lunes, 25 de noviembre de 2013

THANKSGIVING-GRATITUD A DIOS


El día de thanksgiving, o día de Acción de Gracias, tuvo su origen en el año 1621, en una mezcla de tradiciones europeas y aborígenes, que con el paso del tiempo ha perdido su esencia. El motivo de esta celebración era dar gracias a Dios por la paz, y la buena cosecha del año, pero en la actualidad esta fiesta está exenta de contenido religioso, y ha pasado a ser una festividad secular que se realiza por tradición, donde además de ser un día de reunión familiar, al día siguiente, con el llamado “viernes negro”, los comerciantes, son los únicos que verdaderamente se benefician de esta celebración. Los estadounidenses celebran esta fiesta el cuarto jueves de noviembre, y los canadienses lo celebran el segundo lunes de octubre. La decadencia de las prácticas religiosas que vive la sociedad actual, ha provocado que se haya perdido el verdadero acto de agradecer a Dios, por todas Sus bendiciones. Dar gracias a Dios por todo, debe ser una costumbre diaria, y una obligación de cada creyente. Especialmente debemos pedir a Dios por la paz, y agradecer por la vida, porque el mundo se desarrolla en medio de mucha violencia. Debemos dar paso a lo Espiritual y  dejar atrás las tradiciones del mundo.

“Todo lo que respira alabe al Señor”. Aprovechemos el día de Acción de Gracias para alabar a nuestro Señor, y mostrarle nuestro agradecimiento, recordando que la misericordia de Dios se renueva cada día, y que su fidelidad es inagotable. Recordemos que dependemos de él, y expresemos gratitud por todos sus favores. Con demasiada frecuencia nos olvidamos  de que toda buena dádiva, y todo don perfecto vienen del cielo, y descienden del Padre de las luces, en quien no hay mudanza, ni sombra de variación. Cuando sentimos que disfrutamos de buena salud, y tenemos todo lo que deseamos, nos olvidamos de Dios, y no rendimos tributo de alabanza por todos los beneficios que nos brinda. Solamente nos acordamos de pedir ayuda, cuando nos llega una enfermedad, y el deseo de recuperar la salud, o la preocupación por el bienestar económico, es lo que nos hace orar fervientemente hasta sanar o lograr lo que queremos.

La oración y alabanza a Dios no debe ser solamente cuando estamos en medio de un problema. Debemos orar con fe, varias veces al día, para que nuestras plegarias sean escuchadas. Cuando los discípulos andaban con Jesús en el mar de Galilea, tuvieron miedo de perecer porque el viento soplaba con velocidad y las olas del mar estaban enfurecidas. Ante el temor, despertaron a Jesús que dormía en la popa de la barca para que los salvara. Dios reprendió al viento, y dijo al mar: “!Calla! ¡Enmudece”! Y el viento cesó, y vino una gran calma. Los discípulos estaban atónitos al ver que el viento y el mar obedecían, entonces Jesús les preguntó: ¿Por qué estáis así atemorizados? ¿Cómo aún no tenéis fe? Cristo debe ser nuestro refugio en la salud y en la enfermedad, en las tristezas y las alegrías, en las tribulaciones, en tiempos de paz y de guerra, en la escasez y en la abundancia, pero muchos no confían en él. Debemos vivir protegidos de su gracia, no solamente clamar a él cuando estamos aterrados de miedo, o pasando por un gran dolor.

Tenemos que permanecer en su presencia por medio de la fe, para que cuando oremos, él reconozca nuestra voz y  nos conteste. Debemos agradecer por la vida, porque el simple hecho de que nos mantiene vivos, es una bendición. Todos los que disfrutamos de la bendición de tener buena salud, los que hemos conseguido nuestro pan, y conservado nuestros trabajos en estos tiempos tan difíciles, no tenemos que esperar por la tradición de una fecha específica para dar gracias, porque tenemos una obligación sagrada con nuestro creador, y él diariamente nos da todo lo que es necesario para nuestro bien. En esta vida nunca esteremos libres de desilusiones y aflicciones, pero aún en las noches de aflicción no podemos negarnos a elevar el corazón y la voz en agradecida alabanza y oración, recordando siempre el amor que Jesús nos mostró, expresado en la cruz del calvario.

Es tiempo de meditar en el verdadero significado de dar gracias,  porque Cristo murió por nuestras rebeliones, por nuestros pecados, recayendo en él, el castigo de nuestra paz, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Por nuestra causa dejó la felicidad y la gloria del cielo, y sufrió cruel aflicción, pobreza, vergüenza, y una muerte terrible. Este acto nos debe unir en oración, y dar gracias todos los días de nuestras vidas. Debemos estar agradecidos que por la muerte de Cristo y Su resurrección, él nos ha abierto la puerta de la esperanza, aunque todavía no podamos medir cuanto más profundas habrían sido nuestras aflicciones y desgracias, si Jesús no nos hubiera rodeado con su brazo de amor para levantarnos.

