Todo hombre
es dirigido por una fuerza superior a su propio espíritu. El hombre de bien es
conducido a actuar correctamente, y su alegría se centra en sembrar, no en
recoger. Pero el hombre que sigue el mal, obedece al espíritu de maldad, y solo
vive para recoger sus malos frutos. El Espíritu de Dios trabaja en el interior
de cada ser humano, y es ahí donde se desarrollan nuestros pensamientos,
disposiciones, decisiones, afectos y deseos, y donde están sentadas todas
nuestras emociones. Nuestro ser interior está formado por la mente, la voluntad
y la conciencia, y nosotros escogemos y decidimos hacia donde dirigirlo. Todos
tenemos obligaciones con nuestro creador; pero no todos asumimos esa responsabilidad y cumplimos con
ellas poniéndolas en práctica. Dios nos da libertad para que actuemos según nuestros
deseos, pero también nos disciplina con amor, y nos hace fuertes para luchar
con nuestro hombre interior. Aunque nuestro exterior se va degastando, nuestro
interior debe ser conducido y renovado día a día con la divina Palabra de Dios.
Hay una virtud
muy valiosa que nos identifica y nos ayuda a corregirnos interiormente, y es la
“humildad”. La Palabra de Dios dice que todo aquel que desee seguirle, primero debe
negarse a sí mismo, y luego tomar su cruz. En otras palabras dice que debemos
ser humildes como los niños, para poder entrar en el reino de los cielos.
Negarse a sí mismo significa: dominio propio, rechazar y no alimentar nuestro
ego, apartarnos de los deseos corruptos de la carne y vivir en el espíritu.
Rendir nuestra voluntad a Cristo, y rehusar a sentirnos orgullosos de nosotros
mismos, porque en la humildad se esconde la grandeza del hombre. Ser humilde no
significa ser débil, sino ser fuerte y salir victoriosos con nuestras luchas
internas, venciendo a nuestro propio enemigo que es nuestro “Yo”, porque ese es
nuestro mayor rival. La Palabra de Dios dice: “Todo aquel que se humille será ensalzado
y todo el que se ensalce será humillado”.
El espíritu de
Dios es indispensable en nuestras vidas para poder cambiar nuestro ser interior.
Este trabajo no lo podemos hacer por nosotros mismos, sino debemos
voluntariamente darle la autorización al Espíritu Santo, para que entre en
nuestras mentes y alumbre nuestro interior. Si no nos colocamos en las manos de
Dios para que moldee nuestro carácter, nuestras luchas serán inútiles, porque
sin él, no podemos obtener ningún cambio. El Espíritu Santo es el que nos
capacita conforme a los principios establecidos por Dios, cambiando nuestros
gustos y hábitos, nos hace tomar decisiones correctas y transforma nuestras vidas. Es el que
restaura y renueva nuestro ser, nos limpia de toda inmundicia hasta que somos
dignos de recibirlo en Su templo, que es nuestro cuerpo. El Espíritu de Dios
trabaja para darnos esperanza, salvación y herencia celestial, porque Dios es
vida y los que vivimos en Cristo, vivimos llenos del Espíritu Santo y nos
deleitamos en él, perseverando en Cristo. Una vez que decidimos cambiar, es
cuando nuestras vidas, mente y voluntad son entregadas al Señor, para que el
viva en nosotros. Es palabra fiel: si morimos en él, también viviremos con él.
Si sufrimos, también reinaremos con él, Si lo negamos, él también nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel. No se puede negar a sí mismo, porque es
el único Espíritu perfecto y es el portador de todas las virtudes.
