Jesús pronunció
frente al pueblo que le escuchaba, Palabras de vida, sabiendo en su interior
que sus discípulos murmuraban. Sus mensajes eran duros, porque desde un
principio Jesús sabia quienes no creían, y quien lo iba a traicionar. Por eso
dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Preguntó: ¿Qué
pasaría si vierais al Hijo del Hombre que sube adonde estaba antes? “El Espíritu
es el que da vida, la carne nada aprovecha. Las Palabras que yo os he hablado
son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creen”. “! Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba!”. Como dicen las Escrituras, el que cree en Jesucristo,
ríos de agua viva brotarán de su corazón, porque todo el que cree y espera con
fe, ha recibido el Espíritu Santo, derramado después que Jesús ascendió al
cielo.
El Espíritu de
Dios ocupó un lugar en medio de los hombres. Habló con autoridad dirigiéndose a
la gente con expresiones llenas de vigor, con fuerzas y energías, dejándonos entender que la fe y la obediencia al Señor, es lo que nos identifica como
verdaderos cristianos, y nos une como parientes de Cristo, porque el Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que le pertenecemos a Dios. Somos
llamados por el Espíritu a salir del mundo y ser diferentes. Teniendo el corazón
continuamente cerca de Dios y al Espíritu Santo permaneciendo en nosotros. Todo
verdadero creyente manifestará con sus hechos que la gracia del amor de Cristo está
en su corazón. Aunque no podemos ver al Espíritu de Dios, sabemos que bajo su
acción el hombre pecador, es arrepentido y convertido. El que no tiene fe, después
de ser tocado por el Espíritu, ahora es creyente. El poder transformador del Espíritu
es poderoso y cambia el carácter del más terrible pecador, conduciéndolo a la
humildad y obediencia, porque trabaja para bendecir y salvar a los perdidos.
Dios a través
de su Santo Espíritu nos guía con sabiduría infinita, pero hoy existe un
espíritu de mundanalidad intenso que no nos deja ver que Dios quiere salvarnos.
La desobediencia ha sido la causa principal de la desgracia para todo el mundo
y precisamente en la obediencia al Espíritu, radica nuestra seguridad,
conversión y la madurez de nuestra vida espiritual. La negación del trabajo del Espíritu, es el único pecado imperdonable, dicho por Dios, según
las Sagradas Escrituras. Esto es una advertencia muy seria para todos. Las
obras del Espíritu Santo, son inconfundibles y jamás se deben poner en duda,
porque todo está fundado en sabiduría y en el amor infinito que viene de las
alturas y es derramado a través de la Gracia. Cristo demostró un espíritu
misionero, y todo cristiano verdadero debe sentir ese mismo espíritu y llevarlo
de modelo. Cristo lloró y suplicó al Padre por cada uno de nosotros, y aún en
la cruz se olvidó de sus propios sufrimientos en su profundo amor por aquellos a quienes vino a salvar. Perseveró
en sus peticiones al Padre a favor de los pecadores, sin embargo el hombre
fácilmente se olvida de este dolor, y de cuanto Cristo tuvo que sufrir para
finalizar la obra que había venido a hacer en la tierra. Cambiemos las lágrimas
que Jesús derramó por nosotros por lágrimas de regocijo, de felicidad, de
emoción al ver nuestro deber cumplido y finalizar nuestra misión como hermanos
en Cristo, para contemplar la promesa de ver la Gloria de Dios y sentirnos
gozosos.
Asimismo como
los padres lloramos de felicidad y emoción al ver alcanzada las metas de
nuestros hijos, o ante una sanación milagrosa de una enfermedad terminal del
cuerpo, de la misma forma el Espíritu
llora por la indiferencia y el rechazo que le mostramos, porque el Espíritu
hace su trabajo, pero el mérito se lo otorgamos a otro, o a nosotros mismos.
Muchas veces nuestro egoísmo no nos deja reconocer que no tenemos poder de
hacer nada que no nos sea otorgado por voluntad divina. Todo el que desee
realmente tener un espíritu misionero como Jesús, debe sentirse primeramente
dominado por el amor a Cristo, y trabajar en su obra, continuar exaltando al Espíritu
de verdad, al Espíritu de salvación, que es el Autor de nuestra fe. Debemos
estudiar su carácter, cultivar su espíritu de humildad y mansedumbre. Este no
es un don otorgado en especial a los dirigentes de las iglesias; es un trabajo
que debemos desarrollar todos y no permanecer como simple espectadores de la
obra de los demás y mucho menos fungir como piedra de tropiezo.
El primer
impulso de todo verdadero cristiano y la meta más anhelada debe ser llevar el
mensaje a otros, y dar testimonio del poder transformador del Espíritu. La obra
del Señor aún no termina y todavía hay mucho trabajo por hacer, pero no tenemos
mucho tiempo. Hay que acelerar el paso y no quedarnos dormidos. Tratemos de desarrollar
el espíritu de Cristo; un espíritu de sacrificio personal, que es ínfimo,
comparado con todo lo que Cristo tuvo que sufrir por cada uno de nosotros.
