Los doce Apóstoles,
fueron hombres elegidos según la presencia de Dios, el Padre, santificados por
el Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados y limpiados con su
sangre. El Verbo que se hizo carne habitó entre nosotros para la salvación del
mundo, que según su gran misericordia regeneró a los Apóstoles y nos dejó
esperanza viva de salvación. Jesucristo resucitó de entre los muertos, para
dejarnos entender que todo aquel que sea santificado en el Espíritu de Dios,
también será santo en el Cielo. Esta es una herencia celestial que para ser
reclamada, no puede perecer, tampoco
puede ser manchada o contaminada de pecado; está reservada y guardada por el
poder de Dios, esperando el desarrollo de nuestra fe, ya que la salvación
solamente será revelada en el último tiempo. El hombre por sí mismo, ni por
decisión de otra persona puede declararse santo, porque antes debe ser juzgado.
El veredicto se conocerá cuando Jesucristo se manifieste de nuevo en su segunda
venida. Los apóstoles fueron instruidos por Jesús, y les dio el poder de echar
fuera espíritus impuros, resucitar muertos, sanar toda enfermedad y toda
dolencia, y darlo por gracia, porque de gracia recibieron todo. También les asignó
proclamar el reino de los cielos y rescatar las ovejas perdidas, sin oro, ni
plata, ni cobre, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón;
porque el obrero es digno de su alimento. ¿Están cumpliendo los representantes
de Dios en la tierra con este mandato? no, por eso no pueden hacer milagros en
vida, ni resucitar muertos, sino declarar santos a los que ya son cadáveres.
Desde hace
siglos, la Iglesia católica ha instaurado la “beatificación”, proceso en el
cual, a un difunto, a través de la certificación del papa, se le reconocen sus
virtudes y puede llegar a ser honrado con culto. El término beatificación
significa que esta persona está feliz en el cielo, gozando de la patria
Celestial, por lo que después de ser canonizado y declarado santo por el papa,
este cadáver tiene poder para realizar milagros y si se le reza con fe, también
tiene poder para salvar almas, como es el ejemplo de Ignacio de Loyola
(fundador de la Compañía de Jesús), el cual decidió salvar almas mediantes
ejercicios espirituales creados por él mismo. Esta es la mentira que el diablo les
vende a sus seguidores, para que confíen en él, y muchos siguen siendo tan
ignorantes que creen que un montón de huesos secos, que representa la muerte, cuyo
polvo se confunde con la tierra, pueden realizar algún milagro. Como dice la
Palabra de Dios, “los muertos nada saben”. Una vez que al hombre le llega la
muerte, aunque haya vivido de forma correcta ante los ojos de Dios, no puede ejercer
ningún poder con el resto de los mortales que siguen en la tierra, porque está
dormido y la memoria puesta en el olvido. Es un alma que descansa en paz en el tercer
cielo, un lugar reservado para los justos, esperando el juicio final, pero
todavía no puede entrar al Paraíso, ni
contemplar el rostro de Dios.
Nosotros no
fuimos dotados con la capacidad de juzgar a nuestros semejantes y declararlos
santos, porque los santos son santificados por el Santo Espíritu de Dios. El
hombre en la tierra, no tiene autoridad para santificar a ninguna persona.
Jesucristo es nuestro Juez y nuestro Sumo Sacerdote, que está sentado a la
derecha de Nuestro Padre para interceder por nosotros. Solamente a Él, Dios le otorgó
esta responsabilidad y le cedió este derecho. Mientras estamos vivos, Él tiene
poder para derramarnos su Santo Espíritu según le plazca, pero aun así suceda,
no somos santos, porque seguimos siendo pecadores y Satanás nos sigue enviando
tentaciones. Somos transformados por medio de la Gracia a través de la
Misericordia de Cristo, y cuando algunas personas le rezan a un santo, no es el
supuesto santo que contesta, son obras del Poder del Espíritu de Dios, aunque
no podamos verlo. El hombre cree en el hombre, porque a Jesucristo muchos no lo
conocen, por ende no confían en Él. El mérito se le otorga al santo que se le
reza, porque por referencia histórica, podemos comprobar que habitó en este
mundo y le entregamos nuestra fe a un pecador que todavía no ha sido juzgado.
No podemos
olvidar que todos somos pecadores y que la santificación de un alma, es una
decisión divida, es un don de Dios que viene del cielo a través de la Gracia.
