martes, 19 de noviembre de 2013

LA BENDITA ESPERA


Las agujas del reloj marcan silenciosamente el paso del tiempo, sin detenerse, y sin retroceder. A menos que lo hagamos manualmente, no podemos atrasarlas o adelantarlas. Tenemos que mirar el reloj varias veces al día para saber la hora. Pero el tiempo como tal, nunca lo podemos cambiar o detener, porque no es un objeto que podemos tomar con la mano, y guardarlo en algún lugar para que no pase, ni manipularlo a nuestro antojo para ajustarlo a nuestras necesidades, sino tenemos que correr detrás del él, porque camina muy rápido. Es algo abstracto, controlado por la mano poderosa de Dios, y solo él sabe cuándo y cómo detenerlo. Mientras el tiempo pasa, la vida de todo ser humano vive en una constante espera, formada en su mayoría de sueños, que muchas veces parecen inalcanzables. La vida siempre nos da sorpresas, a veces agradables, y en otras ocasiones suelen ser tristes y lamentables, envolviéndonos en situaciones, difíciles e inesperadas, que debemos superar, para poder lograr nuestros objetivos y seguir adelante.

El tiempo a medida que avanza, va dejando sus huellas, marcándonos de forma indeleble. Tenemos que esforzamos para vencer los obstáculos, y tratar de realizarnos como seres humanos: educarnos, formar una familia, ser profesionales exitosos, y responsables con nuestras obligaciones, sin olvidarnos de nuestra vida espiritual, y de lo que Dios espera de cada uno de nosotros. Pero vivimos planificando el futuro, sin conocer y tener en cuenta el factor tiempo. Siempre estamos a la espera de algo, porque hasta cuando nos enfermamos, esperamos sanar. No se necesita esperar cuando la cura llega de forma milagrosa, porque Dios la ejecuta en Su tiempo, de manera inexplicable para el hombre. Nunca pensamos en la muerte, porque siempre esperamos disfrutar de una larga vida, por eso cuidamos el cuerpo, pero nos olvidamos de cuidar también el alma, que no necesita estar enferma para ser reclamada.

Eclesiastés 3 dice: Todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su tiempo, y todo tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir. Tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. Tiempo de matar y tiempo de curar. Tiempo de destruir y tiempo de edificar. Tiempo de llorar y tiempo de reír. Tiempo de endechar, y tiempo de bailar. Tiempo de esparcir las piedras y tiempo de juntar las piedras. Tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar. Tiempo de buscar y tiempo de desistir. Tiempo de guardar y tiempo de desechar. Tiempo de romper y tiempo de coser. Tiempo de callar y tiempo de hablar. Tiempo de amar y tiempo de aborrecer. Tiempo de guerra y tiempo de paz. También el Señor nos ha dado tiempo para rectificar nuestros errores, y arrepentirnos de nuestros pecados. Dios nos asignó un trabajo hermoso para ejecutar, pero también ha sido por un tiempo determinado. El hizo todo a Su tiempo, y lo ejecutó en seis días. También puso el anhelo de eternidad en el corazón del hombre, aunque no alcancemos a entender Su obra desde el principio hasta el fin.

Dios creo al ser humano para que disfrute y se alegre del bien de su labor durante la vida, porque lo que Dios hace, permanece para siempre, y nada se le puede añadir ni quitar, ni siquiera se le puede pedir un minuto más de tiempo a la vida. Lo hecho, hecho está. Lo que es, antes ya fue. Lo que ha de ser, fue ya. Lo que viene, vendrá, porque ya fue dicho. Y Dios restaura lo pasado. Lo mejor de la vida, es tener este conocimiento, y vivir conscientes que Dios lo hizo todo para ser reverenciado, glorificado, honrado, amado, y para que en el tiempo fijado por él, la muerte, producto del pecado del hombre, sea erradicada de la tierra. Nuestra labor es anunciar el evangelio en lugares más allá de nosotros, sin entrar en la obra de otros para gloriarnos de lo que ya estaba preparado. Debemos trabajar en la obra de Dios, no para gloriarnos a nosotros mismos, sino para la gloria y honra de su Nombre.

Antes de emprender un viaje, el piloto de un avión, y el capitán de un barco, saben el tiempo que les tomará llegar a su destino. Conocen como explorar las nubes y el mar, pero no saben si el viaje llegará a su fin de forma exitosa. Un cirujano, de acuerdo a su experiencia, sabe el tiempo que le tomará practicar una cirugía, pero no puede garantizar que el paciente saldrá bien, porque muchas veces durante la operación hay complicaciones, y otras, el paciente queda inerte en la mesa del quirófano, mientras los familiares esperan impacientes por una buena noticia. Cuando hacemos una llamada, siempre tenemos que esperar que nos contesten, y algunas veces se nos informa cuanto tiempo tenemos que permanecer en línea para ser atendidos. A veces la llamada se corta y tenemos que volver a marcar. Todas estas cosas suceden porque nada es predecible, y no podemos saber de antemano lo que sucederá después, por lo que siempre tenemos que esperar. Con frecuencia, durante la espera de ver realizado nuestros sueños y deseos, perdemos la vida, sin previo aviso, y sin poder evitarlo. Por ende, tenemos que vivir siempre preparados para partir, porque no sabemos cuándo es el tiempo.

