Hay una
expresión muy conocida que dice: “querer es poder”, pero en la vida no podemos tener todo lo que queremos, y con frecuencia nuestros mayores anhelos nunca los vemos hechos realidad, porque la vida es muy corta, y el tiempo no espera. Aunque camina en silencio, pasa velozmente dejando sus huellas, y va muriendo en un lugar del planeta que el hombre desconoce. De la única forma que todas las cosas son posibles, es si las ponemos
en manos de Dios, para que Él sea quien dirija, decida, y nosotros aceptar su
voluntad con sumisión y humildad. Dios nos da siempre lo que más nos conviene,
pero generalmente somos inconformes con la voluntad divina. Querer algo y no
conseguirlo, muchas veces nos llena de frustraciones, de pensamientos y sentimientos negativos que
nos hacen sentir miserables, tristes, abatidos y sin deseos de vivir. El poder está
unido a la voluntad y a la fuerza, pero si no caminamos con Dios, nunca
podremos descubrir nuestras capacidades y habilidades para vivir de manera
sencilla pero placentera, de acuerdo a la Palabra de Dios, porque las ansias
de “poder tener”, bloquean el
razonamiento lógico para entender que somos gobernados por el Poder Supremo de Dios. La Máxima Potestad del
cielo nos gobierna y dirige con Sus fuerzas invisibles de amor, tiempo y muerte,
porque para todas las cosas hay un tiempo y un proceder. Mientras estamos vivos,
a cada uno de nosotros Dios nos da lo que merecemos, de acuerdo a nuestro
comportamiento o conducta, pero dependiendo a quien le depositemos nuestra
confianza. -----Así dice el Señor----¡Maldito el hombre que crea en el hombre!.
Los caminos y
pensamientos de Dios son totalmente
opuestos a los nuestros, y aunque Él se interesa individualmente por cada uno
de sus hijos, nosotros somos desobedientes y por eso no encontramos el
equilibrio de la vida para vivir en paz y conducirnos con sensatez. A veces nos
pasamos el tiempo lamentándonos y comparándonos con los logros de los demás,
sin antes analizarnos y preguntarnos: ¿cómo esta nuestra relación con Dios?, ¿qué
estamos haciendo para ser merecedores de su amor?, y ¿qué es lo que Dios desea
de mí?. Cuando insistimos en lograr algo por nosotros mismos, sin medir las
consecuencias de lo que esto nos puede acarrear, después de haberlo obtenido,
nos sentimos insatisfechos y vacíos en nuestro interior. Tener el poder para llegar a donde queremos y
obtener todo lo que deseamos de forma fácil, no es garantía de felicidad, ni
significa que son bendiciones que bajan del cielo. El amor es sufrido y siempre
involucra algún tipo de sacrificio personal. Por eso son llamados bienaventurados
todos los que sufren y están cansados, porque de ellos será el reino de los
cielos. En este mundo también existen las fuerzas invisibles del mal, que hacen
que el hombre crea que Dios los creo con el poder y la capacidad para hacer
justicia por sí mismo, dominar a los demás, e influir de forma determinante en
nuestras decisiones básicas y fundamentales de existencia.
El poder del
hombre es limitado, porque no fue creado con la capacidad para controlar y
medir el tiempo a su antojo. Tampoco puede elegir el día de su muerte; esta decisión solo le compete a Dios. El
mundo y sus habitantes son posesión de nuestro creador, ya que Él es la
Potestad Suprema del universo, y determina el tiempo de la existencia humana. El
Señor tiene el poder absoluto de saber todas las cosas que han sido, que son y
que sucederán. El Poder Supremo de Dios no tiene límites: es Omnipotente sobre
todas las cosas, incluyendo la vida del ser humano; es Omnipresente, ya que
tiene la facultad de estar presente en todo lugar e inclusive está presente
fuera del espacio que no podemos ver. Es Omnisciente, porque su Sabiduría y Soberanía
le dan la total libertad y el control para actuar sobre todo lo hecho o lo que
puede ser hecho. El hombre puede hacer planes a largo plazo, pero no tiene el
poder, ni el dominio sobre todas las situaciones que se pueden presentar en el
futuro, por lo tanto, no tiene garantía
de que sus deseos, los verá hecho realidad.
Solo existe una posibilidad de que ocurra, y es, si es la voluntad de Dios.
Pero el dominio del Poder de Dios sobre el hombre no es una posibilidad, sino
una ineludible realidad. El ser humano siempre propone algo en su corazón, pero
el Poder de Dios es el que dispone de nuestros deseos, del tiempo y de la vida
de todos.
