sábado, 19 de diciembre de 2015

ENFRENTANDO AL ENEMIGO

“Un anciano dijo a su nieto” “Hijo mío, dentro de cada uno de nosotros hay una batalla entre dos lobos. Uno es malvado. Es la ira, la envidia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego. El otro es benévolo. Es la dicha, la paz, el amor, la esperanza, la humildad, la bondad, la empatía, y la verdad. El niño pensó un poco y preguntó: abuelo, que lobo gana?. El anciano respondió: “El que alimentas”.

Es evidente que el hombre, en su lucha por obtener el poder ha alimentado y servido a ese lobo feroz que esta destruyendo la humanidad. Las naciones se enfrentan unas a otras, poniendo de manifiesto el egoísmo humano, sin tomar en consideración el sufrimiento de los demás. Muchos de los que han alcanzado el poder viven inconscientes de su propia realidad, olvidando que nada es eterno en este mundo, que todo tiene su tiempo y que la tierra no está en venta, porque nadie es dueño del mundo. Estamos en medio de un gran conflicto global, librando una gran batalla; pero esta batalla es espiritual, donde el lobo malvado llamado el “mal” y el Cordero, llamado el ‘bien” definitivamente se enfrentarán a muerte en este siglo, poniendo de escenario a toda la humanidad. Sólo habrá un ganador, Cristo, el Rey del Universo, quien vendrá en muy poco tiempo a impartir su justicia. Todo aquél que haya creído y permanecido fiel en la verdad de Dios, recibirá su recompensa. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna”.

Existe una realidad ineludible para todo ser humano, cuya raíz principal es que tenemos un Sumo Sacerdote llamado Cristo, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, y es ministro del Santuario a través del cual estamos siendo juzgados; de aquel verdadero Santuario que el Señor levantó, y no el hombre, por eso no está sobre la tierra. Cristo hizo un pacto y nos dio una promesa: “la herencia eterna“; pero no hemos permanecidos en él. Cristo ya vino, y murió por nosotros, ahora es el único dueño de todos los bienes terrenales. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga la muerte del testador. Con la muerte, el testamento queda confirmado, y no es válido entre tanto que el testador vive. Porque Cristo vive y Su Padre Dios es el creador de todo lo que existe, todo le pertenece incluyendo nuestras vidas, hasta que el la reclame. Ningún  ser humano  por muchos bienes que posea en esta tierra, se los podrá llevar el día de su muerte, y es imposible que por sí mismo pueda limpiar su conciencia de las obras que llevan a la muerte. Todos los que han rechazado a Cristo, por ahora viven tranquilos, pero les queda una horrenda espera del juicio y del furor del fuego, que ha de devorar a sus adversarios.

La confianza en Cristo tiene grandes recompensas, sin importar los combates de aflicción que nos azoten, porque la perseverancia es necesaria, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengamos la promesa, y porque dentro de muy poquito tiempo (mucho antes del 2020) el que ha de venir vendrá, y no tardará en derramar su ira a todas las naciones. La fe es estar seguro de lo que esperamos, y ciertos de lo que no vemos. Pero la fe también involucra obediencia y acción. Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, y por ella fue declarado justo, cuando Dios aprobó su ofrenda. Y aunque esta muerto, aun habla por medio de su fe. Por la fe Enóc fue trasladado sin ver la muerte, y no fue hallado, porque Dios lo trasladó. Y antes de ser trasladado, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Por fe Noe, advertido por Dios de cosas que aun no se veían, con santa reverencia construyó el arca para salvar a su familia. Por su fe condenó al mundo, y llegó a ser heredero de la justicia. Por la fe Abrahán, cuando fue llamado por Dios, obedeció para salir al lugar que había de recibir en herencia. Y salió sin saber a donde iba, porque esperaba la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

Nadie puede comprobar que efectivamente Cristo vino a este mundo y que volverá de nuevo; esto lo debemos aceptar por fe, tomando con seriedad Su Palabra. Sin fe es imposible agradar a Dios, porque el que se acerca a Dios necesita creer que existe, y que recompensa a quien lo busca. Por eso, seamos solidarios y hospitalarios con nuestros semejantes; practiquemos la empatía y compartamos el sufrimiento de los demás. Acordémonos de los presos y de los maltratados. Saquemos fuerzas de las debilidades y seamos valientes en esta batalla. Unámonos en oración, no para que Dios derrame paz sobre este mundo, porque cuando digan “paz”, vendrá muerte y destrucción repentina; sino para que acelere su venida y así acabar con las tentaciones, porque el lobo malvado e invisible que muchos han estado alimentando, tiene los colmillos muy afilados y puede atrapar aun a los elegidos. Soportemos las pruebas finales como disciplina, porque Dios nos disciplina para nuestro bien, para que podamos participar de su santidad. Es verdad que al presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después veremos los frutos cuando Cristo ejerza su justicia. Obedezcamos la voz celestial, porque ya una vez Cristo fue desechado cuando habló desde la tierra. Ahora, para bien o para mal, nadie escapará de su segunda y última visita a este mundo, porque todos lo veremos y oiremos su voz.

Estamos siendo azotados fuertemente por el enemigo invisible que esta gobernando al mundo; por un lobo feroz disfrazado de ángel de luz. Cristo nos continúa hablando para que enmendemos el camino. Ya una vez con su voz sacudió la tierra. Pero ahora prometió: “Aun una vez y sacudiré no solo la tierra, sino aun el cielo”. Y esta frase,“aun una vez”, indica la remoción de las cosas movibles, las cosas creadas, para que queden las inconmovible. Así, siendo que recibiremos un reino inconmovible, estemos agradecidos y confiados esperando a Cristo con piedad y reverencia. Esta temporada navideña es una de las más sangrientas que yo recuerde haber vivido en los últimos tiempos, pero no olvidemos el verdadero significado de la navidad, que es celebrar en unión familiar, en armonía, usando nuestras manos para brindar ayuda y llevar bendición a los más necesitados, porque en parte, esto es llevar una vida cristiana. No pensemos solamente en el mito de que la navidad es para celebrar el nacimiento de Cristo. Todos los que hemos estudiado la Biblia sabemos que Cristo no nació en navidad, pero es la época perfecta para mostrar un poco de compasión al prójimo y compartir las bendiciones que hemos recibido. Mantengámonos fieles y leales al Señor, libres del amor excesivo al dinero, contentos con lo que tenemos, porque El dijo: “Nunca te dejaré ni te desampararé”. De manera que podamos decir confiados: “El Señor es mi ayudador. No temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Porque todo lo que existe es por El.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No nos dejemos llevar por doctrinas diversas y extrañas. Es beneficioso para todos afirmar nuestro corazón en su Gracia. No en comidas y acumulación de bienes que nunca aprovecharán a los que solo viven para eso. No tenemos un mundo permanente, por lo tanto debemos buscar lo que esta por venir. Así, por medio de Jesús, ofrezcamos siempre a Dios alabanzas, confesando su Nombre. Estemos aptos para toda buena obra, y seamos ejemplo para los que no creen en  nuestro Creador. Disfrutemos de forma pasiva de las tradicionales fiestas navideñas, sin olvidarnos de hacer el bien y de ayudarnos mutuamente como verdaderos hermanos en Cristo, porque esto agrada mucho a Dios. No es malo tener dinero, pero antes de invertir en lujos innecesarios pensemos que hay miles de personas muy necesitadas de ayuda, y que todas las cosas que el dinero ofrece son temporales y perecederas. Sin embargo, todo lo que Dios nos ofrece es para la eternidad. Podemos comprar una buena cama, descansar en ella, pero no tener paz espiritual. Comprar una casa, pero no tener una familia y formar un verdadero hogar. Con dinero podemos comprar medicinas, pero no salud. Podemos ir a la iglesia y ser generosos con las ofrendas, pero no por eso ganamos el cielo, ni podemos comprar la vida eterna. La fe sin obras, es una fe muerta. 