La bendita espera de la Promesa, se fundamenta en la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo, quien nos ha dado señales inequívocas de cuando sucederá. Así como el piloto sabe cómo volar entre las nubes, el capitán del barco conoce la ruta de navegación, y el cirujano conoce el órgano que tiene que extirpar o reparar, y con seguridad desplaza el bisturí para quitar la dolencia del cuerpo, asimismo el verdadero creyente de la Palabra de Dios, que confía en el Señor y espera su regreso, sabe reconocer con seguridad, que el tiempo de espera está por terminar, porque ha invertido tiempo en la preparación espiritual que todos necesitamos para esperar la llegada de Jesucristo. Ha estudiado y escudriñado la Palabra fiel de Dios, y conoce lo porvenir, porque ha vivido una sólida experiencia personal con Dios. La patria celestial es desconocida para los humanos, pero la Biblia es el mapa que se necesita para la preparación de los hijos de Dios, que han decidido emprender este viaje maravillo hasta la meta final, y las profecías representan con exactitud el itinerario del viaje. Mientras el mundo se estremece de temor por la incertidumbre del tiempo futuro, el cristiano, conoce el tiempo, y este conocimiento lo hace permanecer sereno y confiado.

El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos caerán en la apostasía, se apartarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios. Con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia. Todo lo que Dios creo es bueno, y nada hay que desechar, si se toma con acción de gracias; porque queda santificado por la Palabra de Dios y por la oración. No hay que desesperarse ni tener miedo, sino ser diligentes para orar de dia y de noche, porque nuestra tribulación será corta, pero la gloria será eterna. Los acontecimientos venideros ya han sido predichos en varias profecías, pero la de los 2,300 dias, todavía no se ha cumplido. Esta es la profecía más larga de la Biblia, pero la más sencilla de entender, porque en ella está incluido el “hoy”, que será el último día vivido en este mundo, antes de que Cristo venga, pero no sabemos con exactitud la fecha de ese último “hoy”. Recordemos que un siglo es igual a 100 años, y 2,300 días equivalen a 23 siglos, igual a: 23x100=2,300 dias. Estamos en el siglo XXI, pero el hombre calcula el tiempo por años, y el Señor los cuenta por días. Para Dios, un día es igual a un año. Así, con cada día que pasa, volvemos al “hoy”, sin saber si será el último día.

En la ansiada y bendita espera de Cristo, el mundo está viviendo en medio de una gran crisis social, política y económica, y la hora final va acercándose gradualmente, hasta que la puerta de la misericordia se cierre para siempre. Estos son tiempos peligrosos del fin, que ya han sido profetizados. La Palabra de Dios será cumplida y debemos reaccionar antes de que termine el tiempo. El Señor nos ha encomendado la misión de predicar el evangelio y llevar el mensaje de salvación a toda nación, tribu y lengua. Es un trabajo de todos, y todos tenemos la capacidad para hacerlo, solo se necesita poner a trabajar la voluntad y desarrollar la paciencia. En la bendita espera de ver llegar a nuestro Señor Jesucristo, está la paciencia, porque ella significa salvación. Solo Cristo salva, si con modestia permanecemos en la fe, el amor y la esperanza, ejercitando la buena doctrina y practicando la piedad, porque el ejercicio corporal es de poco valor, pero la piedad aprovecha para todo, con promesa de esta vida y de la venidera.

Dios colocó en todo ser humano un don, para que su obra sea realizada. Unos tienen el don de la predicación, persuasión, el canto, la oratoria, la música, la escritura, la enseñanza, etc. Y aunque no todos tenemos los mismos dones, nacemos capacitados para orar y mirar al Padre para que nos derrame Su gracia, y ponernos a su disposición para que nos use, dirija, y guie hacia donde él nos necesite. La obra evangelizadora de los discípulos de Cristo debe llegar a todos los rincones del mundo antes de su segunda venida. Cuando la predicación del evangelio haya concluido, nuestra espera llegará a su fin y Cristo aparecerá entre las nubes de los cielos para redimirnos. Durante el tiempo de espera, la misión de todo creyente verdaderamente arrepentido, es trabajar arduamente en la obra de Cristo, e inducir a otros al arrepentimiento, para salvarnos a nosotros mismos y a los que nos escuchen. Seamos fieles en conducta, en amor, en espíritu, en fe, y en limpieza. No descuidemos los dones otorgados por Dios, ya que fueron dados por gracia, por la imposición de Sus manos. Mientras Cristo llegue, dediquémonos a leer las escrituras, a exhortar, y a enseñar.