Debemos trabajar dondequiera que el Espíritu nos guie. Llevar el mensaje de
esperanza, alivio, paz, reconciliación, amor, perdón y compasión a los que nos necesitan. No de
lástima, porque la salvación está disponible para todos y es una decisión
personal poner nuestras vidas en las manos de Dios. Es una opción para salir de
la esclavitud y lograr la libertad que nos da el Espíritu. Es un compromiso que
hacemos directamente con Cristo, y es parte del trabajo que hace su Santo
Espíritu. La Palabra de Dios debe ser enseñada en todo lugar y todo creyente
tiene la capacidad para hacerlo, solo se necesita poner nuestra voluntad en
manos de Dios. Así trabaja el corazón cuando ha sido renovado. Enalteciendo el poder
del Espíritu en todo lugar y en todo momento, con todo tipo de personas, sin
importar edad, sexo, color o religión.
El mensaje de salvación debe ser dado, y es decisión del oyente, aceptarlo o
no, pero debemos continuar trabajando en la obra del Espíritu. Donde nos dejen
entrar dejar el mensaje, y donde nos prohíban hablar, seguir adelante.
Debemos
seguir las instrucciones dadas por Jesús a los discípulos cuando los envió a
llevar el mensaje, les dijo: “Cuando estéis en una casa, posad en ella hasta
que salgáis de allí. Si en algún lugar no os reciben ni oyen, salid de allí, y
sacudid el polvo de vuestros pies, es testimonio contra ellos”. Entonces
salieron y predicaron que los hombres se arrepintiesen. Este es un ejemplo de
lo que Dios quiere con nosotros. Que después de arrepentirnos, prediquemos y
llamemos a otros al arrepentimiento, que seamos verdaderos mensajeros del Espíritu,
testigos fieles, que reflejemos con hechos la verdad de lo que creemos. Hacer
la obra sin importar el rechazo, ni la opinión de los demás, porque es
testimonio del Espíritu para nuestro espíritu.
En la tierra
somos bautizados por agua, pero Dios nos bautiza con el Espíritu, y todas
nuestras obras están registradas en el cielo. La verdad siempre brota del corazón
y nos hace sentir un ardiente deseo de ir y hablar con todo el mundo, aunque no
lo conozcamos. Nos hace sentir fuertes, confiados, valientes y orgullosos de
ser exponentes de la Palabra de Dios en todas partes, ya sea en lugares
públicos o privados, porque demuestra que verdaderamente nos convertimos a
Cristo y colaboramos con él. En la verdadera religión no existe el egoísmo ni
la rivalidad, no existe el miedo, no hay envidia, porque la luz del Espíritu
resplandece como una antorcha y camina delante de nosotros. Día a día se nos
presentan múltiples oportunidades de hablar de Dios y proclamar su verdad.
Debemos vivir como verdaderos fieles y creyentes del evangelio y el Espíritu guiará
nuestros pasos donde haya necesidad de llevar el mensaje. Desarrollemos un
sincero y verdadero interés por las
almas de nuestros semejantes. Sembremos las semillas para que el Espíritu las
haga germinar.
La
conversación religiosa nos ayuda a crecer, porque el Espíritu revela lo que
desea revelar y la luz del discernimiento permanece encendida. No perdamos las
oportunidades que Dios nos brinda. Mantengámonos ocupados y enfocados en la
obra del Señor, porque las mentes ociosas son el blanco perfecto del Espíritu
maligno que rodea la tierra y son las personas más vulnerables para que Satanás
las use. Tenemos a nuestra disposición muchos medios por el cual alcanzar a
otros. Usémoslo en la buena obra, para nuestro crecimiento espiritual y
extendámoslo a los demás. Debemos compartir nuestras propias bendiciones para
que las mismas sean multiplicadas y alcancen a los necesitados. Tenemos que
unirnos, para decir las mismas cosas, y con un mismo ánimo llevar la Palabra de
Dios a todo hombre, para todos juntos poder glorificar el Nombre de Dios.
Tratemos de
salvar las almas que perecen, ya que hay una necesidad urgente en el mundo de
buscar a Dios. Diariamente miles de almas alrededor del mundo quedan atrapadas
para perdición. Imploremos la iluminación divina y una vez recibida no la
escondamos. El Espíritu responde y trabaja para bien, pero debemos estar
atentos a sus repuestas. Todos los que toman la Palabra de Dios como regla
principal de sus vidas, caen en estrecha relación con el Espíritu. La obra que
tenemos que cumplir consiste en hacer la voluntad de Aquel que sostiene
nuestras vidas para su gloria. Todos los que somos nacidos de Dios, debemos ser colaboradores de Cristo, y rendirle honor
al Espíritu. ¡Alabado sea el Dios del Cielo y la Tierra por toda la eternidad!.
¡Que su Santo Espíritu sea derramado a toda alma necesitada de perdón.
Aleluya!.