"La limpieza interior se logra cuando renovamos la vida"
Una mujer
caminaba por la calle de forma distraída, cuando de repente un auto la atropelló.
En ese momento ella sintió que su alma se alejaba del cuerpo. Luego, pudo verse tendida en la mesa del quirófano,
donde le practicaban una delicada operación. Mientras estaba inconsciente fue
llevada ante la Presencia de Dios, y ella le rogaba que no la dejara morir, que
le diera una nueva oportunidad para vivir, corregir su errores, renovar su vida, y a cambio le
entregaría su corazón. El Señor le dijo que
le extendería la vida por un tiempo específico: tres años, tres meses y
tres días. La mujer se salvó, y pronto olvidó su promesa, dedicándose a las vanidades
y frivolidades del mundo. Con técnicas avanzadas trató de borrar las cicatrices
que le quedaron del accidente, y además se sometió a varias cirugías estéticas
para restaurar su cuerpo y lucir más
joven durante el tiempo que le quedaba de vida. Al cabo de dos años, la mujer
sufre un infarto y muere. Cuando está de nuevo ante la presencia de Dios, ella
le pregunta por qué murió sin haberse cumplido el tiempo que él le prometió. El
Señor le responde: “Perdóname, pero te hiciste tantos cambios, que no te reconocí”.
Aunque este
relato no pasa de ser una jocosa anécdota, en la vida real hemos escuchado
historias de algunas personas que han estado muy cerca de la muerte, o que por
alguna situación traumática han permanecido largo tiempo en un coma profundo, donde
la conciencia entra en otra dimensión. Luego despiertan con una visión espiritual y moral muy diferente a la
que tenían antes, en relación con Dios. Nadie ha podido regresar de la muerte,
excepto Jesucristo. Pero cuando vivimos este tipo de experiencias; las que se
debaten entre la realidad y la fantasía porque casi nunca son creíbles, el que
las vive trata de hacer ajustes en su vida. Siente la necesidad de renovar y
purificar su corazón. Los pensamientos comienzan a ser elevados al creador, tratando
de conectar la mente a la voluntad de Dios, con el propósito de sentir la
acción limpiadora, y el efecto restaurador del Santo Espíritu sobre la raíz de
la vida, que es el mismo Jesucristo, quien a partir de ese momento vive en
nosotros. La inteligencia emocional se hace sensible a la comprensión, al
respeto, la tolerancia, la lealtad y la humildad, dejando atrás el orgullo, el
ego y la jactancia. Surge un nuevo renacer, donde el Poder transformador del
Espíritu de Dios comienza a moldearnos hasta completar su obra.
Para restaurar
nuestro interior y/o tener un encuentro con Dios, no necesariamente tenemos que
pasar por circunstancias difíciles. Puedo dar testimonio de que Dios obra por
senderos misteriosos, y cuando somos tocados por su Santo Espíritu, no podemos
dar una explicación, porque no sabemos con exactitud en qué momento sucede, ni cómo
sucede. Es una acción abstracta, por lo que no se puede tener un argumento
convincente para expresarlo. El corazón se siente gozoso, en paz, en armonía
con Dios, rebosado de alegría, y las
perspectivas de la vida cambian en todo sentido. Es una experiencia
indescriptible. Hay que vivirla para entenderla y saber de dónde procede. Comenzamos
a darnos cuenta de nuestros errores, y tratamos de apartar todas las cosas que
pueden ofender a Dios, y que claramente están señaladas en los Mandamientos. Dejamos
de confiar en nosotros mismos y en nuestras buenas obras. El poder del Espíritu
nos domina hasta doblegar la voluntad. Nos hace obedientes, bondadosos, sensitivos
al dolor ajeno y a las necesidades de nuestros semejantes. Cuando nos toca, la
comprensión se hace más ágil, y lo que antes no entendíamos queda claro ante
nuestros ojos. Es una sensación de plenitud espiritual que brota desde lo más
profundo de nuestro ser, hasta quedar manifestado en la superficie de la piel.
