martes, 28 de enero de 2014

MÁS ALLA DEL HORIZONTE


Hay ciertos lugares en el mundo que nunca llegaremos a visitar. Hay montañas muy altas que no podemos escalar, y hay horizontes tan lejanos que no podemos alcanzar. Hay algunos sueños imposibles de realizar, pero hay una meta que todos debemos lograr, y es llegar al Paraíso Celestial. Un lugar del que por ahora, solo tenemos una vaga idea de cómo es, pero jamás podremos entrar en él con nuestra actual condición de pecadores, porque estamos vestidos y calzados de corruptibilidad, inmoralidad y podredumbre. Somos seres mortales hasta que recibamos la última visita de nuestro Redentor Jesucristo. Nuestros pies están pisando un terreno contaminado, y nuestras manos están llenas de malas obras e injusticias. Las vestiduras que cubren nuestros cuerpos están manchadas por el derramamiento de la  Sangre de Cristo. Por esta razón, antes de entrar en la tierra Santa, debemos limpiarnos de todo pecado y lavar los trapos de inmundicias. Todo lo que es corrupto pasará a ser incorrupto. Lo mortal se vestirá de inmortalidad y la muerte será abolida. Luego la tierra será limpiada antes que la nueva Jerusalén descienda del cielo.
El sentido común y la lógica nos dicen cómo actuar y qué hacer para lograr nuestros sueños y objetivos, pero la fantasía es libre y vuela a gran distancia tratando de encontrar el horizonte para posarse en él. Dios nos ha dado una promesa, un regalo, e hizo un pacto con el hombre, que todavía sigue vigente, porque su amor es eterno, no olvida, y nunca desaparece. Todo lo que el Señor hace por nosotros es bueno en gran medida. Debido a lo sagrado, y  a la magnitud del pacto que hizo en la antigüedad, este continuará hasta la eternidad, para todo aquel que viva dentro de la Ley. Debemos tener siempre en nuestro pensamiento la Promesa de Cristo.  Esto nos permitirá vivir y planificar nuestras vidas, de una manera más coherente y saludable, porque los pensamientos de frecuencia espiritual elevan la mente, entran en el espacio que ocupa el silencio para conectarnos con lo sagrado.
Hay muchas formas de engañar, pero de todas ellas, la que hace más estrago en la vida del hombre, es la de hacerle creer a Dios y a los demás que somos cristianos, y que obedecemos y respetamos Su pacto, cuando en realidad llevamos una doble moral y vivimos de la apariencia. Cristo debe ser nuestra prioridad, pero al ser humano le gusta mentir y traicionar, sin darse cuenta que la traición es un arma difícil de manejar, porque el que se acostumbra a ella, corre un alto riesgo de herirse a sí mismo. Y el que miente, además de tener un cómplice, éste los envuelve hasta caer en sus propias trampas. Dios siempre será el mismo, aunque nosotros mentalmente le seamos infieles. Primero tenemos que decirnos y convencernos a nosotros mismos de lo que queremos hacer, y luego hacer lo que tengamos que hacer para llegar a la meta deseada, porque si no somos fieles a nosotros mismos, tampoco le seremos fieles a Dios.
Desarrollar una relación con Cristo significa vivir y crecer en el conocimiento de lo que aún no podemos ver, pero que en un futuro no lejano, será revelado a nuestros ojos. Dios tiene el poder para transformarnos de forma total y por medio de su amor cambiarnos la vida. Cuando Dios vive en nosotros, nos llena de sentimientos de paz, alegría y con ilusiones reales de esperanza. Él nos comprende y consuela nuestro dolor, nuestras penas y aflicciones. Nos cubre con Sus brazos para abrigarnos y socorrernos. Nos brinda cuidado, amparo y protección. Desde Su mundo invisible colabora con nosotros para que nuestros sueños se hagan realidad, pero con frecuencia tenemos que sumergirnos en su Espíritu, y actuar como si ya viviéramos allá, para poder acceder a todo lo que nos gustaría tener en la vida, porque la mente trasciende a toda limitación, haciendo que nuestros pensamientos rompan sus ataduras, para que la conciencia  se pueda expandir en toda dirección. Una vez que avancemos en el Espíritu de Dios, las fuerzas del universo serán activadas.