Tenemos un Salvador que murió por nosotros, y aun sigue luchando para darnos un mundo mejor. Recordemos que esta lucha es a muerte. “El hombre fiel resiste, el indeciso renuncia, el cobarde traiciona, pero el héroe combate aunque muera en la batalla y con su muerte deja un legado, ser fiel y leal”. Este es el legado que Cristo nos dejó, y nuestro eslogan debe ser: “fieles y leales a Dios hasta el día de la muerte”. Amén… Feliz Navidad!.


miércoles, 14 de octubre de 2015

QUIEN ES DIOS?

Si pudiéramos con esta pregunta hacer una encuesta a nivel mundial, con toda seguridad obtendríamos sorprendentes resultados, porque el concepto que tenemos de Dios (creyentes o no) varía de persona a persona; depende en gran manera de nuestra crianza, de nuestros hábitos y costumbres, pero sobre todo de la vida que voluntariamente hemos escogido llevar, y por consiguiente, de los actos que desarrollamos. Las obras del hombre siempre pondrán de manifiesto la imagen y el concepto que cada uno tiene de Dios. Sencillamente Dios no se puede describir con palabras, pero nuestro comportamiento revela si hemos logrado descubrir a lo largo de nuestras vidas quién es Dios, y si hemos desarrollado una relación con él. Podemos rehusar creer o no creer en Dios, pero lo que es una realidad que nadie puede negar, es la maravillosa creación del mundo, hecha por voluntad divina, porque Dios “es“: Amor, Paz, Verdad, Fuerza, Poder, Luz, Justicia y Esperanza. Cuando creamos que Dios es todas estas cosas, entonces tendremos el alimento espiritual que nos permitirá vivir en abundancia. Si a tu vida le falta uno de estos elementos, entonces es evidente que no sabes quién es Dios.

En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desierta y vacía, las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas. Entonces dijo Dios “Haya luz”. Y hubo luz. Y llamó Dios a la luz “día”, y a las tinieblas llamó “noche”. Así fue la tarde y la mañana, el primer día. Después dijo Dios: “Haya un espacio entre las aguas, que separe un agua de la otra”. Y Dios hizo el espacio que separó el agua que quedó encima del espacio, de la que quedó debajo de él. Y así sucedió. Y llamó Dios al espacio “cielo”. Y fue la tarde y la mañana del segundo día. Y Dios dijo: “Júntense las aguas que están debajo del cielo en un lugar, y aparezca el suelo seco”. Y así sucedió. Y llamó Dios a la parte seca “tierra”, y a la reunión de las aguas llamó “mar”. Y vio Dios que era bueno. Así quedaron acabados los cielos y la tierra, y su gran contenido. Y acabó Dios en el sexto día la obra que hizo, y reposó en el séptimo día de cuanto había hecho. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de cuanto había hecho en la creación. Este es el único origen de los cielos y la tierra, como solo uno, Dios, es su creador.

Partiendo desde aquí, podemos concluir que Dios es real. El vive, actúa y esta presente en todos nuestros actos independientemente si creemos en él o no. Esta es una realidad latente que no podemos omitir. La vida tiene sentido, y todos nacemos con un propósito; por lo tanto, los designios de Dios siempre prevalecerán sobre todos los hombres. Las actitudes negativas, la arrogancia, la autosuficiencia, la visión que tenemos del futuro, y muchas veces nuestras creencias equivocadas hacen  que andemos en la vanidad de la mente, con el pensamiento entenebrecido, separados de la vida de Dios, provocando que el corazón se endurezca con nuestra ignorancia. Según el tiempo va pasando, nuestro ego nos convence de que todo lo que logramos viene por nuestro propio esfuerzo. Por ende, basamos nuestras decisiones y acciones guiados por nuestro pensamiento, perdiendo toda sensibilidad y muchas veces entregándonos a la desvergüenza para cometer toda clase de impurezas.

La vida nos brinda un sin numero de realidades y oportunidades que nos permiten experimentar con Dios y conocerlo. Cristo es el   buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Jesús es el Hijo de Dios y dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco, y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y jamás perecerán, ni nadie las arrebatará de mi mano. “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos. Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. “Yo y el Padre somos uno”. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como también somos llamados a una misma esperanza. Solo existe un Señor, una fe, y un bautismo. Un Dios y Padre de todos, que esta sobre todos, por todos y en todos. Sin embargo a cada uno de nosotros se nos ha dado la gracia conforme a la medida del don de Cristo, pero dependiendo de nuestras obras. Es imposible que el hombre finito pueda comprender bien, con todos los detalles, la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo, y conocer ese amor que supera a todo conocimiento, para que seamos llenados de toda la plenitud de Dios. Aquél que es poderoso para hacer infinitamente más que todo cuanto pedimos o entendemos, por el poder que opera en nosotros mediante el desarrollo de la fe.

El que descendió del cielo es el mismo que también subió sobre todos los cielos para llenar todo el universo. El mismo dio a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros evangelistas; y a otros pastores y maestros, a  fin de perfeccionarnos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un estado perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por cualquier viento de doctrina, por estratagemas de hombres, que para engañar emplean con astucia los artificios del error; sino que conociendo la verdad, crezcamos en Cristo. Conforme al propósito eterno de Dios, solo a través de Cristo, en él, y mediante la fe en él, podemos acercarnos a Dios con libertad y confianza.

Dios actúa sobre todo principado, autoridad, poder y señorío, y sobre todo cuanto tiene nombre no sólo en este siglo, sino también en el venidero. Ese poder Dios lo ejerció con Cristo, cuando lo resucitó de los muertos, y lo sentó a su diestra en los cielos. Y Dios sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo constituyó cabeza suprema de la iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que llena todas las cosas en todos nosotros. Cristo es un misterio revelado desde las generaciones pasadas. Ese misterio consiste en que debemos trabajar para ser coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la promesa de Cristo, por medio del evangelio. Dios no solamente es, también “hace”, porque transforma, cambia nuestro carácter, perdona, restaura, renueva, sana, purifica, justifica y salva, pone y quita. No podemos dejarnos intimidar por los que no conocen a Dios, sino mantenernos firmes y leales a Cristo. Todos los que no lo conocen y se oponen a él están dando indicios de perdición, pero para los creyentes, seguir a Cristo es indicio de salvación, y todo esto viene de Dios.

El Poder de la Palabra de Dios es infinito: hace descender del cielo la lluvia y la nieve, y no vuelven allá, sino que riegan toda la tierra, y la hacen germinar y producir, y da semilla para sembrar y para comer.  Nosotros somos invitados a volver a Dios, porque él hizo la tierra y creó al hombre sobre ella. Si creemos, seremos salvados por el Señor con salvación eterna. El que creó los cielos es Dios. El que formó la tierra y la fundó, no la creó para que estuviera vacía; sino para que fuese habitada por nosotros por un tiempo determinado. El Señor es nuestro redentor y formador desde nuestro seno. El frustra las señales de los adivinos, trastorna a los sabios desvaneciendo su sabiduría, por eso nos dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra; porque Yo Soy Dios, y no existe ningún otro. Por mí mismo he jurado, de mi boca salió la justa promesa, y no será revocada: “Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua”.

