Las
relaciones de amistad, han sido ampliamente narradas y ejemplificadas en un sin
número de casos, y se dan en diferentes grados de importancia y trascendencia. Pero, ¿Sabes realmente quien es tu mejor
amigo?. Sé que tendrá una respuesta rápida, y elegirás el nombre de aquella
persona que quieres mucho, con la que quizás ha compartido parte de tu niñez,
compañeros de escuela y/o universidad. Hijos e hijas de las amistades de
nuestros padres, vecinos, conocidos de la iglesia, etc. Consideramos amigo (a),
a aquella persona con la que nos sentimos identificados. Confiados para abrirle
nuestro corazón y exponerle nuestras dudas, contarle nuestros secretos, nuestra
primera experiencia sexual, nuestro primer beso, y con las que hablamos de todas nuestras
travesuras. Por ende, cuando necesitamos algún consejo, casi siempre lo
buscamos en los amigos, en vez de acudir a los padres, o a nuestro Padre Celestial, Dios.
La amistad, generalmente
nace cuando las personas encuentran inquietudes y sentimientos comunes, y a
veces, por medio de este vínculo, muchos se hacen cómplices y confidentes de
sus amigos, sin tomar en cuenta que también hay amistades que representan
peligro, porque se vuelven nocivas. Dice una frase muy cierta: “dime con quién andas, y te diré
quién eres”. El mejor amigo es aquel que está siempre presente en nuestras
vidas, aunque no lo podamos ver. Ese amigo es Cristo, quien constantemente nos extiende la mano
invitándonos para que vayamos a Él. Es un amigo invisible, más no imaginario, porque
existe y está vivo, pero siempre lo ignoramos. Cuando Jesús
vino al mundo, mientras caminaba con los discípulos, les dio un Mandamiento:
"que se amaran los unos a los otros, como el los había amado". Nadie
tiene mayor amor, que el que da la vida por sus amigos. A los discípulos Cristo
los consideraba sus amigos, y les dijo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis
lo que yo os mando". "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su señor. Os he llamado amigos, porque os di a conocer todo lo
que oí de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros, para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que
todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, él os lo de".
En toda
relación de amistad podemos contar con los brazos de carne que nos consuelan,
pero en cada uno de nosotros, están los brazos del Señor nuestro Dios, para
ayudarnos y pelear nuestras batallas, porque él entiende nuestro silencio, seca
nuestras lágrimas, interpreta nuestros sentimientos, perdona nuestros errores,
nuestros pecados, y nos previene de todas las caídas. Además, si caemos, nos enseña
a levantarnos con más fuerzas. No solamente es nuestro mejor amigo, sino que también
entiende nuestro dolor, podemos refugiarnos en sus brazos, cuando pasamos por angustias
y desesperación. A través de su Santo Espíritu, nos da paz y consuelo. Nos
acompaña, nos comprende e intercede a nuestro favor para que seamos alcanzados
por la Misericordia de Dios.
La amistad perfecta es la que une a dos personas con
iguales virtudes, siempre buscando y deseando el bien, el uno para el otro,
permaneciendo unidos por un sentimiento verdadero, mutuo y reciproco, sin
defraudarse. No existe en este mundo ningún
amigo fiel, que en determinado momento no se enaltezca su corazón contra su
semejante, porque el ser humano es egoísta y envidioso. Siempre traiciona, y necesita
del reconocimiento y la aceptación de los demás para sobresalir. Por eso, es
muy difícil saber cuándo una relación de amistad es verdaderamente sincera, ya
que con frecuencia, algunas personas que consideramos nuestros amigos, son los
primeros que provocan el mal, donde nos hacen caer.
