miércoles, 13 de agosto de 2014

!URGENTE NECESIDAD!



Cuando Dios creó al hombre, lo dotó con facultades nobles y con un entendimiento bien equilibrado. Vivía en armonía con Dios, con propósitos sanos y pensamientos puros, por eso prosperaba. Pero por la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el amor fue reemplazado por el egoísmo. Desde entonces, hemos evolucionado y el ser humano se ha corrompido en todos sus caminos. A pesar de los esfuerzos realizados por la humanidad: los acuerdos de paz entre los países, las campañas de concientización para cuidar el planeta, la formación de asociaciones para defender a los animales, la lucha por la protección al menor, La alianza entre las naciones para promulgar leyes que regulen los derechos humanos, la creación de bancos de comida para proveer alimentos a los necesitados, y las ayudas en general para el bienestar social y económico, no hemos avanzado; más bien estamos retrocediendo. El mundo está en agonía, y el círculo que forma la tierra está dando vueltas a gran velocidad.  El hombre gira alrededor de ella embriagado por haber tomado de la copa que contiene el vino amargo de las abominaciones, cuyo efecto hace dormir la conciencia, cierra el entendimiento, y envenena el alma.

Las fuerzas del mal lentamente han ido socavando las entrañas de la tierra, encerrando al hombre en un laberinto del cual no tenemos escapatoria posible, a menos de que sintamos la necesidad urgente de Dios en nuestras vidas. El ser humano ha perdido el concepto de lo que es la esencia de la Creación. Hemos echado por tierra todas las virtudes que colocan al hombre en la más alta posición ante los ojos de Dios. Hemos perdido nuestros ideales, nuestros  principios y valores, los vínculos sagrados que teníamos con Dios. Hemos violado su Santo Pacto. La verdad se ha marchitado dentro de la conciencia del hombre, provocando  una profunda y peligrosa pereza espiritual, que está acelerando la extinción de la especie humana. El mismo hombre, por su propia ineptitud, se ha cerrado las puertas del cielo para convertirse en esclavo de Satanás, olvidando que la fuerza de voluntad, la educación, la cultura, la inteligencia, y los dones, ocupan un lugar muy importante en este mundo, pero no tienen el poder de salvarnos. Pueden producir un cambio exterior en la conducta, pero no pueden cambiar el corazón, como tampoco pueden purificar la fuente de la vida que es Cristo. Únicamente la Gracia de Cristo tiene el poder para vivificar las adormecidas facultades del alma y restaurarlas a su estado original.

Todos tenemos la urgente necesidad de entender que Cristo es la solución, y que si el no despierta nuestra conciencia, es imposible buscar el arrepentimiento, como lo es imposible también, obtener su perdón. Las fuerzas morales del hombre se han quebrado y debilitado a un grado tal, que impiden que los seres humanos sientan vergüenza por sus malas acciones, por ende, no pueden reaccionar para darse cuenta que transitan por un camino pecaminoso. La depravación e inmoralidad están en aumento de forma alarmante. Por lo que muchos no abandonan sus malos hábitos. No son atraídos a Cristo y no alcanzarán misericordia, porque tienen podrida la conciencia, y el pecado arraigado profundamente en el alma. Esto es lo que nos está llevando a todos a la destrucción. Nos hemos resistido a aceptar el amor de Cristo, porque vivimos sin entender que mientras estemos manchados, no seremos aptos para recibir Su Gracia Redentora, ni podremos discernir que nuestro egoísmo y maldad nos están alejando de forma acelerada de Dios, creando una enemistad irreconciliable con nuestro Creador. No basta comprender que Dios es bondadoso y que nos ama. También tenemos que vivir en su amor de la forma correcta, obedeciendo su Ley.