Dios es el único dueño del futuro y los que esperamos en él, no seremos defraudados. Su justicia se acerca velozmente, y nuestra salvación esta en camino, por lo que debemos poner nuestras esperanzas en sus brazos. Alzar al cielo nuestros ojos, porque el cielo se desvanecerá como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir. De la misma manera pereceremos todos sus habitantes. Pero la salvación de los que creemos en Dios será para siempre y su justicia no será abolida. Despertemos y vistámonos de fortaleza, porque en breve tiempo Cristo vendrá de nuevo. Recordemos que en siglos pasados Dios abatió a Egipto, secó el mar; el agua del gran abismo y lo transformó en camino para que pasasen los oprimidos. No te olvides del Señor, porque de continuo, todos los días, su Nombre es blasfemado. El es nuestro hacedor, consolador y salvador, por lo que no debemos temer al hombre mortal que solo es hierba. El Señor desnudará su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y todos los términos de la tierra verán la salvación de nuestro Dios.  Los impíos, por no saber quién es Dios, quedarán asombrados; pero verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído. Finalmente se convencerán que el Hijo de Dios llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. Vino a morir para salvarnos. Fue herido por  nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos sanados. Todos nos hemos descarriados como ovejas desviando el camino. Pero el Señor sigue siendo Dios y Rey, Soberano de toda la tierra. El Señor Todopoderoso es su Nombre. Conócelo!.

martes, 9 de junio de 2015

ESPERANZA EN LA PROMESA

“Toda carne es como la hierba, toda la gloria del hombre como la flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae. Pero la Palabra del Señor permanece para siempre. Esta es la Palabra que nos ha sido anunciada”. Jesús es la esperanza. Es la Piedra viva para una vida santa y para una herencia que nunca puede perecer, ni contaminarse, ni marchitarse, reservada en el cielo para nosotros. La esperanza en Cristo es lo único que tenemos y debe ser más fuerte que el miedo. Gracias a la fe, somos guardados por el poder de Dios, para alcanzar la salvación que será revelada en el último tiempo. Por eso debemos rebosar de alegría y vivir con esperanza, aunque ahora, por un poco de tiempo, seamos afligidos por diversas pruebas. Esto es necesario para que cuando Jesucristo se manifieste, nuestra fe sea hallada en alabanza, gloria y honra. A quien sin haberlo visto, lo amamos; y sin verlo por ahora, creemos en él. Alegrémonos con gozo glorioso e inefable, porque el fin de la fe, es nuestra salvación. Y el fin de la esperanza es ver cumplida la Promesa de Cristo.

En algún lugar entre el tiempo y el espacio vive la esperanza. Esta es alimentada con la Promesa de Jesucristo para los que tienen fe y creen en su segunda venida. Esperanza significa anticiparse a un futuro determinado; creer y esperar lo que aún no tenemos en el presente, y esto es esencial para la vida, porque nos brinda un estado de ánimo optimista basados en la expectativa de obtener resultados positivos con nuestras metas. La esperanza forma parte de la existencia humana. Es su motor, porque por ella nos movemos. Y cuando se apaga en el corazón, se termina la vida. Los seres humanos no podemos vivir mirando solamente el presente, como tampoco podemos vivir siempre en el pasado. En la mirada hacia el futuro reside la esperanza, porque como su palabra lo indica, esperanza significa “espera”. Visualizar y ubicarnos en el futuro, porque la vida se alimenta de lo que esperamos, por eso siempre se ha dicho que mientras estamos vivos, hay esperanza, y esto es lo último que se pierde. El presente sin futuro, es como vivir sin sentido, vacíos, sin planes ni objetivos. Simplemente es sentir que estamos vivos porque respiramos. Pero mientras caminamos por la vida, todo hombre debe tener la mirada puesta en el futuro mediato e inmediato, porque la esperanza nos sirve para transitar y llegar al fin de la existencia por caminos agradables y seguros.

El pensamiento y la voluntad juegan un papel determinante en la esperanza, ya que son facultades esenciales que Dios colocó en nuestro cerebro para el desarrollo del ser humano. Por ende, concretamos en nuestra vida lo que tenemos en la mente y el corazón, para luego ser forjados con nuestra voluntad. El futuro es incierto para todo ser humano, porque nadie lo conoce. Podemos hacer planes a largo plazo y soñar verlos hecho realidad; pero la decisión definitiva, la última palabra, siempre  la tiene el Señor. Nuestro destino depende de nuestras ideas y de la capacidad para tomar decisiones. Pero si nuestros planes y deseos no los ponemos en las manos de Dios, muchas veces fracasan y luego nos sentimos frustrados, porque no aceptamos su voluntad, ya que siempre pensamos que las cosas van a realizarse de acuerdo a lo que queremos. Aunque lo único seguro que tenemos en la vida es la muerte, todo ser humano se aferra a la vida. Nadie quiere morir, y aunque la adversidad nos deja con frecuencia un sabor amargo en la boca, siempre Dios nos brinda momentos de paz, consuelo, y la oportunidad de reír a través de sus manifestaciones de vida, cuando la luz de la esperanza vuelve a brillar en el horizonte.

La esperanza proviene del cielo y debemos asirnos de ella porque fue puesta delante de nosotros por medio de Jesucristo. Está fundamentada en el corazón del creyente, basadas en las Promesas de vida eterna. Tan grande es su poder, que nos permite amar y esperar a un Dios que nunca hemos visto, pero que sin embargo conocemos. El solo hecho de creer en Él y confiar en sus Promesas, nos produce consuelo y paz. Esto es una gran bendición para todos los que esperamos la segunda venida de Cristo, porque nos estimula produciendo un cambio sustancial y positivo en nuestra actitud. Crea en cada creyente un sentimiento de alivio, de fortaleza y ánimo que pone de manifiesto nuestra fe en tiempos de pruebas. Nos ayuda a tener paciencia en los momentos adversos de la vida y en situaciones difíciles. La paciencia es necesaria hasta que veamos a Cristo llegar. Así como el labrador espera recoger el precioso fruto de la tierra, aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, de igual forma, nosotros debemos tener paciencia, y afirmar nuestro corazón en la fe, porque la venida del Señor se acerca. La esperanza también nos ayuda a superar cualquier dolor, aunque sea producido por la misma muerte. Cuando confiamos en Dios, Él sana nuestras heridas, modifica nuestro comportamiento, encauza nuestras decisiones en pos de la eternidad, subyuga nuestros temperamentos, y enternece el corazón para superar los obstáculos con valentía. Si nos sujetamos de las manos de Cristo nos ayuda a enfrentar los conflictos, crisis y aflicciones que envuelven a la humanidad. Siempre, después de cada amanecer, hay una esperanza que nos permite seguir adelante. Todos somos herederos de la Promesa y solo debemos aferrarnos a ella, confiar y esperar.

Toda esperanza debe ser edificada en la Promesa de Cristo que dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. “Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. Esta es una promesa inmutable en la cual es imposible que Dios mienta. El Señor nunca nos defraudará, y si Cristo prometió que volvería a buscarnos, podemos tener la seguridad de que lo hará, por lo que no debemos distorsionar el propósito de nuestra existencia, ni contaminar nuestro carácter, sino darle prioridad a nuestra relación con Cristo, confiando en su Fuerza y Poder, porque un día no muy lejano se pondrán de manifiesto en toda la tierra, y veremos llegar al hombre mas deseado de todos los tiempos. El universo avanza de forma vertiginosa, pero muchos no perciben el tiempo, olvidando que la chispa divina que dio inicio a todo lo que existe, fue creado por la voz de Dios. Hoy contamos con tecnologías muy avanzadas, y cada día surgen nuevos inventos que nos hacen pensar que hemos logrado llegar al punto final para el perfecto entendimiento de cómo funcionan las leyes que gobiernan el universo, y tener el control del mismo. Pero no existe nada más lejos de la verdad, porque la sabiduría de Dios es infinita. Ni la ciencia, ni la tecnología pueden evitar que se cumplan las Promesas de Cristo, y mucho menos el hombre podrá a pesar de los avances científicos, manipular la creación de Dios, ni evitar que Cristo venga. Su venida es tan segura e igual a cuando una mujer esta embarazada. Es inevitable que el niño nazca cuando llegan los dolores de parto.