Cuando caminamos con Cristo comenzamos a notar que la vida adquiere un nuevo sentido. Sentimos que la vida cotidiana es dirigida por una fuerza divina. Nuestros pensamientos e intenciones se materializan de forma misteriosa. Comenzamos a ser más sensibles y compasivos con el prójimo. Nuestras expectativas cambian, y nos volvemos más cuidadosos y conscientes de todo lo que hacemos. La necesidad y el deseo de ayudar a otros se convierten en un gran gozo. Con nuestros actos y conductas reflejamos en los demás que somos discípulos de Cristo, portadores de su evangelio. Nos enorgullece hablar de Su Nombre, porque su Palabra está todo el tiempo en nuestros labios. La muerte no nos asusta y comenzamos a verla como una transición necesaria, para poder viajar más allá del horizonte que no podemos alcanzar desde la tierra. La felicidad comienza a depender de lo que pensamos y de lo que esperamos. Dios nos manda por medio de su amor a hacer grandes cosas. Vivir en abundancia sin mirar el pasado, porque todo hombre comete errores, pero lo importante es no persistir en ellos.
Para lograr entrar al Paraíso, debemos tener el corazón lleno de sentimientos puros de hermandad y altruismo, y con la mirada puesta en Dios. Debemos demostrarle al Señor que somos honestos, que aceptamos sus reglas, y que hemos asumido nuestra responsabilidad como cristianos, cumpliendo con nuestros deberes. La peligrosidad del tiempo que vivimos nos acerca cada día más a la batalla final, por lo que Dios nos envía diariamente un mensaje de alerta que pasa inadvertido. El tiempo de espera para llegar y contemplar lo que existe más allá del horizonte, y para encontrar el tesoro escondido del Reino de los cielos, ha comenzado su conteo regresivo. Está por iniciarse el mayor y último éxodo de la tierra, para mudarnos definitivamente a nuestras mansiones celestiales. ¿Estás listo (a)  para partir?. Sin importar la edad ni la condición de salud, nadie sabe con exactitud cuál será su último día en este mundo. Esto es algo que no debemos olvidar. Solamente nos sentimos aterrorizados al pensar en la muerte, cuando mantenemos un estado de separación con Dios.
Todos tenemos un hogar preparado desde antes de nacer, pero debemos ser probados en la tierra antes de llegar a él. Ese será el galardón final que recibiremos por haber logrado llegar a la meta señalada.  Así como el diamante para poder brillar debe pasar de la oscuridad a la luz, de igual manera Cristo nos pule y nos transforma para que podamos contemplarlo cara a cara, sin ser cegados por la impenetrable e indescriptible luz que irradia la Presencia y Majestad de Dios. Nuestras mentes finitas han sido bloqueadas hasta cierto punto. La imaginación, por amplia que sea, no nos permite volar y entrar al infinito. Nuestras alas son muy cortas e invisibles, por ende, si no recibimos ayuda de los ángeles para ascender al cielo, nunca podríamos llegar al Paraíso. La luz de la imaginación nos permite acercarnos a las ventanas del cielo y mirar a la distancia, pero nunca alcanzar abrir sus puertas. Dios es Omnipresente, y si nos vinculamos a él, atraeremos también todo lo que percibimos le falta a nuestras vidas, porque somos parte de la inteligencia divina que creó y sustenta todo lo que existe en este planeta.
Rechazar lo porvenir e inevitable es de tontos. En la promesa de Dios no hay engaño, porque El cumplirá con todo lo que en principio prometió. Soplan vientos de guerra, y en algunos países como Siria ha comenzado el mayor éxodo de los últimos tiempos. Más de seis millones y medio de personas han tenido que ser desplazadas por motivo de la guerra civil que vive ese país. Muchos han perdido la vida durante el camino, dejando huérfanos y sin protección a los niños. Sus hogares han sido destruidos, quedando desamparados, buscando refugio en los países vecinos y haciendo uso de lo poco que tienen para poder subsistir; hasta el grado de vender la virginidad de sus propias hijas, a hombres ricos de Arabia Saudita y del Golfo Pérsico. No solamente en Siria está sucediendo esto. A nivel mundial, el hombre no tiene paz. Vive inseguro y sin sosiego, luchando constantemente con las adversidades del tiempo.
