Cristo, humillados y arrepentidos de nuestras malas obras, jamás seremos liberados de nuestras culpas. Para llegar a ser siervos de Cristo primero tenemos que conocerlo mediante el estudio de su Palabra. De la misma forma que un joven asiste a la universidad para adquirir los conocimientos que lo formarán como profesional en el futuro, todo hombre también tiene que adquirir los conocimientos necesarios para desarrollar una vida espiritual sólida en Cristo, porque: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”.

El mundo está envuelto en una total decadencia moral, económica, política, social y  religiosa, donde los verdaderos valores del ser humano se han esfumado. Jesús durante su ministerio predicó amor, pero estamos viviendo en el tiempo del “Ojo por ojo y diente por diente”. Somos llamados a amar a nuestros enemigos, y bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos aborrecen y orar por los que nos maltratan y persiguen, ya que Dios envía su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos. Es imposible poner esto en práctica sin antes lograr un arrepentimiento genuino, ya que el arrepentimiento produce una vida nueva. Trae consigo un cambio de actitud mental frente a nosotros mismos, a Dios y a la vida. Es muy importante tener en cuenta que somos pecadores por naturaleza, y que la Palabra de Dios es una espada de dos filos. Un filo significa creer y el otro arrepentirse; pero para arrepentirse se necesita primero la convicción de pecado y la disposición de la voluntad para abandonarlo.

No todos los que son convencidos de sus pecados se arrepienten, porque no es lo mismo reconocer nuestros pecados, que  arrepentirnos de los mismos. El arrepentimiento es más que una convicción de pecado; significa darnos cuenta de la culpa y estar dispuestos a buscar el perdón de Dios; aferrarnos de su Gracia para poder recibir al Espíritu Santo, que es el que nos guía a la verdad para poder vivir en paz y amar a nuestro prójimo. No podemos arrepentirnos por el simple ejercicio de la voluntad. Es la benignidad de Dios lo que nos guía al arrepentimiento verdadero. Una vez que Dios se revela en nuestras vidas, comenzamos a captar su bondad, su amor, y a entender el maravilloso plan de salvación que tiene preparado para todos sus hijos. Entonces somos guiados a reconocer nuestra maldad y nuestra impotencia ante el pecado y la muerte. Dios odia al pecado, pero ama al pecador que lo busca con vehemencia para ser perdonado.

El arrepentimiento genuino también implica abrir nuestros corazones a Cristo, serle fiel y seguirle, para poder alcanzar la misericordia divina. Dios nos ama tanto que se dio a sí mismo para que fuéramos perdonados, por lo que el arrepentimiento garantiza el perdón y una vida llena del Espíritu Santo. No es que pasamos a ser seres perfectos, pero nuestra nueva vida comienza a exhibir el fruto del arrepentimiento con la entrega total y absoluta de nuestra voluntad a Dios, con quien comenzamos a desarrollar una relación de fe y amor, aferrándonos a su misericordia, y a su amor perdonador,  sintiendo un deseo vehemente de vivir y morir por nuestro Salvador. Seguimos siendo pecadores, pero ahora vivimos conscientes de que sin Cristo, nada somos, buscando a diario su presencia para confesarle nuestras debilidades, nuestras faltas y aflicciones, pero conviviendo  y confiando en su Santo Espíritu, para que nos ayude, sostenidos de Su Mano, a mantenernos en el camino correcto que nos conducirá a la vida eterna.

Una mirada retrospectiva al universo confirma que hemos evolucionado en el tiempo, pero hemos girado en forma contraria a los planes de Dios, declarándonos en abierta rebelión a su Poder, desviando el Camino y rechazando la Verdad. Actualmente, y principalmente para los ateos, cuando un hermano se identifica como cristiano o trata de hablar de la Palabra de Dios, el mensaje es rechazado; otros son objeto de burlas y críticas, porque son muy pocos los que creen y esperan la segunda venida de Cristo. Muchos viven sin esperanza, y por consiguiente, no se arrepienten. Cristo nos dejó un regalo, una esperanza de vida; una invitación que estará extendida hasta que se termine el tiempo de la “Gracia Redentora”, y Jesús, en su condición de Sumo sacerdote, deje de interceder por nosotros en el juicio final, para descender a la tierra como Rey y Señor del universo. Todos estamos sentenciados a muerte, pues, “la paga del pecado es muerte”, pero la salvación es gratuita porque Cristo ya pagó con su sangre el precio de nuestros pecados. Los seres humanos somos libres para tomar decisiones, para elegir a quien creer y en quien confiar, por ende, somos responsables de nuestros hechos, pero creer, confiar y seguir a Cristo es garantía de salvación.

Todos nos consideramos buenos, sin embargo, en nuestra naturaleza humana está asentada la inclinación al mal. Solamente el arrepentimiento nos hará sentir libres para poder volar a nuestra verdadera patria, ya que la tierra no es nuestro hogar definitivo. La paciencia de Cristo significa salvación. Hoy es día de salvación, porque todavía el Señor sigue pacientemente esperando por tu arrepentimiento; al hacerlo todo cambia, ya que si caminamos con Jesús, siempre tendremos la victoria asegurada. Hay violencia a nuestro alrededor, muertes, envidias, traiciones, intolerancias, egoísmo, hipocresía, etc..etc., pero obedecer la Ley de Dios es fundamental para nuestro bienestar; por el contrario, transgredirla, trae consecuencias catastróficas para la humanidad. Experimentamos el arrepentimiento verdadero cuando recibimos el perdón de Dios, porque el perdón es salud para el alma y el cuerpo, y nos limpia de toda maldad.

Una vez que nos entregamos a Cristo, aprendemos a mirarlo en cada situación de nuestra vida cotidiana, porque ahora vemos con los ojos de la fe. Hablamos de su amor y proclamamos su grandeza, ofreciendo nuestras manos y brazos para servirle con actos de bondad, compasión y solidaridad al prójimo. La vida cristiana es sencillamente hermosa, porque sentimos que caminamos con Dios. Sabemos con certeza que ahora El reina y vive en nuestros corazones. El arrepentimiento genuino trae consigo la adoración al Creador con hechos y palabras. Ya no volveremos a ser igual, porque ahora seremos testigos para el mundo que nos rodea que Cristo está primero y es lo único que realmente importa en nuestras vidas. El hombre ha logrado hacer grandes descubrimientos, pero ninguno ha podido explorar más allá de la muerte y mucho menos evitarla. Todos tendremos eventualmente que bajar al sepulcro, como también lo hizo Cristo. La ciencia, el humanismo, las diferentes denominaciones religiosas  y el ateísmo, no ofrecen ninguna alternativa de salvación. Dios ya hizo todo lo necesario para que podamos escapar de la muerte definitiva. Es solamente desarrollar una simple disciplina que no fallará jamás: creer, tener fe, arrepentirse y esperar que el Espíritu Santo haga el resto.