Ahora te pregunto: Si supieras con seguridad que el mundo llega a su fin mañana, qué harías? . De acuerdo a los científicos, esto no sucederá, porque el universo está en expansión y seguirá evolucionando como hasta ahora por toda la eternidad. Pero es muy interesante saber que a pesar de todas las investigaciones realizadas por la ciencia y de los datos recopilados a través de la historia del mundo, los hombres yerran en sus interpretaciones y razonamientos. Se les escapa un detalle muy importante y es la existencia de Dios. Se les olvida que además de ser nuestro Creador, también es nuestro Sustentador y Salvador, y que todo ocurre por su divina voluntad. Todos los que creen en Jesucristo no esperan en vano, porque la Promesa fue dada hace miles de años, y vino de Dios, del que es Fiel y Verdadero. Por lo tanto, así como la Promesa no es fallida, tampoco lo es la esperanza, ya que Cristo volverá por la recompensa de su sacrificio. Siento mucha lástima por aquellas personas que  escucho hacer planes a largo plazo, sin tomar en cuenta a Dios. Es inaudito como los científicos proyectan sus ideas e investigaciones para verlas finalizadas en fechas tan lejanas como el 2030-40. Todas las cosas son sustentadas con el Poder de la Palabra de Dios, y lo que ha de suceder sucederá de acuerdo a Las Sagradas Escrituras, e indudablemente el tiempo del fin esta muy cerca. Cuando en los días de Noé, la paciencia de Dios esperaba, mientras se construía el arca. En ella, pocos, solo ocho personas, fueron salvadas del diluvio, porque los demás no creyeron. Como en aquellos tiempos, el hombre de hoy tampoco cree. La humanidad ha olvidado que Cristo subió al cielo, y está a la diestra de Dios. A él están sujetos ángeles, autoridades y potestades, esperando la hora que ya fue fijada.

La esperanza se traduce en paciencia y fe. Significa el ancla del alma, ya que Cristo nos da fuerza y coraje para enfrentar con valor las circunstancias mas tenebrosas de la vida. Nos permite navegar en las corrientes del mundo sin naufragar. Cabe señalar que las personas que viven sin metas, ni objetivos, y sin ninguna esperanza en la vida, son muy vulnerables a sufrir de enfermedades emocionales y mentales, tales como: depresión, estrés, ataques de pánico, ansiedad, bipolaridad, delirios de persecución, episodios de locura, desequilibrio emocional, etc., y otras enfermedades físicas, por lo que poseen una calidad de vida muy baja. Por el contrario, las personas que tienen asentada su esperanza en Dios, tienen una calidad de vida alta. Disfrutan en su mayoría de buena salud tanto física como mental, porque la esperanza los ayuda a controlar sus emociones y superar los males humanos con firmeza e integridad. El aliento de la esperanza nos permite respirar confiados e internarnos  a tomar riesgos en las tormentas y adversidades de la vida, pero aguardando con fe en lo porvenir. Este aliento representa una fuerza que habita dentro de nosotros mismos, haciéndonos sentir más saludables. La esperanza en las Promesas de Cristo es un  don que proviene de Dios y supera las más altas expectativas del hombre. Nos permite vivir con la certeza de un mejor mañana, iluminando el futuro, y posibilitándonos para atravesar cualquier crisis y salir victoriosos.

Estamos frente a un mundo que vive en crisis; en constantes amenazas de enfermedades, guerras, terrorismo, crisis social, económica, problemas ambientales, desastres naturales, y otros muchos males que afectan a la humanidad. Pero toda crisis es una oportunidad para aferrarnos con fuerza a las Promesas de Cristo, porque la esperanza en Él, nos lleva a mirar los acontecimientos personales, naturales, sociales y humanos desde una perspectiva más alentadora. Nos consuela saber que tenemos un Dios vivo que como lo ha prometido, a su tiempo, vendrá por nosotros. Tenemos que desarrollar la capacidad para entender que todo en este mundo tiene su tiempo, y por ende, todo es transitorio. Tenemos un tiempo para nacer, y un tiempo para morir. Tiempo para llorar y tiempo para reír. Todo lo que existe entre el espacio que divide el cielo y la tierra tiene su tiempo. Nadie puede por sabio que sea, agregarle un segundo más de tiempo a la vida. Es muy lamentable ver como algunas personas desperdician el tiempo. No viven sus sueños porque están viviendo sus miedos, impedidos para tomar la iniciativa de cambiar su actitud ante la vida. Pero la esperanza en Dios quita todo temor y nos permite vivir en paz, por lo que debemos evaluarnos a nosotros mismos, rectificar nuestros errores y cambiar nuestros malos hábitos y costumbres.

Jesús antes de partir nos dejó el don de la paz y nos dio una esperanza: “La paz os dejo. Mi paz os doy. No os la doy como el mundo da. No se turbe vuestro corazón, ni tengan miedo”. Me voy, pero volveré a vosotros. Si me amaseis, os alegraríais de que me vaya al  Padre, porque el Padre es mayor que yo. “Ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda creáis. “Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo; pero no tiene nada en mi.” Yo pregunto: sabemos realmente quién es el príncipe de este mundo?. Cristo dice en su Palabra que el príncipe de este mundo no tiene nada en El, y si no tiene nada en El, es obvio que se refiere a Satanás, quien actualmente tiene dominio sobre toda vida que no ha sido consagrada a Cristo. Juan, versículo 14, nos recuerda que Cristo vendrá otra vez, y nos dejó la siguiente promesa: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si así no fuera, os lo hubiera dicho. Voy pues, a preparar lugar para vosotros”.  Nuestro verdadero hogar no está en la tierra; tenemos que entender que estamos de paso en este mundo, por lo que debemos trabajar en la obra de Cristo para recibir nuestra herencia.

Crees en Jesucristo?. Si crees en Él, debes vivir con esperanza, para que tu voluntad se fortalezca. Lo único que se necesita es creer y confiar en que por medio del maravilloso poder de Dios que sobrepasa todo entendimiento y todos los limites, seremos transformados. Como nos dice Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Aunque rodeados de una aparente paz y seguridad, estamos viviendo dentro de una sociedad que va en decadencia por negarle el primer lugar a Dios. Los hombres actúan guiados por el egoísmo, el desamor, las riquezas y sed de poder a cualquier precio. Todo esto causa infelicidad y destrucción a los seres humanos. Pero Jesús dijo: “No temas, cree solamente”. y la paz de Dios guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos, porque Dios desea devolvernos todo lo que perdimos en el Edén causado por el pecado de nuestros primeros padres, para que habitemos por siempre en el Paraíso celestial. Esta es la gran esperanza en la Promesa de Dios, con la que todos debemos vivir. El Espíritu Santo crecerá en tu corazón y eliminará tu antigua forma de pensar y de ser, poniendo dentro de ti nuevos deseos. Brillará la luz de la esperanza en tu vida, y tendrás una nueva visión del futuro. No esperes, actúa y pide HOY el derramamiento de la Gracia de Dios en tu corazón. Para mañana será tarde!. Amén.

jueves, 30 de abril de 2015

AMOR Y DISCIPLINA



Hay una frase muy popular que dice: “Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza”.Pero la realidad es, que el amor, la atención, supervisión y disciplina que les brindamos a nuestros hijos desde que nacen, hacen la diferencia, porque los ayudan a crecer y desarrollarse con un determinado código de conducta, que les servirá como base para llevar durante sus vidas un comportamiento virtuoso en todas sus motivaciones, mostrando respeto, integridad, solidaridad y responsabilidad en el cumplimiento de sus deberes, al igual que con sus relaciones interpersonales. Si se pudiese inducir a los padres a rastrear los resultados de sus acciones, y pudiesen ver cómo su ejemplo y enseñanza  perpetúan y acrecientan el poder del pecado o el poder de la justicia y el amor, durante el crecimiento de sus hijos, buscarían ciertamente hacer un cambio radical en la educación de sus niños. Muchos quebrantarían el hechizo de la tradición y las costumbres propias de los hogares que hoy son llamados disfuncionales, porque los niños llegan al mundo sin ser deseados, y  crecen sin amor, formandose sin ninguna disciplina. Por ende, lo que aprenden de sus padres es lo único que tienen para dar en el futuro.

