jueves, 30 de abril de 2015

AMOR Y DISCIPLINA



Hay una frase muy popular que dice: “Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza”.Pero la realidad es, que el amor, la atención, supervisión y disciplina que les brindamos a nuestros hijos desde que nacen, hacen la diferencia, porque los ayudan a crecer y desarrollarse con un determinado código de conducta, que les servirá como base para llevar durante sus vidas un comportamiento virtuoso en todas sus motivaciones, mostrando respeto, integridad, solidaridad y responsabilidad en el cumplimiento de sus deberes, al igual que con sus relaciones interpersonales. Si se pudiese inducir a los padres a rastrear los resultados de sus acciones, y pudiesen ver cómo su ejemplo y enseñanza  perpetúan y acrecientan el poder del pecado o el poder de la justicia y el amor, durante el crecimiento de sus hijos, buscarían ciertamente hacer un cambio radical en la educación de sus niños. Muchos quebrantarían el hechizo de la tradición y las costumbres propias de los hogares que hoy son llamados disfuncionales, porque los niños llegan al mundo sin ser deseados, y  crecen sin amor, formandose sin ninguna disciplina. Por ende, lo que aprenden de sus padres es lo único que tienen para dar en el futuro.

Una buena base religiosa en el hogar es indispensable para formar hijos de bien. Desde que el niño comienza a tener uso de razón, se le debe mostrar que la obediencia a la Palabra de Dios es la única tabla de salvación, que nos permitirá navegar contra los males que arrastran al mundo a la destrucción, y que posteriormente, si llegamos a ser adultos, formaremos  parte de él, corriendo el riesgo de que naufrague la fe si no estamos sólidamente edificados en Cristo. Los padres dan a sus hijos  un ejemplo de obediencia a Dios o de transgresión a su Ley. Por consiguiente, con su ejemplo y enseñanza, se decidirá en la mayoría de los casos el destino eterno de sus familias. Ya en la vida futura, los hijos serán lo que sus padres lo hayan hecho. Observemos que en nuestros tiempos, la gran mayoría de los jóvenes están descarriados moral y espiritualmente. ¿Por qué?, porque la buena educación comienza en el hogar, pero debe estar fundamentada en los principios de la Ley de Dios; enseñada y practicada  en el núcleo familiar desde que los niños están muy pequeños.

El proceso educativo de nuestros hijos no puede quedar librado a la suerte o la expectativa de si saldrá bueno o malo. Tampoco la buena enseñanza solamente puede depender de maestros excepcionales o de la fortuna que algunos tienen para cubrir los gastos escolares. El método más eficaz para educar a un niño consiste en amar a nuestros hijos como amamos a Dios, pero sobre todo disciplinarlos  con la autoridad que tenemos como padres, para poder dirigirlos e instruirlos por el camino estrecho que conduce a la vida. La verdadera supervisión consiste  en vigilar sus actividades desde muy pequeños, darles confianza, mantener una buena comunicación, involucrarnos en sus vidas, ser su mejor amigo,  y brindarles apoyo en todas sus necesidades para que puedan realizar sus metas de forma satisfactorias. No podemos esperar que el niño crezca para que entonces comience a descubrir la verdad de su existencia, para luego elegir en qué y en quien creer o confiar. Debemos mostrarles con nuestro ejemplo que no dependemos de nosotros mismos, sino de una fuerza sobrenatural que nos gobierna llamada Dios, a quien todos debemos servir con fidelidad, amor y devoción.

Ser padres no es solamente traer hijos al mundo; implica asumir una responsabilidad de por vida, porque con cada niño que nace, se van formando las nuevas generaciones. Nuestro Padre celestial dice en su Palabra: “Yo disciplino a todos los que amo”. Así mismo, los padres terrenales tenemos que disciplinar a nuestros hijos, y demostrarles nuestro amor. Enseñarlos a caminar por el sendero del bien, guiando sus pasos. Ayudarlos a crecer fuertes, y si caen, estar prestos a extenderles nuestro brazo para que puedan levantarse. Enseñarlos a asumir sus errores con responsabilidad. Que la experiencias negativas les sirvan de ejemplo para que aprendan a  reconocer la diferencia que existe entre el modo de cómo son realmente las cosas en la vida; que no todo lo que vemos tenemos que copiarlo, porque hay consecuencias cuando actuamos imitando a los demás, influenciados por el medio ambiente, y el resultado que se obtiene cuando tratamos de hacer las cosas correctamente, como nos enseña Dios en su Palabra.

