viernes, 15 de noviembre de 2013

NUESTRO SER INTERIOR


Todo hombre es dirigido por una fuerza superior a su propio espíritu. El hombre de bien es conducido a actuar correctamente, y su alegría se centra en sembrar, no en recoger. Pero el hombre que sigue el mal, obedece al espíritu de maldad, y solo vive para recoger sus malos frutos. El Espíritu de Dios trabaja en el interior de cada ser humano, y es ahí donde se desarrollan nuestros pensamientos, disposiciones, decisiones, afectos y deseos, y donde están sentadas todas nuestras emociones. Nuestro ser interior está formado por la mente, la voluntad y la conciencia, y nosotros escogemos y decidimos hacia donde dirigirlo. Todos tenemos obligaciones con nuestro creador; pero no todos  asumimos esa responsabilidad y cumplimos con ellas poniéndolas en práctica. Dios nos da libertad para que actuemos según nuestros deseos, pero también nos disciplina con amor, y nos hace fuertes para luchar con nuestro hombre interior. Aunque nuestro exterior se va degastando, nuestro interior debe ser conducido y renovado día a día con la divina Palabra de Dios.

Hay una virtud muy valiosa que nos identifica y nos ayuda a corregirnos interiormente, y es la “humildad”. La Palabra de Dios dice que todo aquel que desee seguirle, primero debe negarse a sí mismo, y luego tomar su cruz. En otras palabras dice que debemos ser humildes como los niños, para poder entrar en el reino de los cielos. Negarse a sí mismo significa: dominio propio, rechazar y no alimentar nuestro ego, apartarnos de los deseos corruptos de la carne y vivir en el espíritu. Rendir nuestra voluntad a Cristo, y rehusar a sentirnos orgullosos de nosotros mismos, porque en la humildad se esconde la grandeza del hombre. Ser humilde no significa ser débil, sino ser fuerte y salir victoriosos con nuestras luchas internas, venciendo a nuestro propio enemigo que es nuestro “Yo”, porque ese es nuestro mayor rival. La Palabra de Dios dice: “Todo aquel que se humille será ensalzado y todo el que se ensalce será humillado”.

El espíritu de Dios es indispensable en nuestras vidas para poder cambiar nuestro ser interior. Este trabajo no lo podemos hacer por nosotros mismos, sino debemos voluntariamente darle la autorización al Espíritu Santo, para que entre en nuestras mentes y alumbre nuestro interior. Si no nos colocamos en las manos de Dios para que moldee nuestro carácter, nuestras luchas serán inútiles, porque sin él, no podemos obtener ningún cambio. El Espíritu Santo es el que nos capacita conforme a los principios establecidos por Dios, cambiando nuestros gustos y hábitos, nos hace tomar decisiones correctas  y transforma nuestras vidas. Es el que restaura y renueva nuestro ser, nos limpia de toda inmundicia hasta que somos dignos de recibirlo en Su templo, que es nuestro cuerpo. El Espíritu de Dios trabaja para darnos esperanza, salvación y herencia celestial, porque Dios es vida y los que vivimos en Cristo, vivimos llenos del Espíritu Santo y nos deleitamos en él, perseverando en Cristo. Una vez que decidimos cambiar, es cuando nuestras vidas, mente y voluntad son entregadas al Señor, para que el viva en nosotros. Es palabra fiel: si morimos en él, también viviremos con él. Si sufrimos, también reinaremos con él, Si lo negamos, él también nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel. No se puede negar a sí mismo, porque es el único Espíritu perfecto y es el portador de todas las virtudes.

Muchas personas han distorsionado el concepto de la humildad, pero esta es la virtud más admirable y más noble del espíritu, porque nos hace tolerantes y pacientes con nuestro prójimo. Cristo se distinguió entre los demás, por su humildad. Siendo un Príncipe rico, nacido del Rey, y el primogénito de Dios, ocupó el último lugar dentro de los hombres, y nunca se sintió por encima de los demás. Aunque tenía la Gloria del Padre, no se glorificó de él mismo, para demostrarnos que la Gloria procede de nuestro Padre Dios. Cristo solo hablaba de sí mismo cuando se le preguntaba, pero lo hacía con actitud humilde, a pesar de que era el más grande entre nosotros. Todas las virtudes se reflejan en nuestra conducta, y cuando somos humildes, es algo que brota de nuestro ser interior, desarrollando la capacidad de restar importancia a nuestros propios logros, reconociendo que el Espíritu de Dios es el que convence y trabaja en nuestro ser interior, para que llevemos una vida de total transparencia. Aprendemos a aceptar los errores sin culpar a otros, asumiendo nuestras responsabilidades. Aprendemos a perdonar y pedir perdón a los demás, dejando de ser engreídos y vanidosos, porque la humildad es opuesta a la soberbia.

La fe también juega un papel determinante en la vida de todo ser humano. No puede haber una completa transformación de nuestro ser interior, si no tenemos fe. La fe viene por el ver y el oír; creer en lo que no podemos ver. El Espíritu de Dios es un Espíritu, y como tal no lo podemos ver, pero lo podemos sentir. No podemos decir que tenemos fe, si primero necesitamos ver algo para entonces creer y confiar. --------Así dice el Señor-------- ¡Dichosos los que no vieron y creyeron! .El Espíritu Santo tiene el Poder de convencer y transformar nuestro interior sin nosotros tener que verlo. Solo tenemos que dejarnos guiar y esperar que haga su trabajo; pero es una experiencia personal que cada ser humano debe vivir, una vez que tomemos la decisión de dejarlo entrar en nuestras vidas. Debemos recordar que Cristo está sentado en la puerta de nuestro corazón, llamando y esperando que lo invitemos a pasar, pero jamás entrará sin que le demos permiso.  