A través de la historia del mundo, son muchas las maneras que el Espíritu de Dios ha escogido para hablarnos, enseñarnos esta verdad y hacerla comprensible a todas las almas. Pero los actos repetitivos de deslealtad y desobediencia con los que el ser humano ha invalidado la Ley de Dios, no pueden pasar inadvertidos por Aquél cuyo ojo reposa sobre la tierra, porque Dios ve todas las cosas como son realmente. Él nos ha dado a conocer lo bueno y lo malo; lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer. Sin embargo, el hombre ha hecho caso omiso a los Mandamientos, enfocándose en sus propias fuerzas y capacidades. El orgullo, la soberbia, la ambición y la codicia, son pecados que ofenden de manera especial a Dios, porque contrarían la benevolencia divina de su carácter, y de su abnegado amor por la humanidad. El hombre orgulloso no siente la necesidad de humillarse ante Dios, y por la misma razón, ha cerrado su corazón a Cristo, privándose de las infinitas bendiciones que él nos vino a derramar. Las faltas de los demás no disculpan a nadie, por lo que  nuestra prioridad debe ser acudir a Dios voluntariamente para buscar el pan de vida. Aunque no todos podrán entrar al reino celestial, Dios, a todos nos trata con la misma solidaridad, y nos brinda la misma oportunidad para salvarnos. A nosotros nos corresponde elegir.

Por el aumento de la maldad, la humanidad se ha alejado de Dios, y la tierra quedó separada del cielo. El abismo que surgió por esta separación, ha roto toda comunicación entre Dios y el hombre, dejando al sucio que se siga ensuciando. No podemos consagrar por completo nuestras vidas a Cristo, y mantener el corazón apegado al mundo, porque jamás seremos considerados como hijos de Dios, a menos que nos entreguemos sin reservas. El apego a la reputación y a los honores del mundo, las riquezas, el amor al dinero, y el deseo de tener el poder para dirigir a los demás, y lograr que obedezcan las leyes terrenales, han formado una cadena  que mantiene a la mayoría de los hombres y mujeres fuertemente atados a Satanás, llevando una vida cómoda y egoísta, llena de frivolidades, y libre de los deberes y responsabilidades espirituales. Mientras estemos rechazando la única fuerza y fuente de esperanza y ayuda para la raza humana, que es Cristo, de nada servirán los esfuerzos que el hombre haga para lograr sus sueños, y vano es el progreso humano desarrollado, tratando de elevar a la humanidad. Cristo no vino a traer paz a la tierra, sino espada. La misma que traspasará el alma de los que se han atrevido a profanar Su Nombre.

Es urgente y mandatorio, que rompamos las ataduras del enemigo. El gobierno de Dios es diferente al del hombre, porque no está fundado en una sumisión ciega de todos los seres humanos a su voluntad, sino que él apela a través de su Espíritu, a la razón y a la conciencia de los hijos que le aman. Necesitamos aumentar nuestra fe, para poder discernir la Palabra de Dios reveladas en las Escrituras. Necesitamos que la luz del entendimiento sea derramada sobre todo hombre, porque la fe y la dirección de Dios son indispensables para vivir con integridad y armonía. La fe nos permite recibir lo que consideramos imposible, creer lo que nos parece increíble, y ver lo invisible. Nos permite confiar en las Promesas y trascender en el espacio para escuchar la voz suplicante de Cristo intercediendo por nosotros ante el Padre. El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la misma muerte. Las Sagradas Escrituras nos revelan con absoluta claridad las señales del tiempo del fin de la humanidad, pero hemos endurecido el corazón, depravado la voluntad y entorpecido el entendimiento, quedando incapaces de ver, creer y  razonar, para poder actuar.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. La Palabra de Dios es vida, y aclara: “los entendidos, entenderán”. Se necesita una absoluta entrega al creador para que abra nuestros ojos para poder ver lo que él ve, y entender lo que él desea que entendamos. Todo está narrado de forma infalible en las Escrituras, pero la humanidad ama más la gloria de los hombres que la Gloria de Dios, y rinde honor a su impostor. A Cristo todas las cosas le eran reveladas, porque procedía del Padre, unidos por el mismo Espíritu. Cuando se reunió con sus discípulos, para celebrar la Santa Cena, Cristo sabía quién lo iba a traicionar. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote para que lo entregara. Y así dijo Jesús: “El que come pan conmigo, levantó su talón contra mí”. Nosotros también hemos levantado el talón contra Cristo. Hemos pisoteado Su Palabra, Sus Mandamientos, dejándonos seducir por las mentiras de Satanás. 