Una buena base religiosa en el hogar es indispensable para formar hijos de bien. Desde que el niño comienza a tener uso de razón, se le debe mostrar que la obediencia a la Palabra de Dios es la única tabla de salvación, que nos permitirá navegar contra los males que arrastran al mundo a la destrucción, y que posteriormente, si llegamos a ser adultos, formaremos  parte de él, corriendo el riesgo de que naufrague la fe si no estamos sólidamente edificados en Cristo. Los padres dan a sus hijos  un ejemplo de obediencia a Dios o de transgresión a su Ley. Por consiguiente, con su ejemplo y enseñanza, se decidirá en la mayoría de los casos el destino eterno de sus familias. Ya en la vida futura, los hijos serán lo que sus padres lo hayan hecho. Observemos que en nuestros tiempos, la gran mayoría de los jóvenes están descarriados moral y espiritualmente. ¿Por qué?, porque la buena educación comienza en el hogar, pero debe estar fundamentada en los principios de la Ley de Dios; enseñada y practicada  en el núcleo familiar desde que los niños están muy pequeños.

El proceso educativo de nuestros hijos no puede quedar librado a la suerte o la expectativa de si saldrá bueno o malo. Tampoco la buena enseñanza solamente puede depender de maestros excepcionales o de la fortuna que algunos tienen para cubrir los gastos escolares. El método más eficaz para educar a un niño consiste en amar a nuestros hijos como amamos a Dios, pero sobre todo disciplinarlos  con la autoridad que tenemos como padres, para poder dirigirlos e instruirlos por el camino estrecho que conduce a la vida. La verdadera supervisión consiste  en vigilar sus actividades desde muy pequeños, darles confianza, mantener una buena comunicación, involucrarnos en sus vidas, ser su mejor amigo,  y brindarles apoyo en todas sus necesidades para que puedan realizar sus metas de forma satisfactorias. No podemos esperar que el niño crezca para que entonces comience a descubrir la verdad de su existencia, para luego elegir en qué y en quien creer o confiar. Debemos mostrarles con nuestro ejemplo que no dependemos de nosotros mismos, sino de una fuerza sobrenatural que nos gobierna llamada Dios, a quien todos debemos servir con fidelidad, amor y devoción.

Ser padres no es solamente traer hijos al mundo; implica asumir una responsabilidad de por vida, porque con cada niño que nace, se van formando las nuevas generaciones. Nuestro Padre celestial dice en su Palabra: “Yo disciplino a todos los que amo”. Así mismo, los padres terrenales tenemos que disciplinar a nuestros hijos, y demostrarles nuestro amor. Enseñarlos a caminar por el sendero del bien, guiando sus pasos. Ayudarlos a crecer fuertes, y si caen, estar prestos a extenderles nuestro brazo para que puedan levantarse. Enseñarlos a asumir sus errores con responsabilidad. Que la experiencias negativas les sirvan de ejemplo para que aprendan a  reconocer la diferencia que existe entre el modo de cómo son realmente las cosas en la vida; que no todo lo que vemos tenemos que copiarlo, porque hay consecuencias cuando actuamos imitando a los demás, influenciados por el medio ambiente, y el resultado que se obtiene cuando tratamos de hacer las cosas correctamente, como nos enseña Dios en su Palabra.

Debemos tener una visión clara y objetiva de lo que nos rodea para poder dirigir a nuestros hijos en este mundo lleno de trampas y engaños, porque nuestra mayor gloria no radica en que no tendremos caídas, sino en levantarnos cada vez que nos caemos. La religión en el hogar es nuestra gran esperanza y hace halagüeña la perspectiva de que la familia crezca unida, y fortalecida en la verdad de Dios. Por ende, todo aquel que se considere buen padre, y que en verdad siente amor por sus hijos,  debe inculcar en la conciencia de sus descendientes, los solemnes deberes que tenemos con nuestro creador. Para obtener buenos resultados se necesitará devoción sincera, ferviente y cordial, y es esencial que haya en los padres piedad ardiente y activa, como la que nuestro Padre Dios muestra con nosotros. El Espíritu de Dios nos da poder, si queremos tenerlo, como también se derramará gracia para nosotros si queremos apreciarla. Para sernos dada, El Espíritu Santo aguarda tan solo que lo pidamos con un ardor de propósito proporcional al valor del objetivo que perseguimos. En este caso, criar hijos para que puedan habitar en el reino de Dios.

En la vida nada está garantizado, pero si obramos conscientes de lo que hacemos con nuestros hijos, y aprendemos a educarlos en la Palabra de Dios, podemos descansar seguros y satisfechos del deber cumplido como padres y guías del hogar. La parábola de la oveja extraviada debiera ser atesorada como lema en toda familia. El divino Pastor deja las noventa y nueve, y sale al desierto a buscar la perdida. Hay matorrales, pantanos, y grietas peligrosas en las rocas, y el Pastor sabe que si la oveja está en alguno de estos lugares, una mano amistosa debe ayudarle a salir. El buen pastor, que representa a Cristo, hará frente a cualquier dificultad para salvar a su oveja perdida. Cuando la descubre en falta, no la abruma con reproches. Se alegra de encontrarla viva. Y con manos firme, aunque suavizadas por el amor, aparta las espinas, o las saca del barro; la alza tiernamente sobre sus hombros, y la lleva de vuelta al rebaño. Dios nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Aunque en el presente, ninguna disciplina parece ser motivo de gozo, sino de tristeza, pero después dará fruto apacible de justicia a los que en ella son ejercitados.

Consideremos cada uno de nosotros que nuestra persona ha sido llevada sobre los hombros de Cristo, y no alberguemos un espíritu dominador de críticas y justicias propias sobre los demás, porque ni una sola oveja habría entrado al redil si el Pastor no hubiese emprendido la penosa búsqueda en el desierto. El hecho de que una oveja se había perdido bastó para despertar la preocupación  del Pastor, y tratar de hacerle emprender su búsqueda. Además de amar, dirigir y disciplinar a nuestros hijos, también es nuestro deber protegerlos. Este mundo diminuto y transitorio fue escena de la encarnación y el sufrimiento del Hijo de Dios, como ejemplo del más grande amor de todos los tiempos. Sufrió por amor a la humanidad, por sus hermanos, y porque confiaba en el amor del Padre. Cristo no fue enviado a los mundos que no habían caído, sino vino a este mundo, todo mancillado y quemado por la maldición del pecado. La perspectiva no era favorable, sino muy desalentadora. Pero confió en las Promesas que a pesar de que conocería la muerte, resucitaría para tener vida por toda la eternidad al igual que nosotros.

