Las agujas
del reloj marcan silenciosamente el paso del tiempo, sin detenerse, y sin
retroceder. A menos que lo hagamos manualmente, no podemos atrasarlas o
adelantarlas. Tenemos que mirar el reloj varias veces al día para saber la
hora. Pero el tiempo como tal, nunca lo podemos cambiar o detener, porque no es
un objeto que podemos tomar con la mano, y guardarlo en algún lugar para que no
pase, ni manipularlo a nuestro antojo para ajustarlo a nuestras necesidades,
sino tenemos que correr detrás del él, porque camina muy rápido. Es algo
abstracto, controlado por la mano poderosa de Dios, y solo él sabe cuándo y
cómo detenerlo. Mientras el tiempo pasa, la vida de todo ser humano vive en una
constante espera, formada en su mayoría de sueños, que muchas veces parecen inalcanzables.
La vida siempre nos da sorpresas, a veces agradables, y en otras ocasiones
suelen ser tristes y lamentables, envolviéndonos en situaciones, difíciles e inesperadas,
que debemos superar, para poder lograr nuestros objetivos y seguir adelante.
El tiempo a
medida que avanza, va dejando sus huellas, marcándonos de forma indeleble.
Tenemos que esforzamos para vencer los obstáculos, y tratar de realizarnos como
seres humanos: educarnos, formar una familia, ser profesionales exitosos, y responsables
con nuestras obligaciones, sin olvidarnos de nuestra vida espiritual, y de lo
que Dios espera de cada uno de nosotros. Pero vivimos planificando el futuro,
sin conocer y tener en cuenta el factor tiempo. Siempre estamos a la espera de
algo, porque hasta cuando nos enfermamos, esperamos sanar. No se necesita
esperar cuando la cura llega de forma milagrosa, porque Dios la ejecuta en Su
tiempo, de manera inexplicable para el hombre. Nunca pensamos en la muerte,
porque siempre esperamos disfrutar de una larga vida, por eso cuidamos el
cuerpo, pero nos olvidamos de cuidar también el alma, que no necesita estar
enferma para ser reclamada.
Eclesiastés 3
dice: Todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su tiempo, y todo tiene su
hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir. Tiempo de plantar y tiempo de arrancar
lo plantado. Tiempo de matar y tiempo de curar. Tiempo de destruir y tiempo de
edificar. Tiempo de llorar y tiempo de reír. Tiempo de endechar, y tiempo de
bailar. Tiempo de esparcir las piedras y tiempo de juntar las piedras. Tiempo
de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar. Tiempo de buscar y tiempo de
desistir. Tiempo de guardar y tiempo de desechar. Tiempo de romper y tiempo de
coser. Tiempo de callar y tiempo de hablar. Tiempo de amar y tiempo de
aborrecer. Tiempo de guerra y tiempo de paz. También el Señor nos ha dado
tiempo para rectificar nuestros errores, y arrepentirnos de nuestros pecados. Dios
nos asignó un trabajo hermoso para ejecutar, pero también ha sido por un tiempo
determinado. El hizo todo a Su tiempo, y lo ejecutó en seis días. También puso
el anhelo de eternidad en el corazón del hombre, aunque no alcancemos a
entender Su obra desde el principio hasta el fin.
Dios creo al
ser humano para que disfrute y se alegre del bien de su labor durante la vida,
porque lo que Dios hace, permanece para siempre, y nada se le puede añadir ni
quitar, ni siquiera se le puede pedir un minuto más de tiempo a la vida. Lo
hecho, hecho está. Lo que es, antes ya fue. Lo que ha de ser, fue ya. Lo que
viene, vendrá, porque ya fue dicho. Y Dios restaura lo pasado. Lo mejor de la vida,
es tener este conocimiento, y vivir conscientes que Dios lo hizo todo para ser
reverenciado, glorificado, honrado, amado, y para que en el tiempo fijado por él,
la muerte, producto del pecado del hombre, sea erradicada de la tierra. Nuestra
labor es anunciar el evangelio en lugares más allá de nosotros, sin entrar en
la obra de otros para gloriarnos de lo que ya estaba preparado. Debemos
trabajar en la obra de Dios, no para gloriarnos a nosotros mismos, sino para la
gloria y honra de su Nombre.