Los tiempos han cambiado, y ahora muchos cristianos son seguidores del hombre que representa la máxima autoridad eclesiástica de la tierra. Se postran ante él, y besan su mano en señal de reverencia. La bestia que obliga y engaña, vestida de ángel de luz, sigue  atrapando las almas que no han tomado la decisión de unirse a Cristo. Judas, después de besar a Jesús para identificarlo, lo entregó a la muerte por 30 monedas de plata. La diferencia es, que nosotros no fuimos comprados con dinero. Nuestro Salvador pagó un precio muy alto por la vida del hombre, pagó con su Sangre. La historia se repite, y los hijos de Dios ya están siendo perseguidos, como está sucediendo en Israel, para que los judíos se conviertan al Islam. Judas fue seguidor de Jesús, y lo llamaba  “Maestro”, al igual que muchos cristianos son seguidores del papa, y lo llaman “Santo”. No somos salvados por seguir la imagen de santidad de otros, sino por seguir e imitar las virtudes de Cristo, el único Santo que ha venido a la tierra.

La reciente visita del papa a Israel y Palestina, no fue simplemente una visita de cortesía con carácter religioso, más bien fue una “jugada política”, para dejar establecido quien es el que tiene el mando. Por primera vez, en la historia de los papas, Francisco se hizo acompañar en su viaje papal oficial, por dos de sus amigos argentinos, ambos con sus propios intereses ocultos: el rabino Abraham Skorka, y el líder musulmán Omar Abbud, director del instituto para el Dialogo Religioso de Buenos Aires, para así lograr ante el mundo una imagen de paz, unidad e igualdad religiosa  entre los seres humanos. Lo cierto es, que desde la época de los emperadores romanos hasta nuestros días, Roma/Vaticano, y ahora con el apoyo de la ONU, han querido tener el poder y el control sobre Israel, más que nada por su ubicación geográfica, porque sirve de puente a tres continentes: Europa, Asia y África. La meta es unir a todas las naciones y continentes bajo un solo poder, pero disfrazado de cristianismo. Bergoglio será el último hombre en este mundo que llevará el título de representante de Dios en la tierra. Su elección no fue mera casualidad. Cristo vendrá a reclamar Su Patrimonio. Cuando?. Las Sagradas Escrituras nos dicen en Mateo 24:15-21: “Cuando veáis en el lugar santo, la abominación desoladora, predicha por el profeta Daniel---el que lee, entienda----“entonces huyan, porque habrá entonces una gran tribulación (persecución), como nunca hubo desde el principio del mundo, ni habrá después”.

El Hijo de Dios nos dejó con su ejemplo todo lo que necesitamos aprender para poder ser redimidos: su abnegado e inefable amor, sus virtudes, sufrimientos, y como si no fuera suficiente, también nos dio su vida.  Por tanto debemos aspirar a una vida de completa conformidad a la voluntad de nuestro Redentor. Muchos dicen: ¿Por qué tengo que arrepentirme y humillarme ante Dios, si no lo conozco, si soy bueno y no hago mal a nadie?. La razón es, porque en cada momento de la existencia humana hemos compartido las bendiciones de su Gracia, y si todavía la humanidad existe, es porque Dios nos ha tratado con misericordia. Ha sido paciente con nuestra ignorancia, porque aún no comprendemos plenamente el daño profundo que nos estamos haciendo a nosotros mismo al desobedecer Sus Mandamientos. 
Estamos menospreciando  el amor y todo el sacrificio de Cristo. Si el Hijo de Dios sufrió y murió sin conocer el pecado, lo justo es que nosotros, que somos pecadores, paguemos el mismo precio para poder entrar en la vida eterna; sin embargo, Dios solo nos pide arrepentimiento y obediencia. Aun así, la humanidad se niega a renunciar a todas las cosas mundanales. Todavía tenemos una razón más convincente, y fue la que Jesús le dio a Pedro cuando le preguntó: ¿Qué tendremos por seguirte?. Cristo respondió: “Os aseguro que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel”.

