Hay ciertos
lugares en el mundo que nunca llegaremos a visitar. Hay montañas muy altas que
no podemos escalar, y hay horizontes tan lejanos que no podemos alcanzar. Hay algunos
sueños imposibles de realizar, pero hay una meta que todos debemos lograr, y es
llegar al Paraíso Celestial. Un lugar del que por ahora, solo tenemos una vaga
idea de cómo es, pero jamás podremos entrar en él con nuestra actual condición de
pecadores, porque estamos vestidos y calzados de corruptibilidad, inmoralidad y
podredumbre. Somos seres mortales hasta que recibamos la última visita de nuestro
Redentor Jesucristo. Nuestros pies están pisando un terreno contaminado, y
nuestras manos están llenas de malas obras e injusticias. Las vestiduras que
cubren nuestros cuerpos están manchadas por el derramamiento de la Sangre de Cristo. Por esta razón, antes de
entrar en la tierra Santa, debemos limpiarnos de todo pecado y lavar los trapos
de inmundicias. Todo lo que es corrupto pasará a ser incorrupto. Lo mortal se
vestirá de inmortalidad y la muerte será abolida. Luego la tierra será limpiada
antes que la nueva Jerusalén descienda del cielo.
El sentido
común y la lógica nos dicen cómo actuar y qué hacer para lograr nuestros sueños
y objetivos, pero la fantasía es libre y vuela a gran distancia tratando de
encontrar el horizonte para posarse en él. Dios nos ha dado una promesa, un
regalo, e hizo un pacto con el hombre, que todavía sigue vigente, porque su
amor es eterno, no olvida, y nunca desaparece. Todo lo que el Señor hace por
nosotros es bueno en gran medida. Debido a lo sagrado, y a la magnitud del pacto que hizo en la
antigüedad, este continuará hasta la eternidad, para todo aquel que viva dentro
de la Ley. Debemos tener siempre en nuestro pensamiento la Promesa de
Cristo. Esto nos permitirá vivir y
planificar nuestras vidas, de una manera más coherente y saludable, porque los
pensamientos de frecuencia espiritual elevan la mente, entran en el espacio que
ocupa el silencio para conectarnos con lo sagrado.
Hay muchas
formas de engañar, pero de todas ellas, la que hace más estrago en la vida del hombre,
es la de hacerle creer a Dios y a los demás que somos cristianos, y que obedecemos
y respetamos Su pacto, cuando en realidad llevamos una doble moral y vivimos de
la apariencia. Cristo debe ser nuestra prioridad, pero al ser humano le gusta mentir
y traicionar, sin darse cuenta que la traición es un arma difícil de manejar,
porque el que se acostumbra a ella, corre un alto riesgo de herirse a sí mismo.
Y el que miente, además de tener un cómplice, éste los envuelve hasta caer en
sus propias trampas. Dios siempre será el mismo, aunque nosotros mentalmente le
seamos infieles. Primero tenemos que decirnos y convencernos a nosotros mismos de
lo que queremos hacer, y luego hacer lo que tengamos que hacer para llegar a la
meta deseada, porque si no somos fieles a nosotros mismos, tampoco le seremos
fieles a Dios.
Desarrollar
una relación con Cristo significa vivir y crecer en el conocimiento de lo que
aún no podemos ver, pero que en un futuro no lejano, será revelado a nuestros
ojos. Dios tiene el poder para transformarnos de forma total y por medio de su
amor cambiarnos la vida. Cuando Dios vive en nosotros, nos llena de
sentimientos de paz, alegría y con ilusiones reales de esperanza. Él nos
comprende y consuela nuestro dolor, nuestras penas y aflicciones. Nos cubre con
Sus brazos para abrigarnos y socorrernos. Nos brinda cuidado, amparo y
protección. Desde Su mundo invisible colabora con nosotros para que nuestros sueños
se hagan realidad, pero con frecuencia tenemos que sumergirnos en su Espíritu,
y actuar como si ya viviéramos allá, para poder acceder a todo lo que nos gustaría
tener en la vida, porque la mente trasciende a toda limitación, haciendo que
nuestros pensamientos rompan sus ataduras, para que la conciencia se pueda expandir en toda dirección. Una vez
que avancemos en el Espíritu de Dios, las fuerzas del universo serán activadas.