El Señor utilizó en la antigüedad a Noé, para anunciarle al pueblo que la tierra sería destruida, porque el pecado del hombre había colmado la paciencia de Dios. Utilizó a Noé, porque él sabía que era un hombre justo; conocía su corazón y por eso le habló también a su ser interior. Noé no tuvo la necesidad de ver quien le hablaba. Creyó en lo que Dios le dijo y confió en lo pronosticado. Obedeció  la orden de Dios y puso en marcha la construcción del Arca, a pesar que nunca antes había llovido en la tierra. No le importaron las burlas del pueblo, ni que lo llamaran loco. Al final, cuando el plazo establecido se cumplió, llovió por 40 días y 40 noches, y la tierra y sus habitantes quedaron en el fondo del agua. Solamente se salvaron Noé y su familia, porque nadie creyó lo anunciado por el Profeta. Por medio de Su gran Poder, Dios le habló a la mente, a la voluntad y a la conciencia de Noé, y este fue receptivo; puso atención a todas las instrucciones de las medidas y dimensión de como tenía que construir el Arca, para poder resistir el diluvio. Ese mismo Dios que en la antigüedad le habló a Noé, está tratando de hablarnos también a nosotros; al mundo de hoy. Está tratando de comunicarse con nuestro hombre interior para que reconozcamos que el tiempo del fin está cerca. Pero el hombre ha callado su conciencia para no escuchar la voz de Dios.

La desobediencia a los principios divinos establecidos por el Señor, ha sido una arma letal para la humanidad. Aún no nos damos cuenta que no somos nada, y el orgullo, la vanidad, la codicia, y la soberbia son cuatro estrellas que han quedado estampadas en las banderas del mundo. El hombre confía en el hombre y sigue haciendo planes a largo plazo, y está siendo dejado en su inconsciencia y en su ignorancia. Si no despertamos el hombre interior que está dormido dentro de nosotros, cuando el tiempo de angustia llegue, y la lluvia de fuego que esta pronosticada caiga, nos pasará igual que en los tiempos de Noé. Entonces será el llanto y el crujir de dientes  para los incrédulos, y para los que no han sacado tiempo para dejar que el Espíritu Santo trabaje en su interior. La puerta de la Gracia y la Misericordia divina se habrán cerrado. Todos los que no estén registrados en el Libro de la Vida perecerán tratando de salvar sus vidas.

El hombre actualmente vive con la mente corrompida, réprobos en la fe. Pero no prevalecerán, porque su insensatez será manifestada a todos. Han apartado la verdad del oído, basada en la esperanza de la vida eterna. Dios no miente y todo fue prometido antes de la creación del mundo, para todos los que aman su venida. El hombre de bien, el humilde, el justo, es aquel a quien Dios le ha confiado su obra, y debe revelar su ser interior siendo hospedador, amante de lo bueno, templado, sereno, obediente, dueño de sí mismo, retenedor de la Palabra fiel que le fue enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza, y refutar a los que contradicen. Todas las cosas son limpias para los limpios. En cambio, para los contaminados e incrédulos nada es limpio, antes, su mente y su conciencia están contaminadas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, y son abominables, rebeldes, reprobados para toda buena obra.

El ser humano es reciclable. Así como algunos objetos desechables son utilizados como materia prima para la fabricación de otros nuevos artículos, Dios también nos limpia y moldea a través del arrepentimiento sincero y el bautismo, y nos hace nueva criaturas para ser utilizadas en su obra. En una casa grande no solo hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro. Unos para uso noble, otros para uso común. Así, si alguno de nosotros se limpia de toda inmundicia, será una vasija de uso noble, santificada, útil para el Señor, dispuesta para toda buena obra. Se convierte en un siervo del Señor, desechando las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Huye de las pasiones y sigue la justicia, la fe, el amor, la paz, junto a los limpios de corazón que invocan al Señor. Recobran el sentido, y escapan de los lazos del diablo, en que han vivido cautivos a voluntad de él. Persistiendo en lo que han aprendido de la Palabra, y persuadiendo a otros, sabiendo con certeza de quién lo aprendieron.

La Gracia de Dios que trae salvación, se ha manifestado a todos los hombres, y nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a vivir en este siglo sobrios, justos y piadosamente, mientras aguardamos la bendita esperanza, la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo; quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad, y purificar para sí con toda autoridad, un pueblo propio, celoso de buenas obras. Cuando la bondad de Dios, nuestro Salvador, manifestó su amor hacia los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavado regenerador y renovador del Espíritu Santo, que derramó en nosotros en abundancia, por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna.

Abre tu corazón a Cristo. Despierta el ser interior que está viviendo en el sueño profundo de la conciencia. Cristo hoy te llama. Acepta su invitación y permite que cambie tu vida. Déjalo hacer uso de tu mente, tu voluntad y tu conciencia, rindiéndote a él. Entrégale el control de tu vida, y no seas insensato. El testimonio de Cristo es verdadero y debemos ser prudentes, sanos en la fe, en el amor y en la paciencia. No practiques la soberbia, ni seas codicioso de ganancias deshonestas. Seamos practicantes de la sana doctrina de Jesucristo, cumpliendo su ministerio, haciendo la obra del evangelio, y soportando las aflicciones, porque el sólido fundamento de Dios permanece firme y tiene este sello: “El Señor conoce a los suyos” y “Apártese de iniquidad todo el que invoca el Nombre de Cristo”. ¡Que el Señor derrame bendiciones a todo creyente de su Palabra y que tenga misericordia de los incrédulos e impíos! Amén.

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