Es urgente entregarnos de corazón a Cristo. Necesitamos buscarlo con intensidad y vehemencia, aferrarnos a Él para no caer, para no ser derribados con los vientos huracanados que están por azotarnos. El aire que respiramos es asfixiante, tóxico, y la tierra esta convulsionando con una explosión espantosa de crímenes, violencia, drogas, guerras, muertes, etc. etc…. Israel, el pueblo amado de Dios, está en serios conflictos bélicos con Palestina, en especial por la Franja de Gaza, económicamente sostenida por la ONU. Conflicto que ha empeorado después de la visita del representante de Cristo a tierra Santa, para implorar la paz. Para muchos esta visita del papa a Medio Oriente tiene un fondo cristiano, pero la realidad es otra. Esta visita ya estaba planificada por Dios, porque el hombre no puede recibir nada del cielo, que no sea por la voluntad de Dios. 
Los gobernantes piden treguas, y dicen “paz”, cuando no existe ninguna paz. Buscan soluciones sin encontrarlas, porque su fe y confianza están basadas en sus propias fuerzas y decisiones. Desarrollan y ponen en ejecución estrategias fallidas, porque son elaboradas con su ego. Después de discutir sus planes y proyectos, se dan la mano para sellar su traición, porque las verdaderas intenciones del corazón no son llevadas a la mesa, y quedan libres para violar cualquier acuerdo, anulando  el Pacto Sagrado de Dios con el hombre. El dueño del mundo!, el que realmente nos gobierna y tiene la vida de todos en sus manos, es el Señor de los Cielos, cuyo Trono está en el décimo cielo, al que ninguno de nosotros podremos llegar si no es con la ayuda de Cristo.

Todos los hombres se dicen mentiras entre sí, para medir sus fuerzas y su poder, labrando así nuestra propia destrucción. Como dicen las Escrituras: “Los reyes del norte y el sur se unirán para buscar la paz, pero ellos se dirán mentiras”. Las profecías no mienten: Cuando el continuo sea quitado, derribado de su trono por la voluntad de Dios, y la abominación desoladora de la visión de Daniel, representada por el anticristo que está en el mundo, tome su lugar, el final de la humanidad será en cuestión de horas. Las esperanzas del hombre son irreales, porque sus promesas están escritas en el aire, y no van a ser cumplidas. Son palabras infladas de hipocresía que el viento se llevará. Muy a nuestro pesar todos estamos involucrados en esta guerra, porque no es carnal, sino espiritual, cuyo efecto está  arrastrando a la humanidad a un foso sin salida, atrapando  a los que todavía no  han buscado refugio en Cristo, nuestro único Salvador. 
Los juicios de Dios pronunciados contra el pecado, y la destrucción final de la tierra, han sido anunciados como una advertencia contra los que todavía están al servicio de Satanás, por lo que es hora de despertar del miedo y vestirnos con las armas poderosas de Cristo. Si hemos de ser perseguidos no debemos sentir temor, porque las armas del hombre solo pueden matar la carne, pero jamás el alma. Solo debemos temer al que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno. Mateo 10:23 nos dice: “Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Os aseguro que no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel, sin que venga el Hijo del Hombre”.

Las Promesas de Cristo son reales, están escritas con tinta indeleble. No nos podemos sorprender ni dejarnos engañar, porque todo lo que vemos ya fue anunciado, y tiene que pasar para que se cumpla lo que dicen Las Escrituras. Pero es vital  estar conscientes de que la humanidad perece, y si no queremos perecer con ella, debemos rectificar nuestro camino y buscar refugio en los brazos protectores de Jesús. Fijar la mirada en Cristo, y no desviarla pase lo que pase. Arrepentirnos e implorarle perdón, porque todos, de una forma u otra estamos siendo afectados con las malas acciones de los demás, y tristemente, por nuestra desobediencia y la arrogancia del hombre, el mundo será destrozado, borrado de la faz de la tierra, y solo quedarán sus ruinas. Las fuerzas del bien y el mal se enfrentarán definitivamente, y la humanidad vivirá momentos aterradores y devastantes. Los que no estén fuertemente atados a la Roca de Cristo, no podrán resistir ver lo que está por sobrecogernos. El mismo cielo ha sentido los efectos de la rebelión del ser humano contra Dios, y con su constante descarga nos recuerda el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario para que pudiéramos ser perdonados.

