viernes, 13 de diciembre de 2013

LA BODA DEL CORDERO


“Un mensaje de esperanza para toda mujer que vive sin sentirse amada, o ha sido abandonada. Que por causa del amor de un hombre ha sufrido y soportado algún tipo de abuso. Y que ha gastado su juventud en busca del amor, sin encontrarlo, perdiendo así sus ilusiones. A la mujer que está dormida sin reconocer que desde que nacemos, tenemos a nuestro lado el más puro amor que ningún ser humano puede demostrar. Somos como vírgenes, elegidas e invitadas a  la boda del Cordero, donde se le rendira tributo al amor en honor a la mujer. Esta invitacion es un privilegio”                   

                                                     “Matrimonio y mortaja, del cielo baja”.
Las Sagradas Escrituras nos hablan del nacimiento milagroso de Cristo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo en el vientre de una mujer virgen, que no había conocido varón. María era una mujer que estaba comprometida para casarse, elegida por Dios para concebir a Su Unigénito. Su prometido era un hombre justo, y al verla encinta, para no difamarla, decidió dejarla secretamente. El Señor conoce todos nuestros pensamientos, y por Su mandato, un ángel se le apareció en sueño a su prometido para revelarle que el hijo que ella había concebido era del Espíritu Santo, que no temiera recibirla por esposa. También el ángel le dijo que ella daría a luz un niño al que llamaría Jesús, porque él salvaría al pueblo de sus pecados. Todo se cumplió como el ángel del Señor lo anunció: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel”, que significa: Dios con nosotros. Cuando José despertó del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a María por esposa sin cuestionarla. Pero no la conoció (no la tocó) hasta que dio a luz.
Aunque la Biblia no explica este hecho en detalle, es de suponer que como se trató de un nacimiento milagroso, donde María salió encinta sin haber estado en contacto íntimo con ningún hombre, después de dar a luz siguió siendo virgen, porque el matrimonio no se consumó hasta después del nacimiento de Jesús. Todo lo que Dios hace es perfecto y para Él no hay imposibles. El Señor no dejó cabos sueltos, para no permitir que el corazón de su esposo se llenara de dudas, pensando que María le había sido infiel. José desposó una mujer virgen, porque él confió y creyó lo que el ángel le dijo en sueño. Pudo comprobar después de conocerla, que el hijo que ella había concebido era obra del Espíritu, y no de la carne. Después de ese hecho milagroso, María tuvo otros hijos producto de la relación natural carnal hombre-mujer. Aunque estos hijos eran hermanos de Jesús, ninguno era igual a él, porque fue el único Hijo del Hombre nacido del Espíritu.
María debe ser un modelo a seguir para la mujer soltera, para cada joven que se respete y desee que el hombre la valore. Toda mujer nace virgen y se convierte en mujer después que es desposada. Por lo tanto, debe ser una obligación moral guardarse y conservarse virgen hasta el día de su boda, para así ambos comenzar a descubrirse íntimamente y disfrutar del amor en toda su plenitud, porque el amor es un sentimiento profundo que va más allá de una relación sexual. El amor se desarrolla y madura en la convivencia diaria, dentro de una atmósfera de reciprocidad, comprensión, comunicación, honestidad, lealtad, tolerancia y respeto, donde día a día buscamos la forma de hacer sentir feliz a nuestra pareja, renunciando a nuestro egoísmo hasta convertirnos en un solo cuerpo, pasando a formar una sola carne. La Palabra de Dios dice que el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán uno solo. Pero que el hombre dejará su casa, madre, esposa e hijos  para seguir a Cristo y heredar el reino de los cielos.
Una mujer que haya tenido muchos maridos, o se haya prostituido y luego busque el perdón sincero de Dios a través del arrepentimiento de sus pecados, vuelve a ser una virgen para Cristo y siempre la aceptará rodeándola en Sus brazos de amor. Pero primero tiene que pasar por el proceso de purificación del alma. Don que solo lo posee el Espíritu de Dios y es otorgado por medio de la Gracia. Al día de hoy la virginidad de la mujer es un mito, considerado para muchos como algo arcaico, por lo que conservarse virgen hasta el matrimonio raya en lo ridículo. Pero la razón principal de tantas madres solteras, niños abandonados, traídos al mundo sin ninguna responsabilidad, y tantos matrimonios arruinados, ha sido la falta de pudor, al vivir despojados de todas las virtudes, y por la depravación moral que viven los jóvenes de hoy. Donde la infidelidad es parte de la libertad del ser humano. Han olvidado que el adulterio es un grave pecado que ofende la Santidad de Dios, y coloca al hombre y a la mujer muy por debajo de cualquier valor moral, como ser cristiano.
