El día de thanksgiving,
o día de Acción de Gracias, tuvo su origen en el año 1621, en una mezcla de
tradiciones europeas y aborígenes, que con el paso del tiempo ha perdido su
esencia. El motivo de esta celebración era dar gracias a Dios por la paz, y la
buena cosecha del año, pero en la actualidad esta fiesta está exenta de
contenido religioso, y ha pasado a ser una festividad secular que se realiza
por tradición, donde además de ser un día de reunión familiar, al día
siguiente, con el llamado “viernes negro”, los comerciantes, son los únicos que
verdaderamente se benefician de esta celebración. Los estadounidenses celebran
esta fiesta el cuarto jueves de noviembre, y los canadienses lo celebran el
segundo lunes de octubre. La decadencia de las prácticas religiosas que vive la
sociedad actual, ha provocado que se haya perdido el verdadero acto de
agradecer a Dios, por todas Sus bendiciones. Dar gracias a Dios por todo, debe
ser una costumbre diaria, y una obligación de cada creyente. Especialmente
debemos pedir a Dios por la paz, y agradecer por la vida, porque el mundo se
desarrolla en medio de mucha violencia. Debemos dar paso a lo Espiritual y dejar atrás las tradiciones del mundo.
“Todo lo que
respira alabe al Señor”. Aprovechemos el día de Acción de Gracias para alabar a
nuestro Señor, y mostrarle nuestro agradecimiento, recordando que la misericordia
de Dios se renueva cada día, y que su fidelidad es inagotable. Recordemos que dependemos
de él, y expresemos gratitud por todos sus favores. Con demasiada frecuencia
nos olvidamos de que toda buena dádiva,
y todo don perfecto vienen del cielo, y descienden del Padre de las luces, en
quien no hay mudanza, ni sombra de variación. Cuando sentimos que disfrutamos
de buena salud, y tenemos todo lo que deseamos, nos olvidamos de Dios, y no rendimos
tributo de alabanza por todos los beneficios que nos brinda. Solamente nos
acordamos de pedir ayuda, cuando nos llega una enfermedad, y el deseo de
recuperar la salud, o la preocupación por el bienestar económico, es lo que nos
hace orar fervientemente hasta sanar o lograr lo que queremos.
La oración y
alabanza a Dios no debe ser solamente cuando estamos en medio de un problema.
Debemos orar con fe, varias veces al día, para que nuestras plegarias sean
escuchadas. Cuando los discípulos andaban con Jesús en el mar de Galilea, tuvieron
miedo de perecer porque el viento soplaba con velocidad y las olas del mar
estaban enfurecidas. Ante el temor, despertaron a Jesús que dormía en la popa
de la barca para que los salvara. Dios reprendió al viento, y dijo al mar: “!Calla!
¡Enmudece”! Y el viento cesó, y vino una gran calma. Los discípulos estaban atónitos
al ver que el viento y el mar obedecían, entonces Jesús les preguntó: ¿Por qué estáis
así atemorizados? ¿Cómo aún no tenéis fe? Cristo debe ser nuestro refugio en la
salud y en la enfermedad, en las tristezas y las alegrías, en las
tribulaciones, en tiempos de paz y de guerra, en la escasez y en la abundancia,
pero muchos no confían en él. Debemos vivir protegidos de su gracia, no
solamente clamar a él cuando estamos aterrados de miedo, o pasando por un gran
dolor.
Tenemos que
permanecer en su presencia por medio de la fe, para que cuando oremos, él
reconozca nuestra voz y nos conteste.
Debemos agradecer por la vida, porque el simple hecho de que nos mantiene
vivos, es una bendición. Todos los que disfrutamos de la bendición de tener
buena salud, los que hemos conseguido nuestro pan, y conservado nuestros
trabajos en estos tiempos tan difíciles, no tenemos que esperar por la
tradición de una fecha específica para dar gracias, porque tenemos una
obligación sagrada con nuestro creador, y él diariamente nos da todo lo que es
necesario para nuestro bien. En esta vida nunca esteremos libres de desilusiones
y aflicciones, pero aún en las noches de aflicción no podemos negarnos a elevar
el corazón y la voz en agradecida alabanza y oración, recordando siempre el
amor que Jesús nos mostró, expresado en la cruz del calvario.
Es tiempo de
meditar en el verdadero significado de dar gracias, porque Cristo murió por nuestras rebeliones,
por nuestros pecados, recayendo en él, el castigo de nuestra paz, y por sus
llagas fuimos nosotros curados. Por nuestra causa dejó la felicidad y la gloria
del cielo, y sufrió cruel aflicción, pobreza, vergüenza, y una muerte terrible.
Este acto nos debe unir en oración, y dar gracias todos los días de nuestras
vidas. Debemos estar agradecidos que por la muerte de Cristo y Su resurrección,
él nos ha abierto la puerta de la esperanza, aunque todavía no podamos medir cuanto
más profundas habrían sido nuestras aflicciones y desgracias, si Jesús no nos
hubiera rodeado con su brazo de amor para levantarnos.