Sólo Jesucristo tiene el poder para cambiar algo más que el comportamiento y las motivaciones de nuestra conducta. Tiene el poder de cambiarnos el corazón y transformarnos la vida…Amén, Aleluya. Gloria sea a Dios por siempre!. En este mundo todo es transitorio: el amor acaba, los sentimientos mueren, y la vida es una sombra que con el tiempo también se esfuma, dejando solo los recuerdos. “El que cree en Cristo y lo espera, vive en la obediencia y tendrá paciencia si es que tarda. No habrá perdido nada si llega a morir; pero el que no cree, y por consiguiente no se arrepiente, cuando Cristo venga, lo habrá perdido todo, y si muere antes, también habrá perdido su única oportunidad de salvación”…Este es un razonamiento lógico, meditemos en él. Cristo aún espera por ti!

jueves, 1 de septiembre de 2016

EL ULTIMO EXODO



El próximo mes de noviembre se estará celebrando en Estados Unidos la elección de un nuevo gobernante, que abarcará el período 2017-2021…Mientras el mundo vive a la expectativa de quien será el nuevo presidente de Estados Unidos, el tiempo sigue avanzando y muchos dejan pasar la oportunidad que el mismo tiempo nos brinda, invitándonos a ver y analizar la vida de una manera más objetiva. No conocemos el mañana, ni sabemos con seguridad si tendremos un nuevo presidente en Estados Unidos, antes de la llegada de Cristo. La vida solo es un transitar por el mundo y está compuesta por una sucesión de momentos que mientras respiramos, nos dan la oportunidad de tejer individualmente nuestro propio destino.  Dios ha planificado un tiempo específico para su pueblo, un tiempo exacto para la existencia de la raza humana, y ese tiempo se ha cumplido. Por eso es importante “conocer el tiempo”, levantarnos del sueño, a fin de estar listos para reconocer y responder cuando escuchemos la “voz de Dios”.

Durante las campañas presidenciales, los candidatos han tenido como tema de agenda a los inmigrantes. Se ha hablado de desarrollar estrategias para impedir el flujo migratorio de las personas que sueñan con llegar a Estados Unidos y obtener una mejor calidad de vida, ya que es considerado el país de las oportunidades; mientras que paradójicamente, los futuros gobernantes piensan en cerrar las fronteras y poner en ejecución decisiones drásticas que repercutirían en la división y desintegración familiar. Pero estos mismos candidatos olvidan que también son inmigrantes ya que todos somos iguales para Cristo y todos tendremos que dejar este mundo. La tierra no es de nadie, no está y nunca ha estado en venta. Pronto Su Creador la reclamará, y sucederá el mayor y ultimo éxodo de la tierra, donde finalmente los justos serán redimidos por Jesucristo. 

Ningún gobernante es lo suficientemente sabio para vivir consciente de nuestra temporalidad y aprender a utilizar las oportunidades que Dios nos da para poder alinear nuestras vidas a la de Cristo, y ser así merecedores de nuestra morada final. Por ende, no importa quién salga electo en las próximas elecciones presidenciales porque todos tenemos un Supremo Gobernante llamado Dios, que ya decidió  quien estará en el poder cuando Cristo venga por segunda vez. Esto es así, porque como su Palabra lo dice, Dios pondrá en el corazón del hombre ejecutar Su voluntad, para que las Promesas de Cristo sean cumplidas. No se mueve la hoja de un árbol si no es por la voluntad de Dios. Asimismo, nada sucede al hombre por casualidad o por suerte, sino que  todo pertenece al plan Divino de Dios.

Dios quita y pone, justifica y salva; también permite que los gobernantes terrenales lleguen al poder para hacer algo importante y positivo en favor del prójimo, brindándoles además la oportunidad  de buscar su propia salvación. Es un llamamiento a vivir y ejercer el poder con un verdadero propósito de servir, no siendo oportunistas, sino viviendo dignamente con un ideal más grande que ellos mismos, teniendo en cuenta que Dios es eterno, porque como dijo el sabio Salomón, rey de Israel y Judá, en Eclesiastés 9:10-11y 12: Todo  lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con toda tu fuerza; porque en el sepulcro adónde vas, no hay obras ni planes, ni ciencia ni sabiduría. Hay algo más debajo del sol. No siempre la carrera es de los ligeros, ni de los fuertes la guerra, ni de los sabios el pan, ni de los prudentes la riqueza, ni de los elocuentes el favor; sino que el tiempo y la ocasión acontecen a todos. Porque el hombre tampoco conoce su tiempo. Como los peces son presos en la red, y las aves se prenden en el lazo, así son enlazados los hombres, cuando el mal tiempo cae de repente sobre ellos.

Dios demanda obediencia a las normas y preceptos que Él nos dio, y nos exhorta a poner por obra todos los Mandamientos; a ser generosos con los pobres, con los necesitados, enfermos, y a no ser mezquinos, para que podamos recibir las bendiciones por nuestras obras. Esta es la Ley que da vida, pero la humanidad se ha apartado de ella, y más aún los gobernantes que dentro de su avaricia olvidan a Dios. Toda acción provoca una reacción, y como nos dice el Señor en su Palabra: “Enviaré sobre vosotros terror, extenuación y calentura, que consuman vuestros ojos y atormenten vuestra vida. Sembraréis en vano  vuestra semilla, porque vuestros enemigos la comerán”. “Quebrantaré la soberbia de vuestro orgullo, volveré vuestro cielo como hierro y vuestra tierra como bronce. Vuestra fuerza se consumirá en vano, porque vuestra tierra no dará su cosecha, y los arboles de la tierra no darán su fruto”. No está sucediendo todo esto ya?...claro que sí!.

Dios nos asegura el regreso de Cristo, pero el hombre ha olvidado sus promesas dándole la espalda, escondiendo el rostro, cerrando los ojos y tapando los oídos para no ver ni escuchar. Pero el Señor dice: “Yo Soy el Señor, Dios de toda carne. ¿Habrá algo demasiado difícil para mí?. “Clama a mí, y te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no sabe. Cristo vendrá muy pronto, y esto no está sujeto a elección, por lo que no solamente debemos enfocarnos en los acontecimientos que envuelven al mundo, sino también en los acontecimientos que todavía no podemos ver, pero que por fe en la Palabra de Jesús, estamos seguros sucederán. Todo ya ha sido anunciado, la luz del Espíritu Santo ha sido esparcida por todo el universo, por lo tanto debemos vivir el presente como una oportunidad de preparación para la eternidad. Somos salvos por gracia, y obedecer al Señor es una señal de madurez espiritual y expresa nuestra alianza con Cristo al mantenernos fieles a Su pacto. Es hora de renovar el entendimiento y comenzar  a pensar en lo que Dios realmente espera de nosotros, antes que el último éxodo sea una realidad. El deseo de Cristo es atraer a todos hacia sí mismo, para que ninguno se pierda, más tengamos vida eterna. A esta acción tan maravillosa e inigualable se le podría llamar amor eterno.

Jesucristo fue claro y específico en Su Palabra cuando dijo: “lo que es nacido de la carne, carne es;  lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Todos debemos nacer de nuevo por la gracia de Dios, pero de una manera espiritual. La carne seguirá viviendo en nuestro cuerpo mientras estemos en este mundo, pero nuestras acciones y motivaciones serán dirigidas desde el cielo, aprendiendo a depender en todo momento de la voluntad de Cristo. El nuevo nacimiento nos brinda libertad, porque evita que obedezcamos a los deseos malignos de la carne. Esto no sucede por voluntad propia, sino es resultado de la directa intervención de Dios en el corazón humano a través de su Santo Espíritu.

Sin lugar a dudas Cristo vendrá a rescatar a todos los que hemos creído en El, a todos los que ya han sido registrados en el Libro de La Vida. El será nuestro único Gobernante, nuestro Presidente Eterno, nuestro Rey, nuestro Héroe y nuestro Salvador. Él es nuestra Roca, nuestra Fortaleza y nuestro Libertador.  Solo en El debemos confiar pese al panorama incierto que envuelve a la humanidad. Confiemos y esperemos un poquito más. Nuestra redención está más cerca de lo que pensamos. Aleluya!.

sábado, 19 de diciembre de 2015

ENFRENTANDO AL ENEMIGO

“Un anciano dijo a su nieto” “Hijo mío, dentro de cada uno de nosotros hay una batalla entre dos lobos. Uno es malvado. Es la ira, la envidia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego. El otro es benévolo. Es la dicha, la paz, el amor, la esperanza, la humildad, la bondad, la empatía, y la verdad. El niño pensó un poco y preguntó: abuelo, que lobo gana?. El anciano respondió: “El que alimentas”.