Generalmente, este tipo de sucesos son considerados locuras para el que no está plenamente identificado con las obras del Espíritu Santo. Pero puedo dar testimonio que mientras estuve conectada con el Espíritu de Dios en el 2012, viví ausente de este mundo, en una especie de trance, por exactamente 21 días. Aunque mi cuerpo estaba en la tierra, permanecía frio como el de un cadáver, o como si hubiera estado guardado en un congelador. Mi piel estaba todo el tiempo erizada como la carne de gallina. Perdí el sentido de dirección. Aunque llevaba siete años viviendo en la misma casa, cuando salía del área, no sabía dónde quedaba ningún lugar, hasta se me olvido como llegar a la iglesia. Tampoco podía mantener mi cuerpo en equilibrio. Mis pupilas estaban dilatadas, por lo que la visión era borrosa. Todas las cosas normales del mundo me sorprendían como si las viera por primera vez; pero al mismo tiempo el Señor me mostraba con absoluta claridad, cosas que solo yo podía ver, y cuando me hablaba, solo yo podía entender lo que me decía. Algunas veces le respondía en voz alta, y los que estaban a mi alrededor no entendían mis palabras; decían que estaba hablando incoherencias. Recuerdo que por esos días, los latidos de mi corazón eran audibles e intensos, similar al sonido de una campana. Sentí como la mano de Dios escribía en mi corazón. Aunque me produjo dolor, fue un dolor placentero e inefable.
La expresión de mi rostro cambio de forma tal, que llamaba la atención por donde pasaba y el que me conocia me preguntaba si me estaba sucediendo algo, porque me veia muy diferente y ni siquiera me parecia a mi. Antes de suceder todo esto, experimenté la muerte como si en verdad estuviera muerta. No fue un sueño, porque estuve despierta, consciente de lo que me estaba pasando. Ademas, sentia a los angeles moverse a mi alrededor y todo lo que estaban haciendo en mi cuerpo. Cabe señalar que no estaba físicamente enferma, ni necesité ir al doctor, o tomar algún medicamento para salir de este trance. Tampoco necesité que nadie orara por mí, porque quien estaba presente en mi cuerpo era el Espíritu de Dios, que quería hablar en el culto del sábado 21 de abril/2012. Tristemente el pastor dirigente de esa iglesia no lo permitió, alegando que necesitaba la autorización de la Conferencia General de la iglesia Adventista. Además, me comentó que no podía dejarme subir al púlpito sin él saber lo que yo iba a decir, porque eso le podía traer problemas con los ancianos de la iglesia.
Recuerdo que
cuando llamé al pastor para pedirle que nos
reuniéramos, porque tenia un mensaje del Señor, él no me creyó. Una
semana después y tras un segundo recordatorio, llegó a mi casa con dos
dirigentes más de la iglesia, muy desconcertados, con sus biblias en la mano, y
lo primero que hizo fue pedirme que lo dejara orar por mí, a lo que yo me negué.
El no entendió que yo no estaba enferma, ni poseída por una fuerza maligna,
sino que el Espíritu Santo a través de
mi cuerpo estaba frente a él, probándolo. A pesar de que me escuchó, no hizo
nada de lo acordado y este asunto quedó en el olvido. Cuando le manifesté a uno
de los dirigentes de la iglesia, que la misma estaba haciendo cosas incorrectas
que no estaban agradando a Dios, me dijo que yo tenía que fundar una iglesia
para mi sola. No solamente ellos dudaron; mis hijos, que también son creyentes
bautizados, también pensaron que yo estaba perdiendo la razón, por lo que
constantemente me vigilaban y no me dejaban sola. No podían entender lo que me
estaba pasando porque ellos no estaban en mí. De ahí nace mi pasión por la
escritura, para llevarle al mundo el mensaje del amor de Dios hacia nosotros,
para que enmendemos nuestras vidas y procedamos al arrepentimiento. Es tiempo
de renovarnos espiritualmente para lograr un nuevo renacer, porque son muchos
los que día a día se están perdiendo. Y así me lo mostró el Señor.