Antes de
emprender un viaje, el piloto de un avión, y el capitán de un barco, saben el
tiempo que les tomará llegar a su destino. Conocen como explorar las nubes y el
mar, pero no saben si el viaje llegará a su fin de forma exitosa. Un cirujano,
de acuerdo a su experiencia, sabe el tiempo que le tomará practicar una cirugía,
pero no puede garantizar que el paciente saldrá bien, porque muchas veces
durante la operación hay complicaciones, y otras, el paciente queda inerte en
la mesa del quirófano, mientras los familiares esperan impacientes por una
buena noticia. Cuando hacemos una llamada, siempre tenemos que esperar que nos
contesten, y algunas veces se nos informa cuanto tiempo tenemos que permanecer
en línea para ser atendidos. A veces la llamada se corta y tenemos que volver a
marcar. Todas estas cosas suceden porque nada es predecible, y no podemos saber
de antemano lo que sucederá después, por lo que siempre tenemos que esperar. Con
frecuencia, durante la espera de ver realizado nuestros sueños y deseos,
perdemos la vida, sin previo aviso, y sin poder evitarlo. Por ende, tenemos que
vivir siempre preparados para partir, porque no sabemos cuándo es el tiempo.
La bendita
espera de la Promesa, se fundamenta en la gloriosa venida de Nuestro Salvador
Jesucristo, quien nos ha dado señales inequívocas de cuando sucederá. Así como
el piloto sabe cómo volar entre las nubes, el capitán del barco conoce la ruta
de navegación, y el cirujano conoce el órgano que tiene que extirpar o reparar,
y con seguridad desplaza el bisturí para quitar la dolencia del cuerpo, asimismo
el verdadero creyente de la Palabra de Dios, que confía en el Señor y espera su
regreso, sabe reconocer con seguridad, que el tiempo de espera está por
terminar, porque ha invertido tiempo en la preparación espiritual que todos
necesitamos para esperar la llegada de Jesucristo. Ha estudiado y escudriñado la
Palabra fiel de Dios, y conoce lo porvenir, porque ha vivido una sólida
experiencia personal con Dios. La patria celestial es desconocida para los
humanos, pero la Biblia es el mapa que se necesita para la preparación de los
hijos de Dios, que han decidido emprender este viaje maravillo hasta la meta
final, y las profecías representan con exactitud el itinerario del viaje.
Mientras el mundo se estremece de temor por la incertidumbre del tiempo futuro,
el cristiano, conoce el tiempo, y este conocimiento lo hace permanecer sereno y
confiado.
El Espíritu
dice claramente que en los últimos tiempos algunos caerán en la apostasía, se apartarán
de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios. Con hipocresía
hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia. Todo lo que Dios creo es
bueno, y nada hay que desechar, si se toma con acción de gracias; porque queda
santificado por la Palabra de Dios y por la oración. No hay que desesperarse ni
tener miedo, sino ser diligentes para orar de dia y de noche, porque nuestra tribulación será corta, pero la gloria será eterna.
Los acontecimientos venideros ya han sido predichos en varias profecías, pero
la de los 2,300 dias, todavía no se ha cumplido. Esta es la profecía más larga
de la Biblia, pero la más sencilla de entender, porque en ella está incluido el
“hoy”, que será el último día vivido en este mundo, antes de que Cristo venga,
pero no sabemos con exactitud la fecha de ese último “hoy”. Recordemos que un
siglo es igual a 100 años, y 2,300 días equivalen a 23 siglos, igual a: 23x100=2,300 dias. Estamos en el
siglo XXI, pero el hombre calcula el tiempo por años, y el Señor los cuenta por
días. Para Dios, un día es igual a un año. Así, con cada día que pasa, volvemos
al “hoy”, sin saber si será el último día.