Es evidente que el hombre, en su lucha por obtener el poder ha alimentado y servido a ese lobo feroz que esta destruyendo la humanidad. Las naciones se enfrentan unas a otras, poniendo de manifiesto el egoísmo humano, sin tomar en consideración el sufrimiento de los demás. Muchos de los que han alcanzado el poder viven inconscientes de su propia realidad, olvidando que nada es eterno en este mundo, que todo tiene su tiempo y que la tierra no está en venta, porque nadie es dueño del mundo. Estamos en medio de un gran conflicto global, librando una gran batalla; pero esta batalla es espiritual, donde el lobo malvado llamado el “mal” y el Cordero, llamado el ‘bien” definitivamente se enfrentarán a muerte en este siglo, poniendo de escenario a toda la humanidad. Sólo habrá un ganador, Cristo, el Rey del Universo, quien vendrá en muy poco tiempo a impartir su justicia. Todo aquél que haya creído y permanecido fiel en la verdad de Dios, recibirá su recompensa. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna”.

Existe una realidad ineludible para todo ser humano, cuya raíz principal es que tenemos un Sumo Sacerdote llamado Cristo, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, y es ministro del Santuario a través del cual estamos siendo juzgados; de aquel verdadero Santuario que el Señor levantó, y no el hombre, por eso no está sobre la tierra. Cristo hizo un pacto y nos dio una promesa: “la herencia eterna“; pero no hemos permanecidos en él. Cristo ya vino, y murió por nosotros, ahora es el único dueño de todos los bienes terrenales. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga la muerte del testador. Con la muerte, el testamento queda confirmado, y no es válido entre tanto que el testador vive. Porque Cristo vive y Su Padre Dios es el creador de todo lo que existe, todo le pertenece incluyendo nuestras vidas, hasta que el la reclame. Ningún  ser humano  por muchos bienes que posea en esta tierra, se los podrá llevar el día de su muerte, y es imposible que por sí mismo pueda limpiar su conciencia de las obras que llevan a la muerte. Todos los que han rechazado a Cristo, por ahora viven tranquilos, pero les queda una horrenda espera del juicio y del furor del fuego, que ha de devorar a sus adversarios.

La confianza en Cristo tiene grandes recompensas, sin importar los combates de aflicción que nos azoten, porque la perseverancia es necesaria, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa, y porque dentro de muy poquito tiempo (mucho antes del 2020) el que ha de venir vendrá, y no tardará en derramar su ira a todas las naciones. La fe es estar seguro de lo que esperamos, y ciertos de lo que no vemos. Pero la fe también involucra obediencia y acción. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, y por ella fue declarado justo, cuando Dios aprobó su ofrenda. Y aunque esta muerto, aun habla por medio de su fe. Por la fe Enóc fue trasladado sin ver la muerte, y no fue hallado, porque Dios lo trasladó. Y antes de ser trasladado, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Por fe Noe, advertido por Dios de cosas que aun no se veían, con santa reverencia construyó el arca para salvar a su familia. Por su fe condenó al mundo, y llegó a ser heredero de la justicia. Por la fe Abrahán, cuando fue llamado por Dios, obedeció para salir al lugar que había de recibir en herencia. Y salió sin saber a donde iba, porque esperaba la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Nadie puede comprobar que efectivamente Cristo vino a este mundo y que volverá de nuevo; esto lo debemos aceptar por fe, tomando con seriedad Su Palabra. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque el que se acerca a Dios necesita creer que existe, y que recompensa a quien lo busca. Por eso, seamos solidarios y hospitalarios con nuestros semejantes; practiquemos la empatía y compartamos el sufrimiento de los demás. Acordémonos de los presos y de los maltratados. Saquemos fuerzas de las debilidades y seamos valientes en esta batalla. Unámonos en oración, no para que Dios derrame paz sobre este mundo, porque cuando digan “paz”, vendrá muerte y destrucción repentina; sino para que acelere su venida y así acabar con las tentaciones, porque el lobo malvado e invisible que muchos han estado alimentando, tiene los colmillos muy afilados y puede atrapar aun a los elegidos. Soportemos las pruebas finales como disciplina, porque Dios nos disciplina para nuestro bien, para que podamos participar de su santidad. Es verdad que al presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después veremos los frutos cuando Cristo ejerza su justicia. Obedezcamos la voz celestial, porque ya una vez Cristo fue desechado cuando habló desde la tierra. Ahora, para bien o para mal, nadie escapará de su segunda y última visita a este mundo, porque todos lo veremos y oiremos su voz.

Estamos siendo azotados fuertemente por el enemigo invisible que esta gobernando al mundo; por un lobo feroz disfrazado de ángel de luz. Cristo nos continúa hablando para que enmendemos el camino. Ya una vez con su voz sacudió la tierra. Pero ahora prometió: “Aun una vez y sacudiré no solo la tierra, sino aun el cielo”. Y esta frase,“aun una vez”, indica la remoción de las cosas movibles, las cosas creadas, para que queden las inconmovible. Así, siendo que recibiremos un reino inconmovible, estemos agradecidos y confiados esperando a Cristo con piedad y reverencia. Esta temporada navideña es una de las más sangrientas que yo recuerde haber vivido en los últimos tiempos, pero no olvidemos el verdadero significado de la navidad, que es celebrar en unión familiar, en armonía, usando nuestras manos para brindar ayuda y llevar bendición a los más necesitados, porque en parte, esto es llevar una vida cristiana. No pensemos solamente en el mito de que la navidad es para celebrar el nacimiento de Cristo. Todos los que hemos estudiado la Biblia sabemos que Cristo no nació en navidad, pero es la época perfecta para mostrar un poco de compasión al prójimo y compartir las bendiciones que hemos recibido. Mantengámonos fieles y leales al Señor, libres del amor excesivo al dinero, contentos con lo que tenemos, porque El dijo: “Nunca te dejaré ni te desampararé”. De manera que podamos decir confiados: “El Señor es mi ayudador. No temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Porque todo lo que existe es por El.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No nos dejemos llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es beneficioso para todos afirmar nuestro corazón en su Gracia. No en comidas y acumulación de bienes que nunca aprovecharán a los que solo viven para eso. No tenemos un mundo permanente, por lo tanto debemos buscar lo que esta por venir. Así, por medio de Jesús, ofrezcamos siempre a Dios alabanzas, confesando su Nombre. Estemos aptos para toda buena obra, y seamos ejemplo para los que no creen en  nuestro Creador. Disfrutemos de forma pasiva de las tradicionales fiestas navideñas, sin olvidarnos de hacer el bien y de ayudarnos mutuamente como verdaderos hermanos en Cristo, porque esto agrada mucho a Dios. No es malo tener dinero, pero antes de invertir en lujos innecesarios pensemos que hay miles de personas muy necesitadas de ayuda, y que todas las cosas que el dinero ofrece son temporales y perecederas. Sin embargo, todo lo que Dios nos ofrece es para la eternidad. Podemos comprar una buena cama, descansar en ella, pero no tener paz espiritual. Comprar una casa, pero no tener una familia y formar un verdadero hogar. Con dinero podemos comprar medicinas, pero no salud. Podemos ir a la iglesia y ser generosos con las ofrendas, pero no por eso ganamos el cielo, ni podemos comprar la vida eterna. La fe sin obras, es una fe muerta. 