Desobedecer a
nuestro creador siempre trae consecuencias funestas para el hombre. Antes de
finalizar el 2013, la iglesia en la que Dios quería hablar fue sacudida por una
terrible tragedia. Una madre y sus dos hijos fueron asesinados por el esposo (caso-Luis
Toledo-Yesenia Suarez-Deltona, FL.), sin que hasta la fecha se haya podido
esclarecer el crimen, ni se hayan encontrado los cuerpos. Todos ellos eran
miembros activos de la iglesia. Confiaban y confían, en el pastor que se negó a
recibir el mensaje de Dios. Este es un ejemplo de por qué, iglesias enteras se
perderán con todo y su pastor. Muchos pastores predican que Cristo viene
pronto, pero en realidad no tienen esa convicción en el corazón, o piensan que
eso sucederá en un futuro muy lejano. Expresan con la boca palabras de aliento
y esperanza, pero temen ver ese momento llegar. Ruegan a Dios para que postergue la segunda venida de Cristo,
aferrándose en que nadie conoce el día ni la hora. No conciben en sus mentes que
en estos tiempos el Señor pueda utilizar a cualquier persona para enviar un
mensaje de amonestación, aunque no hayan sido dotados con el don profético, o
hayan desarrollado una trayectoria pastoral de predicación, de forma
ininterrumpida.
Muchas iglesias solo reconocen como cristiano a aquel que ejerce
algún cargo administrativo, participa en los cultos, ya sea alabando al Señor,
haciendo obras misioneras, aportando ayuda económica o haciendo grandes
donaciones en los diezmos y ofrendas. A éste, es al que se le considera un
verdadero hombre/mujer de fe, y a los que según la iglesia, Dios debe usar. Un pastor
por bueno que sea, y aunque haya nacido en el evangelio nunca podrá llegar a
conocer cabalmente el corazón de sus ovejas, como los conoce Dios. Los pastores
no son empáticos ni infalibles. Desarrollan un trabajo como cualquier otro. Defienden
sus posiciones dentro de la iglesia para mantenerse al frente del rebaño, porque
para ellos representa un negocio muy lucrativo. Por el momento no tienen que
rendir cuenta de sus actos a Dios, porque el Jefe Supremo no está presente en
persona; por lo tanto, todas sus acciones son aceptadas con beneplácito por los
miembros de iglesia.
En la
antigüedad El Señor enviaba los mensajes a través de los profetas. En 2da de Reyes,
capítulos 18, 19 y 20, podemos encontrar el reinado de Ezequías, rey de Israel.
Ezequías era un hombre justo, que amaba y obedecía a Dios por encima de todo.
Durante su reinado buscó al Señor y no se apartó de Él, sino que guardó los
Mandamientos que el Señor prescribió a Moisés. Fijó en Dios todas sus
esperanzas. Y el Señor estuvo con él. Y todo lo que emprendía, prosperaba. Se rebeló
contra el rey de Asiria y no le sirvió, a pesar de sus amenazas de guerra. El Señor
utilizó al profeta Isaías, para enviar sus mensajes. Así, Ezequías era guiado
con seguridad, y todo sucedía conforme a la voluntad de Dios, y de acuerdo a lo
anunciado por el profeta. El Señor defendió a Jerusalén de los ataques del rey Senaquerib,
impidiendo que llegara a la Santa ciudad. Un ángel del Señor mató a 185 mil
asirios en su propio campamento. Y cuando el rey asirio estaba orando frente a
su dios Nisroc, sus hijos lo mataron a espada. Una vez más el Señor probó la fe
de Ezequías, cuando al enfermar, su muerte le fue anunciada por el profeta
Isaías, pero Dios escuchó sus oraciones y vio sus lágrimas. Deseaba ser sanado de sus
llagas, y en sus ruegos le recordaba al Señor su integridad de corazón y su
fidelidad, por lo que el Señor lo sanó y le extendió la vida por quince años
más.
Dice la
Palabra de Dios que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; es una nueva
creación, porque lo viejo ha pasado para darle paso a lo nuevo. En esta
sencilla palabra está fundada la limpieza espiritual, y la renovación de la
vida. Simplemente necesitamos estar con Cristo para renovarnos y vivir en paz,
sin importar las circunstancias en que nos encontremos. Cristo dijo a Nicodemo:
“El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, aunque ignoras de dónde
viene y a dónde va”. Asimismo sucede con todo el que ha sido renovado, porque nace
del Espíritu, y este hecho queda revelado en la vida. El Espíritu trabaja igual
que el viento: podemos sentir y ver sus efectos, pero no podemos detenerlo
porque es invisible. El Espíritu engendra una vida nueva que trabaja
directamente en el alma, de forma invisible, pero su obra queda manifestada.
Demuestra que la Gracia de Dios mora en nosotros, porque se hace visible un
cambio en el carácter, en la conducta, y en la manera de pensar.
