sábado, 19 de diciembre de 2015

ENFRENTANDO AL ENEMIGO

“Un anciano dijo a su nieto” “Hijo mío, dentro de cada uno de nosotros hay una batalla entre dos lobos. Uno es malvado. Es la ira, la envidia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego. El otro es benévolo. Es la dicha, la paz, el amor, la esperanza, la humildad, la bondad, la empatía, y la verdad. El niño pensó un poco y preguntó: abuelo, que lobo gana?. El anciano respondió: “El que alimentas”.

Es evidente que el hombre, en su lucha por obtener el poder ha alimentado y servido a ese lobo feroz que esta destruyendo la humanidad. Las naciones se enfrentan unas a otras, poniendo de manifiesto el egoísmo humano, sin tomar en consideración el sufrimiento de los demás. Muchos de los que han alcanzado el poder viven inconscientes de su propia realidad, olvidando que nada es eterno en este mundo, que todo tiene su tiempo y que la tierra no está en venta, porque nadie es dueño del mundo. Estamos en medio de un gran conflicto global, librando una gran batalla; pero esta batalla es espiritual, donde el lobo malvado llamado el “mal” y el Cordero, llamado el ‘bien” definitivamente se enfrentarán a muerte en este siglo, poniendo de escenario a toda la humanidad. Sólo habrá un ganador, Cristo, el Rey del Universo, quien vendrá en muy poco tiempo a impartir su justicia. Todo aquél que haya creído y permanecido fiel en la verdad de Dios, recibirá su recompensa. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna”.

Existe una realidad ineludible para todo ser humano, cuya raíz principal es que tenemos un Sumo Sacerdote llamado Cristo, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, y es ministro del Santuario a través del cual estamos siendo juzgados; de aquel verdadero Santuario que el Señor levantó, y no el hombre, por eso no está sobre la tierra. Cristo hizo un pacto y nos dio una promesa: “la herencia eterna“; pero no hemos permanecidos en él. Cristo ya vino, y murió por nosotros, ahora es el único dueño de todos los bienes terrenales. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga la muerte del testador. Con la muerte, el testamento queda confirmado, y no es válido entre tanto que el testador vive. Porque Cristo vive y Su Padre Dios es el creador de todo lo que existe, todo le pertenece incluyendo nuestras vidas, hasta que el la reclame. Ningún  ser humano  por muchos bienes que posea en esta tierra, se los podrá llevar el día de su muerte, y es imposible que por sí mismo pueda limpiar su conciencia de las obras que llevan a la muerte. Todos los que han rechazado a Cristo, por ahora viven tranquilos, pero les queda una horrenda espera del juicio y del furor del fuego, que ha de devorar a sus adversarios.

La confianza en Cristo tiene grandes recompensas, sin importar los combates de aflicción que nos azoten, porque la perseverancia es necesaria, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa, y porque dentro de muy poquito tiempo (mucho antes del 2020) el que ha de venir vendrá, y no tardará en derramar su ira a todas las naciones. La fe es estar seguro de lo que esperamos, y ciertos de lo que no vemos. Pero la fe también involucra obediencia y acción. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, y por ella fue declarado justo, cuando Dios aprobó su ofrenda. Y aunque esta muerto, aun habla por medio de su fe. Por la fe Enóc fue trasladado sin ver la muerte, y no fue hallado, porque Dios lo trasladó. Y antes de ser trasladado, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Por fe Noe, advertido por Dios de cosas que aun no se veían, con santa reverencia construyó el arca para salvar a su familia. Por su fe condenó al mundo, y llegó a ser heredero de la justicia. Por la fe Abrahán, cuando fue llamado por Dios, obedeció para salir al lugar que había de recibir en herencia. Y salió sin saber a donde iba, porque esperaba la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Nadie puede comprobar que efectivamente Cristo vino a este mundo y que volverá de nuevo; esto lo debemos aceptar por fe, tomando con seriedad Su Palabra. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque el que se acerca a Dios necesita creer que existe, y que recompensa a quien lo busca. Por eso, seamos solidarios y hospitalarios con nuestros semejantes; practiquemos la empatía y compartamos el sufrimiento de los demás. Acordémonos de los presos y de los maltratados. Saquemos fuerzas de las debilidades y seamos valientes en esta batalla. Unámonos en oración, no para que Dios derrame paz sobre este mundo, porque cuando digan “paz”, vendrá muerte y destrucción repentina; sino para que acelere su venida y así acabar con las tentaciones, porque el lobo malvado e invisible que muchos han estado alimentando, tiene los colmillos muy afilados y puede atrapar aun a los elegidos. Soportemos las pruebas finales como disciplina, porque Dios nos disciplina para nuestro bien, para que podamos participar de su santidad. Es verdad que al presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después veremos los frutos cuando Cristo ejerza su justicia. Obedezcamos la voz celestial, porque ya una vez Cristo fue desechado cuando habló desde la tierra. Ahora, para bien o para mal, nadie escapará de su segunda y última visita a este mundo, porque todos lo veremos y oiremos su voz.