Siempre debemos dar gracias, porque nos podemos regocijar en la esperanza, porque todavía nuestro abogado esta en el santuario celestial intercediendo por nosotros para salvarnos de la muerte. Debemos dar gracias, porque por los méritos de Jesús tenemos perdón y podemos encontrar la paz. El murió para lavar nuestros pecados, revestirnos de Su justicia, y hacernos idóneos para la sociedad del cielo, donde por siempre moraremos en la luz, donde no habrá más “viernes negro”, sino que la luz brillará por siempre, y el poder de Satanás que mora en las tinieblas de este mundo, será destruido. Debemos aceptar agradecidos las bendiciones que Jesús nos concede. Él, con el interés más intenso vigila nuestro progreso en el camino celestial, el ve nuestros esfuerzos, nuestros descensos y restablecimientos, nuestros temores, debilidades, conflictos y victorias. Pero siempre pensamos en nuestras necesidades y no damos gracias por los beneficios que recibimos. No oramos lo suficiente, y somos demasiados parsimoniosos para dar las gracias.

El mundo de hoy no aprecia el gran amor de Dios, ni la compasión divina de Jesús, y miles menosprecian la Gracia sin par manifestada en el plan de redención. Todos los que nos sentimos partícipes de la salvación, debemos aprovechar cada instante de respiración, para dar gracias a nuestro creador, con un corazón agradecido. Reflexionemos cuidadosamente en este día de Acción de Gracias, y alabemos a Dios con corazón, alma y voz, por las maravillas que hace en cada uno de nosotros. Demos gracias por la Gracia derramada del cielo, para que podamos llegar a ser súbditos del reino celestial. En el día de Acción de Gracias, bendiciones tanto temporales como espirituales, acompañarán a aquellos que imparten a los necesitados lo que reciben del Señor.

Jesús realizó un milagro con cinco panes y dos pescados, para alimentar a una multitud de más de cinco mil personas que estaba cansada y hambrienta. Jesús dio gracias al Padre, alzó los ojos al cielo, y los bendijo, después puso los alimentos en las manos de los discípulos, para que lo distribuyesen. Ellos los repartieron a la multitud, y éstos se iban multiplicando en sus manos. Cuando la multitud hubo sido alimentada, los discípulos mismos se sentaron y comieron con Cristo de la provisión impartida por el cielo. Al final, cuando todos se saciaron, se juntaron doce cestas con los pedazos sobrantes. Esta es una lección preciosa para cada uno de los que seguimos a Cristo. El verdadero acto de Acción de Gracias, tiene que estar cargado de obras de misericordia, bondad, compasión, y compartir con el prójimo lo que tenemos. No es solamente celebrar las buenas cosechas del año como se hacía originalmente en siglos pasados, sino compartir los frutos recibidos por medio del Espíritu.

En este próximo día de Acción de Gracias, debemos escribir en nuestra conciencia, que el que desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a los pobres, que pasa por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no es bondadoso, se conduce de tal manera, que Dios no puede cooperar con él en el desarrollo de su carácter. La cultura de la mente y del corazón no debe obtenerse siguiendo la tradición, sino que la misma se logra más fácilmente cuando cultivamos y sentimos tan tierna empatía por los demás, que llegamos a sacrificar nuestros beneficios y privilegios para ayudar en sus necesidades. El obtener y retener todo lo que  podemos para nosotros mismos, fomenta la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan para todo aquel que desee recibirlo, para hacer lo que Dios le ha indicado y obrar como Cristo obró. Cristo anhela concedernos las bendiciones de su Gracia, pero muchos se niegan a aceptarlas.

La gratitud a Dios, se demuestra practicando la abnegación y el sacrificio propio, dando al mundo evidencia de que somos semejantes a Cristo, en el carácter, dando de nuestros recursos y de nuestro tiempo, haciendo esfuerzos para ayudar a los enfermos, consolar a los afligidos, aliviar a los pobres, estimular a los desalentados, iluminar a las almas que están en las tinieblas, señalar a Cristo a los pecadores, y grabando en los corazones  la obligación de guardar la Ley de Dios. Pidamos a Dios por la paz del mundo y que ponga en nuestros corazones la piedad práctica para vivir una religión pura y sin manchas, no formada por tradiciones del mundo, sino apoyadas en las Promesas hechas por Nuestro Redentor y Salvador Jesucristo. Amén. ¡FELIZ DIA DE ACCION DE GRACIAS!.

 

 

 

 

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