No adulterar es un mandato divino que ocupa el séptimo lugar dentro de los Mandamientos de la Ley. El hombre moderno no se resigna a serle fiel a una sola mujer y vive en una doble moral. Muchos hombres casados, no respetan a sus esposas aun sintiéndose satisfechos con ellas. Siempre quieren buscar variedad experimentando con otras mujeres u hombres. Otros son tan hipócritas que mantienen al mismo tiempo relaciones paralelas fijas. La búsqueda incesante de la satisfacción propia, y la carencia del amor de Cristo en nuestras vidas, ha generado la proliferación del homosexualismo. El Señor dice en su Palabra que el matrimonio es un vínculo sagrado y santo que une a un hombre con una mujer. Que para heredar el reino de los cielos, el hombre debe comportarse como un eunuco. El que no vive en el amor de Cristo, esta contra Cristo. ---Así dice el Señor---“Ninguno que pone su mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. “El que no está conmigo, esta contra mí. El que conmigo no junta, desparrama”.
En épocas muy remotas, la moral se tenía en alta estima, y la virginidad era una prueba de decencia y pureza guardada para el esposo. Las jóvenes no iniciaban su vida sexual hasta que se casaban, pero esa costumbre ya no existe en la sociedad actual. Ahora primero se tiene sexo, y después se intercambian los nombres. Por eso muchas madres solteras que han llevado una vida sexual muy activa, con diferentes hombres, ni siquiera saben con seguridad de quién sale embarazada. Hoy en día las bodas se realizan para obtener derechos legales y beneficios sociales. Inclusive se celebran bodas con “novias” en avanzado estado de gestación para que la criatura nazca legítima, o después de pasar largo tiempo de vivir amancebados. Algunas veces las parejas deciden formalizar la relación pensando que por el tiempo que llevan juntos, ya se conocen completamente.
Con demasiada frecuencia vemos que estos matrimonios, a pesar de los años de convivencias, no duran, porque sin darse cuenta están durmiendo con el enemigo. Los seres humanos tenemos reacciones impredecibles. Por eso, sin aparente motivo la relación se enfría, entra en crisis,  viene la separación y luego el divorcio. El factor principal para que la relación de parejas funcione, es el amor leal y genuino. Y la presencia de Dios en el hogar. Pero los seres humanos nos confundimos pensando que amor y pasión es lo mismo, hasta que comprobamos que son conceptos muy diferentes. El amor es eterno e identifica a Cristo-Dios, y la pasión es efímera e identifica al hombre. Mientras el amor verdadero crece en nuestro interior, el camino del vicio que sigue a la pasión comienza a precipitarse hacia abajo, haciendonos caer en un callejón sin salida.
Jesucristo es el Cordero de Dios que próximamente celebrará su boda, y cada día que pasa se acerca más la fecha de este acontecimiento. Cuando Jesús habitó entre los hombres, regó amor. Nunca se casó, pero se comprometió a salvar al pueblo intercediendo por nosotros con el amor del Padre, y lo cumplió cuando aceptó morir para que fuéramos perdonados. Jesús permanece soltero esperando que el tiempo sea cumplido para celebrar su boda. Su compromiso, así como su regreso sigue vigente hasta que llegue la hora de quitarse Su traje de Juez y se vista de la Majestad de un Rey. Mientras Él regresa, debemos comenzar a desarrollar la relación del conocimiento previo que deben tener todas las parejas antes de casarse. La boda del Cordero que representa al novio, se celebrará  vestidos todos con trajes de inmortalidad, por eso la Biblia menciona a Jesús como el  “no-vio”, porque todavía no podemos verlo, hasta que nuestros cuerpos corruptos y mortales sean transformados.
