La fe es la aceptación
del evangelio de Jesús. Es confianza y esperanza, pero hay que obrar
consecuentemente con lo que se cree. Es confiar y creer en lo que no podemos
ver. Dicen las Escrituras: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve”. Por medio de la fe percibimos como hecho real
en nuestro corazón y nuestra mente, lo que no ha sido revelado a nuestros
sentidos, por ende, la fe la vivimos en el presente para recibir lo que viene
en el futuro de acuerdo a la voluntad de Dios. La fe es lo que nos da la
seguridad y la confianza y ambas nos llevan a la esperanza. Es lo que nos hace
creer y confiar en Dios sin importar las circunstancias de la vida. Dios cumple
su Palabra perpetuamente, por eso tiene la respuesta a todos nuestros
problemas. La fe nos permite ver las cosas que no se ven y confiar en ellas,
sin necesidad de tenerlas frente a los ojos, pero si guardadas en el corazón.
Vivir con fe
en Jesucristo, significa vivir dentro de la Ley, para ser justificados a través
de los atributos invisibles de Dios, su poder y su divinidad. Todos seremos
juzgados, porque ante Dios no hay distinción de personas. Así, todos los que
pecan sin la Ley, sin la Ley también perecerán, y todos los que pecamos bajo la
Ley, por la Ley seremos juzgados, ya que por la Ley se conoce el pecado.
Debemos ser héroes de la fe, como lo fueron nuestros antepasados, y mantenernos
firmes a la espera del Señor, porque el tiempo está por cumplirse. El Espíritu
nos ayuda en nuestras debilidades y pasaremos del sufrimiento a la gloria,
porque en la esperanza de ver llegar lo que no vemos, está la fe. La finalidad
de la Ley está en conducirnos a Cristo para que todo el que cree sea
justificado. La fe viene por el oír, por el conocimiento de la Palabra de
Cristo, porque en él somos enriquecidos de toda palabra y conocimiento, ya que
el Espíritu revela a Dios. Cosas que ojo no vio ni oído oyó, ni han subido en corazón humano, son las que
Dios ha preparado para los que lo aman y esperan con fe.
No es
suficiente solamente decir que tenemos fe sino también debe ser puesta en práctica.
Cada uno debe tener una experiencia individual y realizar esfuerzos personales
para salvar su propia alma y llevar la verdad a otros para que se sientan
estimulados en estudiar la Palabra de Dios. Nuestra fe debe ser sólida, capaz
de derribar cualquier muralla que encontremos a nuestro paso. Es la fe la que
nos ayuda a recordar en todo momento las promesas animadoras de Dios. También
es la fe la que consuela nuestros corazones y nos fortalecen con el Poder del
Todopoderoso. Cuando tenemos una fe ciega en el Señor, las adversidades de la
vida no nos afectan por mucho tiempo. El estudio de la Sagradas Escrituras nos prepara
para superar las grandes pruebas de nuestra existencia. La fe nos hace caminar
sin temor, sin constantes dudas, nos hace perseverar hasta el final derribando
todas las dificultades. A medida que le entregamos nuestra confianza a Dios,
nuestra esperanza va en aumento, porque Jesús nos ayuda a fortalecer nuestro
carácter, nos ayuda a tener éxito en la obra de cada uno, sin desalentarnos.
Tenemos que pelear la buena batalla que nos conduce a la victoria. Mientras
escudriñamos las Escrituras, nueva luz es derramada sobre todos nosotros,
porque Dios ve nuestro interés en el conocimiento de las cosas divinas, y
revela parte de lo oculto de forma inesperada a quien Él le plazca. Pasamos a
ser instrumentos a su disposición para continuar la obra, haciendo uso de nuestro
intelecto.
Debemos
imitar a los grandes héroes de la fe que registran las Sagradas Escrituras,
porque nuestra tribulación será breve, pero la Gloria del Padre es eterna. La
excelencia del poder es de Dios y no de nosotros. La fe nos permite ver las
atribulaciones y superarlas sin angustiarnos; estar en apuros, pero no
desesperarnos. Sentirnos perseguidos, pero no desamparados, porque llevamos
siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se
manifieste en nuestro cuerpo. Todos los que estamos vivos esperando al Señor, siempre
debemos estar entregados a muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en
nosotros, pero en el Nombre de Jesucristo, nos da vida. Esta convicción nos
hace actuar con un verdadero espíritu de fe, porque sabemos que el que resucitó
al Señor Jesucristo, también resucitará
a los muertos en Cristo y nos presentará ante él, en el gran juicio final de todos nosotros.
La fe trabaja
para nuestro propio beneficio, porque aumenta la gracia para la gloria de Dios,
y aumenta la multitud de los que a su vez siguen dando de la gracia que
reciben. Tenemos en Dios una mansión celestial, una casa eterna hecha por manos
santas. Mientras estamos en esta tierra lloramos, sufrimos, nos enfermamos y
angustiamos, pero la fe nos fortalece, porque sabemos que mientras vivimos como
seres mortales, estamos peregrinando ausentes del Señor, pero revestidos de su
Gracia, a través de su Santo Espíritu. La fe nos da ánimo y preferimos dejar el
cuerpo y habitar en la casa del Señor, en su Santo templo que está en el corazón
del que le ama y desea servirle. Por eso ausente o presente, sano o enfermo,
triste o alegre, procuremos agradarlo. Todos debemos comparecer ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que haya hecho cuando estuvo en
el cuerpo, sea bueno o malo. Estamos llamados a persuadir a los demás e
informales que Dios conoce lo que somos y cala hasta la conciencia de cada
hombre. El ojo de Dios es profundo y su ira puede atravesar el alma con el filo
de Su Hoz sin nosotros percibirlo. La Gracia es el mayor don que el creyente
recibe del cielo, pero es solamente otorgada por Dios. No podemos desperdiciarla
porque es muy valiosa, representa la sangre derramada por Cristo y nos hace
colaboradores de Él. Si no la valoramos, entonces en vano fue su muerte.