Sin lugar a dudas la ciencia ha evolucionado positivamente. Aun así, el hombre no podrá evitar que las plagas que ya fueron anunciadas, caigan sobre la tierra. No podrá controlar y erradicar por completo el brote  de virus y bacterias que provocan enfermedades como el Ébola, que está azotando a África, el  chikungunya, el Dengue, y otras que aún no han sido derramadas sobre la tierra. En cada tiempo, antes de la llegada de Cristo, habrá un brote de una nueva plaga, que serán enviadas por los Santos del cielo encargados de ejecutar la justicia divina. Antes de que Cristo aparezca en las nubes del cielo, la atmósfera tiene que ser limpiada del aire contaminado que estamos respirando. Dios está eliminando a los perversos, a los incrédulos que han seguido las mentiras de Satanás. A los corruptos que no han doblegado su corazón, a los que se han negado a vencer su orgullo, su soberbia, su avaricia. A los hipócritas, y a todo aquel que no se ha humillado al Señor, para que Él lo levante. Aunque muchos inocentes han perdido la vida, no todos  están dormidos para siempre, porque todo aquel que ha entregado su vida a Cristo y ha partido de este mundo, será despertado para ver la Gloria y Majestad de  Su segunda venida. Después de mil años, la ciudad de Jerusalén, será establecida definitivamente en la tierra. Y viremos con Cristo para siempre. El reino de los Cielos requiere esfuerzo. No podemos seguir dándole de comer las cosas santas a los perros, ni las perlas a los puercos, porque al pisotearlas se volcarán contra nosotros, y nos despedazarán.

Todavía nos falta esperar que la Copa de la ira de Dios, que ya está rebosada,  sea vertida sobre toda la tierra. Nadie nos podrá librar del conflicto final que vivirá el universo. Pero Cristo nos reveló una vía de escape, nos dio una esperanza, una promesa,  una luz que descenderá del cielo para proteger al justo, al obediente, al hombre fiel que espera por el Señor. Solo debemos cumplir con los deberes que guardan nuestros pasos a las alturas, y que los incrédulos jamás podrán alcanzar, a menos que a partir de hoy, sientan el llamado de Cristo y contemplen la cruz del Calvario donde Cristo murió para que podamos ser redimidos de todo dolor, llanto y tristeza. Cuando llegó la hora en que el Hijo de Dios iba ser entregado por Satanás en la figura de Judas Iscariote, Cristo sintió pavor y angustia. Le dijo a sus discípulos: “Mi alma esta abrumada de tristeza hasta el punto de morir”.  Lleno de tristeza se arrodilló en Getsemaní. 

Cayó con su rostro en tierra y oró al Padre, que si fuese posible pasase de  él aquella hora. Decía: ¡Abba, Padre!. Todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mi esta copa!. Sin embargo, no lo que yo quiero, sino lo que tú quieras. En ese momento el Señor Glorificó su nombre para la eternidad, como también glorificará a todos los que han seguido a Cristo. Pero el mismo pavor y angustia que sintió nuestro Redentor ante la muerte, también lo sentiremos nosotros cuando llegue la hora fijada por Dios. Nuestra angustia será breve, pero desde ahora debemos velar y orar incesantemente para no caer en las tentaciones. No había otra opción para librarnos de la muerte eterna, más que el sacrificio de Cristo. Como estaba escrito, el volvería a la vida al tercer día de su muerte, pero sus manos y pies están marcados para siempre. Es la prueba inequívoca de que estuvo en este mundo para salvar a la humanidad.