Mediante la fe y nuestras obras, es que podemos permanecer unidos en Cristo. Si
todos los papas, hombres, mujeres y niños, que por sus virtudes y/o por haber
sido martirizados, son declarados beatos y luego santos; si realmente tuvieran
el poder del Espíritu de Dios, se levantarían de la muerte y pudieran ascender
al cielo como lo hizo Jesucristo. Nunca hemos visto que los muertos se levanten
de sus tumbas, porque Jesucristo fue el primero de los hombres que venció la
muerte y resucitó en cuerpo y alma. No permitió que nadie lo tocara hasta no llegar al cielo, porque todavía no estaba ante la presencia de su Padre. Después
de ascender, el poder del Espíritu fue derramado sobre los Apóstoles, porque ya
habían sido santificados en presencia de Cristo, cuando les dijo: “Y Yo rogaré
al Padre, para que os de otro Consolador, que esté con vosotros siempre, “al Espíritu
de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce.
Pero vosotros lo conocéis, porque está con vosotros, y estará en vosotros. “No
os dejaré huérfanos, volveré a vosotros”. “Dentro de poco, el mundo no me verá más,
pero vosotros me veréis. Y porque Yo vivo, vosotros también viviréis”.
El hombre no
puede recibir ni hacer nada por sí mismo, que no le sea dado del cielo, porque
somos guiados por el Espíritu. Así como el pecado entró en el mundo por un
hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres,
porque todos pecamos. Antes de que fuera revelada la ley de Dios, el pecado ya
existía en el mundo, porque el pecado no se atribuye cuando no hay Ley. Jesucristo
vivió dentro de la Ley y nunca pecó, conoció la muerte y la venció. En los tres
días que estuvo en el sepulcro pasó de ser el Hijo del Hombre a Santo, resucitando
al tercer día tal y como estaba escrito. Durante su ascensión al cielo
rápidamente desapareció entre las nubes y los apóstoles lo perdieron de vista.
De esta misma forma volverá antes de que lleguemos al 2017. El proceso de
beatificación de una persona consta de cuatro pasos (4 significa el pecado y
representa a Satanás). Primero al fallecido se le considera siervo de Dios, el
segundo Venerable, el tercero beato, y
el cuarto Santo.
Cuando una
persona es muy apegada a las creencias religiosas, también es llamado (a) beato,
pero estas prácticas solo las realiza el Vaticano con los papas a la cabeza, a
quienes muchos cristianos los consideran santos. El Vaticano es que se encarga
de estudiar los milagros y virtudes del beato. Se le concede la beatificación a
una persona que haya fallecido con fama de santidad. Si tomamos esto en cuenta,
entonces: ¿Por qué no le pedimos milagros a Enoc, que caminó con Dios por 300 años
y fue ascendido al cielo en un torbellino sin ver la muerte?, ¿Por qué no le
rogamos a Moises, que por mandato divino pudo extender su vara y abrir el Mar
Rojo y por el Poder del Espíritu de Dios, el mar obedeció?,
¿Por qué no le oramos a Elías, José, Abrahan, Noé, David o Jacob?, hombres que fueron
dirigidos desde el Trono celestial y mantenían una comunicación directa con
Dios.
Jesucristo es
el único que puede curar nuestras dolencias como lo hizo con los leprosos, los
ciegos, los mudos, los paralíticos, y todo aquel que quiso ser sanado, porque
confiaron y creyeron en Él. Es el único que puede transformarnos de
corruptibles a incorruptibles. El Poder del Espíritu de Dios, es un misterio
velado para los seguidores de Satanás, porque estos siguen sus erradas interpretaciones. Satanás
quiere convencer al mundo de que tiene
poder y de una u otra forma confunde las mentes de los que ya tiene atrapados
para que sigan de su lado. En otras palabras, el diablo quiere convencernos con
sus actos de bondad para que creamos en el hombre, y no en el Poder del Hijo
del Hombre, que es Jesucristo. Dios
desecha a los idolatras, porque la idolatría es la adoración o actitud de
obediencia, el servir y el hacer la voluntad de los hombres; es regir la vida
en base a los dictados de un ser humano.
Muchos adoran
la imagen de vida que dejó un difunto llamado cristiano, y es lo mismo que hizo
Israel al adorar el Becerro de oro, y lo que hizo el Faraón con la estatua de su
ídolo, para que le devolviera la vida a su primogénito. La adoración verdadera
a Dios debe reflejar nuestro carácter y nuestra forma de vivir, practicando lo
que es justo y recto. El único Santo es Dios, y sólo a El debemos obedecer, adorar
y servir. La idolatría trae corrupción, porque nos desviamos del camino, lo que
se traduce en egoísmo, mentiras, falta de piedad, honradez y compasión en la
relaciones con el prójimo. El camino a Cristo significa llevar una vida en
concordancia con la voluntad divina. Revela que tenemos conocimiento de Dios, y
si desechamos este conocimiento o caemos en prácticas que no han sido
autorizadas por Dios, estaríamos demostrando que olvidamos la Ley o
desconocemos los Mandamientos, además de rehusar obedecer al Hijo.
