jueves, 12 de septiembre de 2013

EN HONOR AL ESPIRITU


Jesús pronunció frente al pueblo que le escuchaba, Palabras de vida, sabiendo en su interior que sus discípulos murmuraban. Sus mensajes eran duros, porque desde un principio Jesús sabia quienes no creían, y quien lo iba a traicionar. Por eso dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Preguntó: ¿Qué pasaría si vierais al Hijo del Hombre que sube adonde estaba antes? “El Espíritu es el que da vida, la carne nada aprovecha. Las Palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creen”. “! Si alguno tiene sed, venga a mí y beba!”. Como dicen las Escrituras, el que cree en Jesucristo, ríos de agua viva brotarán de su corazón, porque todo el que cree y espera con fe, ha recibido el Espíritu Santo, derramado después que Jesús ascendió al cielo.

El Espíritu de Dios ocupó un lugar en medio de los hombres. Habló con autoridad dirigiéndose a la gente con expresiones llenas de vigor, con fuerzas y energías, dejándonos  entender que la fe y la obediencia  al Señor, es lo que nos identifica como verdaderos cristianos, y nos une como parientes de Cristo, porque el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que le pertenecemos a Dios. Somos llamados por el Espíritu a salir del mundo y ser diferentes. Teniendo el corazón continuamente cerca de Dios y al Espíritu Santo permaneciendo en nosotros. Todo verdadero creyente manifestará con sus hechos que la gracia del amor de Cristo está en su corazón. Aunque no podemos ver al Espíritu de Dios, sabemos que bajo su acción el hombre pecador, es arrepentido y convertido. El que no tiene fe, después de ser tocado por el Espíritu, ahora es creyente. El poder transformador del Espíritu es poderoso y cambia el carácter del más terrible pecador, conduciéndolo a la humildad y obediencia, porque trabaja para bendecir y salvar a los perdidos.

Dios a través de su Santo Espíritu nos guía con sabiduría infinita, pero hoy existe un espíritu de mundanalidad intenso que no nos deja ver que Dios quiere salvarnos. La desobediencia ha sido la causa principal de la desgracia para todo el mundo y precisamente en la obediencia al Espíritu, radica nuestra seguridad, conversión y la madurez de nuestra vida espiritual. La negación del  trabajo del Espíritu, es el único  pecado imperdonable, dicho por Dios, según las Sagradas Escrituras. Esto es una advertencia muy seria para todos. Las obras del Espíritu Santo, son inconfundibles y jamás se deben poner en duda, porque todo está fundado en sabiduría y en el amor infinito que viene de las alturas y es derramado a través de la Gracia. Cristo demostró un espíritu misionero, y todo cristiano verdadero debe sentir ese mismo espíritu y llevarlo de modelo. Cristo lloró y suplicó al Padre por cada uno de nosotros, y aún en la cruz se olvidó de sus propios sufrimientos en su profundo amor por  aquellos a quienes vino a salvar. Perseveró en sus peticiones al Padre a favor de los pecadores, sin embargo el hombre fácilmente se olvida de este dolor, y de cuanto Cristo tuvo que sufrir para finalizar la obra que había venido a hacer en la tierra. Cambiemos las lágrimas que Jesús derramó por nosotros por lágrimas de regocijo, de felicidad, de emoción al ver nuestro deber cumplido y finalizar nuestra misión como hermanos en Cristo, para contemplar la promesa de ver la Gloria de Dios y sentirnos gozosos.

Asimismo como los padres lloramos de felicidad y emoción al ver alcanzada las metas de nuestros hijos, o ante una sanación milagrosa de una enfermedad terminal del cuerpo,  de la misma forma el Espíritu llora por la indiferencia y el rechazo que le mostramos, porque el Espíritu hace su trabajo, pero el mérito se lo otorgamos a otro, o a nosotros mismos. Muchas veces nuestro egoísmo no nos deja reconocer que no tenemos poder de hacer nada que no nos sea otorgado por voluntad divina. Todo el que desee realmente tener un espíritu misionero como Jesús, debe sentirse primeramente dominado por el amor a Cristo, y trabajar en su obra, continuar exaltando al Espíritu de verdad, al Espíritu de salvación, que es el Autor de nuestra fe. Debemos estudiar su carácter, cultivar su espíritu de humildad y mansedumbre. Este no es un don otorgado en especial a los dirigentes de las iglesias; es un trabajo que debemos desarrollar todos y no permanecer como simple espectadores de la obra de los demás y mucho menos fungir como piedra de tropiezo.