Jesús, el eterno amado, no se casará con una mujer impura que se haya unido sexualmente con otra mujer, ni tampoco se casará con otro hombre como se ve en nuestra sociedad, porque la Ley de Dios sólo le permite al hombre elegir a la mujer para formar una familia. Cuando el hombre se casa, se convierte en sacerdote del hogar. Cristo es nuestro Juez y Sumo Sacerdote en el cielo. A través del amor, la fidelidad y el respeto que el hombre le muestre a su esposa durante el matrimonio, Dios puede medir el amor, respeto, fidelidad y obediencia que le rinde a Cristo. Por ende, debe mantener en su rol de esposo un comportamiento acorde a las virtudes de Cristo. Después de la boda del Cordero, en el cielo no habrá más matrimonios, ni las mujeres tendrán hijos, porque los santos no tienen sexo. A toda mujer que se le ha dado la oportunidad de concebir un hijo en este mundo, debe sentirse privilegiada, porque ser madre es una bendición, y un milagro de Dios. Los hijos, si los educamos en el amor de Cristo, formarán parte de nuestra familia en el cielo. Pero si alguno se pierde Dios demandará su sangre de nosotros.
La mujer está representada en la Biblia como la iglesia de Dios, y cuando nos convertimos en seguidoras de Cristo, hacemos un pacto sagrado con Jesús, igual que una novia cuando tiene un compromiso para casarse  con un hombre.  No todas las mujeres nacen para casarse, tener hijos, o sostener un matrimonio por muchos años con un yugo desigual, porque Dios sabe que con frecuencia hacemos malas elecciones. Pero todas, sin importar el status, nacemos con un primer amor que no podemos dejar u olvidar aunque tengamos en la tierra un esposo o compañero. Debemos querer y respetar a nuestros esposos, pero enamorarnos y amar a Cristo por sobre todas las cosas. En la actualidad las separaciones, los divorcios, y la desintegración familiar van en aumento, porque Cristo no es el centro del hogar y nos hemos separado  del primer, único, eterno y verdadero amor que nos permite existir en este mundo.
Ningún ser humano es indispensable en la vida de otro, pero Cristo es esencial en la vida de todos. Una mujer no necesita a su lado a un hombre para vivir, ni para sentirse amada y feliz, porque Cristo suple esa necesidad, y tiene suficiente amor para llenar ese vacío en el corazón. Cuando decidimos amarlo con toda nuestra mente y alma, Él se convierte en nuestro novio oficial, amigo, consejero, compañero y sellamos un compromiso, comenzando los preparativos para cuando llegue el día de la celebración de la boda. A diario escuchamos historias de mujeres que han tenido todo: fama, riquezas, reconocimiento público, han sido madre, esposas y exitosas profesionales. A pesar de sus logros, íntimamente viven vacías, sin ningún afecto, refugiándose en las frivolidades del mundo. Después de pasar por situaciones traumáticas, desilusiones y decepciones, algunas se entregan al amor de Cristo y sus vidas cambian de forma positiva y radical, porque Dios nunca rechaza un corazón afligido.
El evangelio de San Juan, capitulo 4, narra cuando  Jesús  sintió sed y se encuentra con una mujer samaritana que estaba en el pozo de Jacob, y le pide de beber. La mujer se sorprendió porque no sabía con quién estaba hablando, pero reconoció que el que le hablaba era un hombre judío, y los samaritanos no se llevaban con los judíos. El pozo era hondo y no había con qué sacar el agua, entonces Jesús le habla, de la fuente de agua que brota para vida eterna. La Samaritana pidió beber de esa agua para no sentir sed, ni tener que volver al pozo a sacarla. Jesús le dijo, sabiendo que ella estaba sola, que llamara a su esposo para que fuera también a recibirla. Pero ella contestó: “No tengo esposo”. Jesús replicó: “Bien has dicho: “No tengo esposo”, “Porque cinco maridos tuviste, y el que tienes ahora no es tu esposo. Esto has dicho con verdad”. Jesús le dijo esas palabras porque se estaba refiriendo a Él mismo, pero la mujer solamente entendió que estaba hablando con un profeta que conocía su vida pasada.
