jueves, 7 de agosto de 2014

LA SALVACION



“El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando ejecutamos, sino por la tendencia de las palabras y de los actos habituales en la vida diaria” (E.G.W.)

Podemos estar seguros 100%, que hemos sido salvados?. La respuesta es no. Ningún ser humano puede decir con seguridad que esta salvado. Cristo es nuestro salvador, pero para lograr salvarnos, necesitamos seguirlo, imitar su carácter y sus virtudes. Hay tres  elementos indispensables para poder ser salvos: Creer en Jesús y estar conscientes de que vive, y dio su vida por nosotros para que fuéramos perdonados. Arrepentirnos de corazón, rindiéndole nuestras vidas a Cristo, y por último, tener fe en la Promesa de salvación, y la seguridad de que vendrá a rescatarnos, para que podamos ser partícipes de la vida eterna.

Solamente podremos saber si hemos sido salvados, cuando Cristo venga, porque mientras estamos en este mundo, seguimos siendo pecadores, seres mortales e imperfectos. Para alcanzar la salvación, se necesita una entrega absoluta a Cristo,  rendirnos a su voluntad y obedecer todos los Mandamientos. Aun así, no podemos saber si ya estamos salvados, porque los juicios de Dios, no son iguales a los juicios del hombre. Sin fe es imposible agradar a Dios, pero la fe es algo que se vive a nivel personal y espiritual, por eso somos juzgados de manera individual. Solo Cristo puede saber si realmente lo amamos y confiamos en él.

Para desarrollar una vida cristiana, conforme a los mandatos divinos, se necesita el estudio diario de la Palabra, y la convivencia con el Espíritu. No es un trabajo de un solo día, porque una vez que le permitimos a Cristo habitar en el corazón, las perspectivas de la vida cambian y nos sentimos dominados por su Espíritu. Ya no podemos vivir sin él, porque está presente en todos los actos de nuestras vidas. Comenzamos a depender de él, lo llevamos en el pensamiento de día y de noche. Ya no vivimos nosotros, sino que Cristo ocupa todo nuestro ser. Ahora estamos a sus servicios y disponemos la voluntad para que Dios nos use como obreros de Cristo. Desearemos ser semejantes a él, tener su Espíritu, hacer su voluntad y agradarle en todo.

No quiero decir con esto que pasamos a ser santos. Ningún ser humano en este mundo esta santificado, porque aún los elegidos, primero tienen que ser transformados, antes de pasar a la inmortalidad, y este es un trabajo que solo lo puede hacer Dios. Cuando la persona entrega voluntariamente su vida a Cristo, y vive en comunión con él, el Espíritu convence al corazón cuando transgredimos la ley, e inmediatamente sentimos la necesidad de hablar con Dios e implorar su perdón, porque el corazón se aflige. El pecado nos separa de Dios, creando  un profundo dolor espiritual en el alma,  y hasta que no vayamos de rodilla  a los pies de Cristo, no encontraremos la sanación. El Espíritu, es el que suplica para que busquemos la única cosa que nos puede dar paz y descanso en la vida: La Gracia de Cristo, y la esperanza de sentir el gozo de la salvación, para obtener la santidad  futura.

Muchas personas insisten en decir que Dios es demasiado bueno para castigar al pecador, y destruir lo que el mismo creo. Es cierto, Dios es Amor, pero también es fuego consumidor, justo y recto. Si no fuera así, por qué Cristo tuvo que morir para que fuéramos salvados?. Si Cristo cargó con la culpa del desobediente y sufrió en lugar del pecador, fue porque no había otra manera de que los seres humanos pudiéramos salvarnos. Si Él no se hubiera sacrificado, fuera imposible que el ser humano pudiera escapar del pecado que contamina el alma, y viviríamos sin esperanzas. Pero su amor, su sufrimiento y su cruel muerte, ponen de manifiesto lo terrible y espantoso que es vivir en pecado.

Cristo no tenía pecado, pero su muerte nos da la esperanza de salvación, porque a través de la Gracia somos perdonados. Dios nos envió como ejemplo a su único Hijo para que nos diera a conocer lo que es correcto. Para darnos prueba de la verdad y  de la justicia, para enseñarnos el camino del bien, y para anunciar las promesas de salvación para todo aquel que desee seguirle. Y sin embargo, rehusamos hacerlo. La brevedad e incertidumbre de la vida, no nos permiten muchas veces reconocer que somos pecadores, por lo que la muerte nos puede sorprender sin buscar el arrepentimiento, lo que pone en grave peligro la posibilidad de salvación.

No podemos vivir en pecado, por pequeño que se le considere. Nadie es bueno en este mundo, porque todos cometemos errores que comprometen el alma, por lo que no debemos postergar el llamado de Cristo, y  la voz suplicante del Santo Espíritu de Dios, para que busquemos el arrepentimiento. De lo contrario, seremos vencidos por las fuerzas del mal. Si nos unimos a Cristo, saldremos vencedores de nuestras luchas. Sino, lo que no venzamos nos vencerá a nosotros y nos destruirá.

La humanidad entera está sumida en la aflicción y en el dolor, porque todos sus habitantes nos consideramos buenos  e inocentes. La justicia del hombre dice: "todo acusado es considerado inocente, hasta que no se demuestre lo contrario", pero hemos olvidado que en el cielo existe alguien que nos observa y nos juzga, y que el mismo cielo es testigo del hombre, y ha sentido los efectos de la rebelión del ser humano contra Dios, sin tomar en cuenta el sacrificio de Cristo. Al rechazar deliberadamente su amor, hemos labrado nuestra propia destrucción. ¡Hoy es el día de salvación!. Hoy, y todos los días, mientras estamos vivos, son oportunidades que El Señor nos brinda para que busquemos el perdón, y por consiguiente la salvación. Debemos contemplar el sacrificio de Cristo, inmolado en la cruz, y pedirle que examine nuestro corazón. Que nos ponga a prueba y sondee nuestros pensamientos. Y si vamos por mal camino, que nos guie por el camino que lleva a la eternidad.

Alcemos los ojos a nuestro Redentor, y hablemos  de sus méritos. Su luz nos ayudará a reconocer nuestros pecados. Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, y descendió del cielo no para hacer su voluntad, sino para cumplir la voluntad de Nuestro Padre. Para que todo el que crea en el Hijo, tenga vida eterna, y Cristo lo resucite en el último día. El hombre en su condición de pecador, no puede ver al Padre, pero todo el que acepta a Cristo va a Dios de manera espiritual. Solo el que cree y persevera en Cristo, conocerá el gozo de la salvación y tendrá vida eterna.

Imitemos a Cristo, el buen Pastor, el gran “YO SOY”, el Hijo de Dios, porque El vino al mundo para juicio; para los que no ven, vean; y los que ven sean cegados. YO SOY, es la puerta para llegar a la salvación. Y todo aquel que entre por medio de Cristo, jamás perecerá. Será salvo y hallará paz en este mundo y en el venidero, que aún no conocemos. Cristo es la Salvación!.

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