Los problemas sociales, laborales, económicos, familiares, migratorios y muchas veces raciales, han hecho que el ser humano tenga que huir en busca de nuevos horizontes, dejando a su familia y hogares abandonados. Esta es una situación muy grave que está arropando al mundo, porque cada país está pasando por una crisis diferente, sin que le puedan encontrar una solución a corto plazo. Pero los gobernantes toman esto con mucha ligereza, porque dirigen al mundo con la conciencia de su propio ego. Los dos hemisferios de la tierra han sido golpeados por alguna tragedia, y esto es parte del proceso de destrucción final de la tierra que muchos no observan. Nada sucede al azar, todo es producto de la voluntad de Dios. Recordemos que él fue el creador de la naturaleza, por lo tanto, él es el único que puede maniobrar con ella. Los cambios climatológicos que estamos viviendo son bíblicos, por consiguiente, nada de lo que veamos nos debería sorprender.
La verdad absoluta de que Dios existe y vive, no es un espejismo, no es una ilusión óptica fijada en el cerebro. Es una realidad que aún no podemos palpar, pero sí podemos grabar su imagen en la mente, para no caer en los datos y las interpretaciones erróneas aportadas por el enemigo. La luz de la verdad ha sido encendida y derramada sobre los fieles, e irá en aumento progresivo a medida que nos acerquemos a ella. Ese horizonte que todavía vemos muy lejano pronto dejará de existir, porque la línea divisoria que existe entre el cielo y la tierra cada día se hace más delgada y pronto se romperá. El Paraíso es un lugar que está más allá del horizonte. Es nuestra última morada, reservada para los  justos, y así lo expresa la palabra en su escritura: Para-iso: “para”, es una preposición que indica la utilidad de cada uno de nosotros, función de alguien, o para quien trabajamos. Significa: nosotros, junto a. “-iso” significa: lugar, pertenencia e igualdad. Por ende, si hemos declarado que pertenecemos a Cristo, debemos prepararnos hasta llegar a ser semejantes a Cristo en su carácter, porque en los cielos todos seremos iguales, no habrá niveles de clase sociales, ni unos serán más hermosos o famosos que otros. Todos seremos uno solo en espíritu, unidos a Cristo por la eternidad. Nadie tendrá impedimento físico, por lo tanto, no habrá  competencia.
Cuando el bien venza sobre el mal, el principio y el final de todas las cosas se unirán y surgirá un nuevo nacimiento. Dios está en el centro del Universo, en la línea de fuego, detrás de ese horizonte que aún no podemos cruzar, porque una vez que lo hagamos, no hay forma de volver atrás. Debemos despertar nuestros sentidos para ver lo que está por sobrecogernos. Mostrar indiferencia a Dios no evitará el caos que vivirá la tierra, sino que acelerará el proceso. Ya estamos dentro de él, dentro del ojo del huracán y en la selección final de los elegidos. En la separación del trigo y la cizaña y en la formación de los dos grupos finales que menciona la Biblia. Los de derecha ascenderán al cielo, pero los de izquierda serán apartados de la vista del Señor.
Dios nos ha preparado un mundo mejor. Un cielo abierto para navegar y recrearnos en su mirada. Su inmenso amor nos permite alcanzar todo lo que nos proponemos lograr. Cerrar los ojos, soñar y volar como si fuéramos aves en el cielo. Por ahora, a través de su amor es la única forma de llegar a él. Con su fuerza nos toma de la mano para dirigirnos, aunque estemos caminando en medio del desierto. Su poder nos hace sentir que detiene el tiempo y acorta la distancia para que estemos cerca de él. Más allá del horizonte, es un lugar mágico y celestial, donde existe una armonía perfecta entre el hombre y la naturaleza. Un lugar donde no se oirá el llanto, no habrá dolor, ni guerras, ni tristeza. Las enfermedades no existirán, no habrá noche, ni día, sino una resplandeciente luz eterna que brillará por siempre. Todo es posible si podemos creer y expresamos a Dios el deseo sincero del arrepentimiento. ¡Aleluya!.

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