El Espíritu
Santo, es parte de la cabeza de Dios y forma también parte de la Santísima
Trinidad. Trabaja directamente en el corazón de todo ser humano, y la función principal que desarrolla a través
de la manifestación de su inmenso poder, es la de convencernos de que Dios vive,
nos ama y tiene potestad sobre todos nosotros. Cuando su poder se manifiesta en
nuestras vidas, nuestro carácter cambia
y la naturaleza de Dios es reflejada en los seres humanos. Nos mueve para
desarrollar la perfección del carácter de Cristo. A medida que comenzamos a
comunicarnos con Cristo nos volvemos menos amantes de nosotros mismos, y nos
hacemos más dependientes de la dirección divina. Cuando el Espíritu Santo nos
toca, también nos bendice, convirtiendo el corazón. Dejamos de ser nosotros
mismos, para vivir unidos al Espíritu de Cristo.
La función
que el Espíritu Santo tiene en nuestras vidas además de dirigirnos, es la de convertirnos
en nuevas criaturas, con una actitud positiva ante la vida, nos da dirección,
comenzamos a amar las Sagradas Escrituras, porque una vez que somos
convertidos, todo lo que estaba oculto a nuestros ojos, queda al descubierto.
Comenzamos a vivir con gozo y cada evento diario de la vida hace la conversión.
Esto no sucede de un día para otro, es algo que se va desarrollando
paulatinamente a través de la apreciación del carácter de Cristo, a través de
la comunicación con Dios. También nos comisiona para trabajar directamente con
aquellos que no conocen y necesitan de Cristo. El deseo de hablar de su bendito
nombre crece constantemente. Al mismo tiempo sentimos que nuestra alma se va
limpiando de pecado y antes de realizar cualquier acto consciente de que
estamos ofendiendo al Señor, el pensamiento es elevado ante la Majestad Divina
y es lo que nos mantiene sumidos en la obediencia.
El Espíritu Santo nos capacita para representar el amor y
el poder de Dios a otros, sabiendo que cuando el venga convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio. Nos convencerá de pecado, porque muchos hasta que
no lo vean venir de nuevo no creerán en su existencia, pero entonces ya el Espíritu
se habrá retirado del mundo y será en ese momento que comprenderán que durante
toda la vida violaron los Mandamientos y transgredieron la ley. Despertarán del
sueño de la inconsciencia para encontrarse con una realidad aplastante y
terrible. Cristo vendrá de nuevo procedente del Padre para darle fin al juicio
divino. Unos llorarán y se lamentarán, pero los que han conocido y recibido al Espíritu
de Dios en sus vidas recibirán el mayor de los gozos. Si creemos en el Padre,
también debemos creer en su Espíritu. Cristo vino al mundo a través del Espíritu de Dios y lo venció al resucitar y ser elevado al cielo.
Recordemos que la
hora viene, en que seremos esparcidos
cada uno por su lado, pero los que han amado a Cristo y viven en su Espíritu,
no estarán solos, porque el Padre estará con ellos. No podemos cerrar los ojos
a la iluminación que desciende del Espíritu de Dios por temor a ver los errores
que no estamos dispuestos a abandonar, porque nuestros pecados aumentarán en
lugar de disminuir. No podemos
amar al Señor con todo nuestro corazón, mente y espíritu, si mantenemos toda
nuestra fuerza y energía enfocadas en amar nuestros gustos y placeres más que
al Señor, porque él exige toda nuestra fuerza y vivir atados a su santo Espíritu.
Debemos despojarnos de todo egoísmo y del amor propio.
Dios nos llama a través
de su Espíritu para que los redimidos en el Señor sigamos sus pisadas y no las
del mundo. Consagrarnos a él y confesar su nombre ante los demás. Cada día
debemos levantar la cruz del calvario y hacer el mismo recorrido que hizo Jesús
para dar su vida por nosotros. Debemos sentarnos a sus pies para aprender de él,
ya que el no dejó nada por hacer para que el hombre caído pudiera ser elevado y
purificado. La obra del Espíritu Santo hace que el hombre camine con Dios por
fe y no por sentimientos, porque la fe
edifica los pies sobre la roca eterna de la Palabra de Dios.