Cuando
caminamos con Cristo comenzamos a notar que la vida adquiere un nuevo sentido.
Sentimos que la vida cotidiana es dirigida por una fuerza divina. Nuestros
pensamientos e intenciones se materializan de forma misteriosa. Comenzamos a ser
más sensibles y compasivos con el prójimo. Nuestras expectativas cambian, y nos
volvemos más cuidadosos y conscientes de todo lo que hacemos. La necesidad y el
deseo de ayudar a otros se convierten en un gran gozo. Con nuestros actos y
conductas reflejamos en los demás que somos discípulos de Cristo, portadores de
su evangelio. Nos enorgullece hablar de Su Nombre, porque su Palabra está todo
el tiempo en nuestros labios. La muerte no nos asusta y comenzamos a verla como
una transición necesaria, para poder viajar más allá del horizonte que no
podemos alcanzar desde la tierra. La felicidad comienza a depender de lo que
pensamos y de lo que esperamos. Dios nos manda por medio de su amor a hacer
grandes cosas. Vivir en abundancia sin mirar el pasado, porque todo hombre
comete errores, pero lo importante es no persistir en ellos.
Para lograr
entrar al Paraíso, debemos tener el corazón lleno de sentimientos puros de
hermandad y altruismo, y con la mirada puesta en Dios. Debemos demostrarle al Señor
que somos honestos, que aceptamos sus reglas, y que hemos asumido nuestra
responsabilidad como cristianos, cumpliendo con nuestros deberes. La
peligrosidad del tiempo que vivimos nos acerca cada día más a la batalla final,
por lo que Dios nos envía diariamente un mensaje de alerta que pasa inadvertido.
El tiempo de espera para llegar y contemplar lo que existe más allá del
horizonte, y para encontrar el tesoro escondido del Reino de los cielos, ha
comenzado su conteo regresivo. Está por iniciarse el mayor y último éxodo de la
tierra, para mudarnos definitivamente a nuestras mansiones celestiales. ¿Estás
listo (a) para partir?. Sin importar la
edad ni la condición de salud, nadie sabe con exactitud cuál será su último día
en este mundo. Esto es algo que no debemos olvidar. Solamente nos sentimos
aterrorizados al pensar en la muerte, cuando mantenemos un estado de separación
con Dios.
Todos tenemos
un hogar preparado desde antes de nacer, pero debemos ser probados en la tierra
antes de llegar a él. Ese será el galardón final que recibiremos por haber
logrado llegar a la meta señalada. Así
como el diamante para poder brillar debe pasar de la oscuridad a la luz, de
igual manera Cristo nos pule y nos transforma para que podamos contemplarlo cara
a cara, sin ser cegados por la impenetrable e indescriptible luz que irradia la
Presencia y Majestad de Dios. Nuestras mentes finitas han sido bloqueadas hasta
cierto punto. La imaginación, por amplia que sea, no nos permite volar y entrar
al infinito. Nuestras alas son muy cortas e invisibles, por ende, si no
recibimos ayuda de los ángeles para ascender al cielo, nunca podríamos llegar
al Paraíso. La luz de la imaginación nos permite acercarnos a las ventanas del
cielo y mirar a la distancia, pero nunca alcanzar abrir sus puertas. Dios es
Omnipresente, y si nos vinculamos a él, atraeremos también todo lo que
percibimos le falta a nuestras vidas, porque somos parte de la inteligencia
divina que creó y sustenta todo lo que existe en este planeta.
Rechazar lo
porvenir e inevitable es de tontos. En la promesa de Dios no hay engaño, porque
El cumplirá con todo lo que en principio prometió. Soplan vientos de guerra, y
en algunos países como Siria ha comenzado el mayor éxodo de los últimos
tiempos. Más de seis millones y medio de personas han tenido que ser
desplazadas por motivo de la guerra civil que vive ese país. Muchos han perdido
la vida durante el camino, dejando huérfanos y sin protección a los niños. Sus hogares
han sido destruidos, quedando desamparados, buscando refugio en los países
vecinos y haciendo uso de lo poco que tienen para poder subsistir; hasta el
grado de vender la virginidad de sus propias hijas, a hombres ricos de Arabia
Saudita y del Golfo Pérsico. No solamente en Siria está sucediendo esto. A
nivel mundial, el hombre no tiene paz. Vive inseguro y sin sosiego, luchando
constantemente con las adversidades del tiempo.