Dios tiene el
poder para ayudar y para derribar, y muchas veces, aquellos que tenemos por amigos
nos muestran una sonrisa, pero si nos descuidamos, son capaces de enterrarnos
un puñal por la espalda, dejando en evidencia su deslealtad e hipocresia. Dios es el amigo
fiel que nunca nos desampara, ni nos falla, aunque nuestro corazón no sea
perfecto. Si buscamos a nuestro mejor amigo Jesucristo, y le encomendamos
nuestra causa, nuestros miedos y debilidades, en vez de confiarlas a alguien
que realmente no conocemos, el haría grandes e inescrutables cosas en nuestras
vidas, y un sin número de maravillas. Él tiene el poder para poner en alto a
los humildes, frustrar los planes de los astutos, para que sus manos no hagan
nada. Prende a los sabios en su propia astucia, y anula el consejo de los
perversos. A nuestros enemigos, los hace tropezar de día con las tinieblas, y
al medio día, los pone a andar a tientas, como en las noches. El Señor libra al
pobre de la espada, de la boca de los impíos, y de la mano que se alza injustamente
con violencia. Da esperanza al menesteroso, y cierra su boca a la iniquidad.
Cristo es
nuestro mejor amigo, pero con demasiada frecuencia confiamos en los amigos terrenales
que creemos conocer, desechando la verdadera amistad que nos permitirá caminar
seguros y confiados en nuestro tránsito por la vida. Feliz viviría el hombre si
pone su confianza absoluta en las manos de Dios, permitiendo que Él lo
discipline e instruya en sus caminos. Cuando entablamos una relación íntima de
amistad con nuestro salvador Jesucristo, el
hiere, y venda, golpea, y sus manos sanan. En seis tribulaciones nos librará,
y en la séptima no nos tocará el mal. Cristo sacrificó su vida para librarnos
de la muerte, y nadie más se dio a sí mismo para apoyarlo con su causa. Ningún
amigo estuvo a su lado ni salió a defenderlo, porque todos sus discípulos tuvieron
miedo de ser crucificados junto con él. Sin embargo, el libra al inocente del
azote de la lengua del enemigo, y seremos encubiertos con su Manto Sagrado,
para no temer cuando venga la destrucción. Del hambre nos reiremos, porque ese
amigo que aún no podemos ver, nos sustentará. Nuestro pan y nuestra agua estarán
seguros, aun en medio del desierto, y no
temeremos de las fieras del monte, y hasta con las piedras del campo tendremos
alianza. Cristo nos da fortaleza para vivir en paz hasta con las bestias, y
nada nos faltará, porque la amistad con Cristo significa una unión para la
eternidad.
La amistad, es
una de las relaciones interpersonales más comunes que la mayoría de las
personas desarrollan durante la vida, pero también la más falsa, porque cuando caemos en alguna desgracia, los amigos
se alejan, y son los primeros en dejarnos solos, como hizo Pedro con Jesús. Era
uno de los discípulos que más lo amaba, pero cuando Jesús fue aprendido, y
sabiendo que era el Hijo de Dios, negó conocerlo, a pesar de que le había dicho
que lo seguiría hasta la muerte. La verdadera amistad no se basa en una
presencia física constante, y nunca oculta sus verdaderas intenciones. Las relaciones
de amistad hoy día, solo se hacen por conveniencia e interés. Nadie se quiere
comprometer o involucrar en problemas ajenos; ni siquiera los miembros de
nuestra propia familia, porque el “yo” siempre está primero. Pero el que tiene
a Dios como su mejor amigo, nunca está solo. El conoce cada una de nuestras
necesidades, y siempre en el momento que más lo necesitamos, dice presente. Su
amor no sufre alteración, porque es totalmente inefable y sincero. Una vez que
caminemos sostenidos de sus manos, nuestros pies pisarán en terreno firme, sin
tropezar, porque la amistad con Cristo es símbolo de constancia, y representa
uno de los tesoros más valiosos en la vida del hombre, porque nunca se va, ni
desaparece con el tiempo.
La presencia
de Cristo es indistinguible del resto de las personas, pero en la hora más
difícil de nuestras vidas es cuando Él nos ve, y solo a El tenemos que clamar
para que nos brinde su ayuda incondicional. El Señor pasa ante nosotros sin que
lo podamos percibir, pero siempre nos acompaña y acude en nuestro auxilio.