Todo
el que trabaja sin descanso en la obra del Espíritu, recibirá poder y logrará
obedecer continuamente a Cristo. Él es nuestro capitán de la salvación, y por
lo tanto debemos ejecutar sus órdenes. Debemos descubrir lo que Dios quiere de
nosotros para poder cumplir sus requerimientos. Esto también es revelado por su
Santo Espíritu. Debemos ser buscadores fervientes de sus bendiciones, ya que esta es derramada
por su Espíritu. Somos guardados para salvación por el poder de Dios por medio
de la fe. El Espíritu es el que nos orienta para que en Dios veamos al Padre y
lo consideremos como la fuente de la vida y del amor. Ese amor que a lo largo
de los siglos ha estado fluyendo por intermedio del corazón humano. Todo el
amor, la compasión y la piedad que se ha manifestado en la tierra siempre emanaron
del trono de Dios.
El Señor actúa por intermedio de su Santo Espíritu y a
través de Jesús. Por eso el hombre puede acudir al Padre en nombre de su Hijo.
Encontraremos en Jesús al Padre, y también a su Santo Espíritu fundidos en uno
solo. Somos bendecidos por Dios cuando confiamos y nos apoyamos en El.-----------Así
dice el Señor----------“Maldito el que confía en el hombre, el que se apoya en
la carne, y su corazón se aparta del Señor. “Será como la zarza del desierto.
No verá el bien, sino que morará en la sequedad del desierto, en tierra salada
e inhabitable. “Bendito el que confía en el Señor, y pone su esperanza en él”.
Dios a través de su Santo Espíritu examina nuestros corazones. Él sabe que
somos engañosos y perversos, porque del corazón salen los malos pensamientos,
los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos
testimonios y las calumnias. El prueba nuestras mentes, para dar a cada uno lo
que merece según sus obras. El Espíritu
de Dios obra en nuestras vidas para sensibilizar el corazón. Nos da un corazón íntegro,
y nos pone un espíritu nuevo. Nos quita el corazón de piedra, y nos da un corazón
de carne.
Una
vez que somos convertidos y transformados por el Espíritu, andaremos en los
decretos de Dios, guardando y cumpliendo cuidadosamente sus Leyes, porque somos
conscientes que tenemos un abogado que nos representa ante el Padre, a
Jesucristo el Justo. El amor de Dios se perfecciona en verdad, en el que guarda
su Palabra. Por eso sabemos que estamos en él. Cuando llevamos una vida de
pecado el Espíritu Santo se aleja, porque el pecado significa separación de
Dios. Prevaricar y mentir contra el Señor, apartarnos de nuestro Dios, calumniar,
rebelarnos y proferir de corazón palabras de mentira, solo nos traen el mal.
Con nosotros están nuestras iniquidades y conocemos nuestros pecados. Si
ponemos nuestras vidas en manos del Señor, su Santo Espíritu hará la obra para
que logremos obtener el perdón a través del arrepentimiento. Recibiremos la Gracia redentora
que viene del cielo, don que solamente es otorgado por Dios. No importa las veces
que el hombre justo se cae. Si vive en el Espíritu de Dios, se vuelve a
levantar; pero los impíos se hunden en la desgracia.
Dios
puso los tiempos y las épocas en su sola potestad, por lo que no sabemos con
exactitud cuando el Hijo del Hombre volverá a visitarnos, pero nos dejó su
Santo Espíritu para que trabaje en nosotros. Para revelarnos lo que él desea
decirnos y vivir preparados espiritualmente para cuando llegue el momento de la
redención final. Estar listos para ser elevados al cielo de la misma forma que
Jesucristo ascendió a las alturas. Necesitamos urgentemente recibir la persona,
la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas para que el haga su obra. No
hay situaciones ni distancias que puedan separarnos de nuestro Consolador
celestial. No importa donde vayamos, el Espíritu Santo siempre está a nuestro
lado para sostenernos, afianzarnos, defendernos y alegrar nuestras vidas,
porque el Espíritu habla a nuestros corazones. Cuando oramos con fe, Dios envía
al Consolador en respuesta a nuestras oraciones.
Hay circunstancias en la vida
que nos hacen sentir solos y desamparados, pero realmente nunca estamos solos,
porque Dios tiene el control de cada situación. La influencia del Espíritu
Santo, es lo que representa la vida de Cristo en cada creyente. Imploremos el
derramamiento del Espíritu de Dios en nuestras vidas para poder disfrutar del
fruto de la vida, que se traduce en: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad y fe. Una vez que probamos este fruto, todos nuestros temores y preocupaciones
dejarán de existir, y aprenderemos a depender de Cristo en cada instante de
nuestras vidas. Clamemos al Señor para que él pueda respondernos, porque quien está
en el corazón del creyente fiel es mucho mayor que el que está en el corazón de
los infieles. Cristo reside y derrama su Espíritu en el que lo acepta por fe. Amén!.