A través del
inmenso Poder del Espíritu Santo, Dios nos da la fuerza para que salgamos
vencedores de nuestras luchas diarias. Capacita e instruye a sus elegidos para
realizar sus obras. El hombre puede hablar y comunicarse directamente con Dios
sin intermediarios, mediante la oración; puede recibir revelaciones personales,
respuestas a sus peticiones, sabiduría e inteligencia adicional para entender
los mandatos divinos, ya que la obra de Cristo es dar a los hombres el regalo
de la salvación para que seamos merecedores de la vida eterna, pero depende de lo
que hacemos con la sabiduría. Tenemos el ejemplo bíblico de la vida de Salomón,
a quien Dios le otorgó sabiduría para que gobernara su pueblo con justicia,
pero se dejó llevar por el poder, la fama y las riquezas, apartándose del Señor.
Otro ejemplo del gran Poder de Dios, fue el caso de David, que aunque era un
muchacho débil, en su momento, fue dotado con la fuerza necesaria para derrotar
al gigante de Goliat. Dios es el único que tiene autoridad sobre la vida del
ser humano. Nos gobierna con amor, pero con manos firmes, para que por medio de
la convicción que nos da el Santo Espíritu, actuemos de forma correcta.
Dependemos completamente de la voluntad divina, por lo que no somos nada ante
Dios. Él nos otorga la capacidad, la inteligencia, la fuerza, la posibilidad,
el vigor y la facultad para hacer las cosas. Pero el Dominio, el Poderío y el Imperio
de Su reino, no están a disposición del hombre. Todas las cosas son posibles
para Dios, aún lo inimaginable.
Muchos incrédulos
piensan que fuimos creados para vivir eternamente en este mundo, y que la Benevolencia
Divina siempre perdonará a los rebeldes. Que el día del juicio final nunca llegará,
olvidando que el Poder Supremo de Dios, es superior a nuestras fuerzas, que
somos débiles y temerosos ante las situaciones de la vida que no podemos
controlar, y frente a las tragedias inesperadas que ocurren en la humanidad y
que no podemos prever. Solo en esos momento pensamos que somos gobernados por
un Ser Supremo que todo lo ve, todo lo escucha y todo lo sabe. En esos
instantes pedimos perdón y rogamos a Dios por su misericordia, pero no tenemos
un arrepentimiento de corazón, y sin arrepentimiento nadie puede llegar al
cielo. Esta es la gran diferencia entre el creyente y el incrédulo. Mientras el
que cree y tiene fe, vive con la esperanza de ver cumplida la Promesa de Cristo,
y se ha preparado para recibir a nuestro salvador Jesucristo, el incrédulo e
impío vive en el error, confiando en la eficacia de sus propias fuerzas para lograr
sus objetivos. Vive desnudo de la Gracia, y sin la preparación espiritual que se necesita para
ver y soportar el desarrollo del acontecimiento decisivo que marcará el final de la humanidad.
La conciencia
de los hombres ha caído en una trampa. Realizan sus reflexiones y toman decisiones de
acuerdo a los conocimientos fragmentados que han acumulado con las malas experiencias
de sus vidas, los cuales resultan nulos e ineficientes para luchar con el Poder
Supremo de Dios. Han partido de una falsa realidad, poniendo la confianza en sí mismo y rechazando la
dirección de Dios. Apartando de su camino la mirada del Señor y colocándola en
los seres humanos. Comprometiéndose a ganar una batalla, cuya misión ha perdido
el objetivo de la lucha, ya que dar a conocer el Plan de Salvación no es parte de la
causa. Lo por venir, es inevitable y no podemos hacer nada para defender al
mundo de su declive final. Es algo de lo que no tenemos el control, porque no depende
del poder ni de la sabiduría e inteligencia de ningún ser humano. Por lo tanto, no podemos aferrarnos a un mundo que esta destinado a desaparecer, y que a pesar de que lo sabemos con certeza, nuestra necedad y terquedad no nos permiten aceptarlo.