Jesús le explicó a la samaritana el tipo de adoración que le debemos rendir al Padre, porque nosotros adoramos lo que no sabemos. Ella dijo que cuando el Mesías, llamado Cristo llegara, nos explicaría todas las cosas. Por lo que Jesús declaró: “Yo Soy, el que habla contigo”. Los seres humanos generalmente nos sentimos atraídos por los atributos físicos. Confiamos en las palabras engañosas que oímos y  juzgamos por el aspecto exterior que vemos, antes de tratar a las personas. Por eso casi siempre nos equivocamos y cometemos graves errores. Llegamos a enamorarnos y sentir adoración  por personas que no conocemos. El amor a Cristo y la adoración al Padre deben ser en Espíritu. Estos son los verdaderos adoradores que nuestro Padre busca, porque Dios es Espíritu. La hora ha llegado, y los que lo adoran, deben adorarlo en espíritu y en verdad. Eso es confiar y significa tener fe.
La soledad afecta más al hombre que a la mujer. El Señor después de crear al hombre pensó que no era bueno que estuviera solo y le dio una compañera, para que fuera su complemento. Aunque Dios también colocó amor en el corazón del hombre, este no siempre se une a la mujer por ese sentimiento, sino que con frecuencia necesita a una mujer para liberar sus pasiones carnales, sin tomar en cuenta parentesco ni edad. De ahí los pederastas, que son capaces de violar la inocencia e integridad hasta de sus propios hijos. El hombre fue creado con el órgano genital hacia el exterior, y su virilidad la pone en evidencia con solo mirar a una mujer y desearla sin ser suya. Esto también es adulterio, porque aunque el hecho no se llegue a consumar, peca en su corazón. El hombre es como un animal y reacciona por instinto. Por eso le cuesta más dominarse a sí mismo y mantenerse fiel al carácter de Cristo.
La mujer fue creada con el órgano sexual hacia el interior de su cuerpo, porque ésta representa el sentimiento, el amor, la belleza, armonía, delicadeza, ternura y sensibilidad. El hombre debe explorar su interior para aprender a conocerla, no convirtiéndose por eso en el sexo débil, porque también fue elegida por Dios para  traer al mundo a todos los hombres. Generalmente las separaciones y rupturas de los matrimonios son originadas por el hombre, y significan para la mujer decisiones muy difíciles de entender y aceptar. Muchas prefieren  soportar de sus parejas todo tipo de humillaciones, maltratos, violencias, irresponsabilidades e infidelidades, siendo sometidas a situaciones inaceptables. Algunas mujeres por temor a sus parejas, se hacen cómplices de los maltratos y violaciones de sus propios hijos, formando hogares disfuncionales, cuyas consecuencias con frecuencia terminan en tragedias familiares, como son los homicidios y suicidios.
Ninguna mujer que ama a Cristo debe sentirse sola. No importa si está casada, soltera, viuda, separada o divorciada, porque  cuando amamos a Dios con la mente y el corazón, en todo momento estamos acompañadas por él. No tenemos razón para soportarle humillación, ni violencia física o emocional a ningún hombre. Es la hora de humillarnos a Cristo para vencer nuestros temores y fortalecer el carácter, pero vivas en su amor. Permitir que un hombre nos abuse, o abusen a los hijos que traemos al mundo, significaría que estamos viviendo desnudas ante el Señor, poniendo en evidencia nuestra cobardía y falta de fe al desconfiar de su amor, fuerza y poder.
Una madre soltera, o una mujer casada con hijos, que es abandonada por su esposo nunca están solas, porque si Dios las eligió para concebir, es porque también las dotó con la fuerza y capacidad de luchar para vencer todas las adversidades. Por lo general nos aferramos a hombres que no nos valoran, que nos ultrajan, y aunque Dios nos quiera librar de este tipo de relaciones, nos empeñamos en mantener ese círculo vicioso, resignadas a vivir en una relación sin amor, destructiva y enfermiza. Seguimos tropezando con la misma piedra hasta que caemos y nos damos duro. Es entonces el momento de levantarnos con más fuerza, perdonar y seguir adelante solas, acompañadas de las incomparables Promesas de Aquel que su amor es constante, fiel e inquebrantable.