Debemos tener una visión clara y objetiva de lo que nos rodea para poder dirigir a nuestros hijos en este mundo lleno de trampas y engaños, porque nuestra mayor gloria no radica en que no tendremos caídas, sino en levantarnos cada vez que nos caemos. La religión en el hogar es nuestra gran esperanza y hace halagüeña la perspectiva de que la familia crezca unida, y fortalecida en la verdad de Dios. Por ende, todo aquel que se considere buen padre, y que en verdad siente amor por sus hijos,  debe inculcar en la conciencia de sus descendientes, los solemnes deberes que tenemos con nuestro creador. Para obtener buenos resultados se necesitará devoción sincera, ferviente y cordial, y es esencial que haya en los padres piedad ardiente y activa, como la que nuestro Padre Dios muestra con nosotros. El Espíritu de Dios nos da poder, si queremos tenerlo, como también se derramará gracia para nosotros si queremos apreciarla. Para sernos dada, El Espíritu Santo aguarda tan solo que lo pidamos con un ardor de propósito proporcional al valor del objetivo que perseguimos. En este caso, criar hijos para que puedan habitar en el reino de Dios.

En la vida nada está garantizado, pero si obramos conscientes de lo que hacemos con nuestros hijos, y aprendemos a educarlos en la Palabra de Dios, podemos descansar seguros y satisfechos del deber cumplido como padres y guías del hogar. La parábola de la oveja extraviada debiera ser atesorada como lema en toda familia. El divino Pastor deja las noventa y nueve, y sale al desierto a buscar la perdida. Hay matorrales, pantanos, y grietas peligrosas en las rocas, y el Pastor sabe que si la oveja está en alguno de estos lugares, una mano amistosa debe ayudarle a salir. El buen pastor, que representa a Cristo, hará frente a cualquier dificultad para salvar a su oveja perdida. Cuando la descubre en falta, no la abruma con reproches. Se alegra de encontrarla viva. Y con manos firme, aunque suavizadas por el amor, aparta las espinas, o las saca del barro; la alza tiernamente sobre sus hombros, y la lleva de vuelta al rebaño. Dios nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Aunque en el presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después dará fruto apacible de justicia a los que en ella son ejercitados.

Consideremos cada uno de nosotros que nuestra persona ha sido llevada sobre los hombros de Cristo, y no alberguemos un espíritu dominador de críticas y justicias propias sobre los demás, porque ni una sola oveja habría entrado al redil si el Pastor no hubiese emprendido la penosa búsqueda en el desierto. El hecho de que una oveja se había perdido bastó para despertar la preocupación  del Pastor, y tratar de hacerle emprender su búsqueda. Además de amar, dirigir y disciplinar a nuestros hijos, también es nuestro deber protegerlos. Este mundo diminuto y transitorio fue escena de la encarnación y el sufrimiento del Hijo de Dios, como ejemplo del más grande amor de todos los tiempos. Sufrió por amor a la humanidad, por sus hermanos, y porque confiaba en el amor del Padre. Cristo no fue enviado a los mundos que no habían caído, sino vino a este mundo, todo mancillado y quemado por la maldición del pecado. La perspectiva no era favorable, sino muy desalentadora. Pero confió en las Promesas que a pesar de que conocería la muerte, resucitaría para tener vida por toda la eternidad al igual que nosotros.

Debemos tener presente el gran gozo manifestado por la oveja que estaba perdida y regresa pidiendo perdón a su padre (Parábola del hijo pródigo). Cuando algo semejante sucede en la tierra, también por todo el cielo repercute el gozo, y es un privilegio participar de él, y en especial si es un hijo que se aleja y regresa arrepentido. Seamos colaboradores de Cristo para que podamos soportar  los sacrificios, padecimientos y pruebas que tenemos en este mundo, porque el Señor, reprende al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo. Soportemos las pruebas como disciplina y extendámosla hacia nuestros hijos. Dios nos trata como hijos; y si nos dejara sin disciplina, de la cual todos participamos, seríamos bastardos y no sus hijos. Todavía tenemos oportunidad de hacer bien a las almas de los jóvenes y de los que yerran. Si vemos alguno cuya palabra o actitud demuestran que están separados de Dios, no lo culpemos, quizás no tuvieron una buena dirección de sus padres, o no encontraron una mano amiga que los ayudara, o quizás crecieron solos, en las calles, sin pan ni abrigo, en un mundo lleno de lobos feroces. No es obra nuestra condenarles, sino acercarnos para tenderles una mano. Si queremos mejorar el mundo, debemos interesarnos genuinamente en los niños y jóvenes, mostrándoles compasión y empatía, brindándoles la oportunidad de enderezar el camino.

