Hoy, a mis
casi sesenta años de edad, no tengo la seguridad de quienes fueron mis
verdaderos padres biológicos, porque mi
nacimiento y mi vida siempre han estado rodeados de un gran misterio. Pero tuve
el honor de conocer a mi Creador a través de Su Santo Espíritu. Cuando tenía 16
años de edad, todavía no entendía la razón
de mi existencia. Me sentía inmensamente sola, a consecuencia de la forma en
que estaba siendo criada, maltratada verbal, física y emocionalmente. Sentía
que estaba prisionera, porque se me negaron todos los derechos naturales que
tiene el ser humano, y fui sometida a hacer siempre la voluntad absoluta de
otros, sin tomar en cuenta mis propias necesidades, ni mis sentimientos. Aún
recuerdo el momento cuando en mi adolescencia por medio de la oración le pedí a Dios morir, y luego me dormí
pensando que me concedería mi petición. El Espíritu Santo me respondió a la
mañana siguiente. La primera persona que encontré al levantarme en el lugar donde
estaba, fue a un sacerdote llamado Jesús, que ante la inmensa tristeza que me
embargaba por sentirme viva, sin yo hablar, supo que estaba necesitada de una
mano amiga. En ese momento yo lloraba inconsolablemente y Jesús me dijo:
“cuando tengas algún problema o alguna pena, habla con Dios, él siempre escucha, es tu mejor
amigo aunque no lo veas, y te contestará de acuerdo a su voluntad, no a la tuya”.
En el 2010,
tome la decisión de bautizarme y reconocer al Señor como mi único Salvador, y dos
años más tarde, en el mes de abril, mes de mi supuesto nacimiento, recibí la visita de mi Padre
Celestial, mediante Su Santo Espíritu; una visita que se prolongó por 21 días.
Desde entonces comprendí el propósito de
mi creación, y el por qué cuando tenía 16 años no morí. Aunque sé que mi Padre escuchó
mi petición, no fui llamada al descanso porque Dios esperaba que yo trabajara
en su obra; fuera testigo de su amor y Su Poder. Afortunadamente hoy tengo mi
alma llena de gozo, porque recibí la Gracia Redentora del Poder De Dios, y tuve
el privilegio de que El Espíritu de Dios descendiera de Su Trono para tocarme
de forma real y verdadera. Ha sido el mejor de los regalos que he tenido en
toda mi vida. Me siento privilegiada, plena, bendecida, y sobre todo libre. Mi
verdadero Padre, mi Creador, me visitó, y he alcanzado en vida el más preciado ideal
de todo ser humano. Actúo libremente en mi vida terrenal, pero siguiendo el
propósito y la dirección de Dios. No estoy sometida al poder humano, sino al
Poder Divino, por lo que mi libertad es verdadera y completamente absoluta.
El
Poder del Espíritu es propiedad de nuestro Dios invisible, y su autoridad no
tiene límites, porque es imperecedera. Abarca todo el universo en el que
vivimos, y la Patria Celestial que aún no
conocemos, reservada para el fututo. La esperanza de libertad es anhelada por
todos los que viven en la esclavitud. Hay muchas maneras de ser esclavos. Todos
los que practican el mal, viven sumergidos en sus bajas pasiones siguiendo sus
malos instintos. Los que no pertenecen a Dios, viven esclavos de su adversario
Satanás. La esclavitud más terrible es cuando vivimos llenando nuestras vidas
de pecado y caemos en la ceguera espiritual, porque el Espíritu Santo se aleja y no escuchamos su llamado. Aunque
logremos nuestras metas y objetivos, nos seguimos sintiendo atrapados, sin que
estemos visiblemente encerrados. La total independencia significa, decisión,
acción, dominio propio, fidelidad y determinación en el obrar, ajustándonos a
las reglas y respetando los límites establecidos por Dios. El que confía en el
Poder del Espíritu de Dios, puede tener la certeza de que será libre en este
mundo y el venidero. Jesús es testigo de la esclavitud que existe en la tierra
y pronto vendrá personalmente a darnos la libertad. La paciencia significa salvación
y también revela en quien hemos confiado. Perseverar en la fe, es obtener la
victoria en Cristo. Unete a Cristo y saldras airoso (a) de todas las pruebas. Al final podras entonar el himno de victoria!.
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