Estamos siendo azotados fuertemente por el enemigo invisible que esta gobernando al mundo; por un lobo feroz disfrazado de ángel de luz. Cristo nos continúa hablando para que enmendemos el camino. Ya una vez con su voz sacudió la tierra. Pero ahora prometió: “Aun una vez y sacudiré no solo la tierra, sino aun el cielo”. Y esta frase,“aun una vez”, indica la remoción de las cosas movibles, las cosas creadas, para que queden las inconmovible. Así, siendo que recibiremos un reino inconmovible, estemos agradecidos y confiados esperando a Cristo con piedad y reverencia. Esta temporada navideña es una de las más sangrientas que yo recuerde haber vivido en los últimos tiempos, pero no olvidemos el verdadero significado de la navidad, que es celebrar en unión familiar, en armonía, usando nuestras manos para brindar ayuda y llevar bendición a los más necesitados, porque en parte, esto es llevar una vida cristiana. No pensemos solamente en el mito de que la navidad es para celebrar el nacimiento de Cristo. Todos los que hemos estudiado la Biblia sabemos que Cristo no nació en navidad, pero es la época perfecta para mostrar un poco de compasión al prójimo y compartir las bendiciones que hemos recibido. Mantengámonos fieles y leales al Señor, libres del amor excesivo al dinero, contentos con lo que tenemos, porque El dijo: “Nunca te dejaré ni te desampararé”. De manera que podamos decir confiados: “El Señor es mi ayudador. No temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Porque todo lo que existe es por El.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No nos dejemos llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es beneficioso para todos afirmar nuestro corazón en su Gracia. No en comidas y acumulación de bienes que nunca aprovecharán a los que solo viven para eso. No tenemos un mundo permanente, por lo tanto debemos buscar lo que esta por venir. Así, por medio de Jesús, ofrezcamos siempre a Dios alabanzas, confesando su Nombre. Estemos aptos para toda buena obra, y seamos ejemplo para los que no creen en  nuestro Creador. Disfrutemos de forma pasiva de las tradicionales fiestas navideñas, sin olvidarnos de hacer el bien y de ayudarnos mutuamente como verdaderos hermanos en Cristo, porque esto agrada mucho a Dios. No es malo tener dinero, pero antes de invertir en lujos innecesarios pensemos que hay miles de personas muy necesitadas de ayuda, y que todas las cosas que el dinero ofrece son temporales y perecederas. Sin embargo, todo lo que Dios nos ofrece es para la eternidad. Podemos comprar una buena cama, descansar en ella, pero no tener paz espiritual. Comprar una casa, pero no tener una familia y formar un verdadero hogar. Con dinero podemos comprar medicinas, pero no salud. Podemos ir a la iglesia y ser generosos con las ofrendas, pero no por eso ganamos el cielo, ni podemos comprar la vida eterna. La fe sin obras, es una fe muerta. 

Tenemos un Salvador que murió por nosotros, y aun sigue luchando para darnos un mundo mejor. Recordemos que esta lucha es a muerte. “El hombre fiel resiste, el indeciso renuncia, el cobarde traiciona, pero el héroe combate aunque muera en la batalla y con su muerte deja un legado, ser fiel y leal”. Este es el legado que Cristo nos dejó, y nuestro eslogan debe ser: “fieles y leales a Dios hasta el día de la muerte”. Amén… Feliz Navidad!.