Cuando caminamos detrás del amor de un hombre, sufrimos muchas desilusiones, decepciones y engaños, porque el ser humano es mentiroso por naturaleza, y no siempre las cosas salen como esperamos. Sentirnos bien con la compañía de alguien, no es enamorarnos, ya que el amor implica la aceptación mutua de nuestros defectos y virtudes, sin hacer promesas de cambiar lo que no nos gusta. Que ningún ser humano crea que puede cambiar a otra persona. Este cambio solo se puede lograr cuando encontramos el amor de Cristo. El verdadero amor que representa a Dios, es constante, no critica, no miente, es fiel, y su Promesa es estar a nuestro lado siempre, en las penas y las alegrías, en la salud y en la enfermedad hasta el día del fin. Esta promesa es por lo general la que hacemos durante la boda, pero que rara vez cumplimos.
El compromiso que hacemos con Cristo es para la eternidad, porque nos acepta tal y como somos.  A su debido tiempo nos regenera y transforma internamente, sanando las heridas que produce el amor carnal del hombre. En estos tiempos, es muy difícil encontrar un matrimonio que a pesar de llevar juntos toda la vida y de los estragos que van dejando los años, se mantengan fieles y unidos a su amor, porque cuando comenzamos a envejecer o dejamos de ser productivas, el hombre nos cambia por otra más joven. Los matrimonios que se conservan unidos por la bendición de Dios, forman parte de una especie en vía de extinción, porque las parejas actuales viven alejadas de Cristo, y no pueden resolver sus diferencias por ellos mismos. Ahora las bodas se realizan por conveniencia e intereses materiales. Si ambas partes han acumulado riquezas, es muy común que antes de unir sus vidas hagan acuerdos de separación de bienes.
Dios es amor, y el amor es lo que nos motiva a hacer un compromiso. En esa palabra tan pequeña está encerrada la grandeza de Cristo, y la seriedad de la Sagrada boda del Cordero. La palabra amor forma el acrónimo: A-mo, M-ora, O-ra, y R-amo. Del amor también formamos las palabras:  "ARO" y "MAR", y de éstas dos surge el "AROMA'. El matrimonio es como el mar, que siempre tendrá mareas altas y bajas. Sus olas siempre vienen y van, no permanecen iguales todo el tiempo. El ser humano debe ser probado, y por eso el Señor permite que pasemos por aflicciones. Estas seis palabras en que se desglosa el amor describen los pasos que debemos dar para participar en la boda del Cordero. Amo, es una afirmación de que amamos a Jesús, y por lo tanto significa que “Sí” aceptamos casarnos con Cristo.
Simbólicamente nos ponemos el aro matrimonial en el dedo, como señal de que hemos sido convencidas de su amor, y pasamos a tener un nuevo estilo de vida. Desde que hacemos el compromiso con Cristo, El mora, vive en nuestro corazón. Se inicia el periodo de enamoramiento; comenzamos a conocerlo, y El hace que la relación se vuelva cada día más íntima y estrecha. Ora, es una petición para entablar amistad. Es el medio por el cual nos podemos comunicar con Cristo. Es el cable de conexión para hablar directamente con Él, desarrollar la confianza, la fe y la paciencia. Es lo que nos lleva a la dependencia y nos une a Cristo. Es el medio por el cual expresamos nuestros sentimientos, nuestras penas y alegrías. Y Somos guiadas a obedecer aprendiendo a escuchar y a cumplir la voluntad de Dios.
El ramo, es el que llevan todas las novias entre las manos, cuando desfilan para encontrarse con su amado en el templo. Simboliza nuestra ofrenda de amor, de pureza, nuestro estado virginal antes de entregarnos a un hombre. Generalmente el ramo esta hecho de flores naturales, ramas o hierbas de modo que forman un conjunto adornado con delicadeza, del que emana un olor muy agradable. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, como muestra de alegría el pueblo salió a recibirlo con palmas y ramas de olivo en las manos, aclamándolo como salvador. Todas las novias necesitan tiempo de preparación para estar listas cuando llegue el anhelado día de su boda. De igual manera toda mujer que se haya comprometido con Cristo, también necesita tiempo de preparación para poder entrar a  la boda del Cordero de nuestro Salvador Jesús.