La misión fue
dada a los hombres de fe. Dios facultó al hombre justo de la antigüedad para ir
a desempeñar su cometido, dándole la autorización, el derecho, el poder, la
capacidad y la aptitud que le permitieron llevar a cabo su Plan, para dar a
conocer el proyecto de la vida eterna. La declaración de Su Ley no solo fue
puesta en Palabras, sino con hechos, por lo que no podemos pecar y seguir
considerándonos inocentes. La oportunidad de conocer todas las acciones
requeridas por Dios para poder llegar victoriosos a la meta, están al alcance
de nuestras manos. Solo tenemos que tomar la decisión de hacerlo. La Palabra de
Dios es como una brújula que nos orienta cuando estamos perdidos por haber
tomado la ruta equivocada, pero permite corregirnos y volver a guiar por el
camino correcto, para que con nuestras acciones futuras podamos lograr los
resultados planeados por nuestro salvador Jesucristo. Y para que podamos deleitarnos
al llegar y lograr entrar por las puertas del Paraíso celestial. Esta es la
declaración hecha en la Promesa, la cual constituye un plan general al que todos podemos tener acceso. Y nuestro
ideal debe ser, aprender a actuar y comportarnos en conformidad con los valores
universales del bien y la verdad.
En la Palabra
de Dios no hay engaño, porque siempre concederá lo que ha prometido. Cristo
dijo que volverá y vendrá. Esta promesa es una realidad donde no existe la más
remota posibilidad de que falle. El deseo de servirle a Dios es la clave para
sentirnos motivados a actuar, pero debemos tomar la determinación de hacerlo,
con una actitud positiva, y con la búsqueda incesante de su amor para que el
dirija nuestras acciones, porque Dios puede obrar en nosotros solo cuando hay
entrega y nos rendimos por completo a su voluntad. Lo más valioso de la vida no
es el poder que algunos tienen para acumular tesoros, que luego no saben qué
hacer con ellos, sino a quien tenemos en el corazón para poder reconocer de
donde nacen la fuerza y el poder que nos gobiernan y dominan. La pronta llegada
de Jesucristo no está siendo percibida con ojos claros y mentes sanas, pero
todavía tenemos tiempo para echar a un lado los hábitos y costumbres que nos
están destruyendo. Cuando Cristo fue crucificado, antes de exhalar su último
suspiro, escuchó al ladrón arrepentido que estaba a su lado, y le prometió que
se acordaría de él cuando estuviera en
Su reino. No esperemos ver a Cristo llegar para entonces arrepentirnos,
porque para ese momento ya no habrá misericordia, y todo estará consumado. Dios
es el principio y el final de todas las cosas que fueron creadas en el pasado,
las que existen en el presente y de las que vendrán en el futuro inmediato.
Todos los
hombres mienten, pero en especial aquellos que tienen el poder para gobernar en
la tierra. Todos prometen, pero no cumplen. Durante la campaña, hacen uso de
la herramienta más útil del mentiroso, porque se aprovechan de la confianza que
sus seguidores depositan en ellos. Luego, cuando llegan al poder ponen de
manifiesto su pobreza interior, su vacio espiritual, su inseguridad, y su falta de liderazgo, ya que
el verdadero liderazgo se logra y se demuestra cuando actuamos con integridad,
con humildad, siendo sinceros, equitativos, leales y éticos, evitando humillar
y abusar de los demás, y reconociendo el valor que cada ser humano tiene como
hermanos en Cristo. La conciencia es el mejor libro de moral que todo hombre posee, pero es silenciada y corrompida
por el poder, la fama y el dinero. Aunque se tengan los recursos necesarios
para la solución de los problemas que
afectan a los marginados, el que está en el poder pierde la capacidad de escuchar,
y las necesidades de sus semejantes le producen ceguera del cuerpo y del
espíritu. Los derechos y privilegios solo son protegidos para los que ejercen o
tienen alguna participación en la vida pública. La sensibilidad del corazón se
convierte en piedra, y comienza a aplicarse la ley del embudo: lo ancho para el
que está arriba y lo estrecho para el que está abajo.
Si estas en
una situación parecida, si te sientes oprimido (a) por el sistema de gobierno que han
desarrollado los hombres de poder, no te aflijas. El Poder Supremo de Dios
pronto nos librará del yugo que Satanás tiene sometida a la humanidad. Pronto
podremos entonar el himno de victoria. Únete al bando de los vencedores que
esperan que el Poder de Dios quede de manifiesto ante todos los hombres. El
rescate de los fieles, no se hará mediante un rapto secreto como muchos creen.
Este acontecimiento todo ojo lo verá. Arrepentirse, creer y confiar son los
tres elementos básicos que componen la fórmula que lleva a la salvación. No hay
fuerza ni poder humano que pueda ganarle la batalla a Dios!. Su ejército es
grande y todas las huestes del cielo pelearán con armas de justicia. El Poder,
Gloria, Soberanía y Majestad del Señor, son eternas!. Aleluya!.