Tenemos un Salvador que murió por nosotros, y aun sigue luchando para darnos un mundo mejor. Recordemos que esta lucha es a muerte. “El hombre fiel resiste, el indeciso renuncia, el cobarde traiciona, pero el héroe combate aunque muera en la batalla y con su muerte deja un legado, ser fiel y leal”. Este es el legado que Cristo nos dejó, y nuestro eslogan debe ser: “fieles y leales a Dios hasta el día de la muerte”. Amén… Feliz Navidad!.


miércoles, 14 de octubre de 2015

QUIEN ES DIOS?

Si pudiéramos con esta pregunta hacer una encuesta a nivel mundial, con toda seguridad obtendríamos sorprendentes resultados, porque el concepto que tenemos de Dios (creyentes o no) varía de persona a persona; depende en gran manera de nuestra crianza, de nuestros hábitos y costumbres, pero sobre todo de la vida que voluntariamente hemos escogido llevar, y por consiguiente, de los actos que desarrollamos. Las obras del hombre siempre pondrán de manifiesto la imagen y el concepto que cada uno tiene de Dios. Sencillamente Dios no se puede describir con palabras, pero nuestro comportamiento revela si hemos logrado descubrir a lo largo de nuestras vidas quién es Dios, y si hemos desarrollado una relación con él. Podemos rehusar creer o no creer en Dios, pero lo que es una realidad que nadie puede negar, es la maravillosa creación del mundo, hecha por voluntad divina, porque Dios “es“: Amor, Paz, Verdad, Fuerza, Poder, Luz, Justicia y Esperanza. Cuando creamos que Dios es todas estas cosas, entonces tendremos el alimento espiritual que nos permitirá vivir en abundancia. Si a tu vida le falta uno de estos elementos, entonces es evidente que no sabes quién es Dios.

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desierta y vacía, las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Entonces dijo Dios “Haya luz”. Y hubo luz. Y llamó Dios a la luz “día”, y a las tinieblas llamó “noche”. Así fue la tarde y la mañana, el primer día. Después dijo Dios: “Haya un espacio entre las aguas, que separe un agua de la otra”. Y Dios hizo el espacio que separó el agua que quedó encima del espacio, de la que quedó debajo de él. Y así sucedió. Y llamó Dios al espacio “cielo”. Y fue la tarde y la mañana del segundo día. Y Dios dijo: “Júntense las aguas que están debajo del cielo en un lugar, y aparezca el suelo seco”. Y así sucedió. Y llamó Dios a la parte seca “tierra”, y a la reunión de las aguas llamó “mar”. Y vio Dios que era bueno. Así quedaron acabados los cielos y la tierra, y su gran contenido. Y acabó Dios en el sexto día la obra que hizo, y reposó en el séptimo día de cuanto había hecho. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de cuanto había hecho en la creación. Este es el único origen de los cielos y la tierra, como solo uno, Dios, es su creador.

Partiendo desde aquí, podemos concluir que Dios es real. El vive, actúa y esta presente en todos nuestros actos independientemente si creemos en él o no. Esta es una realidad latente que no podemos omitir. La vida tiene sentido, y todos nacemos con un propósito; por lo tanto, los designios de Dios siempre prevalecerán sobre todos los hombres. Las actitudes negativas, la arrogancia, la autosuficiencia, la visión que tenemos del futuro, y muchas veces nuestras creencias equivocadas hacen  que andemos en la vanidad de la mente, con el pensamiento entenebrecido, separados de la vida de Dios, provocando que el corazón se endurezca con nuestra ignorancia. Según el tiempo va pasando, nuestro ego nos convence de que todo lo que logramos viene por nuestro propio esfuerzo. Por ende, basamos nuestras decisiones y acciones guiados por nuestro pensamiento, perdiendo toda sensibilidad y muchas veces entregándonos a la desvergüenza para cometer toda clase de impurezas.

La vida nos brinda un sin numero de realidades y oportunidades que nos permiten experimentar con Dios y conocerlo. Cristo es el   buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Jesús es el Hijo de Dios y dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco, y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán, ni nadie las arrebatará de mi mano. “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos. Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. “Yo y el Padre somos uno”. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también somos llamados a una misma esperanza. Solo existe un Señor, una fe, y un bautismo. Un Dios y Padre de todos, que esta sobre todos, por todos y en todos. Sin embargo a cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia conforme a la medida del don de Cristo, pero dependiendo de nuestras obras. Es imposible que el hombre finito pueda comprender bien, con todos los detalles, la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, y conocer ese amor que supera a todo conocimiento, para que seamos llenados de toda la plenitud de Dios. Aquél que es poderoso para hacer infinitamente más que todo cuanto pedimos o entendemos, por el poder que opera en nosotros mediante el desarrollo de la fe.

El que descendió del cielo es el mismo que también subió sobre todos los cielos para llenar todo el universo. El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros evangelistas; y a otros pastores y maestros, a  fin de perfeccionarnos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un estado perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por cualquier viento de doctrina, por estratagemas de hombres, que para engañar emplean con astucia los artificios del error; sino que conociendo la verdad, crezcamos en Cristo. Conforme al propósito eterno de Dios, solo a través de Cristo, en él, y mediante la fe en él, podemos acercarnos a Dios con libertad y confianza.

Dios actúa sobre todo principado, autoridad, poder y señorío, y sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Ese poder Dios lo ejerció con Cristo, cuando lo resucitó de los muertos, y lo sentó a su diestra en los cielos. Y Dios sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo constituyó cabeza suprema de la iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que llena todas las cosas en todos nosotros. Cristo es un misterio revelado desde las generaciones pasadas. Ese misterio consiste en que debemos trabajar para ser coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa de Cristo, por medio del evangelio. Dios no solamente es, también “hace”, porque transforma, cambia nuestro carácter, perdona, restaura, renueva, sana, purifica, justifica y salva, pone y quita. No podemos dejarnos intimidar por los que no conocen a Dios, sino mantenernos firmes y leales a Cristo. Todos los que no lo conocen y se oponen a él están dando indicios de perdición, pero para los creyentes, seguir a Cristo es indicio de salvación, y todo esto viene de Dios.

El Poder de la Palabra de Dios es infinito: hace descender del cielo la lluvia y la nieve, y no vuelven allá, sino que riegan toda la tierra, y la hacen germinar y producir, y da semilla para sembrar y para comer.  Nosotros somos invitados a volver a Dios, porque él hizo la tierra y creó al hombre sobre ella. Si creemos, seremos salvados por el Señor con salvación eterna. El que creó los cielos es Dios. El que formó la tierra y la fundó, no la creó para que estuviera vacía; sino para que fuese habitada por nosotros por un tiempo determinado. El Señor es nuestro redentor y formador desde nuestro seno. El frustra las señales de los adivinos, trastorna a los sabios desvaneciendo su sabiduría, por eso nos dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque Yo Soy Dios, y no existe ningún otro. Por mí mismo he jurado, de mi boca salió la justa promesa, y no será revocada: “Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua”.