Cristo es nuestro mejor amigo; un amigo fiel que funge como escudo poderoso, y
el que lo encuentra halla un tesoro muy valioso. Un amigo fiel que no tiene
precio, porque es el bálsamo para la vida, y los que temen al Señor lo buscarán
y siempre lo encontrarán. La amistad con Cristo, no depende del contacto físico
diario, sino, está basada en la confianza, el apoyo y la perseverancia. Está
fundamentada en seguir Su Palabra y obedecer Su Ley. Esta nos permite vivir con
gozo en momentos de risas y llantos. Nos ayuda en situaciones difíciles, está
presente en los mejores y peores momentos de la vida, sin importar que estemos atravesando
por enfermedades, pérdidas materiales o de un ser querido, un divorcio, ruptura sentimental o que
estemos en medio de una grave situación económica. Este tipo de amistad no la
brinda el hombre, porque el hombre es falso, y a diario es atacado por
pensamientos malsanos en su corazón. La verdadera amistad está edificada en la
sinceridad, la devoción, el aliento, el respeto, la bondad, la empatía; pero
sobre todo, en el amor.
Dios nos ama tanto, que siempre nos extiende sus
brazos para protegernos y consolarnos aunque no lo veamos. Pero otras veces, si
no tomamos la decisión de seguirlo y no respondemos a su llamado, nos da alas
para que podamos volar hacia donde queremos. Él sabe que somos imperfectos y
diferentes el uno del otro. Es el único amigo al que no podemos ocultarle
nuestros verdaderos sentimientos y emociones, porque el escudriña el corazón de
todos. En la vida nunca tenemos aseguradas las victorias, ni las derrotas, pero
podemos elegir nuestras batallas y saber
cómo lucharlas. Debemos seguir a ese amigo fiel que no discrimina, ni es orgulloso. Si de mañana buscamos a Dios, y lo tenemos en
primer lugar durante el día y la noche, si somos limpios y rectos y rogamos al
Todopoderoso, él nos escuchará y en seguida se despertará en nuestro favor, y restaurará
nuestro lugar. Aunque la relación de amistad con Cristo al principio haya sido
muy pequeña, su postrer estado llegará a ser muy grande.
Nosotros
significamos para Cristo el ayer, y nada sabemos; nuestros días sobre la tierra
son como sombras, y los amigos van y vienen. Así como la hierba se marchita sin
agua, será la vida de todo aquel que se olvida de Dios y pone su confianza en
el hombre. Cuando ponemos la esperanza en los amigos, tarde o temprano la
confianza será cortada como el hilo. La seguridad se volverá telaraña, y si nos
apoyamos en ella, no permaneceremos en pie. En medio de la desesperación nos
asiremos de ella, pero no resistirá. Cristo es nuestra Roca y siempre vendrá en
nuestro auxilio. Cuando estamos atribulados, solo podemos ser consolados por
nuestros amigos, pero nunca debemos abandonar el amor del Todopoderoso, porque
Cristo es el único que nos permitirá terminar gozosos nuestro camino. Dios no
rechaza al íntegro de corazón, ni da la mano a los malignos. Si somos amigos de
Cristo, el llenará nuestros labios de risas y nuestra boca de júbilos.
Dispón tu corazón
y extiende a Dios tu mano. Hazte su
aliado, y no permita que la maldad habite en ti, para que puedas levantar tu
rostro limpio hacia Cristo. La vida te será más luminosa, y aunque este oscuro,
será como el amanecer. Mirarás alrededor y dormirás seguro, porque al unirte a
Cristo, habrá una esperanza real de vida y felicidad. Muchos desearán tu
amistad, porque verán a Cristo en ti. Invoca a Dios en todos tus caminos,
porque en él está la sabiduría, el poder y el saber. Suyo es el consejo y la
inteligencia. Si el derriba, no hay quien edifique, y si el cierra al hombre,
no habrá quien le abra. Los amigos son fraguadores de mentiras, por lo que
frecuentemente nos hacen errar el camino. Todo hombre nacido de mujer tiene los
días contados. Brota como una flor, pero se va marchitando; huye como la
sombra, y no permanece. Por eso debemos unirnos y desarrollar amistad con el
que nació del Espíritu, y no de la carne. Ningún amigo puede decirte donde
encontrar a Dios. Tienes que tomar la iniciativa de buscarlo, pero movido por
el amor. Venerar al Señor es la sabiduría, y apartarse del mal es la
inteligencia. Se sabio e inteligente y haz de Cristo tu mejor amigo!.