Los problemas
sociales, laborales, económicos, familiares, migratorios y muchas veces raciales,
han hecho que el ser humano tenga que huir en busca de nuevos horizontes,
dejando a su familia y hogares abandonados. Esta es una situación muy grave que
está arropando al mundo, porque cada país está pasando por una crisis diferente,
sin que le puedan encontrar una solución a corto plazo. Pero los gobernantes toman
esto con mucha ligereza, porque dirigen al mundo con la conciencia de su propio
ego. Los dos hemisferios de la tierra han sido golpeados por alguna tragedia, y
esto es parte del proceso de destrucción final de la tierra que muchos no
observan. Nada sucede al azar, todo es producto de la voluntad de Dios.
Recordemos que él fue el creador de la naturaleza, por lo tanto, él es el único
que puede maniobrar con ella. Los cambios climatológicos que estamos viviendo
son bíblicos, por consiguiente, nada de lo que veamos nos debería sorprender.
La verdad
absoluta de que Dios existe y vive, no es un espejismo, no es una ilusión
óptica fijada en el cerebro. Es una realidad que aún no podemos palpar, pero sí
podemos grabar su imagen en la mente, para no caer en los datos y las interpretaciones
erróneas aportadas por el enemigo. La luz de la verdad ha sido encendida y
derramada sobre los fieles, e irá en aumento progresivo a medida que nos
acerquemos a ella. Ese horizonte que todavía vemos muy lejano pronto dejará de
existir, porque la línea divisoria que existe entre el cielo y la tierra cada
día se hace más delgada y pronto se romperá. El Paraíso es un lugar que está más
allá del horizonte. Es nuestra última morada, reservada para los justos, y así lo expresa la palabra en su
escritura: Para-iso: “para”, es una preposición que indica la utilidad de cada
uno de nosotros, función de alguien, o para quien trabajamos. Significa:
nosotros, junto a. “-iso” significa: lugar, pertenencia e igualdad. Por ende, si
hemos declarado que pertenecemos a Cristo, debemos prepararnos hasta llegar a
ser semejantes a Cristo en su carácter, porque en los cielos todos seremos
iguales, no habrá niveles de clase sociales, ni unos serán más hermosos o famosos que
otros. Todos seremos uno solo en espíritu, unidos a Cristo por la eternidad.
Nadie tendrá impedimento físico, por lo tanto, no habrá competencia.
Cuando el
bien venza sobre el mal, el principio y el final de todas las cosas se unirán y
surgirá un nuevo nacimiento. Dios está en el centro del Universo, en la línea
de fuego, detrás de ese horizonte que aún no podemos cruzar, porque una vez que
lo hagamos, no hay forma de volver atrás. Debemos despertar nuestros sentidos
para ver lo que está por sobrecogernos. Mostrar indiferencia a Dios no evitará
el caos que vivirá la tierra, sino que acelerará el proceso. Ya estamos dentro
de él, dentro del ojo del huracán y en la selección final de los elegidos. En
la separación del trigo y la cizaña y en la formación de los dos grupos finales
que menciona la Biblia. Los de derecha ascenderán al cielo, pero los de
izquierda serán apartados de la vista del Señor.
Dios nos ha
preparado un mundo mejor. Un cielo abierto para navegar y recrearnos en su
mirada. Su inmenso amor nos permite alcanzar todo lo que nos proponemos lograr.
Cerrar los ojos, soñar y volar como si fuéramos aves en el cielo. Por ahora, a
través de su amor es la única forma de llegar a él. Con su fuerza nos toma de
la mano para dirigirnos, aunque estemos caminando en medio del desierto. Su
poder nos hace sentir que detiene el tiempo y acorta la distancia para que
estemos cerca de él. Más allá del horizonte, es un lugar mágico y celestial,
donde existe una armonía perfecta entre el hombre y la naturaleza. Un lugar
donde no se oirá el llanto, no habrá dolor, ni guerras, ni tristeza. Las enfermedades
no existirán, no habrá noche, ni día, sino una resplandeciente luz eterna que brillará
por siempre. Todo es posible si podemos creer y expresamos a Dios el deseo sincero
del arrepentimiento. ¡Aleluya!.