Para obrar como Cristo obró, debemos crucificar el yo. Es una muerte dolorosa, pero es vida para el alma. No hay demostración más grande de amor que Aquel que dio  su vida por nosotros. Si queremos imitarlo, tenemos literalmente que enterrar el yo, el cual representa nuestro ego. Cristo nos amó con amor eterno, por tanto, nos soporta con misericordia. Debemos involucrarnos más en la  educación de nuestros hijos. Nuestra obra es reformatoria, y es propósito de Dios que mediante la excelencia del trabajo hecho en nuestros hogares, sirva de ejemplo y llame la atención sobre el gran esfuerzo que debemos hacer para tratar de salvar a los demás, pero sobre todo, aquellos jóvenes que todavía no tienen ningún conocimiento de Dios. Todos tenemos un compromiso con Dios, pero en especial aquellos que han decidido trabajar para El. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio de los requerimientos divinos. Las ciudades se han vuelto como Sodoma, y  nuestros jóvenes se ven diariamente expuestos a muchos males.

A medida que los adultos que no conocen a Dios se acercan a los niños y jóvenes que están, o han sido descuidados por sus padres, van adquiriendo una educación callejera, y son fácilmente seducidos por Satanás, vulnerables para ser arrastrados al foso de los perdidos. El corazón de los jóvenes se impresiona fácilmente, y a menos que el ambiente que los rodea sea del debido carácter de Cristo, Satanás usará a estos niños abandonados, o jóvenes que viven en las calles para que ejerzan su influencia sobre los que están más cuidadosamente adiestrados y enseñados en los caminos de Dios. No permitamos que las almas de nuestros niños sean contaminadas con la corrupción. La mente es como una esponja que se alimenta de lo que absorbe, y la cosecha final dependerá al igual que la naturaleza de la semilla sembrada, por lo que es absolutamente indispensable amparar desde los primeros años de vida la educación cristiana de los niños.

Las urgentes necesidades que se están haciendo sentir en este tiempo, especialmente con los jóvenes, exigen una orientación y supervisión constante en el conocimiento de la Palabra de Dios. Esta es una verdad presente, porque el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien envió a este mundo, representa la más elevada educación que podemos brindarle a nuestros hijos. La verdad llegará a cubrir la tierra con su maravillosa luz, como las aguas cubren el mar. La verdadera base de toda educación debe estar fundamentada en las Palabras de vida eterna, donde los hábitos y costumbres que hemos adquiridos en nuestro transitar por el mundo, quedarán sin efecto, porque no servirán para nada. No quiero decir con esto que no debemos educarnos profesionalmente. Pero también debemos educar a nuestros hijos para ser miembros de la familia real, hijos del Rey del cielo, y dedicar menos tiempo a aquellas cosas que nos alejan de la fe, y que han llevado las mentes al misticismo y lejos de la verdad. Sus vivos principios, entretejidos en nuestra vida, serán nuestra salvaguardia en las pruebas y tentaciones que nos esperan. La instrucción divina será la única senda que tendremos para alcanzar la victoria.

Cabemos hondo para hacer firme los fundamentos de nuestros hijos, y hagamos uso de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Vivamos en mansedumbre y enfoquémonos en transmitirles a nuestros hijos la educación más elevada que representa enseñarles a amar a Dios por sobre todas las cosas, porque todo pámpano de la viviente Vid que no crece será cortado y desechado como cosa inútil. Ha llegado el momento en que por medio de los mensajeros de Dios, el rollo de la Escritura se está desenrollando rápidamente ante el mundo. La verdad encerrada en los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero del libro de Apocalipsis están en toda nación, tribu, lengua y pueblo, iluminando la obscuridad de todo continente y extendiéndose por toda la tierra con sorprendente rapidez. Procuremos con diligencia presentarnos ante Dios como obreros que no tienen de que avergonzarse, porque hemos trazado bien la palabra de verdad para cumplir con sus propósitos.