Todo héroe es
reconocido como tal por su valor, por su lucha, por su fuerza y por su decisión
de actuar, sin consultar a su homónimo. De igual manera debemos ser los héroes
de Cristo. No podemos ser tropiezo para nadie, y mucho menos para los que toman
la iniciativa de trabajar por su cuenta. Debemos presentarnos ante Dios con una
fe a toda prueba: en tribulaciones, necesidades, desvelos, fatigas, frio,
desnudez, hambre, sed y angustias, pero con absoluta paciencia y perseverancia;
con un espíritu de bondad, pureza, conocimiento y amor no fingido, recordando
las Palabras de verdad en el poder de Dios, y vistiéndonos con las armas de Su justicia
a la derecha y a la izquierda. Debemos trabajar con la esperanza puesta
firmemente en Dios: ignorados por el hombre, pero bien conocidos por el Señor;
muriendo, pero vivos; castigados, pero no condenados a muerte eterna; tristes,
pero siempre gozosos; como pobres, pero enriqueciendo a muchos para que
alcancen los tesoros celestiales; como si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo
todo, porque somos portadores de la Palabra de vida que nos fue revelada.
Debemos hablar con franqueza y honestidad, con un corazón abierto para que el
mensaje sea efectivo y nuestra fe quede manifestada.
Cristo dijo
que cada uno de nosotros somos templo del Dios viviente, que habitará y andará
entre nosotros. Él es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo. Pero tenemos que
discernir entre lo que es de Dios y lo que es del Diablo, lo que es del templo
de Dios, y lo que es de los ídolos, porque no hay ninguna armonía entre la luz
y las tinieblas, ni entre la justicia y la injusticia. Imploremos el perdón y
limpiémonos de toda impureza de la carne y el espíritu, perfeccionando la
esperada santificación rindiéndole reverencia a Dios. El consuela a los
humildes, porque la tristeza nos mueve al arrepentimiento saludable, que no
trae pesar. Pero la tristeza del mundo produce muerte. La fe nos ayuda a vivir
en el mundo, pero no militando según el mundo, porque nuestras armas no son
mundanas, sino poderosas en Dios para destruir fortalezas, para derribar
argumentos y toda altivez de la palabra necia que se levanta contra el
conocimiento divino, y cautivar todo pensamiento en obediencia a Cristo. Cuando
nuestra obediencia a Dios sea completa, El se olvidará y perdonará todas nuestras desobediencias
anteriores. El poder de Dios se perfecciona en la debilidad de sus hijos,
porque habita en nosotros el poder de Cristo, y cuando somos débiles, entonces
pasamos a ser fuertes en el Nombre de Jesucristo.
Existe un
solo evangelio salvador que es el que profesan los hombres de fe, por
consiguiente, todos los que tenemos fe debemos ser verdaderos apóstoles de
Cristo, que se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos de este
presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre. Un corazón
arrepentido actúa como tal, y predica lo que antes negaba o le avergonzaba. No
podemos dejarnos confundir por los
falsos hermanos de algunas iglesias, que nos llaman hermanos, pero a escondidas
espían la vida de los otros para bloquear la libertad de actuar que tenemos en
Cristo Jesús. Muchos de los mismos hermanos tratan de matar nuestras ilusiones
y enfriar nuestras esperanzas. Dios nos hace libres a través de su Gracia, y
nos hace sordos a las opiniones del mundo, porque todo el que ha sido bautizado
en Cristo, de Cristo está revestido.
Antes que
viniese la fe, estábamos guardados por la Ley que nos conduce a Cristo,
reservados para la fe que iba a ser revelada. Así, la Ley fue nuestro tutor
para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados por la fe. Y así como
vino la fe, ya no estamos bajo un tutor, sino bajo la dirección directa del
Salvador. La Ley fue dada por causa de nuestras transgresiones, hasta que
viniera el Descendiente, a quien se refiere la promesa divina y nos revelara la
verdad. Por eso, cuando se cumplió el tiempo Dios envió a su Hijo, nacido de
mujer, y nacido bajo la Ley para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin
de adoptarnos como hijos, enviándonos
directamente al corazón el Espíritu de su hijo. Así también nosotros ya
no somos siervos, sino hijos. Como hijos, también somos herederos de Dios por
medio de Cristo. Seamos héroes de la Jerusalén celestial que es la madre de
todos nosotros y es libre. Mantengámonos
firmes en la libertad, porque si hemos creído y fuimos bautizados, también
debemos creer que Cristo nos liberó. No nos dejemos oprimir por el yugo del
hombre, porque la fe obra por el amor que le mostremos a Dios. Si vivimos en el
Espíritu, andemos también en el Espíritu. Aleluya!.