Dios es el único dueño del futuro y los que esperamos en él, no seremos defraudados. Su justicia se acerca velozmente, y nuestra salvación esta en camino, por lo que debemos poner nuestras esperanzas en sus brazos. Alzar al cielo nuestros ojos, porque el cielo se desvanecerá como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir. De la misma manera pereceremos todos sus habitantes. Pero la salvación de los que creemos en Dios será para siempre y su justicia no será abolida. Despertemos y vistámonos de fortaleza, porque en breve tiempo Cristo vendrá de nuevo. Recordemos que en siglos pasados Dios abatió a Egipto, secó el mar; el agua del gran abismo y lo transformó en camino para que pasasen los oprimidos. No te olvides del Señor, porque de continuo, todos los días, su Nombre es blasfemado. El es nuestro hacedor, consolador y salvador, por lo que no debemos temer al hombre mortal que solo es hierba. El Señor desnudará su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los términos de la tierra verán la salvación de nuestro Dios.  Los impíos, por no saber quién es Dios, quedarán asombrados; pero verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído. Finalmente se convencerán que el Hijo de Dios llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Vino a morir para salvarnos. Fue herido por  nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos sanados. Todos nos hemos descarriados como ovejas desviando el camino. Pero el Señor sigue siendo Dios y Rey, Soberano de toda la tierra. El Señor Todopoderoso es su Nombre. Conócelo!.

martes, 9 de junio de 2015

ESPERANZA EN LA PROMESA

“Toda carne es como la hierba, toda la gloria del hombre como la flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae. Pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Esta es la Palabra que nos ha sido anunciada”. Jesús es la esperanza. Es la Piedra viva para una vida santa y para una herencia que nunca puede perecer, ni contaminarse, ni marchitarse, reservada en el cielo para nosotros. La esperanza en Cristo es lo único que tenemos y debe ser más fuerte que el miedo. Gracias a la fe, somos guardados por el poder de Dios, para alcanzar la salvación que será revelada en el último tiempo. Por eso debemos rebosar de alegría y vivir con esperanza, aunque ahora, por un poco de tiempo, seamos afligidos por diversas pruebas. Esto es necesario para que cuando Jesucristo se manifieste, nuestra fe sea hallada en alabanza, gloria y honra. A quien sin haberlo visto, lo amamos; y sin verlo por ahora, creemos en él. Alegrémonos con gozo glorioso e inefable, porque el fin de la fe, es nuestra salvación. Y el fin de la esperanza es ver cumplida la Promesa de Cristo.

En algún lugar entre el tiempo y el espacio vive la esperanza. Esta es alimentada con la Promesa de Jesucristo para los que tienen fe y creen en su segunda venida. Esperanza significa anticiparse a un futuro determinado; creer y esperar lo que aún no tenemos en el presente, y esto es esencial para la vida, porque nos brinda un estado de ánimo optimista basados en la expectativa de obtener resultados positivos con nuestras metas. La esperanza forma parte de la existencia humana. Es su motor, porque por ella nos movemos. Y cuando se apaga en el corazón, se termina la vida. Los seres humanos no podemos vivir mirando solamente el presente, como tampoco podemos vivir siempre en el pasado. En la mirada hacia el futuro reside la esperanza, porque como su palabra lo indica, esperanza significa “espera”. Visualizar y ubicarnos en el futuro, porque la vida se alimenta de lo que esperamos, por eso siempre se ha dicho que mientras estamos vivos, hay esperanza, y esto es lo último que se pierde. El presente sin futuro, es como vivir sin sentido, vacíos, sin planes ni objetivos. Simplemente es sentir que estamos vivos porque respiramos. Pero mientras caminamos por la vida, todo hombre debe tener la mirada puesta en el futuro mediato e inmediato, porque la esperanza nos sirve para transitar y llegar al fin de la existencia por caminos agradables y seguros.

El pensamiento y la voluntad juegan un papel determinante en la esperanza, ya que son facultades esenciales que Dios colocó en nuestro cerebro para el desarrollo del ser humano. Por ende, concretamos en nuestra vida lo que tenemos en la mente y el corazón, para luego ser forjados con nuestra voluntad. El futuro es incierto para todo ser humano, porque nadie lo conoce. Podemos hacer planes a largo plazo y soñar verlos hecho realidad; pero la decisión definitiva, la última palabra, siempre  la tiene el Señor. Nuestro destino depende de nuestras ideas y de la capacidad para tomar decisiones. Pero si nuestros planes y deseos no los ponemos en las manos de Dios, muchas veces fracasan y luego nos sentimos frustrados, porque no aceptamos su voluntad, ya que siempre pensamos que las cosas van a realizarse de acuerdo a lo que queremos. Aunque lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte, todo ser humano se aferra a la vida. Nadie quiere morir, y aunque la adversidad nos deja con frecuencia un sabor amargo en la boca, siempre Dios nos brinda momentos de paz, consuelo, y la oportunidad de reír a través de sus manifestaciones de vida, cuando la luz de la esperanza vuelve a brillar en el horizonte.

La esperanza proviene del cielo y debemos asirnos de ella porque fue puesta delante de nosotros por medio de Jesucristo. Está fundamentada en el corazón del creyente, basadas en las Promesas de vida eterna. Tan grande es su poder, que nos permite amar y esperar a un Dios que nunca hemos visto, pero que sin embargo conocemos. El solo hecho de creer en Él y confiar en sus Promesas, nos produce consuelo y paz. Esto es una gran bendición para todos los que esperamos la segunda venida de Cristo, porque nos estimula produciendo un cambio sustancial y positivo en nuestra actitud. Crea en cada creyente un sentimiento de alivio, de fortaleza y ánimo que pone de manifiesto nuestra fe en tiempos de pruebas. Nos ayuda a tener paciencia en los momentos adversos de la vida y en situaciones difíciles. La paciencia es necesaria hasta que veamos a Cristo llegar. Así como el labrador espera recoger el precioso fruto de la tierra, aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, de igual forma, nosotros debemos tener paciencia, y afirmar nuestro corazón en la fe, porque la venida del Señor se acerca. La esperanza también nos ayuda a superar cualquier dolor, aunque sea producido por la misma muerte. Cuando confiamos en Dios, Él sana nuestras heridas, modifica nuestro comportamiento, encauza nuestras decisiones en pos de la eternidad, subyuga nuestros temperamentos, y enternece el corazón para superar los obstáculos con valentía. Si nos sujetamos de las manos de Cristo nos ayuda a enfrentar los conflictos, crisis y aflicciones que envuelven a la humanidad. Siempre, después de cada amanecer, hay una esperanza que nos permite seguir adelante. Todos somos herederos de la Promesa y solo debemos aferrarnos a ella, confiar y esperar.

Toda esperanza debe ser edificada en la Promesa de Cristo que dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. “Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Esta es una promesa inmutable en la cual es imposible que Dios mienta. El Señor nunca nos defraudará, y si Cristo prometió que volvería a buscarnos, podemos tener la seguridad de que lo hará, por lo que no debemos distorsionar el propósito de nuestra existencia, ni contaminar nuestro carácter, sino darle prioridad a nuestra relación con Cristo, confiando en su Fuerza y Poder, porque un día no muy lejano se pondrán de manifiesto en toda la tierra, y veremos llegar al hombre mas deseado de todos los tiempos. El universo avanza de forma vertiginosa, pero muchos no perciben el tiempo, olvidando que la chispa divina que dio inicio a todo lo que existe, fue creado por la voz de Dios. Hoy contamos con tecnologías muy avanzadas, y cada día surgen nuevos inventos que nos hacen pensar que hemos logrado llegar al punto final para el perfecto entendimiento de cómo funcionan las leyes que gobiernan el universo, y tener el control del mismo. Pero no existe nada más lejos de la verdad, porque la sabiduría de Dios es infinita. Ni la ciencia, ni la tecnología pueden evitar que se cumplan las Promesas de Cristo, y mucho menos el hombre podrá a pesar de los avances científicos, manipular la creación de Dios, ni evitar que Cristo venga. Su venida es tan segura e igual a cuando una mujer esta embarazada. Es inevitable que el niño nazca cuando llegan los dolores de parto.