Tratemos de vencer los hábitos de indiferencia y desorden que arropan la sociedad de hoy, porque si no se corrigen con perseverancia  y verdadera resolución, seremos vencidos en el presente y para toda la eternidad. Estimulemos a nuestros jóvenes a formar hábitos correctos que agraden a Dios, y que todas sus costumbres sean de tal carácter que hagan de ellos una ayuda y un ejemplo para otros. Dios confió a los padres la educación de nuestros hijos, y de cada acto de la vida podemos enseñarles lecciones espirituales, para que cada niño sea inducido a comprender los principios puros según lo ha dispuesto Dios. Motivemos cada acto de sus vidas con amor, y así, el trabajo diario promoverá el crecimiento cristiano, los principios vitales de la fe, y la confianza y el amor hacia Jesús penetrarán hasta en los detalles más ínfimos durante el crecimiento y madurez de nuestros niños. Contemplemos a Jesús, y el amor hacia Él constituirá el móvil continuo que nos dará la fuerza para cumplir con cada obligación contraída.

Todo lo que se haga se hará para gloria de Dios. El temperamento, las peculiaridades personales, los hábitos de los cuales se desarrolla el carácter, todo lo que se practica en el hogar, en presencia de los hijos, se revelará de por sí en todas las relaciones de la vida futura. Las inclinaciones seguidas de la conducta culminarán en pensamientos, palabras y acciones aprendidas, buenas o malas. Si cada padre se esforzara en reprimir toda palabra ofensiva o grosera, y aprendiera a respetarse mutuamente como pareja, y también a extender ese respeto a sus hijos, nos estaríamos preparando para ser miembros de la familia celestial, y la influencia que ejerzamos en nuestros hijos será tan fuerte, que una vez que conozcan a Cristo,  no podrán apartarse de Él. Orar en familia, todos juntos, ligará los corazones con Dios por medio de lazos que perdurarán. Y el confesar a Cristo franca y valientemente, mostrando en nuestro carácter su humildad y amor, será costumbre de cada miembro del hogar.

Cumplamos nuestros deberes de padres con buena voluntad. Testifiquemos de Cristo. Demostremos que la religión de Cristo, no nos hace, ni en principios ni en práctica, irrespetuosos con los demás, sino que nos hace reflexivos y fieles, no descuidando las cosas pequeñas que debemos hacer. Seamos fieles a Dios y formemos hijos para vida eterna. Adoptemos por lema las palabras de Cristo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo mucho me será fiel”. Cultivemos la sociabilidad cristiana, para que tengamos un lugar de paz, pese a las dificultades del tiempo, porque no somos átomos independientes, sino que cada uno de nosotros somos una hebra de hilo que ha de unirse con otra para formar y completar un gran lienzo, como el que cubrió el cuerpo de Cristo y fue manchado con su preciosa sangre, la cual lavó nuestros pecados. Este lienzo representa el Manto Sagrado del Espíritu de Dios que nos cubre con su divino Amor y Poder. Demos gracias a Dios por todas sus bendiciones, en especial por enseñarnos con su ejemplo a ser padres, y a disciplinar nuestros hijos con amor. Cumplamos todo lo que le hemos prometido a Dios según nuestras esperanzas, y no basándonos solo en nuestros temores, sin tener en cuenta Sus Promesas de vida eterna!...Ojalá que todo padre pueda decir con seguridad cuando Cristo venga: “Padre, aquí tienes los hijos que me diste. Ninguno perdí, sino que los crie y cuidé con el mismo amor que tú me diste a mí, y hoy te los devuelvo sanos y salvos”!.  