En la ansiada
y bendita espera de Cristo, el mundo está viviendo en medio de una gran crisis
social, política y económica, y la hora final va acercándose gradualmente,
hasta que la puerta de la misericordia se cierre para siempre. Estos son
tiempos peligrosos del fin, que ya han sido profetizados. La Palabra de Dios
será cumplida y debemos reaccionar antes de que termine el tiempo. El Señor nos
ha encomendado la misión de predicar el evangelio y llevar el mensaje de
salvación a toda nación, tribu y lengua. Es un trabajo de todos, y todos
tenemos la capacidad para hacerlo, solo se necesita poner a trabajar la
voluntad y desarrollar la paciencia. En la bendita espera de ver llegar a
nuestro Señor Jesucristo, está la paciencia, porque ella significa salvación. Solo Cristo salva, si con modestia permanecemos en la fe, el amor y la esperanza, ejercitando la buena doctrina y practicando la piedad, porque el ejercicio corporal es de poco valor, pero la piedad aprovecha para todo, con promesa de esta vida y de la venidera.
Dios colocó
en todo ser humano un don, para que su obra sea realizada. Unos tienen el don de
la predicación, persuasión, el canto, la oratoria, la música, la escritura, la
enseñanza, etc. Y aunque no todos tenemos los mismos dones, nacemos capacitados
para orar y mirar al Padre para que nos derrame Su gracia, y ponernos a su
disposición para que nos use, dirija, y guie hacia donde él nos necesite. La
obra evangelizadora de los discípulos de Cristo debe llegar a todos los
rincones del mundo antes de su segunda venida. Cuando la predicación del
evangelio haya concluido, nuestra espera llegará a su fin y Cristo aparecerá entre
las nubes de los cielos para redimirnos. Durante el tiempo de espera, la misión
de todo creyente verdaderamente arrepentido, es trabajar arduamente en la obra
de Cristo, e inducir a otros al arrepentimiento, para salvarnos a nosotros
mismos y a los que nos escuchen. Seamos fieles en conducta, en amor, en
espíritu, en fe, y en limpieza. No descuidemos los dones otorgados por Dios, ya
que fueron dados por gracia, por la imposición de Sus manos. Mientras Cristo
llegue, dediquémonos a leer las escrituras, a exhortar, y a enseñar.
Si
verdaderamente amamos al Señor, debemos orar sin descanso por nuestros vecinos, amigos, familiares y
relacionados, porque en la oración está el poder, para que la petición pueda
llegar al cielo y ser escuchada. Si le servimos al Dios vivo y verdadero,
agradaremos a nuestro Padre, que prueba nuestro corazón. La Palabra de Dios nos
advierte de nuestra realidad presente, para que tengamos en cuenta que en los
últimos tiempos, antes del fin, habrá hombres amantes de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos,
impíos, sin afecto natural, desleales, calumniadores, intemperantes, crueles,
aborrecedores de lo bueno, traidores, arrebatados, infatuados, amantes de los
placeres más que de Dios, y tendrán apariencia de piedad, pero negarán su
eficacia. Indudablemente el mundo de hoy está compuesto por esta clase de seres
humanos, a los que debemos evitar, pero orar por cada uno de ellos, porque todavía
no han llegado al pleno conocimiento de la verdad.
Dios ha de
juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, por lo
que debemos cumplir nuestra misión como cristianos. Siendo bondadosos y
compasivos con nuestros semejantes, porque nada dura para siempre. Tenemos que
ser obreros para Cristo, sin tener de que avergonzarnos y exponer bien la
Palabra de verdad que nos ha sido revelada en las Sagradas Escrituras, para que
Dios le conceda a los impíos que puedan conocer la verdad, y se arrepientan. Cristo
es el resplandor de la Gloria de Dios, la imagen de su ser real, el que
sostiene todas las cosas con su poderosa Palabra, y está sentado a la diestra
de la Majestad de las alturas. En el pasado Dios habló muchas veces y de muchas
maneras, directamente a nuestros padres, y mediante los profetas. Pero en estos
últimos tiempos nos habla por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por
medio de quien hizo los mundos. Si creemos, nosotros también seremos herederos
de Dios, y hermanos de Cristo.