Debemos cuidar el árbol del amor, que produce las flores con las cuales se fabrican los finos perfumes. Nuestro aroma debe ser agradable a Dios, para que el día de la boda podamos recibir la corona de Sus manos. Una vez que estemos vestidas con la túnica sagrada, para que nuestros cuerpos incorruptibles inicien el reinado eterno al lado del Rey. En el cielo los redimidos formaremos una sola familia, donde Cristo dejará de sentir celos por la mujer. Cuando cambiamos o rechazamos el amor espiritual de Jesús por el amor carnal del hombre, traicionamos y laceramos su corazón. En el cielo ningún hombre recordará si en este mundo fue casado o soltero, porque seremos nuevas criaturas, y el pensamiento no vendrá más a la mente. La alegría y el gozo de la  celebración de la boda del Cordero, durará para siempre y reinará el amor en su expresión más sublime.
El mar también representa la intensidad, inmensidad y profundidad del infinito amor de Dios. Nadie puede echar en una vasija toda el agua del mar para medirla. Tampoco nadie puede contar ni pesar sus granos de arena. Ningún ser humano conoce al dedillo sus profundidades. Así de imposible resulta medir el infinito amor que Dios siente por cada uno de nosotros. Las flores necesitan del agua para brotar, para no marchitarse y mantenerse frescas,  porque el agua es vida. La sal, es lo que le da gusto a la comida. Significa la Palabra de Dios, el alimento espiritual que nos mantiene vivos, por eso el agua del mar es salada, porque los animales que viven en el mar, están vivos. De esa misma forma nosotros necesitamos alimentarnos de la Palabra de vida. En los tiempos de nuestras abuelas, era usual cortejar a una mujer enviándole un ramo de flores, porque la mujer es la flor más hermosa que adorna el jardín del Edén, donde la armonía, los colores de la naturaleza, y el equilibrio perfecto entre Dios y el hombre alcanzan su total  plenitud.
No podemos correr todo el tiempo detrás de un hombre, por el simple deseo de vivir una pasión, o permanecer atada a un ser que ante cualquier problema de la vida huye dejándonos solas. Una persona inconstante que no cumple sus promesas es imposible que ame a Dios, porque el mismo amor, atención y trato que le demuestra a su pareja, es el mismo que le está demostrando a Dios. El amor no se mendiga, ni puede ser obligado, porque es un sentimiento espontáneo que conlleva sacrificio. Ni siquiera Dios, que es un ser espiritual perfecto nos obliga a amarlo, por eso nos da el libre albedrío. El hombre que es inconstante en el amor, es inconstante en todos los actos de su vida, por consiguiente, también es inconstante en su relación con Dios. Cuando se ama de verdad, nuestra prioridad es hacer todo lo posible para que el que permanezca a nuestro lado, se sienta bien.
Las mujeres en la tierra fungimos como parte de las ramas del Árbol de la Vida, cuyo tronco es Dios. De nuestras ramas nacen los hijos, y cada una de las ramas que siguen saliendo se van dividiendo formando a su vez ramos nuevos. Durante la vida, cada hijo toma sendas diferentes. No todas las ramas de un mismo árbol florecen. Algunas ramas aunque permanezcan en el árbol se secan y otras caen. En la época de la poda los arboles pierden sus ramos. De igual manera, Dios también cuando lo considera conveniente, manda a podar los árboles de Su jardín y ordena cortar algunas ramas que necesita usar, antes de que se echen a perder.
A veces inesperadamente perdemos un hijo, antes de que esa rama de nuestra vida obtenga frutos, o perdemos a un ser querido ya sea familiar o amigo. Situaciones dolorosas que pensamos nunca vamos a superar. Pero debemos tener siempre presente que ningún ser humano conoce la hora de su partida. Y que el que no camina al lado de Cristo, no puede vivir con la plena seguridad de que saldrá vencedor de sus luchas. Todos somos probados de diferentes formas, pero Dios siempre tiene presente no darnos más de lo que no podemos soportar. Solo son etapas que debemos cumplir en nuestro peregrinar y ciclos de vidas que terminan. Pero que debemos aceptarlos con resignación, entereza y valentía. No estaremos libres del llanto y el dolor, pero siempre llegará  la calma.