Debemos tener presente el gran gozo manifestado por la oveja que estaba perdida y regresa pidiendo perdón a su padre (Parábola del hijo pródigo). Cuando algo semejante sucede en la tierra, también por todo el cielo repercute el gozo, y es un privilegio participar de él, y en especial si es un hijo que se aleja y regresa arrepentido. Seamos colaboradores de Cristo para que podamos soportar  los sacrificios, padecimientos y pruebas que tenemos en este mundo, porque el Señor, reprende al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo. Soportemos las pruebas como disciplina y extendámosla hacia nuestros hijos. Dios nos trata como hijos; y si nos dejara sin disciplina, de la cual todos participamos, seríamos bastardos y no sus hijos. Todavía tenemos oportunidad de hacer bien a las almas de los jóvenes y de los que yerran. Si vemos alguno cuya palabra o actitud demuestran que están separados de Dios, no lo culpemos, quizás no tuvieron una buena dirección de sus padres, o no encontraron una mano amiga que los ayudara, o quizás crecieron solos, en las calles, sin pan ni abrigo, en un mundo lleno de lobos feroces. No es obra nuestra condenarles, sino acercarnos para tenderles una mano. Si queremos mejorar el mundo, debemos interesarnos genuinamente en los niños y jóvenes, mostrándoles compasión y empatía, brindándoles la oportunidad de enderezar el camino.

Para obrar como Cristo obró, debemos crucificar el yo. Es una muerte dolorosa, pero es vida para el alma. No hay demostración más grande de amor que Aquel que dio  su vida por nosotros. Si queremos imitarlo, tenemos literalmente que enterrar el yo, el cual representa nuestro ego. Cristo nos amó con amor eterno, por tanto, nos soporta con misericordia. Debemos involucrarnos más en la  educación de nuestros hijos. Nuestra obra es reformatoria, y es propósito de Dios que mediante la excelencia del trabajo hecho en nuestros hogares, sirva de ejemplo y llame la atención sobre el gran esfuerzo que debemos hacer para tratar de salvar a los demás, pero sobre todo, aquellos jóvenes que todavía no tienen ningún conocimiento de Dios. Todos tenemos un compromiso con Dios, pero en especial aquellos que han decidido trabajar para El. El mundo está lleno de iniquidad y desprecio de los requerimientos divinos. Las ciudades se han vuelto como Sodoma, y  nuestros jóvenes se ven diariamente expuestos a muchos males.

A medida que los adultos que no conocen a Dios se acercan a los niños y jóvenes que están, o han sido descuidados por sus padres, van adquiriendo una educación callejera, y son fácilmente seducidos por Satanás, vulnerables para ser arrastrados al foso de los perdidos. El corazón de los jóvenes se impresiona fácilmente, y a menos que el ambiente que los rodea sea del debido carácter de Cristo, Satanás usará a estos niños abandonados, o jóvenes que viven en las calles para que ejerzan su influencia sobre los que están más cuidadosamente adiestrados y enseñados en los caminos de Dios. No permitamos que las almas de nuestros niños sean contaminadas con la corrupción. La mente es como una esponja que se alimenta de lo que absorbe, y la cosecha final dependerá al igual que la naturaleza de la semilla sembrada, por lo que es absolutamente indispensable amparar desde los primeros años de vida la educación cristiana de los niños.

Las urgentes necesidades que se están haciendo sentir en este tiempo, especialmente con los jóvenes, exigen una orientación y supervisión constante en el conocimiento de la Palabra de Dios. Esta es una verdad presente, porque el conocimiento de Dios y de Jesucristo, a quien envió a este mundo, representa la más elevada educación que podemos brindarle a nuestros hijos. La verdad llegará a cubrir la tierra con su maravillosa luz, como las aguas cubren el mar. La verdadera base de toda educación debe estar fundamentada en las Palabras de vida eterna, donde los hábitos y costumbres que hemos adquiridos en nuestro transitar por el mundo, quedarán sin efecto, porque no servirán para nada. No quiero decir con esto que no debemos educarnos profesionalmente. Pero también debemos educar a nuestros hijos para ser miembros de la familia real, hijos del Rey del cielo, y dedicar menos tiempo a aquellas cosas que nos alejan de la fe, y que han llevado las mentes al misticismo y lejos de la verdad. Sus vivos principios, entretejidos en nuestra vida, serán nuestra salvaguardia en las pruebas y tentaciones que nos esperan. La instrucción divina será la única senda que tendremos para alcanzar la victoria.

Cabemos hondo para hacer firme los fundamentos de nuestros hijos, y hagamos uso de “toda palabra que sale de la boca de Dios”. Vivamos en mansedumbre y enfoquémonos en transmitirles a nuestros hijos la educación más elevada que representa enseñarles a amar a Dios por sobre todas las cosas, porque todo pámpano de la viviente Vid que no crece será cortado y desechado como cosa inútil. Ha llegado el momento en que por medio de los mensajeros de Dios, el rollo de la Escritura se está desenrollando rápidamente ante el mundo. La verdad encerrada en los mensajes de los ángeles primero, segundo y tercero del libro de Apocalipsis están en toda nación, tribu, lengua y pueblo, iluminando la obscuridad de todo continente y extendiéndose por toda la tierra con sorprendente rapidez. Procuremos con diligencia presentarnos ante Dios como obreros que no tienen de que avergonzarse, porque hemos trazado bien la palabra de verdad para cumplir con sus propósitos.

Tratemos de vencer los hábitos de indiferencia y desorden que arropan la sociedad de hoy, porque si no se corrigen con perseverancia  y verdadera resolución, seremos vencidos en el presente y para toda la eternidad. Estimulemos a nuestros jóvenes a formar hábitos correctos que agraden a Dios, y que todas sus costumbres sean de tal carácter que hagan de ellos una ayuda y un ejemplo para otros. Dios confió a los padres la educación de nuestros hijos, y de cada acto de la vida podemos enseñarles lecciones espirituales, para que cada niño sea inducido a comprender los principios puros según lo ha dispuesto Dios. Motivemos cada acto de sus vidas con amor, y así, el trabajo diario promoverá el crecimiento cristiano, los principios vitales de la fe, y la confianza y el amor hacia Jesús penetrarán hasta en los detalles más ínfimos durante el crecimiento y madurez de nuestros niños. Contemplemos a Jesús, y el amor hacia Él constituirá el móvil continuo que nos dará la fuerza para cumplir con cada obligación contraída.

Todo lo que se haga se hará para gloria de Dios. El temperamento, las peculiaridades personales, los hábitos de los cuales se desarrolla el carácter, todo lo que se practica en el hogar, en presencia de los hijos, se revelará de por sí en todas las relaciones de la vida futura. Las inclinaciones seguidas de la conducta culminarán en pensamientos, palabras y acciones aprendidas, buenas o malas. Si cada padre se esforzara en reprimir toda palabra ofensiva o grosera, y aprendiera a respetarse mutuamente como pareja, y también a extender ese respeto a sus hijos, nos estaríamos preparando para ser miembros de la familia celestial, y la influencia que ejerzamos en nuestros hijos será tan fuerte, que una vez que conozcan a Cristo,  no podrán apartarse de Él. Orar en familia, todos juntos, ligará los corazones con Dios por medio de lazos que perdurarán. Y el confesar a Cristo franca y valientemente, mostrando en nuestro carácter su humildad y amor, será costumbre de cada miembro del hogar.