El destino final del universo está escrito en las estrellas, desde que las mismas fueron hechas por las manos de Dios. La distancia entre el cielo y la tierra es incalculable, pero Dios con su infinita sabiduría permite que su luz ilumine toda la tierra, para que nuestros ojos puedan ver en las tinieblas. La luz Espiritual que es derramada en el alma, es completamente diferente, porque solo la recibe el que siente la necesidad de ella en su vida, y clama al Señor para ser favorecido con su Gracia. Dios no nos pide que renunciemos a nada que no sea  para nuestro provecho, porque él tiene siempre presente nuestro bienestar. Pero debemos de librarnos del dominio que Satanás tiene sometida a la humanidad. Si tenemos la intención de hacer las cosas, pero no damos paso a la acción, de nada nos servirá, y esperando tomar la decisión de buscar a Cristo, llegará el fin, y muchos que se consideran buenos y dicen creer en Dios, se perderán, porque han vivido en el error. Cuando Cristo se hizo humano, vinculó a la humanidad consigo, mediante un lazo que ningún poder es capaz de romper, salvo la decisión individual que tome cada ser humano. Cristo es el que da vida, y también la quita. Si no lo creemos así, solo tenemos que pensar que toda la sabiduría e inteligencia de los seres humanos no puede dar vida, ni siquiera al objeto más diminuto de la naturaleza. Todo lo que tiene vida: el ser humano, las plantas, y los animales, es por voluntad divina.

Meditemos profundamente en el sacrificio Sagrado que Cristo hizo en favor nuestro. Enfoquémonos en apreciar el trabajo misericordioso con que Dios ha conducido la humanidad. Salgamos de las tinieblas antes que la ira de Dios sea desatada, porque llegado el momento, ningún hombre de la tierra la podrá frenar. Y pongamos toda nuestra energía para ayudar a Cristo en el recate de los perdidos. No porque él lo necesite, sino, porque trabajar en la obra de Cristo es nuestro deber como cristianos. Para así, llegar todos juntos a la casa de Nuestro Padre, y recibir nuestras coronas de Sus Manos!. Amén.



   

jueves, 7 de agosto de 2014

LA SALVACION



“El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando ejecutamos, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria” (E.G.W.)

Podemos estar seguros 100%, que hemos sido salvados?. La respuesta es no. Ningún ser humano puede decir con seguridad que esta salvado. Cristo es nuestro salvador, pero para lograr salvarnos, necesitamos seguirlo, imitar su carácter y sus virtudes. Hay tres  elementos indispensables para poder ser salvos: Creer en Jesús y estar conscientes de que vive, y dio su vida por nosotros para que fuéramos perdonados. Arrepentirnos de corazón, rindiéndole nuestras vidas a Cristo, y por último, tener fe en la Promesa de salvación, y la seguridad de que vendrá a rescatarnos, para que podamos ser partícipes de la vida eterna.

Solamente podremos saber si hemos sido salvados, cuando Cristo venga, porque mientras estamos en este mundo, seguimos siendo pecadores, seres mortales e imperfectos. Para alcanzar la salvación, se necesita una entrega absoluta a Cristo,  rendirnos a su voluntad y obedecer todos los Mandamientos. Aun así, no podemos saber si ya estamos salvados, porque los juicios de Dios, no son iguales a los juicios del hombre. Sin fe es imposible agradar a Dios, pero la fe es algo que se vive a nivel personal y espiritual, por eso somos juzgados de manera individual. Solo Cristo puede saber si realmente lo amamos y confiamos en él.

Para desarrollar una vida cristiana, conforme a los mandatos divinos, se necesita el estudio diario de la Palabra, y la convivencia con el Espíritu. No es un trabajo de un solo día, porque una vez que le permitimos a Cristo habitar en el corazón, las perspectivas de la vida cambian y nos sentimos dominados por su Espíritu. Ya no podemos vivir sin él, porque está presente en todos los actos de nuestras vidas. Comenzamos a depender de él, lo llevamos en el pensamiento de día y de noche. Ya no vivimos nosotros, sino que Cristo ocupa todo nuestro ser. Ahora estamos a sus servicios y disponemos la voluntad para que Dios nos use como obreros de Cristo. Desearemos ser semejantes a él, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo.

No quiero decir con esto que pasamos a ser santos. Ningún ser humano en este mundo esta santificado, porque aún los elegidos, primero tienen que ser transformados, antes de pasar a la inmortalidad, y este es un trabajo que solo lo puede hacer Dios. Cuando la persona entrega voluntariamente su vida a Cristo, y vive en comunión con él, el Espíritu convence al corazón cuando transgredimos la ley, e inmediatamente sentimos la necesidad de hablar con Dios e implorar su perdón, porque el corazón se aflige. El pecado nos separa de Dios, creando  un profundo dolor espiritual en el alma,  y hasta que no vayamos de rodilla  a los pies de Cristo, no encontraremos la sanación. El Espíritu, es el que suplica para que busquemos la única cosa que nos puede dar paz y descanso en la vida: La Gracia de Cristo, y la esperanza de sentir el gozo de la salvación, para obtener la santidad  futura.