Las aflicciones por lo general son transitorias, y nos ayudan a crecer y esperar confiados en las Promesas del Salvador. Las adversidades nos fortalecen o nos debilitan, todo depende de la actitud que le mostremos a Dios. Cuando Jesús iba caminando con la cruz acuesta, ni siquiera su madre pudo evitar que fuera crucificado, pero el consuelo llegó a su corazón al escucharlo decir: “Mujer, no lloréis por mí, llorad por vosotras”. A Pesar del profundo dolor que le produjo ver a su hijo morir en una cruz siendo Santo, su tristeza fue mitigada y sus lágrimas fueron enjugadas. Esperó confiada que pasara los tres días en el sepulcro como había anunciado, y las mujeres fueron a comprar especies aromáticas para ir a ungir Su cuerpo. La bendita Promesa dice que Jesús volverá visiblemente, de la misma forma en que fue elevado al cielo. Pero esta vez permanecerá junto a  todos los redimidos, para ser adorado y glorificado como Rey por toda la eternidad.      
Si mantenemos en nuestras mentes que no fuimos creados para vivir eternamente en este mundo. Si realmente el ser humano pudiera comprender esto, viviríamos sintiéndonos libres, felices, y con la esperanza de que llegue el momento anhelado de recibir al hombre más deseado e importante de todos los tiempos. Mientras tanto, es nuestra responsabilidad cuidar las ramas del árbol, adoptando una determinada actitud de luchar en la vida pese a las adversidades. Convertir nuestras ramas en armas espirituales y vestirnos con ella, como si fuéramos soldados para ir a la guerra. Debemos preparar nuestras armas y estar listas para usarlas. Disponer nuestro ánimo para lograr llegar hasta el fin y resistir las contrariedades del tiempo, los vientos huracanados y las tempestades de la vida. Equipar a nuestros hijos de lo necesario para que no caigan en el mar de confusión que Satanás les muestra. Y que si llegan a caer en él,  tengan a mano las herramientas necesarias  para no naufragar y  poder navegar con seguridad y confianza durante el viaje al infinito.
La armonía en la vida se logra cuando encontramos el equilibrio. Este debe ser un elemento indispensable para mantener en línea recta el cuerpo, la mente y el espíritu. Una vez que Cristo entra en nuestras vidas, convierte al corazón en la verdad y lo cubre con sentimientos de paz, haciendo que su luz espiritual permanezca encendida en nosotros. Cuando mantenemos una buena relación con Cristo, vivimos en armonía, en un clima de paz, desarrollando la compresión y la tolerancia hacia los demás. Es una tarea de toda la vida que se genera constantemente. A medida que pasan los años, como parte del proceso normal de la vida del individuo, todos vamos cambiando, pero nunca debemos cambiar el objetivo de mantenernos unidos en amor y oración, no obstante las dificultades externas o internas que vivamos.  
Cuando el amor a Dios está por encima del amor al hombre, siempre habrá victoria. No podemos plegarnos ni perder nuestra propia identidad por seguir un falso amor, o estar al lado de alguien que nos hace daño, y nos ignora con actitudes de rechazo. Tenemos que  grabar en nuestra mente que hay que tener un espíritu de sacrificio para poder vivir unidos a Cristo. Debemos estar dispuestas a que Dios pode nuestro árbol, aunque eso signifique pasar por el dolor de que nos arranquen algunas ramas que aún están tiernas. Seamos como las vírgenes sensatas que esperaban vigilantes la llegada del novio, sin dormirse y con suficiente aceite para alumbrar sus lámparas, para no arriesgase a que el novio llegara y cerrara la puerta, sin ellas estar listas  para entrar a la boda. Una vez que la puerta este cerrada, aunque toquemos para que nos abran, el novio no sabra quienes somos, porque nunca antes nos vio.
Vivamos en el amor de Dios, ajustándonos y conectándonos con su Santo Espíritu, para lograr así  una vida llena de relajación y sosiego hasta el gran día de celebración de la boda del Cordero. ¡Que Dios derrame bendiciones para todos, pero en especial, que guarde a la novia que ha iniciado los preparativos para su boda con el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo! Amén. 

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