Cumplamos nuestros deberes de padres con buena voluntad. Testifiquemos de Cristo. Demostremos que la religión de Cristo, no nos hace, ni en principios ni en práctica, irrespetuosos con los demás, sino que nos hace reflexivos y fieles, no descuidando las cosas pequeñas que debemos hacer. Seamos fieles a Dios y formemos hijos para vida eterna. Adoptemos por lema las palabras de Cristo: “El que es fiel en lo muy poco, también en lo mucho me será fiel”. Cultivemos la sociabilidad cristiana, para que tengamos un lugar de paz, pese a las dificultades del tiempo, porque no somos átomos independientes, sino que cada uno de nosotros somos una hebra de hilo que ha de unirse con otra para formar y completar un gran lienzo, como el que cubrió el cuerpo de Cristo y fue manchado con su preciosa sangre, la cual lavó nuestros pecados. Este lienzo representa el Manto Sagrado del Espíritu de Dios que nos cubre con su divino Amor y Poder. Demos gracias a Dios por todas sus bendiciones, en especial por enseñarnos con su ejemplo a ser padres, y a disciplinar nuestros hijos con amor. Cumplamos todo lo que le hemos prometido a Dios según nuestras esperanzas, y no basándonos solo en nuestros temores, sin tener en cuenta Sus Promesas de vida eterna!...Ojalá que todo padre pueda decir con seguridad cuando Cristo venga: “Padre, aquí tienes los hijos que me diste. Ninguno perdí, sino que los crie y cuidé con el mismo amor que tú me diste a mí, y hoy te los devuelvo sanos y salvos”!.  

domingo, 5 de abril de 2015

SE ACERCA EL DIA DEL SEÑOR



Jesús está por abandonar Su lugar en el santuario celestial, para ponerse vestiduras de venganza, y derramar su ira en juicio contra aquellos que  no han respondido a la luz que Dios les ha dado. Los que no temen a Dios ni aman la verdad, día a día  fortalecen su corazón en las malas acciones, en vez de llenarse de tolerancia y paciencia. Aunque muchos no lo crean, aún la tolerancia y la paciencia de Dios tiene límites, y muchos están superándolos. Han sobrepasado los límites de la gracia, y por lo tanto Dios  intervendrá y vindicará su propio honor. El Señor dijo acerca de los amorreos: “Y en la cuarta generación volverán acá, porque la maldad del amorreo aún no ha llegado al colmo” (Génesis 15:16). Aunque dicha nación se destacaba por su idolatría y corrupción, no había llenado todavía la copa de su iniquidad, y Dios no quiso dar la orden de que se la destruyese completamente. Al igual que ese antiguo pueblo, nosotros también estamos llenando nuestra copa, por lo que estamos viendo parte del poder divino de los juicios de Dios manifestado en el mundo.

En el tiempo en que la ira de Dios se manifieste con castigos, solo los humildes y consagrados seguidores de Cristo se distinguirán del resto del mundo. Mientras que los impíos procuran arrojar un manto sobre el mal existente, y excusar la gran impiedad que prevalece por doquiera, los que tienen celo por el honor de Dios y amor por sus semejantes, no podrán permanecer indiferentes y callados, solo para obtener el favor del poder humano. Aquellos que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual, no alcanzarán la misericordia de Dios, porque todas las naciones están llenas de orgullo, avaricia, egoísmo y engaño de toda clase. El Espíritu de Dios que inspira la represión  del hombre, está siendo pisoteado, mientras triunfan los siervos de Satanás. Dios queda deshonrado, y la verdad anulada. Esto no será por mucho tiempo, porque Dios está sellando su pueblo, como lo hizo en la antigüedad al ordenar a sus mensajeros, los hombres que tienen las armas de matanza en la mano: “Pasad por la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se cometen en ella”. Y a otros les dijo: “Pasad por la ciudad en pos de él, y matad sin lastima ni compasión, y herid; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad viejos, mozos y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno. Pero no toquéis a ninguno que tenga la señal. (Ezequiel 9:4-6).

Dios, con infalible exactitud esta pasandole cuenta a todas las naciones. Mientras ofrece su misericordia, con invitaciones al arrepentimiento, esta cuenta permanece abierta; pero cuando la cifras llegan a cierta cantidad que Dios ha fijado, comienza el ministerio de su ira.. La cuenta se cierra. Cesa la paciencia divina. Entonces ya no intercede la misericordia en su favor. El jueves 2 del presente mes recibimos una porcion de la ira de Dios. Me refiero al ataque en Garissa University College, no lejos de la frontera de Kenia con Somalia, donde los terroristas mataron alrededor de 150 cristianos, justamente un dia antes del viernes Santo. Las naciones a lo largo de los siglos han recibido misericordia sin precedente. Les han sido dadas las bendiciones mas selectas del cielo, pero el orgullo intensificado del hombre, la codicia, la idolatria, el desprecio al unico Dios verdadero que está en el cielo, y la vil ingratitud, son cosas que el Señor anota con tinta indeleble.

Las naciones están cerrando rápidamente su cuenta con Dios. Este no es un caso aislado. Son muchas las tragedias que estamos viviendo alrededor de todo el mundo, porque los mayores privilegios de las naciones han sido contaminados por la iniquidad prevaleciente. Bajo la influencia de los injustos que nos rodean, muchos, aún entre los que profesan la verdad, se han enfriado y estan siendo arrastrados por la fuerte corriente del mal. El desprecio universal en que se tiene la Palabra de Dios, la falta de verdadera piedad y compasión, induce a los que no se relacionan estrechamente con Dios a perder la reverencia y obediencia de Su Ley. A medida que la falta de respeto por la Ley de Dios se pone de manifiesto, se hace más distinta la raya de demarcacion entre sus observadores y el mundo.

El amor hacia los preceptos divinos aumenta en una clase de personas en la medida en que en otra clase aumenta el desprecio hacia ellos. La crisis final se está acercando rapidamente. Las cifras que suben velozmente al cielo demuestran que está por llegar el tiempo de la visitación de Dios. Aunque le repugna castigar, castigará sin embargo, y lo hará prestamente. Solo los que anden en la luz podrán ver las señales del peligro inminente que nos rodea. Cristo esta a las puertas. Arrepientete y no temas, porque Dios protegerá a su pueblo el dia de la visitación. Vendrá como protector de todos aquellos que hayan conservado la fe en su pureza y anhelan su llegada!. Amen.

jueves, 19 de marzo de 2015

CIRCULO DE VIOLENCIA



“Y por el aumento de la maldad, el amor de la mayoría se enfriará”.                  (Mateo 24:12).

Jesús nos advirtió lo que está sucediendo en el mundo, y esta es una señal del tiempo del fin, donde la humanidad ha sido encerrada en un círculo de violencia que cada día se agiganta más. No es un secreto para nadie que en la actualidad estamos viviendo en un mundo convulsionado, en crisis, lleno de dolor, venganza, maldad y agresividad, sin sentir ninguna compasión por nuestros semejantes. Vivimos con una explosión constante de tragedias, conflictos políticos y sociales. Y si a esto le sumamos los desastres naturales que suceden frecuentemente alrededor del mundo, sin lugar a dudas, tenemos que admitir que la naturaleza se ha revelado, y que estamos dentro de un mundo podrido y corrompido por la maldad en grado superlativo, lo que ha ido provocando paulatinamente el deterioro de la raza humana, y donde se ha perdido el respeto hasta de lo más sagrado, que fue la creación de Dios, al darnos la vida. ¿Por qué nos está sucediendo esto?, porque el amor hacia Dios se ha enfriado en el corazón del hombre, dando paso al odio y la maldad, cuya consecuencias son muerte y desolación para los seres humanos. En su mayoría, los actos de violencia son ejecutados por personas que viven con el corazón vacío, carentes del amor de Dios.

Todos, de una u otra forma estamos siendo afectados directamente como resultado de la violencia y del deterioro social en que hemos caído. Nada podemos hacer para detener definitivamente la ola de violencia que nos azota; esta solo la puede frenar Dios,  pero es nuestra responsabilidad detener el avance del pecado en nuestras vidas, porque el llevar una vida de pecado sin rendirnos a Cristo, provoca que el corazón se enfríe hasta que endurece. La violencia no solo destruye al que la ejecuta o al que la sufre, sino a toda la humanidad. Porque nos hiere el alma, y nos  enferma la mente y el cuerpo. A medida que el tiempo avanza, es evidente la presión desenfrenada  y el estrés con el que muchas personas viven, al querer competir con los demás y llevar un estilo de vida “moderno”, donde el egoísmo y la envidia han sido sustituidos por el amor, provocando a nuestro alrededor un ambiente sobrecargado de problemas, dificultades y tragedias. 