Si verdaderamente amamos al Señor, debemos orar sin descanso  por nuestros vecinos, amigos, familiares y relacionados, porque en la oración está el poder, para que la petición pueda llegar al cielo y ser escuchada. Si le servimos al Dios vivo y verdadero, agradaremos a nuestro Padre, que prueba nuestro corazón. La Palabra de Dios nos advierte de nuestra realidad presente, para que tengamos en cuenta que en los últimos tiempos, antes del fin, habrá hombres amantes de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, desleales, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, arrebatados, infatuados, amantes de los placeres más que de Dios, y tendrán apariencia de piedad, pero negarán su eficacia. Indudablemente el mundo de hoy está compuesto por esta clase de seres humanos, a los que debemos evitar, pero orar por cada uno de ellos, porque todavía no han llegado al pleno conocimiento de la verdad.

Dios ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, por lo que debemos cumplir nuestra misión como cristianos. Siendo bondadosos y compasivos con nuestros semejantes, porque nada dura para siempre. Tenemos que ser obreros para Cristo, sin tener de que avergonzarnos y exponer bien la Palabra de verdad que nos ha sido revelada en las Sagradas Escrituras, para que Dios le conceda a los impíos que puedan conocer la verdad, y se arrepientan. Cristo es el resplandor de la Gloria de Dios, la imagen de su ser real, el que sostiene todas las cosas con su poderosa Palabra, y está sentado a la diestra de la Majestad de las alturas. En el pasado Dios habló muchas veces y de muchas maneras, directamente a nuestros padres, y mediante los profetas. Pero en estos últimos tiempos nos habla por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por medio de quien hizo los mundos. Si creemos, nosotros también seremos herederos de Dios, y hermanos de Cristo.

El mundo antiguo y el mundo moderno están sostenidos por la Palabra de Dios, porque su trono es eterno y para siempre. Con sus manos hizo los cimientos de la tierra y de los cielos, y pondrá todos sus enemigos por estrado de sus pies. A medida que pasa el tiempo la juventud se esfuma y todos envejecemos igual que nuestros vestidos, pero Cristo es el mismo y sus años no se acaban. El cristiano debe tener el espíritu servidor de Jesucristo, para ayudar a los que han de heredar la salvación. Por tanto, con diligencia debemos atender lo que hemos aprendido, para no desviarnos. En la bendita espera de la resurrección de los muertos, y ver la Gloria de Cristo está la salvación. Es cuando recibiremos nuestra retribución, porque la salvación fue anunciada primero por el Señor, y confirmada para nosotros, para todos los que decidieron seguir a Cristo.

Dios apoyó el testimonio de los profetas con hechos, y en el presente, apoya el testimonio de su Palabra con señales, prodigios, diversos milagros y dones del Espíritu Santo, distribuidos según su voluntad. El mundo venidero estará coronado por la gloria y la honra de Jesús, por haber padecido la muerte, para que por la gracia de Dios, experimentase la muerte en beneficio de todos nosotros para salvar a muchos, y si fuera posible, a todos. Durante la espera final del tiempo, no endurezcamos el corazón y seamos partícipes de la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. Retengamos hasta el fin la confianza y la alegría de la esperanza.

Alentémonos unos a otros cada día mientras dura ese “hoy”, para no permitir que los incrédulos nos aparten del Dios vivo, y caer en el engaño del pecado. Somos partícipes de Cristo, si retenemos firmes durante la espera, el principio de nuestra fe, obediencia, y la paciencia. La promesa de entrar en el reposo de Dios, aún no se ha cumplido, pero la espera terminará, y el tiempo se detendrá; para entonces, debemos tener la misión cumplida, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada de lo que hacemos está oculto de la vista de Dios. Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta, en muy corto tiempo.

Estamos por finalizar este año, para llenos de sueños, ilusiones, metas, y buenos deseos, celebrar la llegada del próximo. No olvides que Cristo está a las puertas del mundo, y que cada día nos acercamos más a ese gran acontecimiento mundial. Dejemos la enseñanza elemental que tenemos de Cristo, y vayamos hacia la perfección, reiterando en los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, de la fe en Dios, de la doctrina de los bautismos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Los que una vez fuimos iluminados por el Espíritu Santo, gustamos del don celestial y hemos podido sentir desde ahora el gozo de la salvación. Hemos alcanzado la bondad divina y esperamos las maravillas del siglo venidero que se celebrará en el cielo. Si caemos de nuevo, es imposible que seamos renovados para un nuevo arrepentimiento, porque crucificaríamos de nuevo al Hijo de Dios.

El Señor es justo y siempre tendrá en cuenta nuestra obra y el trabajo de amor que hacemos mostrando su Nombre, habiéndole servido a los santos que están en el cielo. Mostrémosle a Cristo la solicitud de servirle hasta el fin, para tener el pleno conocimiento de la esperanza. Durante la espera, no nos hagamos perezosos, sino imitadores de los que por la fe y la paciencia heredarán las promesas. La esperanza es una segura y firme ancla de nuestra vida, que penetra más allá del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho Sumo Sacerdote para siempre. Tenemos un pacto eterno. Por favor no lo viole. Hazte discípulo de Cristo como miembro activo de su evangelio. Aférrate a la Tabla de la Ley donde fueron escritos los Mandamientos. Seamos testigos de la Palabra, y vivamos en la fe, esperando que la Gloria y Majestad de Jesucristo brillen por toda la eternidad. Cristo viene en breve! Amén.

 

 

 

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