domingo, 5 de abril de 2015

SE ACERCA EL DIA DEL SEÑOR



Jesús está por abandonar Su lugar en el santuario celestial, para ponerse vestiduras de venganza, y derramar su ira en juicio contra aquellos que  no han respondido a la luz que Dios les ha dado. Los que no temen a Dios ni aman la verdad, día a día  fortalecen su corazón en las malas acciones, en vez de llenarse de tolerancia y paciencia. Aunque muchos no lo crean, aún la tolerancia y la paciencia de Dios tiene límites, y muchos están superándolos. Han sobrepasado los límites de la gracia, y por lo tanto Dios  intervendrá y vindicará su propio honor. El Señor dijo acerca de los amorreos: “Y en la cuarta generación volverán acá, porque la maldad del amorreo aún no ha llegado al colmo” (Génesis 15:16). Aunque dicha nación se destacaba por su idolatría y corrupción, no había llenado todavía la copa de su iniquidad, y Dios no quiso dar la orden de que se la destruyese completamente. Al igual que ese antiguo pueblo, nosotros también estamos llenando nuestra copa, por lo que estamos viendo parte del poder divino de los juicios de Dios manifestado en el mundo.

En el tiempo en que la ira de Dios se manifieste con castigos, solo los humildes y consagrados seguidores de Cristo se distinguirán del resto del mundo. Mientras que los impíos procuran arrojar un manto sobre el mal existente, y excusar la gran impiedad que prevalece por doquiera, los que tienen celo por el honor de Dios y amor por sus semejantes, no podrán permanecer indiferentes y callados, solo para obtener el favor del poder humano. Aquellos que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual, no alcanzarán la misericordia de Dios, porque todas las naciones están llenas de orgullo, avaricia, egoísmo y engaño de toda clase. El Espíritu de Dios que inspira la represión  del hombre, está siendo pisoteado, mientras triunfan los siervos de Satanás. Dios queda deshonrado, y la verdad anulada. Esto no será por mucho tiempo, porque Dios está sellando su pueblo, como lo hizo en la antigüedad al ordenar a sus mensajeros, los hombres que tienen las armas de matanza en la mano: “Pasad por la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se cometen en ella”. Y a otros les dijo: “Pasad por la ciudad en pos de él, y matad sin lastima ni compasión, y herid; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno. Pero no toquéis a ninguno que tenga la señal. (Ezequiel 9:4-6).

Dios, con infalible exactitud esta pasandole cuenta a todas las naciones. Mientras ofrece su misericordia, con invitaciones al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando la cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, comienza el ministerio de su ira.. La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. Entonces ya no intercede la misericordia en su favor. El jueves 2 del presente mes recibimos una porcion de la ira de Dios. Me refiero al ataque en Garissa University College, no lejos de la frontera de Kenia con Somalia, donde los terroristas mataron alrededor de 150 cristianos, justamente un dia antes del viernes Santo. Las naciones a lo largo de los siglos han recibido misericordia sin precedente. Les han sido dadas las bendiciones mas selectas del cielo, pero el orgullo intensificado del hombre, la codicia, la idolatria, el desprecio al unico Dios verdadero que está en el cielo, y la vil ingratitud, son cosas que el Señor anota con tinta indeleble.

Las naciones están cerrando rápidamente su cuenta con Dios. Este no es un caso aislado. Son muchas las tragedias que estamos viviendo alrededor de todo el mundo, porque los mayores privilegios de las naciones han sido contaminados por la iniquidad prevaleciente. Bajo la influencia de los injustos que nos rodean, muchos, aún entre los que profesan la verdad, se han enfriado y estan siendo arrastrados por la fuerte corriente del mal. El desprecio universal en que se tiene la Palabra de Dios, la falta de verdadera piedad y compasión, induce a los que no se relacionan estrechamente con Dios a perder la reverencia y obediencia de Su Ley. A medida que la falta de respeto por la Ley de Dios se pone de manifiesto, se hace más distinta la raya de demarcacion entre sus observadores y el mundo.

El amor hacia los preceptos divinos aumenta en una clase de personas en la medida en que en otra clase aumenta el desprecio hacia ellos. La crisis final se está acercando rapidamente. Las cifras que suben velozmente al cielo demuestran que está por llegar el tiempo de la visitación de Dios. Aunque le repugna castigar, castigará sin embargo, y lo hará prestamente. Solo los que anden en la luz podrán ver las señales del peligro inminente que nos rodea. Cristo esta a las puertas. Arrepientete y no temas, porque Dios protegerá a su pueblo el dia de la visitación. Vendrá como protector de todos aquellos que hayan conservado la fe en su pureza y anhelan su llegada!. Amen.