Ningún ser
humano es merecedor del amor de Dios, porque todos somos pecadores, pero el
amor de Dios por cada uno de sus hijos
es incomparable, sublime, infinito e incondicional. Dios nos ama tanto que fue
capaz de dar a su único Hijo para que muriera por nosotros. Este acto es
incomparable, porque nadie en la humanidad está dispuesto (a) a
morir por otro. Si aceptamos el amor de Dios, nuestras vidas serán
transformadas, y viviremos para siempre. Aceptar el amor de Dios, significa
reconocer a Jesucristo resucitado como Hijo de Dios y entregarle a Él nuestras
vidas. Hay un solo concepto del que la Biblia habla ampliamente en todos sus
capítulos, versículos y algunos pasajes, y se refiere al amor de Dios. De
hecho, los últimos escritos de la Biblia del apóstol Juan, se dividen en tres:
primera de Juan, segunda de Juan y tercera de Juan. Estos tres pequeños libros
solo hablan del Amor de Dios y cómo
podemos vivir para alcanzarlo. De la única forma que podemos conocer el amor de
Dios es teniendo fe, porque el Espíritu convence, la fe vence y el amor
obedece.
El amor crea
confianza, porque la Vida que estaba con el Padre se manifestó entre nosotros a
través de su Hijo Jesucristo. Dios es la luz de la vida, y si decimos que
estamos en comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no obramos según
la verdad. Cuando recibimos la luz que procede del Padre a través de su amor,
tenemos comunicación unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de
todo pecado. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para
perdonarnos y limpiarnos de todo mal. El amor de Dios se perfecciona en verdad,
en el que guarda su Palabra. Por eso sabemos cuándo estamos en él. Por ende, el
que dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está en tinieblas, porque
el que ama a su hermano, está en la luz y no hay tropiezo en él. No podemos
amar a Dios y vivir apegados al mundo y a lo que hay en él. Si alguno de
nosotros ama el mundo más que a Dios, es porque el amor de nuestro Padre no
está en nosotros. Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, la
codicia de los ojos y la soberbia de la vida, no proceden del amor de nuestro
Padre, sino del mundo.
El mundo y
nuestros deseos son pasajeros. En cambio, si hacemos la voluntad de nuestro
Padre celestial, permaneceremos en su amor para siempre. Dios es mayor que
nuestro corazón y conoce todas las cosas. Dios nos manda a creer en el Nombre
sagrado de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como él nos
mandó cuando habitó en el mundo. Dios es maravilloso y eterno, y su amor es
genuino. Cuando amamos a los demás sin egoísmo, sin envidia, podemos darnos
cuenta de que hemos recibido el Espíritu de Dios, y su amor ha sido derramado
en nuestros corazones. En el amor no hay temor, porque el amor perfecto de Dios
elimina el temor. Si nosotros le tememos a las obras del Espíritu, es porque aún
no estamos perfectos en el amor que decimos tenerle a Dios. Todo el que nace de
Dios, vence al mundo. Y en la fe que demostremos a Dios está la victoria. Todo
aquel que se aleja, y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios en su corazón, pero el que permanece
en su amor y protección, más allá de las adversidades de la vida, tiene al
Padre y al Hijo en todo momento.
El mundo
tiene muchos engañadores que no confiesan que el Hijo de Dios vino en carne y habitó
entre nosotros, pero el que hace esto pertenece al anticristo, o sea, vive en
contra de Cristo, alejado de la verdad. Dios en su infinito amor todavía le
está dando tiempo al hombre para que se arrepienta, porque él no desea que
nadie muera para siempre, pero su paciencia tiene un límite, y muy a su pesar
destruirá a todos los rebeldes. Recordemos que el Señor le dio diez
oportunidades al Faraón de Egipto para que liberara a su pueblo, y después de
haberlos sacado de la esclavitud, destruyó a los que no creyeron, como también a los ángeles que no guardaron
su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, y los tiene reservados en
oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día final. Asimismo,
Sodoma y Gomorra, y las ciudades vecinas, que vivían entregadas a la
fornicación y a los vicios contra la naturaleza, sufrieron el castigo del fuego
eterno, y fueron puestas por ejemplo para la humanidad presente.