El primer impulso de todo verdadero cristiano y la meta más anhelada debe ser llevar el mensaje a otros, y dar testimonio del poder transformador del Espíritu. La obra del Señor aún no termina y todavía hay mucho trabajo por hacer, pero no tenemos mucho tiempo. Hay que acelerar el paso y no quedarnos dormidos. Tratemos de desarrollar el espíritu de Cristo; un espíritu de sacrificio personal, que es ínfimo, comparado con todo lo que Cristo tuvo que sufrir por cada uno de nosotros. Debemos trabajar dondequiera que el Espíritu nos guie. Llevar el mensaje de esperanza, alivio, paz, reconciliación, amor, perdón  y compasión a los que nos necesitan. No de lástima, porque la salvación está disponible para todos y es una decisión personal poner nuestras vidas en las manos de Dios. Es una opción para salir de la esclavitud y lograr la libertad que nos da el Espíritu. Es un compromiso que hacemos directamente con Cristo, y es parte del trabajo que hace su Santo Espíritu. La Palabra de Dios debe ser enseñada en todo lugar y todo creyente tiene la capacidad para hacerlo, solo se necesita poner nuestra voluntad en manos de Dios. Así trabaja el corazón cuando ha sido renovado. Enalteciendo el poder del Espíritu en todo lugar y en todo momento, con todo tipo de personas, sin importar edad, sexo, color  o religión. El mensaje de salvación debe ser dado, y es decisión del oyente, aceptarlo o no, pero debemos continuar trabajando en la obra del Espíritu. Donde nos dejen entrar dejar el mensaje, y donde nos prohíban hablar, seguir adelante.

Debemos seguir las instrucciones dadas por Jesús a los discípulos cuando los envió a llevar el mensaje, les dijo: “Cuando estéis en una casa, posad en ella hasta que salgáis de allí. Si en algún lugar no os reciben ni oyen, salid de allí, y sacudid el polvo de vuestros pies, es testimonio contra ellos”. Entonces salieron y predicaron que los hombres se arrepintiesen. Este es un ejemplo de lo que Dios quiere con nosotros. Que después de arrepentirnos, prediquemos y llamemos a otros al arrepentimiento, que seamos verdaderos mensajeros del Espíritu, testigos fieles, que reflejemos con hechos la verdad de lo que creemos. Hacer la obra sin importar el rechazo, ni la opinión de los demás, porque es testimonio del Espíritu para nuestro espíritu.

En la tierra somos bautizados por agua, pero Dios nos bautiza con el Espíritu, y todas nuestras obras están registradas en el cielo. La verdad siempre brota del corazón y nos hace sentir un ardiente deseo de ir y hablar con todo el mundo, aunque no lo conozcamos. Nos hace sentir fuertes, confiados, valientes y orgullosos de ser exponentes de la Palabra de Dios en todas partes, ya sea en lugares públicos o privados, porque demuestra que verdaderamente nos convertimos a Cristo y colaboramos con él. En la verdadera religión no existe el egoísmo ni la rivalidad, no existe el miedo, no hay envidia, porque la luz del Espíritu resplandece como una antorcha y camina delante de nosotros. Día a día se nos presentan múltiples oportunidades de hablar de Dios y proclamar su verdad. Debemos vivir como verdaderos fieles y creyentes del evangelio y el Espíritu guiará nuestros pasos donde haya necesidad de llevar el mensaje. Desarrollemos un sincero y verdadero interés  por las almas de nuestros semejantes. Sembremos las semillas para que el Espíritu las haga germinar.

La conversación religiosa nos ayuda a crecer, porque el Espíritu revela lo que desea revelar y la luz del discernimiento permanece encendida. No perdamos las oportunidades que Dios nos brinda. Mantengámonos ocupados y enfocados en la obra del Señor, porque las mentes ociosas son el blanco perfecto del Espíritu maligno que rodea la tierra y son las personas más vulnerables para que Satanás las use. Tenemos a nuestra disposición muchos medios por el cual alcanzar a otros. Usémoslo en la buena obra, para nuestro crecimiento espiritual y extendámoslo a los demás. Debemos compartir nuestras propias bendiciones para que las mismas sean multiplicadas y alcancen a los necesitados. Tenemos que unirnos, para decir las mismas cosas, y con un mismo ánimo llevar la Palabra de Dios a todo hombre, para todos juntos poder glorificar el Nombre de Dios.

Tratemos de salvar las almas que perecen, ya que hay una necesidad urgente en el mundo de buscar a Dios. Diariamente miles de almas alrededor del mundo quedan atrapadas para perdición. Imploremos la iluminación divina y una vez recibida no la escondamos. El Espíritu responde y trabaja para bien, pero debemos estar atentos a sus repuestas. Todos los que toman la Palabra de Dios como regla principal de sus vidas, caen en estrecha relación con el Espíritu. La obra que tenemos que cumplir consiste en hacer la voluntad de Aquel que sostiene nuestras vidas para su gloria. Todos los que somos nacidos de Dios, debemos  ser colaboradores de Cristo, y rendirle honor al Espíritu. ¡Alabado sea el Dios del Cielo y la Tierra por toda la eternidad!. ¡Que su Santo Espíritu sea derramado a toda alma necesitada de perdón. Aleluya!.

 

 

 

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