Muchas
personas han distorsionado el concepto de la humildad, pero esta es la virtud más
admirable y más noble del espíritu, porque nos hace tolerantes y pacientes con
nuestro prójimo. Cristo se distinguió entre los demás, por su humildad. Siendo
un Príncipe rico, nacido del Rey, y el primogénito de Dios, ocupó el último
lugar dentro de los hombres, y nunca se sintió por encima de los demás. Aunque tenía
la Gloria del Padre, no se glorificó de él mismo, para demostrarnos que la
Gloria procede de nuestro Padre Dios. Cristo solo hablaba de sí mismo cuando se
le preguntaba, pero lo hacía con actitud humilde, a pesar de que era el más
grande entre nosotros. Todas las virtudes se reflejan en nuestra conducta, y
cuando somos humildes, es algo que brota de nuestro ser interior, desarrollando
la capacidad de restar importancia a nuestros propios logros, reconociendo que
el Espíritu de Dios es el que convence y trabaja en nuestro ser interior, para que
llevemos una vida de total transparencia. Aprendemos a aceptar los errores sin
culpar a otros, asumiendo nuestras responsabilidades. Aprendemos a perdonar y
pedir perdón a los demás, dejando de ser engreídos y vanidosos, porque la
humildad es opuesta a la soberbia.
La fe también
juega un papel determinante en la vida de todo ser humano. No puede haber una
completa transformación de nuestro ser interior, si no tenemos fe. La fe viene
por el ver y el oír; creer en lo que no podemos ver. El Espíritu de Dios es un Espíritu,
y como tal no lo podemos ver, pero lo podemos sentir. No podemos decir que
tenemos fe, si primero necesitamos ver algo para entonces creer y confiar. --------Así
dice el Señor-------- ¡Dichosos los que no vieron y creyeron! .El Espíritu
Santo tiene el Poder de convencer y transformar nuestro interior sin nosotros
tener que verlo. Solo tenemos que dejarnos guiar y esperar que haga su trabajo;
pero es una experiencia personal que cada ser humano debe vivir, una vez que
tomemos la decisión de dejarlo entrar en nuestras vidas. Debemos recordar que
Cristo está sentado en la puerta de nuestro corazón, llamando y esperando que
lo invitemos a pasar, pero jamás entrará sin que le demos permiso.
El Señor utilizó
en la antigüedad a Noé, para anunciarle al pueblo que la tierra sería destruida,
porque el pecado del hombre había colmado la paciencia de Dios. Utilizó a Noé,
porque él sabía que era un hombre justo; conocía su corazón y por eso le habló también
a su ser interior. Noé no tuvo la necesidad de ver quien le hablaba. Creyó en
lo que Dios le dijo y confió en lo pronosticado. Obedeció la orden de Dios y puso en marcha la construcción
del Arca, a pesar que nunca antes había llovido en la tierra. No le importaron
las burlas del pueblo, ni que lo llamaran loco. Al final, cuando el plazo
establecido se cumplió, llovió por 40 días y 40 noches, y la tierra y sus
habitantes quedaron en el fondo del agua. Solamente se salvaron Noé y su
familia, porque nadie creyó lo anunciado por el Profeta. Por medio de Su gran
Poder, Dios le habló a la mente, a la voluntad y a la conciencia de Noé, y este
fue receptivo; puso atención a todas las instrucciones de las medidas y dimensión
de como tenía que construir el Arca, para poder resistir el diluvio. Ese mismo
Dios que en la antigüedad le habló a Noé, está tratando de hablarnos también a
nosotros; al mundo de hoy. Está tratando de comunicarse con nuestro hombre
interior para que reconozcamos que el tiempo del fin está cerca. Pero el hombre
ha callado su conciencia para no escuchar la voz de Dios.
La
desobediencia a los principios divinos establecidos por el Señor, ha sido una
arma letal para la humanidad. Aún no nos damos cuenta que no somos nada, y el
orgullo, la vanidad, la codicia, y la soberbia son cuatro estrellas que han
quedado estampadas en las banderas del mundo. El hombre confía en el hombre y
sigue haciendo planes a largo plazo, y está siendo dejado en su inconsciencia y
en su ignorancia. Si no despertamos el hombre interior que está dormido dentro
de nosotros, cuando el tiempo de angustia llegue, y la lluvia de fuego que esta
pronosticada caiga, nos pasará igual que en los tiempos de Noé. Entonces será el
llanto y el crujir de dientes para los incrédulos,
y para los que no han sacado tiempo para dejar que el Espíritu Santo trabaje en
su interior. La puerta de la Gracia y la Misericordia divina se habrán cerrado.