Conocer y
vivir en el amor de Dios significa ser pacientes, piadosos, benignos, no ser
presumidos ni orgullosos. El que ama de verdad no es celoso ni envidioso, no es
arrogante ni egoísta ni grosero. Nunca guarda rencor, no le gustan las
injusticias y se siente regocijado cuando triunfa la verdad. El que ama siempre
es fiel, y siempre confía en la persona amada esperando lo mejor. El amor siempre existirá, aunque el cielo y la tierra dejen de ser parte de
nuestro entorno, porque por el incomparable y sublime amor de Dios, los
elegidos serán salvados. Han sido mantenidos protegidos por el amor de Dios,
mientras esperan que la Misericordia de nuestro Señor Jesucristo nos de la vida
eterna, porque han sido edificados sobre la santísima fe, y han orado movidos
por el Espíritu Santo. Aquel que con su amor es poderoso para guardarnos sin caída,
y presentarnos sin falta ante su gloria, con gran alegría. Dios nuestro
Salvador, es amor, y es eterno, por ende, su amor también es eterno.
Busquemos
el amor de Dios y no nos dejemos llevar por algunos pastores que solo se
apacientan a sí mismos. Solo son nubes de aguas llevadas por los vientos de acá
para allá; arboles marchitos como en otoño, sin fruto, desarraigados, que
mueren por segunda vez. Fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza;
estrellas errantes reservadas a la oscuridad eterna de las tinieblas. No
olvidemos que el Señor viene pronto a juzgar a todos, y a convencer a todos los
impíos de todas las malas obras que cometieron, y de todas las insolencias que
pronunciaron. A los que se quejan de todo, lo critican todo, y andan según sus
propios deseos, porque su boca habla con soberbia, y adulan a las personas para
sacar provecho. Los que se burlan de Dios y de la segunda venida de Jesucristo
recibirán su castigo. Ya ha sido profetizado que en los tiempos del fin habrán
burladores, que andarán según los malvados deseos de su corazón, porque no han
conocido el amor de Dios, causando divisiones que no tienen el Espíritu Santo.
No nos
dejemos llevar por los hombres impíos que convierten en libertinaje el amor y
la Gracia de nuestro Dios, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, a
Jesucristo. Todo el que dice amar a Dios debe vivir a la luz de su presencia,
para poder ser llamados Hijos de Dios. Tristemente la mayoría de las personas
no conocen a Dios, por consiguiente no pueden comprender como es que llegamos a
ser sus hijos. El que ha nacido de la familia de Dios, a través del bautismo,
evita el pecado, porque la vida de Dios está en él, y obedece al Padre; no
puede vivir entregado al pecado porque en él ha nacido una nueva vida y esa
nueva vida lo domina. ¡Ha nacido de nuevo!. Al morir por nosotros, Cristo nos está
dando el mejor ejemplo del amor
verdadero; el que ama de veras, está dispuesto a dar la vida por sus hermanos
en Cristo. Pero si alguien que se dice cristiano está bien económicamente y no
ayuda al que tiene necesidad, no puede tener el amor de Dios en él, porque el
amor es compasión y piedad; es ponerse en el lugar del que sufre. Amar también
significa ser desprendidos; extender nuestra mano para
apoyar a otros en momentos de dificultad. El reino de los Cielos es un tesoro
al que solamente tendremos acceso cuando lleguemos a el, y no necesitaremos
ninguna riqueza terrenal.