Ahora te pregunto: Si supieras con seguridad que el mundo llega a su fin mañana, qué harías? . De acuerdo a los científicos, esto no sucederá, porque el universo está en expansión y seguirá evolucionando como hasta ahora por toda la eternidad. Pero es muy interesante saber que a pesar de todas las investigaciones realizadas por la ciencia y de los datos recopilados a través de la historia del mundo, los hombres yerran en sus interpretaciones y razonamientos. Se les escapa un detalle muy importante y es la existencia de Dios. Se les olvida que además de ser nuestro Creador, también es nuestro Sustentador y Salvador, y que todo ocurre por su divina voluntad. Todos los que creen en Jesucristo no esperan en vano, porque la Promesa fue dada hace miles de años, y vino de Dios, del que es Fiel y Verdadero. Por lo tanto, así como la Promesa no es fallida, tampoco lo es la esperanza, ya que Cristo volverá por la recompensa de su sacrificio. Siento mucha lástima por aquellas personas que  escucho hacer planes a largo plazo, sin tomar en cuenta a Dios. Es inaudito como los científicos proyectan sus ideas e investigaciones para verlas finalizadas en fechas tan lejanas como el 2030-40. Todas las cosas son sustentadas con el Poder de la Palabra de Dios, y lo que ha de suceder sucederá de acuerdo a Las Sagradas Escrituras, e indudablemente el tiempo del fin esta muy cerca. Cuando en los días de Noé, la paciencia de Dios esperaba, mientras se construía el arca. En ella, pocos, solo ocho personas, fueron salvadas del diluvio, porque los demás no creyeron. Como en aquellos tiempos, el hombre de hoy tampoco cree. La humanidad ha olvidado que Cristo subió al cielo, y está a la diestra de Dios. A él están sujetos ángeles, autoridades y potestades, esperando la hora que ya fue fijada.

La esperanza se traduce en paciencia y fe. Significa el ancla del alma, ya que Cristo nos da fuerza y coraje para enfrentar con valor las circunstancias mas tenebrosas de la vida. Nos permite navegar en las corrientes del mundo sin naufragar. Cabe señalar que las personas que viven sin metas, ni objetivos, y sin ninguna esperanza en la vida, son muy vulnerables a sufrir de enfermedades emocionales y mentales, tales como: depresión, estrés, ataques de pánico, ansiedad, bipolaridad, delirios de persecución, episodios de locura, desequilibrio emocional, etc., y otras enfermedades físicas, por lo que poseen una calidad de vida muy baja. Por el contrario, las personas que tienen asentada su esperanza en Dios, tienen una calidad de vida alta. Disfrutan en su mayoría de buena salud tanto física como mental, porque la esperanza los ayuda a controlar sus emociones y superar los males humanos con firmeza e integridad. El aliento de la esperanza nos permite respirar confiados e internarnos  a tomar riesgos en las tormentas y adversidades de la vida, pero aguardando con fe en lo porvenir. Este aliento representa una fuerza que habita dentro de nosotros mismos, haciéndonos sentir más saludables. La esperanza en las Promesas de Cristo es un  don que proviene de Dios y supera las más altas expectativas del hombre. Nos permite vivir con la certeza de un mejor mañana, iluminando el futuro, y posibilitándonos para atravesar cualquier crisis y salir victoriosos.

Estamos frente a un mundo que vive en crisis; en constantes amenazas de enfermedades, guerras, terrorismo, crisis social, económica, problemas ambientales, desastres naturales, y otros muchos males que afectan a la humanidad. Pero toda crisis es una oportunidad para aferrarnos con fuerza a las Promesas de Cristo, porque la esperanza en Él, nos lleva a mirar los acontecimientos personales, naturales, sociales y humanos desde una perspectiva más alentadora. Nos consuela saber que tenemos un Dios vivo que como lo ha prometido, a su tiempo, vendrá por nosotros. Tenemos que desarrollar la capacidad para entender que todo en este mundo tiene su tiempo, y por ende, todo es transitorio. Tenemos un tiempo para nacer, y un tiempo para morir. Tiempo para llorar y tiempo para reír. Todo lo que existe entre el espacio que divide el cielo y la tierra tiene su tiempo. Nadie puede por sabio que sea, agregarle un segundo más de tiempo a la vida. Es muy lamentable ver como algunas personas desperdician el tiempo. No viven sus sueños porque están viviendo sus miedos, impedidos para tomar la iniciativa de cambiar su actitud ante la vida. Pero la esperanza en Dios quita todo temor y nos permite vivir en paz, por lo que debemos evaluarnos a nosotros mismos, rectificar nuestros errores y cambiar nuestros malos hábitos y costumbres.

Jesús antes de partir nos dejó el don de la paz y nos dio una esperanza: “La paz os dejo. Mi paz os doy. No os la doy como el mundo da. No se turbe vuestro corazón, ni tengan miedo”. Me voy, pero volveré a vosotros. Si me amaseis, os alegraríais de que me vaya al  Padre, porque el Padre es mayor que yo. “Ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda creáis. “Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo; pero no tiene nada en mi.” Yo pregunto: sabemos realmente quién es el príncipe de este mundo?. Cristo dice en su Palabra que el príncipe de este mundo no tiene nada en El, y si no tiene nada en El, es obvio que se refiere a Satanás, quien actualmente tiene dominio sobre toda vida que no ha sido consagrada a Cristo. Juan, versículo 14, nos recuerda que Cristo vendrá otra vez, y nos dejó la siguiente promesa: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si así no fuera, os lo hubiera dicho. Voy pues, a preparar lugar para vosotros”.  Nuestro verdadero hogar no está en la tierra; tenemos que entender que estamos de paso en este mundo, por lo que debemos trabajar en la obra de Cristo para recibir nuestra herencia.

Crees en Jesucristo?. Si crees en Él, debes vivir con esperanza, para que tu voluntad se fortalezca. Lo único que se necesita es creer y confiar en que por medio del maravilloso poder de Dios que sobrepasa todo entendimiento y todos los limites, seremos transformados. Como nos dice Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Aunque rodeados de una aparente paz y seguridad, estamos viviendo dentro de una sociedad que va en decadencia por negarle el primer lugar a Dios. Los hombres actúan guiados por el egoísmo, el desamor, las riquezas y sed de poder a cualquier precio. Todo esto causa infelicidad y destrucción a los seres humanos. Pero Jesús dijo: “No temas, cree solamente”. y la paz de Dios guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos, porque Dios desea devolvernos todo lo que perdimos en el Edén causado por el pecado de nuestros primeros padres, para que habitemos por siempre en el Paraíso celestial. Esta es la gran esperanza en la Promesa de Dios, con la que todos debemos vivir. El Espíritu Santo crecerá en tu corazón y eliminará tu antigua forma de pensar y de ser, poniendo dentro de ti nuevos deseos. Brillará la luz de la esperanza en tu vida, y tendrás una nueva visión del futuro. No esperes, actúa y pide HOY el derramamiento de la Gracia de Dios en tu corazón. Para mañana será tarde!. Amén.

jueves, 30 de abril de 2015

AMOR Y DISCIPLINA



Hay una frase muy popular que dice: “Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza”.Pero la realidad es, que el amor, la atención, supervisión y disciplina que les brindamos a nuestros hijos desde que nacen, hacen la diferencia, porque los ayudan a crecer y desarrollarse con un determinado código de conducta, que les servirá como base para llevar durante sus vidas un comportamiento virtuoso en todas sus motivaciones, mostrando respeto, integridad, solidaridad y responsabilidad en el cumplimiento de sus deberes, al igual que con sus relaciones interpersonales. Si se pudiese inducir a los padres a rastrear los resultados de sus acciones, y pudiesen ver cómo su ejemplo y enseñanza  perpetúan y acrecientan el poder del pecado o el poder de la justicia y el amor, durante el crecimiento de sus hijos, buscarían ciertamente hacer un cambio radical en la educación de sus niños. Muchos quebrantarían el hechizo de la tradición y las costumbres propias de los hogares que hoy son llamados disfuncionales, porque los niños llegan al mundo sin ser deseados, y  crecen sin amor, formandose sin ninguna disciplina. Por ende, lo que aprenden de sus padres es lo único que tienen para dar en el futuro.