Muchas veces
el respeto propio nos hace conducirnos de manera correcta evitando el mal. Y
otras, el deseo de ser admirado y valorado por los demás hacen que llevemos una
vida organizada. Pero esto no quiere decir que hemos sido renovados por el
poder de Cristo. Primero debemos asegurarnos en descubrir a quien le hemos
consagrado el corazón, y en quien depositamos nuestras fuerzas y energías.
Cuando somos renovados por el Espíritu, le consagramos a Cristo todo lo que
somos, y todo lo que tenemos, porque nada nos pertenece. Una vez que el corazón
es restaurado, comenzamos a gozar de los buenos frutos, que ahora se convierten
en amor, dominio propio, paciencia, bondad y humildad. Una inmensa paz inunda
al corazón, haciendo que nuestros afectos sean más nobles. Un corazón que ha
sido regenerado por la Gracia divina, no podrá permanecer igual, porque el amor
de Cristo controla nuestros impulsos y restringe las pasiones carnales.
Aprendemos a confiar en las Leyes de Dios, y no en las leyes del hombre.
Vivimos gobernados por la fuerza invisible del
poder del Espíritu.
Durante el
transcurso del tiempo, todas las cosas van envejeciendo, al igual que los seres
humanos. Si la muerte no llega mientras se es joven, la vejez va transformando
nuestro físico de manera imperceptible, ya que es algo imposible de detener. Pero
la vanidad del hombre lo ha llevado a luchar contra ese proceso irreversible,
logrando que una persona por medio de cirugías luzca mucho más joven, en comparación con la edad que realmente tiene. Permitiendo
también corregir las imperfecciones físicas con las que fuimos creados, y no aceptamos.
Dios conoce nuestras edades aunque tratemos de ocultarla. El cambio debe ser
interior, no físico. Por eso, nuestra meta debe ser lograr que nuestros
corazones sean renovados a la imagen de nuestro creador. Indudablemente, una
persona que luzca una bonita figura, mantiene su autoestima en alto, se siente
más segura de sí misma, y más aceptada por la sociedad, porque vivimos en
competencia y juzgamos por la apariencia de los demás. Siempre es halagador
sentirnos admirados por el sexo opuesto, pero no ganamos la salvación por cómo
nos vemos por fuera, sino por lo que hablamos y de quien hablamos, dejando de
manifiesto el reflejo de lo que llevamos por dentro, y que es recibido por
medio de la fe en el Hijo de Dios.
El corazón
inconverso jamás se deleitará ni se sujetará a la Ley de Dios. Vivirá siguiendo
su naturaleza pecaminosa, viendo su propia deformidad moral sin inmutarse, y
dando prueba de que no conoce la grandeza y belleza del amor de Cristo. Todo en
la vida es vanidad, porque todo es pasajero. No puede existir en el corazón del
hombre un amor profundo hacia Dios, hasta que no reconozcamos nuestra perversidad, y comprendamos que es
necesario un cambio, una renovación, una restauración espiritual y moral para
ser dignos de estar en la presencia de Dios. Debemos ser transformados por el Espíritu
para poder apreciar la pureza y el amor infinito de nuestro salvador
Jesucristo. Debemos percibir nuestra condición de pecadores para ser impulsados
a buscar el perdón a través del arrepentimiento. De la misma forma que pensamos
renovar la casa donde habitamos, adquirir un nuevo vehículo, cambiar nuestros
vestidos y calzados, etc., el hombre también debe sentir la necesidad de una
renovación espiritual.
El corazón
debe ser restaurado antes que endurezca, para que se convierta en un corazón de
carne y siga creciendo hasta ser totalmente transformado a la imagen de Cristo.
A medida que nuestro exterior se va desgastando, Dios, día tras día nos brinda
la oportunidad de renovarnos interiormente. Es hora de despertar la conciencia
y salir de la ignorancia, porque la verdadera ignorancia no es la ausencia de
conocimientos, sino, queda explícita cuando nos rehusamos adquirirlos para
poder cambiar. La vida espiritual sólo se engendra mediante la vida de Dios. Si
no nacemos de nuevo y volvemos a ser como niños, jamás podremos entrar al reino
de los cielos. Debemos permitir que el Señor nos limpie y restaure para
permanecer en él, y Él en nosotros. ¡RENUEVA TU VIDA, Y VIVE MEJOR!. Con Cristo
se vive a plenitud!.
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