Sabemos cuánto
nos ama Dios, cuando creemos en él y hemos sentido ese amor, aún sin conocerlo
cara a cara. Dios es amor, y el que vive con amor vive en Dios y Dios en él. Y
al vivir en Cristo nuestro amor se perfecciona cada vez más, de tal manera que
cuando lo veamos llegar en las nubes del cielo, no nos sentiremos avergonzados
ni apenados, sino gozosos, y podremos mirarlo con confianza, sabiendo que Él
nos ama y que nosotros lo amamos también. No hay por qué temer a quien tan perfectamente nos
ama!. Puedo concluir que si amamos a
Dios es porque Él nos amó primero. Podemos medir el amor que le tenemos a Dios,
a través de la obediencia que le rendimos. Amar a Dios es obedecer sus
Mandamientos, y esto no es difícil, porque el que es Hijo de Dios puede vencer
el pecado y las inclinaciones al mal, confiando en la ayuda que Cristo puede ofrecernos.
Nadie podrá jamás vencer esta lucha sin
creer que Jesús es el Hijo de Dios. Nosotros sabemos que Jesús es el Hijo de
Dios porque Dios lo proclamó con gran voz desde el cielo en el momento de su
bautismo y también en el momento de su muerte. Y el Espíritu Santo, siempre
veraz también lo afirma. Muchas veces el amor que le mostramos a Dios es tan
débil que entra en agonía hasta que muere, porque ponemos en primer lugar
nuestras necesidades materiales, sin confiar en Dios, y sin consultar con nuestro consolador y
salvador Jesucristo, olvidando que Sus planes son siempre mejores que los
nuestros.
El don de la
profecía nos capacita para predicar el evangelio y dar los mensajes de Dios,
pero un día se dejará de profetizar, de dar los diezmos y las ofrendas, porque ya no será necesario. Pero quedará el
amor para siempre. Dicen las Sagradas Escrituras que de nada nos sirve
renunciar a todos nuestros bienes, predicar el evangelio, tener una fe ciega,
si no sentimos amor por los demás. A pesar de los dones que hemos recibido,
sabemos muy poco del amor de Dios, porque es perfecto, inmenso e incalculable, y la
predicación de los mejores predicadores es muy pobre. Pero cuando Dios nos haga completos en Cristo, no necesitaremos los limitados dones que ahora poseemos,
y estos cesarán. Por ahora el entendimiento absoluto del amor de Dios es
incomprensible para nuestras mentes finitas, pero un día lo veremos tal como
es, cara a cara, y lo veremos con la misma claridad con la que El ve nuestros
corazones. Tres cosas permanecen en los que aman a Dios: la fe, la esperanza y
el amor, pero lo más importante de estas tres cosas, es el amor. Por eso el
amor debe ser siempre nuestra más alta meta. Hagamos lo que hagamos, no lo
hacemos porque queremos, sino porque el amor de Cristo nos domina. Cuando
podamos entender esto, entonces creeremos que Cristo murió por amor, porque
Dios tomó a Cristo, que no tenía pecado, y arrojó sobre El nuestros pecados
para poder ser justificados.
El
incomparable y sublime amor de Dios es lo único que nos da la oportunidad de formar parte de la familia celestial,
porque nos hace hermanos de Cristo y herederos del cielo. Es nuestro cordón
umbilical al nacer; es el eslabón que da inicio al desarrollo de la vida
espiritual hasta ser idóneos, si
retenemos la doctrina y nos mantenemos fieles a las enseñanzas del maestro. El
amor es el único canal por el que podemos entrar en contacto con Dios. El mundo
que nos rodea está bajo el dominio de Satanás hundido en el odio y la maldad, pero
sabemos que Cristo, el Hijo de Dios, nuestro único salvador, vino a ayudarnos a
hallar y a entender el amor del Dios verdadero. Por eso debemos apartarnos de
cualquier cosa que pueda alejarnos de su amor, y nunca permitir que sea
desplazado de nuestros corazones, porque lo único verdaderamente importante de la
vida es el amor. Ama a Dios por sobre todas las cosas y recibirá una lluvia
eterna de bendiciones!. Amén.
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