Una buena base religiosa en el hogar es indispensable para formar hijos de bien. Desde que el niño comienza a tener uso de razón, se le debe mostrar que la obediencia a la Palabra de Dios es la única tabla de salvación, que nos permitirá navegar contra los males que arrastran al mundo a la destrucción, y que posteriormente, si llegamos a ser adultos, formaremos  parte de él, corriendo el riesgo de que naufrague la fe si no estamos sólidamente edificados en Cristo. Los padres dan a sus hijos  un ejemplo de obediencia a Dios o de transgresión a su Ley. Por consiguiente, con su ejemplo y enseñanza, se decidirá en la mayoría de los casos el destino eterno de sus familias. Ya en la vida futura, los hijos serán lo que sus padres lo hayan hecho. Observemos que en nuestros tiempos, la gran mayoría de los jóvenes están descarriados moral y espiritualmente. ¿Por qué?, porque la buena educación comienza en el hogar, pero debe estar fundamentada en los principios de la Ley de Dios; enseñada y practicada  en el núcleo familiar desde que los niños están muy pequeños.

El proceso educativo de nuestros hijos no puede quedar librado a la suerte o la expectativa de si saldrá bueno o malo. Tampoco la buena enseñanza solamente puede depender de maestros excepcionales o de la fortuna que algunos tienen para cubrir los gastos escolares. El método más eficaz para educar a un niño consiste en amar a nuestros hijos como amamos a Dios, pero sobre todo disciplinarlos  con la autoridad que tenemos como padres, para poder dirigirlos e instruirlos por el camino estrecho que conduce a la vida. La verdadera supervisión consiste  en vigilar sus actividades desde muy pequeños, darles confianza, mantener una buena comunicación, involucrarnos en sus vidas, ser su mejor amigo,  y brindarles apoyo en todas sus necesidades para que puedan realizar sus metas de forma satisfactorias. No podemos esperar que el niño crezca para que entonces comience a descubrir la verdad de su existencia, para luego elegir en qué y en quien creer o confiar. Debemos mostrarles con nuestro ejemplo que no dependemos de nosotros mismos, sino de una fuerza sobrenatural que nos gobierna llamada Dios, a quien todos debemos servir con fidelidad, amor y devoción.

Ser padres no es solamente traer hijos al mundo; implica asumir una responsabilidad de por vida, porque con cada niño que nace, se van formando las nuevas generaciones. Nuestro Padre celestial dice en su Palabra: “Yo disciplino a todos los que amo”. Así mismo, los padres terrenales tenemos que disciplinar a nuestros hijos, y demostrarles nuestro amor. Enseñarlos a caminar por el sendero del bien, guiando sus pasos. Ayudarlos a crecer fuertes, y si caen, estar prestos a extenderles nuestro brazo para que puedan levantarse. Enseñarlos a asumir sus errores con responsabilidad. Que la experiencias negativas les sirvan de ejemplo para que aprendan a  reconocer la diferencia que existe entre el modo de cómo son realmente las cosas en la vida; que no todo lo que vemos tenemos que copiarlo, porque hay consecuencias cuando actuamos imitando a los demás, influenciados por el medio ambiente, y el resultado que se obtiene cuando tratamos de hacer las cosas correctamente, como nos enseña Dios en su Palabra.

Debemos tener una visión clara y objetiva de lo que nos rodea para poder dirigir a nuestros hijos en este mundo lleno de trampas y engaños, porque nuestra mayor gloria no radica en que no tendremos caídas, sino en levantarnos cada vez que nos caemos. La religión en el hogar es nuestra gran esperanza y hace halagüeña la perspectiva de que la familia crezca unida, y fortalecida en la verdad de Dios. Por ende, todo aquel que se considere buen padre, y que en verdad siente amor por sus hijos,  debe inculcar en la conciencia de sus descendientes, los solemnes deberes que tenemos con nuestro creador. Para obtener buenos resultados se necesitará devoción sincera, ferviente y cordial, y es esencial que haya en los padres piedad ardiente y activa, como la que nuestro Padre Dios muestra con nosotros. El Espíritu de Dios nos da poder, si queremos tenerlo, como también se derramará gracia para nosotros si queremos apreciarla. Para sernos dada, El Espíritu Santo aguarda tan solo que lo pidamos con un ardor de propósito proporcional al valor del objetivo que perseguimos. En este caso, criar hijos para que puedan habitar en el reino de Dios.

En la vida nada está garantizado, pero si obramos conscientes de lo que hacemos con nuestros hijos, y aprendemos a educarlos en la Palabra de Dios, podemos descansar seguros y satisfechos del deber cumplido como padres y guías del hogar. La parábola de la oveja extraviada debiera ser atesorada como lema en toda familia. El divino Pastor deja las noventa y nueve, y sale al desierto a buscar la perdida. Hay matorrales, pantanos, y grietas peligrosas en las rocas, y el Pastor sabe que si la oveja está en alguno de estos lugares, una mano amistosa debe ayudarle a salir. El buen pastor, que representa a Cristo, hará frente a cualquier dificultad para salvar a su oveja perdida. Cuando la descubre en falta, no la abruma con reproches. Se alegra de encontrarla viva. Y con manos firme, aunque suavizadas por el amor, aparta las espinas, o las saca del barro; la alza tiernamente sobre sus hombros, y la lleva de vuelta al rebaño. Dios nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Aunque en el presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después dará fruto apacible de justicia a los que en ella son ejercitados.

Consideremos cada uno de nosotros que nuestra persona ha sido llevada sobre los hombros de Cristo, y no alberguemos un espíritu dominador de críticas y justicias propias sobre los demás, porque ni una sola oveja habría entrado al redil si el Pastor no hubiese emprendido la penosa búsqueda en el desierto. El hecho de que una oveja se había perdido bastó para despertar la preocupación  del Pastor, y tratar de hacerle emprender su búsqueda. Además de amar, dirigir y disciplinar a nuestros hijos, también es nuestro deber protegerlos. Este mundo diminuto y transitorio fue escena de la encarnación y el sufrimiento del Hijo de Dios, como ejemplo del más grande amor de todos los tiempos. Sufrió por amor a la humanidad, por sus hermanos, y porque confiaba en el amor del Padre. Cristo no fue enviado a los mundos que no habían caído, sino vino a este mundo, todo mancillado y quemado por la maldición del pecado. La perspectiva no era favorable, sino muy desalentadora. Pero confió en las Promesas que a pesar de que conocería la muerte, resucitaría para tener vida por toda la eternidad al igual que nosotros.

Debemos tener presente el gran gozo manifestado por la oveja que estaba perdida y regresa pidiendo perdón a su padre (Parábola del hijo pródigo). Cuando algo semejante sucede en la tierra, también por todo el cielo repercute el gozo, y es un privilegio participar de él, y en especial si es un hijo que se aleja y regresa arrepentido. Seamos colaboradores de Cristo para que podamos soportar  los sacrificios, padecimientos y pruebas que tenemos en este mundo, porque el Señor, reprende al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo. Soportemos las pruebas como disciplina y extendámosla hacia nuestros hijos. Dios nos trata como hijos; y si nos dejara sin disciplina, de la cual todos participamos, seríamos bastardos y no sus hijos. Todavía tenemos oportunidad de hacer bien a las almas de los jóvenes y de los que yerran. Si vemos alguno cuya palabra o actitud demuestran que están separados de Dios, no lo culpemos, quizás no tuvieron una buena dirección de sus padres, o no encontraron una mano amiga que los ayudara, o quizás crecieron solos, en las calles, sin pan ni abrigo, en un mundo lleno de lobos feroces. No es obra nuestra condenarles, sino acercarnos para tenderles una mano. Si queremos mejorar el mundo, debemos interesarnos genuinamente en los niños y jóvenes, mostrándoles compasión y empatía, brindándoles la oportunidad de enderezar el camino.