Muchas personas insisten en decir que Dios es demasiado bueno para castigar al pecador, y destruir lo que el mismo creo. Es cierto, Dios es Amor, pero también es fuego consumidor, justo y recto. Si no fuera así, por qué Cristo tuvo que morir para que fuéramos salvados?. Si Cristo cargó con la culpa del desobediente y sufrió en lugar del pecador, fue porque no había otra manera de que los seres humanos pudiéramos salvarnos. Si Él no se hubiera sacrificado, fuera imposible que el ser humano pudiera escapar del pecado que contamina el alma, y viviríamos sin esperanzas. Pero su amor, su sufrimiento y su cruel muerte, ponen de manifiesto lo terrible y espantoso que es vivir en pecado.

Cristo no tenía pecado, pero su muerte nos da la esperanza de salvación, porque a través de la Gracia somos perdonados. Dios nos envió como ejemplo a su único Hijo para que nos diera a conocer lo que es correcto. Para darnos prueba de la verdad y  de la justicia, para enseñarnos el camino del bien, y para anunciar las promesas de salvación para todo aquel que desee seguirle. Y sin embargo, rehusamos hacerlo. La brevedad e incertidumbre de la vida, no nos permiten muchas veces reconocer que somos pecadores, por lo que la muerte nos puede sorprender sin buscar el arrepentimiento, lo que pone en grave peligro la posibilidad de salvación.

No podemos vivir en pecado, por pequeño que se le considere. Nadie es bueno en este mundo, porque todos cometemos errores que comprometen el alma, por lo que no debemos postergar el llamado de Cristo, y  la voz suplicante del Santo Espíritu de Dios, para que busquemos el arrepentimiento. De lo contrario, seremos vencidos por las fuerzas del mal. Si nos unimos a Cristo, saldremos vencedores de nuestras luchas. Sino, lo que no venzamos nos vencerá a nosotros y nos destruirá.

La humanidad entera está sumida en la aflicción y en el dolor, porque todos sus habitantes nos consideramos buenos  e inocentes. La justicia del hombre dice: "todo acusado es considerado inocente, hasta que no se demuestre lo contrario", pero hemos olvidado que en el cielo existe alguien que nos observa y nos juzga, y que el mismo cielo es testigo del hombre, y ha sentido los efectos de la rebelión del ser humano contra Dios, sin tomar en cuenta el sacrificio de Cristo. Al rechazar deliberadamente su amor, hemos labrado nuestra propia destrucción. ¡Hoy es el día de salvación!. Hoy, y todos los días, mientras estamos vivos, son oportunidades que El Señor nos brinda para que busquemos el perdón, y por consiguiente la salvación. Debemos contemplar el sacrificio de Cristo, inmolado en la cruz, y pedirle que examine nuestro corazón. Que nos ponga a prueba y sondee nuestros pensamientos. Y si vamos por mal camino, que nos guie por el camino que lleva a la eternidad.

Alcemos los ojos a nuestro Redentor, y hablemos  de sus méritos. Su luz nos ayudará a reconocer nuestros pecados. Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, y descendió del cielo no para hacer su voluntad, sino para cumplir la voluntad de Nuestro Padre. Para que todo el que crea en el Hijo, tenga vida eterna, y Cristo lo resucite en el último día. El hombre en su condición de pecador, no puede ver al Padre, pero todo el que acepta a Cristo va a Dios de manera espiritual. Solo el que cree y persevera en Cristo, conocerá el gozo de la salvación y tendrá vida eterna.

Imitemos a Cristo, el buen Pastor, el gran “YO SOY”, el Hijo de Dios, porque El vino al mundo para juicio; para los que no ven, vean; y los que ven sean cegados. YO SOY, es la puerta para llegar a la salvación. Y todo aquel que entre por medio de Cristo, jamás perecerá. Será salvo y hallará paz en este mundo y en el venidero, que aún no conocemos. Cristo es la Salvación!.