Siempre
debemos dar gracias, porque nos podemos regocijar en la esperanza, porque
todavía nuestro abogado esta en el santuario celestial intercediendo por
nosotros para salvarnos de la muerte. Debemos dar gracias, porque por los méritos
de Jesús tenemos perdón y podemos encontrar la paz. El murió para lavar nuestros
pecados, revestirnos de Su justicia, y hacernos idóneos para la sociedad del
cielo, donde por siempre moraremos en la luz, donde no habrá más “viernes
negro”, sino que la luz brillará por siempre, y el poder de Satanás que mora en
las tinieblas de este mundo, será destruido. Debemos aceptar agradecidos las
bendiciones que Jesús nos concede. Él, con el interés más intenso vigila
nuestro progreso en el camino celestial, el ve nuestros esfuerzos, nuestros
descensos y restablecimientos, nuestros temores, debilidades, conflictos y
victorias. Pero siempre pensamos en nuestras necesidades y no damos gracias por
los beneficios que recibimos. No oramos lo suficiente, y somos demasiados
parsimoniosos para dar las gracias.
El mundo de
hoy no aprecia el gran amor de Dios, ni la compasión divina de Jesús, y miles
menosprecian la Gracia sin par manifestada en el plan de redención. Todos los
que nos sentimos partícipes de la salvación, debemos aprovechar cada instante
de respiración, para dar gracias a nuestro creador, con un corazón agradecido.
Reflexionemos cuidadosamente en este día de Acción de Gracias, y alabemos a
Dios con corazón, alma y voz, por las maravillas que hace en cada uno de
nosotros. Demos gracias por la Gracia derramada del cielo, para que podamos llegar
a ser súbditos del reino celestial. En el día de Acción de Gracias, bendiciones
tanto temporales como espirituales, acompañarán a aquellos que imparten a los
necesitados lo que reciben del Señor.
Jesús realizó
un milagro con cinco panes y dos pescados, para alimentar a una multitud de más
de cinco mil personas que estaba cansada y hambrienta. Jesús dio gracias al
Padre, alzó los ojos al cielo, y los bendijo, después puso los alimentos en las
manos de los discípulos, para que lo distribuyesen. Ellos los repartieron a la
multitud, y éstos se iban multiplicando en sus manos. Cuando la multitud hubo
sido alimentada, los discípulos mismos se sentaron y comieron con Cristo de la provisión
impartida por el cielo. Al final, cuando todos se saciaron, se juntaron doce cestas
con los pedazos sobrantes. Esta es una lección preciosa para cada uno de los
que seguimos a Cristo. El verdadero acto de Acción de Gracias, tiene que estar
cargado de obras de misericordia, bondad, compasión, y compartir con el prójimo
lo que tenemos. No es solamente celebrar las buenas cosechas del año como se
hacía originalmente en siglos pasados, sino compartir los frutos recibidos por
medio del Espíritu.
En este
próximo día de Acción de Gracias, debemos escribir en nuestra conciencia, que
el que desprecia la misericordia, la compasión y la justicia, el que descuida a
los pobres, que pasa por alto las necesidades de la humanidad doliente, que no
es bondadoso, se conduce de tal manera, que Dios no puede cooperar con él en el
desarrollo de su carácter. La cultura de la mente y del corazón no debe
obtenerse siguiendo la tradición, sino que la misma se logra más fácilmente
cuando cultivamos y sentimos tan tierna empatía por los demás, que llegamos a
sacrificar nuestros beneficios y privilegios para ayudar en sus necesidades. El
obtener y retener todo lo que podemos
para nosotros mismos, fomenta la indigencia del alma. Pero todos los atributos
de Cristo aguardan para todo aquel que desee recibirlo, para hacer lo que Dios
le ha indicado y obrar como Cristo obró. Cristo anhela concedernos las
bendiciones de su Gracia, pero muchos se niegan a aceptarlas.
La gratitud a
Dios, se demuestra practicando la abnegación y el sacrificio propio, dando al
mundo evidencia de que somos semejantes a Cristo, en el carácter, dando de
nuestros recursos y de nuestro tiempo, haciendo esfuerzos para ayudar a los
enfermos, consolar a los afligidos, aliviar a los pobres, estimular a los
desalentados, iluminar a las almas que están en las tinieblas, señalar a Cristo
a los pecadores, y grabando en los corazones
la obligación de guardar la Ley de Dios. Pidamos a Dios por la paz del
mundo y que ponga en nuestros corazones la piedad práctica para vivir una
religión pura y sin manchas, no formada por tradiciones del mundo, sino
apoyadas en las Promesas hechas por Nuestro Redentor y Salvador Jesucristo.
Amén. ¡FELIZ DIA DE ACCION DE GRACIAS!.
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