Para obrar como Cristo obró, debemos crucificar el yo. Es una muerte dolorosa, pero es vida para el alma. No hay demostración más grande de amor que Aquel que dio  su vida por nosotros. Si queremos imitarlo, tenemos literalmente que enterrar el yo, el cual representa nuestro ego. Cristo nos amó con amor eterno, por tanto, nos soporta con misericordia. Debemos involucrarnos más en la  educación de nuestros hijos. Nuestra obra es reformatoria, y es propósito de Dios que mediante la excelencia del trabajo hecho en nuestros hogares, sirva de ejemplo y llame la atención sobre el gran esfuerzo que debemos hacer para tratar de salvar a los demás, pero sobre todo, aquellos jóvenes que todavía no tienen ningún conocimiento de Dios. Todos tenemos un compromiso con Dios, pero en especial aquellos que han decidido trabajar para El. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio de los requerimientos divinos. Las ciudades se han vuelto como Sodoma, y  nuestros jóvenes se ven diariamente expuestos a muchos males.

A medida que los adultos que no conocen a Dios se acercan a los niños y jóvenes que están, o han sido descuidados por sus padres, van adquiriendo una educación callejera, y son fácilmente seducidos por Satanás, vulnerables para ser arrastrados al foso de los perdidos. El corazón de los jóvenes se impresiona fácilmente, y a menos que el ambiente que los rodea sea del debido carácter de Cristo, Satanás usará a estos niños abandonados, o jóvenes que viven en las calles para que ejerzan su influencia sobre los que están más cuidadosamente adiestrados y enseñados en los caminos de Dios. No permitamos que las almas de nuestros niños sean contaminadas con la corrupción. La mente es como una esponja que se alimenta de lo que absorbe, y la cosecha final dependerá al igual que la naturaleza de la semilla sembrada, por lo que es absolutamente indispensable amparar desde los primeros años de vida la educación cristiana de los niños.

Las urgentes necesidades que se están haciendo sentir en este tiempo, especialmente con los jóvenes, exigen una orientación y supervisión constante en el conocimiento de la Palabra de Dios. Esta es una verdad presente, porque el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien envió a este mundo, representa la más elevada educación que podemos brindarle a nuestros hijos. La verdad llegará a cubrir la tierra con su maravillosa luz, como las aguas cubren el mar. La verdadera base de toda educación debe estar fundamentada en las Palabras de vida eterna, donde los hábitos y costumbres que hemos adquiridos en nuestro transitar por el mundo, quedarán sin efecto, porque no servirán para nada. No quiero decir con esto que no debemos educarnos profesionalmente. Pero también debemos educar a nuestros hijos para ser miembros de la familia real, hijos del Rey del cielo, y dedicar menos tiempo a aquellas cosas que nos alejan de la fe, y que han llevado las mentes al misticismo y lejos de la verdad. Sus vivos principios, entretejidos en nuestra vida, serán nuestra salvaguardia en las pruebas y tentaciones que nos esperan. La instrucción divina será la única senda que tendremos para alcanzar la victoria.

Cabemos hondo para hacer firme los fundamentos de nuestros hijos, y hagamos uso de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Vivamos en mansedumbre y enfoquémonos en transmitirles a nuestros hijos la educación más elevada que representa enseñarles a amar a Dios por sobre todas las cosas, porque todo pámpano de la viviente Vid que no crece será cortado y desechado como cosa inútil. Ha llegado el momento en que por medio de los mensajeros de Dios, el rollo de la Escritura se está desenrollando rápidamente ante el mundo. La verdad encerrada en los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero del libro de Apocalipsis están en toda nación, tribu, lengua y pueblo, iluminando la obscuridad de todo continente y extendiéndose por toda la tierra con sorprendente rapidez. Procuremos con diligencia presentarnos ante Dios como obreros que no tienen de que avergonzarse, porque hemos trazado bien la palabra de verdad para cumplir con sus propósitos.

Tratemos de vencer los hábitos de indiferencia y desorden que arropan la sociedad de hoy, porque si no se corrigen con perseverancia  y verdadera resolución, seremos vencidos en el presente y para toda la eternidad. Estimulemos a nuestros jóvenes a formar hábitos correctos que agraden a Dios, y que todas sus costumbres sean de tal carácter que hagan de ellos una ayuda y un ejemplo para otros. Dios confió a los padres la educación de nuestros hijos, y de cada acto de la vida podemos enseñarles lecciones espirituales, para que cada niño sea inducido a comprender los principios puros según lo ha dispuesto Dios. Motivemos cada acto de sus vidas con amor, y así, el trabajo diario promoverá el crecimiento cristiano, los principios vitales de la fe, y la confianza y el amor hacia Jesús penetrarán hasta en los detalles más ínfimos durante el crecimiento y madurez de nuestros niños. Contemplemos a Jesús, y el amor hacia Él constituirá el móvil continuo que nos dará la fuerza para cumplir con cada obligación contraída.

Todo lo que se haga se hará para gloria de Dios. El temperamento, las peculiaridades personales, los hábitos de los cuales se desarrolla el carácter, todo lo que se practica en el hogar, en presencia de los hijos, se revelará de por sí en todas las relaciones de la vida futura. Las inclinaciones seguidas de la conducta culminarán en pensamientos, palabras y acciones aprendidas, buenas o malas. Si cada padre se esforzara en reprimir toda palabra ofensiva o grosera, y aprendiera a respetarse mutuamente como pareja, y también a extender ese respeto a sus hijos, nos estaríamos preparando para ser miembros de la familia celestial, y la influencia que ejerzamos en nuestros hijos será tan fuerte, que una vez que conozcan a Cristo,  no podrán apartarse de Él. Orar en familia, todos juntos, ligará los corazones con Dios por medio de lazos que perdurarán. Y el confesar a Cristo franca y valientemente, mostrando en nuestro carácter su humildad y amor, será costumbre de cada miembro del hogar.

Cumplamos nuestros deberes de padres con buena voluntad. Testifiquemos de Cristo. Demostremos que la religión de Cristo, no nos hace, ni en principios ni en práctica, irrespetuosos con los demás, sino que nos hace reflexivos y fieles, no descuidando las cosas pequeñas que debemos hacer. Seamos fieles a Dios y formemos hijos para vida eterna. Adoptemos por lema las palabras de Cristo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo mucho me será fiel”. Cultivemos la sociabilidad cristiana, para que tengamos un lugar de paz, pese a las dificultades del tiempo, porque no somos átomos independientes, sino que cada uno de nosotros somos una hebra de hilo que ha de unirse con otra para formar y completar un gran lienzo, como el que cubrió el cuerpo de Cristo y fue manchado con su preciosa sangre, la cual lavó nuestros pecados. Este lienzo representa el Manto Sagrado del Espíritu de Dios que nos cubre con su divino Amor y Poder. Demos gracias a Dios por todas sus bendiciones, en especial por enseñarnos con su ejemplo a ser padres, y a disciplinar nuestros hijos con amor. Cumplamos todo lo que le hemos prometido a Dios según nuestras esperanzas, y no basándonos solo en nuestros temores, sin tener en cuenta Sus Promesas de vida eterna!...Ojalá que todo padre pueda decir con seguridad cuando Cristo venga: “Padre, aquí tienes los hijos que me diste. Ninguno perdí, sino que los crie y cuidé con el mismo amor que tú me diste a mí, y hoy te los devuelvo sanos y salvos”!.