Jesús anunció la condición que tendría el mundo antes de su regreso,  y también nos dejó explícito un Mandamiento: “Amar a Dios por sobre todas las cosas”. Cristo le dijo a sus discípulos antes de partir: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Jesús nos pide que seamos agentes de paz y que promovamos el amor, no la violencia. No es que estamos exentos de sufrimientos y problemas, ya que estos son parte del precio que tenemos que pagar por nuestros pecados. Pero cuando vivimos confiados en Cristo y sus Promesas, nuestras cargas nos parecerán más ligeras, porque Cristo nos ayuda a sobrellevarlas.

Jesucristo venció al mundo y al pecado por cada uno de nosotros para que tengamos vida, pero su amor lo hemos desplazado, llenando el corazón de cosas mundanales, provocando un efecto negativo en el comportamiento humano. Tristemente, en estos tiempos, la humanidad vive agobiada por el temor y la inseguridad, expresando un doloroso sentido de confusión ante un futuro incierto. Pero no debemos tener miedo, porque la victoria de Jesús quedó garantizada al inmolarse en la cruz del Calvario. Y el haber resucitado, es una prueba irrefutable de que volverá para poner fin a la violencia humana y al pecado. Jesucristo es la solución a todos nuestros problemas sociales, políticos y económicos, pero hay que creer y confiar. Depender de la presencia continua de Dios, su poder, y conducirnos a través de la luz que su Palabra nos brinda. Nada puede darnos más seguridad que sus Promesas, llenas de paz, consuelo y esperanza. Pronto el enjugará toda lágrima, quitará todo dolor, y toda tristeza. No habrá más llanto ni sufrimiento, y él destruirá el círculo de violencia que nosotros mismos hemos creado.

Cristo nos ha revelado todas estas cosas para que en Él hallemos paz. En su Palabra nos dice: “En el mundo tendréis aflicciones. Pero tened buen ánimo, yo he vencido al mundo”. Dios quiere y puede preservarnos del peligro aun viviendo en un mundo lleno de violencia. También puede librarnos del poder del pecado, levantar y destruir imperios según sea su voluntad. A través de su Palabra, y a lo largo de todos los siglos, el Señor ha mantenido abierto, un canal de comunicación con todos los seres humanos que deseen dejarse guiar por el camino del bien. No tenemos justificación si elegimos el camino del mal y nos perdemos, porque el mensaje del gran conflicto que se ha venido manifestando a lo largo de la historia de la tierra, se nos ha dado a conocer en las profecías. Finalmente veremos el triunfo del bien sobre la maldad, porque Dios vencerá y resolverá definitivamente todos los problemas que tenemos como resultado de llevar una vida de pecado, y  por negarnos a darle participación a Cristo en nuestras vidas. Él nos proveyó con el don máximo de la salvación y nos prometió la vida eterna, que recibiremos para habitar en nuestro nuevo hogar, donde todos seremos iguales, y donde ya no habrá maldad, pecado, ni muerte.

Estamos en un mundo transitorio y desechable tratando de sobrevivir como sea, pero donde todo se hace para disfrute del momento y por  conveniencia individual. Razón por la cual existen hoy tantos divorcios, adulterios, más uniones libres, menos comunicación entre las parejas, y menos dedicación a la supervisión y cuidado de nuestros hijos, porque nos gastamos la vida sumergidos en el mundo cibernético moderno, donde la espiritualidad se ha alejado del hombre, y por ende, de muchos hogares, haciendo que cada desafío de la vida se vuelva más insuperable y que los logros que deseamos alcanzar, sean menos posible. Por eso, cuando una tormenta repentina golpea nuestras vidas, o cuando nos sentimos abrumados por las circunstancias que nos rodean, al no conocer y confiar en Dios, nuestra visión queda bloqueada sin ver la salida, perdiendo el control de las situaciones adversas, y tratando de resolverlas con estallidos de violencia. 

El temor siempre distorsionará nuestra perspectiva de Dios, pero la fe nos hace fuertes para vencer, y vivir dentro del caos como si no existiera. Dios tiene poder sobre todo lo que está por encima y debajo del agua; ve lo que nosotros no podemos ver, y sabe lo que nosotros no podemos saber ni entender. Por eso se está por realizar y dar a conocer la gran cosecha final de todos los Hijos de Dios; de todos los fieles que han tomado la decisión correcta de obedecer al Señor y perseverar hasta el fin; de guardar sus Mandamientos pese a las presiones sociales, criticas y/o burlas de los impíos. El tiempo apremia y la venida de Cristo se aproxima. Mantengamos la calma y pongamos oídos sordos a las palabras necias de los incrédulos.

Por ahora, estamos encarcelados en una humanidad indolente, aparentemente libres, pero viviendo casi en condición de esclavos, donde la conciencia se silencia con dinero; donde los que sufren no tienen voz, y los desalmados disfrutan del dolor y la miseria ajena. Muchos buscan en la ciencia respuestas al mal que nos aqueja, y otros lo achacan a los cambios evolutivos propios de las nuevas generaciones y de los países desarrollados. Pero olvidan que todo en este mundo es pasajero y que la Palabra de Dios pese a todo pronóstico de duda se cumplirá. El ser humano no fue creado para vivir eternamente en la tierra, porque todos somos pecadores, y porque la paga del pecado es la muerte. El don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor, y porque el venció la muerte, también nosotros podemos vencerla si nos rendimos a él. De lo contrario no tendríamos esperanza. Mientras estemos vivos, si no buscamos el arrepentimiento, nuestras luchas no terminarán, porque no somos nosotros lo que obramos mal, sino que actuamos movidos por el pecado que habita en nosotros. Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, para que así también nosotros, si nos arrepentimos de nuestros pecados, fuéramos perdonados y andemos en nueva vida. Porque así como hemos sido unidos con él en una muerte semejante a la suya, seremos unidos con él en su vida.

El propósito fundamental de la venida de Cristo es poner fin al pecado y poner de manifiesto su justicia. Cuando se despidió de los apóstoles, ascendió al cielo en una nube, y mientras ellos lo observaban, dos ángeles le explicaron que Cristo volvería de la misma manera en que lo estaban viendo irse. Esta es la promesa en que debemos confiar hasta que la veamos hecha realidad dentro de muy corto tiempo. Volverá como Rey de reyes y Señor de señores para brindarnos paz por toda la eternidad, y nunca más se separará de nosotros. Su venida será un acontecimiento de dimensiones inimaginables, porque viene como ladrón en la noche, sin avisar, pero todo ojo lo verá. Ese día será motivo de alegría para todos los que han confiado; pero para los que han rechazado la Ley de Dios y se han negado a aceptar su Gracia, estarán muy angustiados porque conocieron la verdad, pero no creyeron en ella. Todos los que aceptaron a Jesús como su salvador resucitarán para vida eterna, y los cuerpos de los fieles que estén vivos serán transformados. La armonía y el amor volverán a reinar en el universo creado por Dios.

El Señor ha prometido que cuando Cristo venga a redimirnos, el problema de la muerte, como castigo por el pecado, tendrá una solución definitiva. Mientras tanto, no debemos permitir que los factores negativos que nos rodean, nos debiliten. Procuremos mirar a Cristo y no nos dejemos vencer por las malas condiciones sociales, económicas y políticas que se viven hoy día. Procuremos imitar la excelencia del carácter de Cristo, y mantengámonos a la espera de su segunda venida con un solo eslogan en el pensamiento: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”!.