El mundo
antiguo y el mundo moderno están sostenidos por la Palabra de Dios, porque su
trono es eterno y para siempre. Con sus manos hizo los cimientos de la tierra y
de los cielos, y pondrá todos sus enemigos por estrado de sus pies. A medida
que pasa el tiempo la juventud se esfuma y todos envejecemos igual que nuestros
vestidos, pero Cristo es el mismo y sus años no se acaban. El cristiano debe
tener el espíritu servidor de Jesucristo, para ayudar a los que han de heredar
la salvación. Por tanto, con diligencia debemos atender lo que hemos aprendido,
para no desviarnos. En la bendita espera de la resurrección de los muertos, y ver
la Gloria de Cristo está la salvación. Es cuando recibiremos nuestra
retribución, porque la salvación fue anunciada primero por el Señor, y
confirmada para nosotros, para todos los que decidieron seguir a Cristo.
Dios apoyó el
testimonio de los profetas con hechos, y en el presente, apoya el testimonio de
su Palabra con señales, prodigios, diversos milagros y dones del Espíritu
Santo, distribuidos según su voluntad. El mundo venidero estará coronado por la
gloria y la honra de Jesús, por haber padecido la muerte, para que por la
gracia de Dios, experimentase la muerte en beneficio de todos nosotros para
salvar a muchos, y si fuera posible, a todos. Durante la espera final del
tiempo, no endurezcamos el corazón y seamos partícipes de la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo. Retengamos hasta el fin la confianza y la alegría
de la esperanza.
Alentémonos
unos a otros cada día mientras dura ese “hoy”, para no permitir que los
incrédulos nos aparten del Dios vivo, y caer en el engaño del pecado. Somos partícipes
de Cristo, si retenemos firmes durante la espera, el principio de nuestra fe,
obediencia, y la paciencia. La promesa de entrar en el reposo de Dios, aún no
se ha cumplido, pero la espera terminará, y el tiempo se detendrá; para
entonces, debemos tener la misión cumplida, porque la Palabra de Dios es viva y
eficaz, más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón. Nada de lo que hacemos está oculto de la vista
de Dios. Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta, en muy corto tiempo.
Estamos por finalizar
este año, para llenos de sueños, ilusiones, metas, y buenos deseos, celebrar la
llegada del próximo. No olvides que Cristo está a las puertas del mundo, y que
cada día nos acercamos más a ese gran acontecimiento mundial. Dejemos la
enseñanza elemental que tenemos de Cristo, y vayamos hacia la perfección,
reiterando en los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras que conducen
a la muerte, de la fe en Dios, de la doctrina de los bautismos, de la
resurrección de los muertos y del juicio eterno. Los que una vez fuimos
iluminados por el Espíritu Santo, gustamos del don celestial y hemos podido
sentir desde ahora el gozo de la salvación. Hemos alcanzado la bondad divina y
esperamos las maravillas del siglo venidero que se celebrará en el cielo. Si
caemos de nuevo, es imposible que seamos renovados para un nuevo
arrepentimiento, porque crucificaríamos de nuevo al Hijo de Dios.
El Señor es
justo y siempre tendrá en cuenta nuestra obra y el trabajo de amor que hacemos
mostrando su Nombre, habiéndole servido a los santos que están en el cielo. Mostrémosle
a Cristo la solicitud de servirle hasta el fin, para tener el pleno conocimiento
de la esperanza. Durante la espera, no nos hagamos perezosos, sino imitadores
de los que por la fe y la paciencia heredarán las promesas. La esperanza es una
segura y firme ancla de nuestra vida, que penetra más allá del velo, donde Jesús
entró por nosotros como precursor, hecho Sumo Sacerdote para siempre. Tenemos
un pacto eterno. Por favor no lo viole. Hazte discípulo de Cristo como miembro
activo de su evangelio. Aférrate a la Tabla de la Ley donde fueron escritos los
Mandamientos. Seamos testigos de la Palabra, y vivamos en la fe, esperando que
la Gloria y Majestad de Jesucristo brillen por toda la eternidad. Cristo viene
en breve! Amén.
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