El que es de
la tierra es terrenal, y habla cosas terrenales. El que vino del cielo está
sobre todos nosotros, porque habló las Palabras de Dios, tiene autoridad del
Padre, y su Espíritu no tiene medida. La
santificación es otorgada por Dios, y está
muy lejos de ser una actividad o un evento de solemnidad religiosa de la tierra.
Es una de las funciones del Espíritu Santo, y como es un Espíritu, no puede
hablar ni estar presente físicamente en un acto terrenal, pero ve y escucha
todo, lo que no puede hacer el que ya falleció aunque sea declarado santo.
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre,
Jesucristo que está en el Trono celestial. La santificación de los justos se realizará
en un abrir y cerrar de ojos, cuando los muertos escuchen la voz de Dios y se
levanten de sus tumbas, y los vivos que se hayan mantenido fieles al Señor sean
transformados para ascender al cielo. Dice la Palabra de Dios, que este
acontecimiento todo ojo lo verá.
Si la Iglesia
católica tiene el poder de Dios para canonizar a las personas, deberían
santificar y rendirle culto a todos los Apóstoles, especialmente al Apóstol Pedro que murió martirizado en roma;
sin embargo, Pedro es considerado el primer papa de roma, y los apóstoles solamente
son tomados como referencias Bíblicas. Pedro no ha sido canonizado, a pesar de
que murió como un mártir. Es considerado la roca para la edificación de la Iglesia católica,
pero la roca, no era Pedro; la roca es el mismo Jesucristo, que por las
virtudes de Pedro, fue escogido como ejemplo para los que decidieran servirles
a Dios y a su iglesia, para ser testigos fieles de Jesucristo como lo hizo
Pedro.
Cristo
representa la Piedra viva de su Iglesia, no una simple piedra de la tierra en
la que se construye un edificio; es una roca espiritual, imposible de romper,
por eso la Iglesia de los verdaderos cristianos tendrá un remanente de los
fieles hijos de Dios que fueron llamados para anunciar las virtudes de Jesús,
que nos sacó de las tinieblas y trajo luz de la verdad. Han sido hombres
edificados en una casa espiritual, en un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo. Por eso dice
la Escritura: “Pongo en Sión la principal Piedra del ángulo, elegida preciosa.
El que crea en ella no será defraudado”. Para el creyente Jesucristo es
sagrado, pero para los incrédulos que han desechado esta Piedra, significa
piedra de tropiezo y escándalo, porque desobedecen la Palabra de Dios y actúan en
contra de la Ley celestial.
Desde el año
1234 se reservó oficialmente al papado el derecho de canonización. El proceso
de beatificación puede realizarse por causas de martirio, si el beato sufrió
martirio por causa de su fe. Las mayorías de las beatificaciones conocidas son
realizadas por virtudes heroicas de la persona fallecida y siempre pertenecen a
la Iglesia católica, apostólica y romana. Para canonizar a una persona, el
obispo del lugar donde vivió el fallecido, debe documentar la vida del beato y
tener testigos, para que el Sumo Pontífice proceda a realizar las
beatificaciones, que no es más que la llamada: “Congregación para la Causa de
los Santos”, aprobada y ratificada por Juan Pablo II, el 7 de febrero de 1983,
donde se debe probar que el beato realizó un milagro o dos. Una vez canonizado,
o declarado santo, se inscribe su nombre en una lista de los santos reconocidos
por el papa. Este acto se realiza mediante una solemne declaración papal de que
el santo con toda certeza, porque así lo expresa el papa, está ante la
presencia de Dios; por consiguiente, el creyente puede rezar confiado que el
santo puede interceder a su favor ante Dios, y este le concederá el milagro que
le pida.
Todas estas
son estrategias político-religiosa de roma
para justificar los decretos papales y mantener la credibilidad de su
iglesia en base a mentiras inventadas por el hombre. El 14 de diciembre de 1771
el papa Clemente XIV beatificó a los Mártires de Otranto, y el 6 de julio de
2007, Benedicto XVI aprobó el decreto donde se reconocía que estas personas
habían sido asesinadas por su fidelidad a Cristo. Estos llamados mártires,
fueron 813 personas, habitantes de la ciudad Salentina de Otranto en el sur de
Italia, asesinados el 14 de agosto de 1480, cuando fueron invadidos por hombres
del imperio turco otomanos, los que habían surgidos de Asia Menor, y eran
seguidores del Islam. El Vaticano le ha dicho al mundo que estas personas
murieron como mártires. Aunque se trató de una gran tragedia, a este hecho
se le ha dado un carácter de fe cristiana, porque en esa época el
cristianismo estaba muy arraigado en Europa, y porque en esta masacre falleció entre
los conocidos el obispo Stefano Pendinelli, y el sastre Antonio Primaldo, los demás
no se mencionan, porque nadie sabe quiénes eran.