Todos los que no estén registrados en el Libro de la Vida perecerán tratando de
salvar sus vidas.
El hombre
actualmente vive con la mente corrompida, réprobos en la fe. Pero no prevalecerán,
porque su insensatez será manifestada a todos. Han apartado la verdad del oído,
basada en la esperanza de la vida eterna. Dios no miente y todo fue prometido
antes de la creación del mundo, para todos los que aman su venida. El hombre de
bien, el humilde, el justo, es aquel a quien Dios le ha confiado su obra, y
debe revelar su ser interior siendo hospedador, amante de lo bueno, templado,
sereno, obediente, dueño de sí mismo, retenedor de la Palabra fiel que le fue
enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza, y refutar a los
que contradicen. Todas las cosas son limpias para los limpios. En cambio, para
los contaminados e incrédulos nada es limpio, antes, su mente y su conciencia están
contaminadas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, y son
abominables, rebeldes, reprobados para toda buena obra.
El ser humano
es reciclable. Así como algunos objetos desechables son utilizados como materia
prima para la fabricación de otros nuevos artículos, Dios también nos limpia y
moldea a través del arrepentimiento sincero y el bautismo, y nos hace nueva
criaturas para ser utilizadas en su obra. En una casa grande no solo hay
utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro. Unos para uso
noble, otros para uso común. Así, si alguno de nosotros se limpia de toda
inmundicia, será una vasija de uso noble, santificada, útil para el Señor,
dispuesta para toda buena obra. Se convierte en un siervo del Señor, desechando
las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Huye de
las pasiones y sigue la justicia, la fe, el amor, la paz, junto a los limpios
de corazón que invocan al Señor. Recobran el sentido, y escapan de los lazos
del diablo, en que han vivido cautivos a voluntad de él. Persistiendo en lo que
han aprendido de la Palabra, y persuadiendo a otros, sabiendo con certeza de quién
lo aprendieron.
La Gracia de
Dios que trae salvación, se ha manifestado a todos los hombres, y nos enseña a
renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir en este siglo
sobrios, justos y piadosamente, mientras aguardamos la bendita esperanza, la
gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; quien se dio a sí
mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí con
toda autoridad, un pueblo propio, celoso de buenas obras. Cuando la bondad de
Dios, nuestro Salvador, manifestó su amor hacia los hombres, nos salvó, no por
obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por
el lavado regenerador y renovador del Espíritu Santo, que derramó en nosotros
en abundancia, por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su
gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna.
Abre tu corazón
a Cristo. Despierta el ser interior que está viviendo en el sueño profundo de
la conciencia. Cristo hoy te llama. Acepta su invitación y permite que cambie
tu vida. Déjalo hacer uso de tu mente, tu voluntad y tu conciencia, rindiéndote
a él. Entrégale el control de tu vida, y no seas insensato. El testimonio de
Cristo es verdadero y debemos ser prudentes, sanos en la fe, en el amor y en la
paciencia. No practiques la soberbia, ni seas codicioso de ganancias
deshonestas. Seamos practicantes de la sana doctrina de Jesucristo, cumpliendo
su ministerio, haciendo la obra del evangelio, y soportando las aflicciones,
porque el sólido fundamento de Dios permanece firme y tiene este sello: “El Señor
conoce a los suyos” y “Apártese de iniquidad todo el que invoca el Nombre de
Cristo”. ¡Que el Señor derrame bendiciones a todo creyente de su Palabra y que
tenga misericordia de los incrédulos e impíos! Amén.
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