La realidad
es que Otranto era un centro marítimo muy importante, porque en su activo
puerto se realizaban las exportaciones de
las producciones de tejidos, y esta ciudad estaba especializada en la
industria del tinte, mediante el uso de la púrpura, color muy usado en las
vestimentas eclesiásticas. Debido a la importancia de su puerto, su ubicación constituía
un nexo de unión entre Oriente y Occidente, y era un punto clave de intercambio
comercial, además de que también era un punto de partida hacia Grecia, uno de
los primeros lugares de interés del poder de roma. Otranto fue muy codiciada en
la antigüedad por roma y por otros reinos, como el Ostrogodo y el Bizantino.
Roma siempre había querido tener el control absoluto de sus territorios, porque
el Mar Adriático conecta con el Mar Jónico, y corresponde a la ubicación
geográfica de roma y la península Itálica. La ambición de Roma por el poder y
control del mundo, con la excusa del cristianismo, ha hecho posible que en la
actualidad sea el único país en el mundo con dos estados: el Estado Romano y el Estado Pontificio del
Vaticano.
Clemente XIV,
fue el papa número 249, egresado de uno de los colegios jesuitas, y fue elegido
papa en 1769. Sin ser obispo, fue ordenado cardenal, y su elección como papa se
debió a que diversas monarquías del mundo, esperaban que este papa disolviera la Compañía de Jesús,
ya que el anterior papa se había negado hacerlo. El 21 de julio de 1773 promulgó
la bula “Dominus ac Redemptor”, mediante la cual quedaba disuelta la Compañía
de Jesús. De inmediato el Vaticano, fue recompensado con la devolución de los
territorios que estaban ocupados por Francia y Nápoles, por los monarcas
franceses y españoles. Faltando solo un día y un mes para cumplirse un año de
esta disolución, Clemente murió supuestamente de indigestión el 22 de
septiembre de 1774, aunque se cree fue víctima de envenenamiento.
Los mártires
de Otranto fueron canonizados por un jesuita, el papa Francisco I, el 12 de
mayo de 2013, junto a la santa colombiana Laura Montoya, y la nueva santa
mexicana Guadalupe García. Roma aprovecha la ocasión, para disipar levemente la
ola de maldad, violencia y alto índice de criminalidad de ambos países, durmiendo a la humanidad con
la elección de dos santos, para que mediante los rezos de sus feligreses, los
huesos secos de ambas, hagan un milagro y traigan paz al mundo, cuando no
existe ninguna paz. Sería un milagro que pondría en duda la Palabra de Dios que
es absolutamente fiel, porque vivimos al final del tiempo desprotegidos de la
Misericordia Divina por el aumento constante del pecado en el mundo.
Se espera que
a finales del 2013, Francisco I, también declare santos a Juan Pablo II y Juan
XXIII, que aunque están embalsamados, su espiritualidad y santidad no les
permiten levantar sus cuerpos de la muerte. El cuerpo de Juan Pablo II, fue
exhumado para su beatificación el 29 de abril de 2011, y aunque todavía no
despierta porque no lo puede hacer por sí solo como lo hizo Jesús, despertará
ante el mandato de Dios para ser juzgado por Nuestro Creador. Todos los papas
que han existido en el mundo, tendrán que rendir cuenta por blasfemar la Palabra
de Dios al asegurar que tienen poder de perdonar los pecados, y por usurpar el
Nombre de Jesucristo. Además, por el
delito imperdonable de tratar de cambiar lo que Dios santificó y que sigue
siendo el cuarto Mandamiento. El sábado, Su Santo día de reposo que el Vaticano
tuvo la osadía de cambiar por el domingo. No nos engañemos, no existen los
santos de la tierra, porque a todos los que Cristo santificó por Él mismo, ya
están en el cielo y los veremos si somos salvos mediante la fe, y a través del Espíritu
de Dios si somos obedientes a Sus Mandamientos. El arrepentimiento es el único
medio por el cual podemos alcanzar la salvación, y si somos salvados, la
santificación. El Santuario celestial está lleno de la Majestad de Dios y de Su
poder. Y nadie puede entrar en el hasta que se cumplan las siete plagas de los
sietes ángeles que están anunciadas y reservadas para el fin. Todavía al mundo
le falta vivir lo más terrible, la ira de Dios. La Palabra del Señor ha sido
anunciada y permanecerá hasta que sea cumplida. Humillémonos bajo la mano
poderosa de Dios, para que Él nos exalte a su debido tiempo!.